V

La RPD siempre ha tenido un aire sobrio y burocrático, que no hace más que esconder un ambiente amistoso y cálido aunque rudo e indiferente. Todos se acostumbran rápido y pasan a formar parte de la dinámica de los agentes del orden de la ciudad mapache. Cuando llega la Navidad, el ambiente se vuelve mucho más jovial y alegre que de costumbre, sin perder aquella elegancia de museo transformado. Este año, sin embargo, no se iba a celebrar la Navidad como antes, y quizás saber eso hacía que el ánimo general fuera mucho más triste, más de lo habitual. Conforme se acercaba el 25, todos querían salir lo más rápido posible para ir a casa, a bares oa tiendas para ser bañados por la Navidad y limpiarse la amargura del jefe Irons.

—¡Ah! No lo puedo resistir. —Se quejaba Rita, dejándose caer sobre el escritorio— Es demasiado triste aquí. ¿Por qué no podemos celebrar la Navidad como la gente normal?

—Son las órdenes, pequeña —respondía Marvin sin dejar de escribir en su Navy más que para tomar un sorbo de su café— nosotros solo las seguimos.

—No creo que pase nada si pongo un villancico en mi radio. Disponible mientras encendía su aparato

—No lo hagas.

—Solo voy a escuchar las noticias, Marvin, no pasa nada. No es como si el jefe estaba en todos lados, ¿verdad? ¿Eh? ¿Acaso está detrás de mí? ¿Lo está? Lo está, ¿verdad? Dime que no lo está - Marvin levantó una ceja. Rita giró radicalmente el cuello. No había ningún jefe Irons—. No. No hay nadie, Marvin. ¿Por qué me asustas así? No me asustes. Bueno, lo pondré bajito, avísame si ves al gordo ese.

Apenas encendió la radio una mano con dedos regordetes apretó el botón de apagado. Era el Jefe Irons, salido literalmente de ningún lado.

—Oficial Phillips, creo que no ha entendido la nueva política de este departamento ¿Verdad? ¿Quiere pasar navidad en un calabozo? —Le hablaba muy seriamente.

—Esto ... No, no, yo solo iba a escuchar ... a escuchar el juego ...

Dijo Rita nerviosa, y Irons afinó esos pequeños ojos como dos pasitas.

—El juego, eh ... Dígame, ¿quién juega?

—Hm ... Esto ... —Rita intentó pensar en algún equipo, sin poder recordar ninguno.

—Oficial Phillips, díganme quién juega.

—Este ... son dos equipos, sí me acuerdo ...

—Oficial Rita Phillips, al menos que quiera perder su trabajo en este instante, dígame quiénes están en ese juego —Irons agitaba su tiránico y rechoncho dedo índice.

—No ... No, no me acuerdo, ¡pero le juro, le juro que había un juego, se lo juro, jefecito!

Y Rita un poco más y se arroja a suplicar al suelo, ante la mirada apenada de sus compañeros. Irons, al ver el patetismo de la muchacha, se dio media vuelta.

—Me llevaré esto por si acaso —se retiró con la radio en la mano—. Se lo regresaré en enero.

—Pero ese es ...

Marvin la detuvo de decir alguna otra imprudencia.

Así se la pasaba Irons, recorriendo toda la Comisaría y decomisando cualquier cosa que recordara remotamente a la Navidad, como sacos de colores demasiado brillantes, llaves con algún muñeco colorinche, bolas de cristal que los oficiales gustaban poner en sus escritorios. Así, su oficina se llenó de recuerdos ajenos y la radio de Rita le hizo bastante compañía que siempre se quedaba hasta la madrugada esperando que los Santas fueran capturados.

—¡Demonios! —Gritó arrojando un peluche de un reno decomisado a Rita también— ¿Qué demonios está haciendo Valentine?

—Tranquilo, jefe. —Decía Ryman, con las patas subidas a la mesa— la chica es inteligente, se toma su tiempo.

—¿Y tú por qué no estas metiendo a la cárcel a tantos gordos vestido de rojo como haya en esta ciudad?

—Ya no tenemos espacio en las celdas y no podemos usar el patio como campo de concentración desde ese escándalo con los negros. Además, algunos negocios han entendido el mensaje y han comenzado a vestir a sus Santas de Verde o poner a Mamá Noel.

—¿Mamá Noel? ¿Santas de Verde? —Exclamaba indignado Irons—, ¡Santa Mierda! ¡Hijos de perra! ¿Cómo se atreven?

—Bueno, bueno, Jefe. Le daré una buena noticia. Hemos reducido casi a 0 el tráfico de Hierba Verde. ¿Genial, no?

—¿Y eso qué me puede importar ahora? ¡Vete a la mierda!

—Tranquilo —levantaba las manos, relajado—. ¿Acaso no se da cuenta lo que significa?

El jefe Irons se puso a pensar, mientras detrás de él titilaba una maraña de luces navideñas decomisadas de la recepción, y entonces una sonrisa exageradamente ancha apareció en su rostro a los últimos segundos.

—¡Vamos a ponernos bien chingones!

El jefe Irons y Ryman entraban a la sala de evidencias expulsando con insultos y casi a patadas a todo el que estaba allí simplemente haciendo su trabajo. Hacían pases de futbol americano con los paquetes de droga precintados, y alegando supuestas adulteraciones en el contenido, los abrían a navajazo limpios para probar con la punta de los dedos y la punta de las lenguas.

Al fin y al cabo, nadie notaría si unos pocos gramos de las decenas de kilos de Hierba Verde que sacan de los mugrientos callejones, simplemente se perdía en cigarrillos improvisados o en narices inquietas. Cuestiones burocráticas, le llamaban.

Además, de donde vino ésta, puede venir más.

Era lo bueno de la Hierba Verde: su facilidad para conseguirla, pues crecía en casi toda Raccoon, y las múltiples formas que había para drogarse con ella, ya sea fumándola, pulverizándola e inhalándola, hirviéndola y bebiéndola como infusión, destilando sus componentes químicos para inyectarlos al torrente sanguíneo, y hasta una exposición prolongada de frotamiento al cuerpo tiene un ponente efecto narcótico en uno.

Irons y Ryman empezaron con lo básico. Enrollaron unos buenos tronchos y se pusieron finitos finitos en lo que llenaban las copas con ron cañazo a rebalsar y exprimían limones en ellos. Para ambientar, conectaron las luces decomisadas, que tenían integradas unas melodías electrónicas en distintas velocidades. Con ello, la fiesta empezó a ponerse en tono. Y entre chistes malos de lavado que venían de la nada, integraban recientes anécdotas, y Ryman siempre cargaba una buena dotación de recientes chismes de la RPD que siempre eran bien oídos por su jefe, como nuevos romances de oficina obviamente secretos por prohibidos, alguna indiscreción profesional mal habida, quizás algún estúpido perdió su arma inspeccionando una piscina, quizás alguien encontró una rana en las duchas, rayos, por qué tantos idiotas en la RPD y quedaban tan pocos oficiales honestos, trabajadores y sin complejos emocionales como ellos. Ellos ... Ellos eran la última línea de hombres valerosos que defendían a la sociedad de su propia idiotez. Limpiar Raccoon City de la basura y sus vicios era su trabajo, y lo llevarían a cabo costase lo que costase.

—Esta mierda es buena. —Decía Ryman, con los ojos rojos.

—Ahora entiendo por qué los de Umbrella están tan desesperados con acabar con el tráfico. Quieren ser los únicos bastardos que la vendan. Putos de mierda, me cago en ellos —Irons era de los que se ponen más violentos cuando ingiere ciertas sustancias.

Después de todo, ¿qué importaría un par de kilos menos en el par toneladas almacenadas? ¿Si se terminaba todo incinerando en las fábricas muertas de las afuera de Raccoon, qué más daba que una pequeña fracción se quemara en su propia oficina? Cuando se animaron un poco más, vaciaron medio kilo de polvo mágico en el escritorio y empezaron a dibujar columnas firmes como recios soldaditos, y de acompañamiento pusieron el viejo tocadiscos del Jefe y desempolvaron uno de los álbumes de Nat King Cole. Al parecer, sí que tendrían una blanca Navidad este año.

[Bing Crosby - White Christmas (1947)]

Mientras tanto los hermanos Burton abrían un par de cervezas, sentados en sillas de campamento en su propio patio delantero. Tras un brindis, tomaban sin preocupaciones. Barry ya estaba con su bata para dormir y Bass con su pijama de extraterrestres. Lograron hacer espacio al Camper y meter la moto de Bass en el patio trasero, y aunque para los vecinos era un poco extraño ese improvisado estacionamiento, lo que más le importaba a Barry esta Navidad era ganar la batalla que libraba de puertas para dentro, aunque tuviese que soportar a su estúpido hermano.

—Te lo juro, Barry, ese Lex Luthor va a arruinar todavía más este país —a Bass le gustaba hablar mal del gobierno con la primera gota de alcohol. Barry hasta lo había olvidado—. Ese calvito cree que puede gobernarnos como gobernaba una de sus empresas tecnológicas o mierdas así.

—No sé, Bass. ¿Por qué no le damos una oportunidad? —Barry distendía—. Aún no se acaba su periodo. Creo que regresar a los muchachos a casa fue algo correcto.

Por la calle, andaban pequeños grupúsculos de gente abotargada tocando puertas.

—En eso estamos de acuerdo, sabes, pero no estamos en las razones de fondo. ¿No te das cuenta? Solo lo hace para preparar una nueva invasión.

Barry casi se reía, bastante incrédulo.

—¿Enserio? ¿Y a quién vamos a invadir?

—Pues es obvio —abrió los brazos Bass—. Una China. En menos de 10 años tendremos a esos ojos rasgados encima de nosotros.

Barry solo asentía sin prestarle mucha atención.

Bass le daba otro sorbo a cerveza. Era negra y espesa. Suspiró. La noche iba adquiriendo como ese tono espectral de las épocas perdidas, o quizás solo era el nivel de alcohol en su sangre.

—Cielos, es como en los viejos tiempos, sabes ... ¿Recuerdas esas Navidades? La pasábamos bien, ¿no? No genial ... pero bien. ¿Recuerdas esa vez que el horno se averió? Y tuvimos que mandar a hornear el pavo a una fábrica, ¿lo recuerdas? Y cuando fuimos a recogerlo, nos confundimos y trajimos el pavo de la señora Perkins, jajá, joder, ¿recuerdas lo molesta que estaba mamá? Joder, esa cosa era como 5 veces más pequeño de lo que debería ... Y tuve que ir a medianoche a cambiárselo a la señora, jajá ... Qué vergüenza, ¿no? Oye, ¿qué pasó con la señora Perkins, eh?

—La asesinaron.

Bass mantuvo una sonrisa que fue perdiendo su brillo, y antes de apagarse completamente, volvió a suspirar.

—Dios, cómo nevaba —se recostó—, ¿lo recuerdas? Jajá, todo blanco, cielos ... Ahora, ahora ni un puto copo de nieve cae.

Creció otro pequeño silencio entre ellos.

—Me alegra estar aquí, Barry —se animó a decir Bass—. Es bueno estar de nuevo con la familia

Barry calló unos segundos, segundos en los que muchas cosas se le pasaron por la cabeza, demasiadas, y muchas no eran exactamente buenos recuerdos.

—La familia ... La familia, ¿eh? No pensaste eso cuando abandonaste el nido.

Bajo exhaló como cansado. No parecía avergonzado ni nada.

—Eran otras épocas. Necesitaba conocer mundo.

—Ya veo que lo hiciste. Mamá te necesita y nadie sabía dónde estabas. Cuando mataron a Burt ... —suspiró—. Ella estuvo destrozada.

Bass no volvió la mirada. Había pasado ya mucho tiempo.

—Lo de Burt fue una desgracia. ¿Por eso te convertiste en policía, cierto, hermanito?

—Lo había decidido mucho antes. Intenté hacerme responsable desde joven.

Barry se mantuvo estoico, pero con esas palabras Bass sí detectó cierto reclamo.

—Espera. ¿No me estarás culpando por lo de Burt y mamá, verdad?

—Yo no te culpo de nada, Bass. Simplemente no estuviste allí, es todo.

Se hundió de hombros. Quizás esa minimización era lo que más le perturbaba a Bass.

—Sí, lo dijiste. ¿Sabes quién es el verdadero culpable? Papá, ese bastardo que nos molía a palos sí que nunca estuvo cuando lo necesitamos.

Barry suspiró de nuevo.

—Sí, sí, culpa de todo a papá otra vez. Él ya no está aquí —y volvió a beber.

—Algunos bastardos reciben lo que merecen —Bajo repitió.

—¿Y Burt? ¿Recibió lo que merecía? ¿O mamá?

Tras otro breve silencio, Bass solo pudo decir:

—Eres policía ... Lo sabes mejor que yo.

Ambos callaron ya y siguieron bebiendo de sus botellas, y siguieron viendo a la calle vacía, salpicada de luces chillonas y sombras cantantes que se desplazaban.

—Oye ... —se volvió Bass—. ¿Qué pasa con tus hijas? Una parece que no te conociera y la otra no tiene ganas de hacerlo.

-Bajo ...

—Oye, hermano, puedes hablar de eso conmigo, lo sabes ...

—Te agradecería que no me dieras consejos sobre cómo criar a mis hijas.

Ambos guardaron silencio nuevamente.

—Ellas ... ¿Están bien?

Barry suspiró pesadamente y recostado en la silla parecía un monte derruido.

—Ellas ... Cada una es especial a su manera ... Lo que ocurrió fue muy fuerte, un error que ... —con suspiros entrecortados, Barry contemplaba un horizonte difuso—, intento pensar que todo ha quedado atrás, pero. .. temo que ellas no pueden ...

—Oye ... —Bass se sabes volvió, buscando el rostro de su hermano—, oye, Barry, esas chicas tienen algo que nosotros nunca tuvimos, y lo.

—¿Agua caliente?

—Un buen padre —afirmó Bass.

"No sé Barry desmotivado".

—Je, ¿acaso crees por algún momento que ellas no han tenido un buen padre? Por favor, otras hijas matarían por tenerte de padre, ella son verdaderamente afortunadas, sí, joder, por eso ... —Bass contuvo su labia, y como que buscó en su interior palabras adecuadas—, yo por eso debo aprender también, sabes , planeo ponerme con ello inmediatamente ... O al menos eso intento, rayos, es muy difícil ...

Barry se volvió, hastiado.

—Ni siquiera voy a preguntar.

—Hermano —Bass le puso una mano en el hombro—, esas chicas nos darán la sorpresa a todos ... ya verás ...

Barry se dio por vencido.

—Igual que nosotros, ¿verdad?

Bass se sonrió.

—La familia es la que es.

—La que toca ... y la que queda.

Brindaron.