VI
La tarde de aquel mismo sábado Chris se la pasaría espiando a Jill. La vería trabajar en su escritorio, tomar su café de sorbo en sorbo hasta que estuvo frío, la vio ir y venir de aquí para allá, de la oficina a las celdas, de la recepción a la sala de pruebas, de la cafetera a la máquina expendedora, donde todo lo que compraba era siempre una barra de cereal con nueces. Aunque hubiera querido, Chris no habría podido evitar fijarse en ella y sus manías cronometradas, en la gracilidad con la que toma el bolígrafo, en la elegancia con la que muerde la tapa, porque su único objetivo era encontrar algún gesto de todos en su comportamiento que le permite descubrir los secretos de aquella mujer.
Para las 8 de la noche, sin embargo, la única conclusión a la que había llegado y de la que estaba cien por ciento convencido era que Jill era una maniática del trabajo.
Chris hundió la cabeza entre los bíceps, cuando escuchó a su compañera levantándose con un pesado suspiro. Jill recogió sus apuntes, se colgó el bolso al hombro, y se retiró, sin despedidas. ¿Iba ya a casa? Es algo temprano, pero ¿y si va a algún otro lado? Quizás se desviaría a comprar el regalo o preguntaría algunos precios. Si existía algún momento para averiguarlo, sería este. Con esa posibilidad, Chris decidió ir tras ella.
Salió de la oficina momentos después que Jill, poniéndose su chaqueta marrón de Queen y un gorro negro contra el frío. Desde el segundo piso alcanzó a verla despedirse de varios oficiales en la recepción, aunque estos parecían más interesados en hacerse notar ante ella, quien más bien se retiraba de forma silenciosa y apartada. Al llegar a la calle se sorprendió por el ambiente navideño aún mucho más presente e intenso que en la mañana. Las tiendas estaban alumbradas y murmullos navideños salían de ellas, pero Valentine no se detuvo en ninguna. Siguió su camino hacia el norte. Si bien Chris no sabía dónde vivía Jill, de vez en cuando había notado que se dirigía al sur cuando salía de trabajar. Iba tras ella, a media calle de distancia, ¿qué iría a descubrir? Tal vez Jill tenía un segundo trabajo, como si ya no estaba siempre hasta el tope. Tal vez visitaría a alguien, quizás va a encontrarse con su novio, pero ... ¿No es un poco machista pensar que novio? ¿Pero no lo es también pensar que no? "Demonios, ¿Qué estoy haciendo? ¿En verdad la voy a seguir como un puto acosador? Qué estupidez. ¿Qué debería hacer ahora? ¿Hasta dónde pensará ir ella? Rayos ¿Qué demonios estoy pensando? Esto es ridículo. Qué estupidez. Me voy a casa ".
Chris se dio un par de cachetadas y decidió superar el tema. Pensó en ir por un par de cervezas al Bar de Jack y coquetear con Cindy para despejar, pero sabe perfectamente que no funcionará porque la cerveza de Jack está muy diluida y por alguna razón Cindy siempre rechaza sus insinuaciones. Antes de darse cuenta, terminó caminando por la fría calle, mientras unos cascabeles rascaban el viento que pasaba entre los peatones. Se detuvo a fumar en la estación de autobuses, pero no se subió a ninguno. Lo había olvidado, lo mucho que le gustaba pasear en esta época del año con su hermana Claire. Ahora ella no estaría aquí, pero donde estuvo quizás ella se daría el tiempo para revivir la tradición fraternal por su cuenta, así que él podía hacer lo mismo. Se levantó y comenzó a caminar sin rumbo otra vez,
[Michael Bublé - Silent Night]
Aunque Chris no puede ver ningún copo de nieve, puede jurar que si estira su mano un poco, los siente caer y derretirse en su piel tan rápido que cualquiera diría que no estaban allí. Donde vivía antes con su hermana siempre nevaba, y atrapar la nieve con la boca para que se derrita y tragar el agua era uno de sus más antiguos recuerdos. Hacia competiciones con Claire para ver quien tragaba más agua, las cuales siempre ganaba él, hasta que decidía dejar que Claire ganase.
Entonces se le ocurrió ir al Fox Park.
Sin poder explicarse bien este repentino deseo, y sin darse tiempo de pensarlo, compró un boleto para el tranvía y apreció la ciudad desde la maquinaria en movimiento. Veía la gente pasar, con sus rostros extraños, y quizás una que otra cosa pensaba.
En esta época debía estar hermoso, con espectáculos de luces, villancicos, decorados y algo de nieve artificial, y quizás uno que otro zorro.
A decir verdad, era una mierda que Irons haya cancelado la Navidad, aunque fingiera que no le importaba, y era una mierda que su hermana no pudiera venir, y todo eso de los Santas también. Todo. Lo único que lo alegraba era este paseo y el amistoso espíritu navideño de Barry. Qué buen hombre era, con esposa y dos hijas. Una familia feliz, seguramente. Una familia, al menos.
Cuando bajó del tranvía, pasó por la Iglesia que hay al lado de la Torre del Reloj, bordeada con miles de luces doradas, lo que le daba un aura aún más mágica. Del interior se escuchaba el susurro de un cántico navideño entonado por niños, casi angelical, pero no se animó a entrar. Sin mayores ceremonias, entró al parque, de donde las personas entraban y salían sin parar. Iban en familia o en parejas, cogidos de las manos y cargando a los pequeños, y nadie lucía angustiado o había mota de preocupación en el aire, todos parecían felices en esos instantes cristalizados para que se colgasen en el mural del amor.
Los del Ayuntamiento levantaron un gran árbol en el centro del parque, quizás no tan grande como el del Raccoon Mall, pero sí más bonito, mejor decorado, más apreciable en el nocturno ambiente urbano. Un poco más allá, había un estanque congelado donde por 8 dólares podías alquilar unos patines viejos y hacer el ridículo. Era bonito, dentro de todo. A veces Chris se sentía un poco tonto por cómo se ponía con la Navidad. Es una fiesta más, a fin de cuentas, una noche como cualquier otra, un cese a eso de trabajar para sobrevivir, un momento solo para recordar tiempos mejores, para estar con quienes quiere, para hacerles saber que les quiere y es solo una vez al año, joder, un pequeño descanso para aliviar el estrés de un año lleno de mierda.
Sí, Chris cree que puede darse ese gusto.
Tras una media hora viendo las cosas pasar, se levantó para darle una vuelta más al parque, fue por las escaleras metálicas, y al subirlas un solo un poco, la vio.
[The Drifters - White Christmas]
Valentine también puede relajarse cuando está abocada a una investigación prioritaria. Es como cuando el listo de la clase acaba pronto el examen y le dejan sacar los crayones para pintar. Y no pareciera, pero Valentine disfruta de su tiempo libre, en silencio y con pasión, aunque dibuja fatal y suele detenerse demasiado tiempo en los detalles que los artistas, inconscientes, dejan en sus obras, como esa mirada de lamentación que lleva la Diosa de la Pileta, o la ausencia de angelitos negros en las pinturas de la Catedral de Saint Michael. Le molestan los libros mal ubicados en la Biblioteca, y varias veces la han reprendido por estar sacando y poniendo a diestra y siniestra. Toma un café en Fox Park, uno de sus lugares favoritos, especialmente durante la noche. Ahora, con el frío temple de las nubes y las luces navideñas colgadas de los desnudos cipreses, ha adquirido un aire extrañamente nostálgico que sin quererlo la conmueve. Al ver a las parejas patinar por el estanque congelado piensa si no sería romántico que el hielo se quebrase y muriesen en el fondo, tiesos pero juntos, unidos en un inmortal abrazo, incapaces de dejar al otro pero incapaces de huir de él. A veces va a los bolos. Rara vez logra una chuza, pero no lleva un contador. Ese tipo de cosas son las que no le cuenta a nadie. Tampoco es que hubiera alguien a quien quisiera contárselo, después de todo. Luego, una cena de microondas en casa y a la cama con Cioran, si tuviera un Cioran.
—… ¿Qué hay?
Era Chris. Había venido al parque a disfrutar del ambiente navideño luego de regañarse por sus estúpidas acciones del día y resulta que finalmente había encontrado a Valentine, sola y quieta, contemplando las cosas que solo chicas como ella suelen contemplar. Estaba en la cima de las escaleras, apoyada contra la curva de la barandilla, viendo las gotas deslizarse por el gran vidrio. Lo miró de reojo, sin sorpresa, y regresó a su contemplación.
—Humedad.
—¿Cómo? —preguntó Chris, extrañado.
—El ambiente está muy húmedo. Dicen que es una buena señal para que nieve.
—Ah, quieres ver nevar.
—No realmente. El invierno me sienta fatal, me lleno de alergias.
Por algún motivo, eso no terminó de sorprender a Chris.
—No sabía que te gustaba venir a este parque —comentó Jill.
—¿Ah? Ah, sí, es que me iba a encontrar con un amigo, pero creo que no llegará.
—Ya veo. ¿Entonces ya te vas?
—Uhmm... bueno, sí, es solo que el parque es muy tranquilo, pensaba caminar por allí un rato.
Jill se quedó en silencio. Chris se recostó en un lado de la baranda, dejando una buena diferencia entre ambos. Se puso a ver el lago congelado para no mirarla a ella. Muchas preguntas pasaban por su mente, pero estaba seguro de una afirmación: Seguramente Jill pensará que la estaba siguiendo. "Qué idiota, hubiera dicho que vivo por aquí o que vine a encontrarme con una chica... Uhmm, no, eso solo hubiera sido peor a largo plazo... bueno, en realidad no la estaba siguiendo, así que no es mi problema lo que piense... ¿verdad?"
—Es una época tranquila... —agregó Jill, sorprendiendo a Chris—, bueno, cuando no están todos locos. —Redfield intentó reírse, pero sintió que él podía ser uno de esos muchos locos— De pequeña solía recostarme en el alfeizar a ver la nieve caer, escuchando los golpecitos en el cristal. Era... como mágico.
Esas eran el tipo de cosas que solo chicas como Jill notan. Chris pensó entonces que el temperamento invernal bien le sentaba a ella, una mujer de mirada fría y que se reserva las sonrisas para quien trabaje su corazón de formas todavía desconocidas para él. Chris también pensó que este larguísimo verano debía servir para derretir aquella fortaleza gélida que era su corazón y liberar al menos un poco del tesoro de sus emociones.
—¿Enserio? …Suena aburrido —le salió al natural.
—…. Seguramente —dijo Jill, seca—, bueno, los inviernos ya no son lo que eran.
—Sí. El mundo en el que fuimos niños ya no existe...
—Literal.
El silencio incrementó la distancia entre ellos.
—Cuando éramos niños… —empezó Chris—, a mí y a mi hermana nos gustaba salir a jugar en la nieve. Abríamos la boca y dejábamos que los copos se derritieran en nuestra lengua, ya sabes. Hacíamos muñecos y ángeles, y jugábamos mucho a la guerrita con las bolas de nieve. Ella era muy detallista, haciendo castillos y eso, y yo, yo, bueno, yo siempre los destruía, era muy fastidioso, peleábamos mucho, me acuerdo… Por los dulces, ella los escondía y yo no los encontraba así que le escupía en el cabello, ella odiaba eso y una vez... —Jill escuchó en silencio, y mantuvo ese silencio todavía unos segundos más tras el callar de Chris, quien se dio cuenta de que quizás hablaba demasiado— Creo que te aburro. Disculpa, je...
—Vaya… —soltó—, no sabía que tuvieras una hermana.
—Eh, sí, se llama Claire —dijo Chris, con un retomado entusiasmo—, ella está en la universidad ahora, tiene una beca integral, es muy brillante, una genio, yo era un poco más tonto, así que fui por el camino rudo.
Jill no había podido evitar notar la luz que apareció en los ojos de Chris al hablar de su hermana.
—Me hace sentido —dijo, con una imperceptible sonrisa.
Chris no pudo evitar darse cuenta que Jill había mostrado un gesto amical, confiable, algo realmente inédito.
—… ¿Pasa algo? —preguntó Jill extrañada.
—Eh, ¿por qué lo dices?
—Te me quedaste mirando.
—¿Enserio? Eh, disculpa, no... —se sobó la nuca Chris.
—Bueno… —Jill se acomodó, se sacudió el pantalón y empezó el descenso por las escaleras con sus deportivas negras, no sin antes despedirse—, que te vaya bien.
—Eh, ¡Jill, aguarda! —Se atrevió Chris—, uhm… verás, mi hermana no podrá venir este año y, bueno... Barry me invitó a su casa a pasar la Navidad, sabes cómo es él, uno no puede decirle que no, está loco y todo… — Chris se atolondraba con las ideas y las palabras y lo que pensaba lo decía y lo que debía decir lo olvidaba—, Eh, bueno, también te quería invitar a ti, es decir, para que tampoco pases la navidad sola… ¿Qué dices?
Jill lo miró unos segundos, que se hicieron realmente largos para Chris.
—… ¿Por qué supones que no tengo nadie con quien pasarla?
—Eh, digo, esto… —el pobre Chris—, Yo, no sé, tal vez sí, yo solo… eh, ¿tienes?
Jill, aunque pareciera increíble, volvió a sonreír, como una burla sutil.
—No tengo. Y no necesito. No celebro la Navidad.
—¿Enserio? ¿Por qué no? —se escandalizó Chris.
Jill guardó un solemne silencio.
—Eh, disculpa…
—No pasa nada. No hay una razón en realidad —había vuelto Jill a su tono frío, a sus oraciones cortantes—, Nunca la celebraron en casa. Yo no tengo la costumbre. Es así de simple.
—Vaya... Eso es... Muy triste. —dijo, con genuina pena, pero también no pudo evitar pensar en ese mismo instante, "Qué mentirosa".
—Sí, supongo que sí. Nos vemos.
—Oye, Jill —volvió a insistir Chris, lo que tomó por sorpresa a Valentine—, sabes, mira, nadie debería pasar navidad solo, y, bueno... no sé... —"Debería dejar de insistir..."
—Chris, aunque quisiera ir... —mostró una suerte de condicional—. Tengo que resolver esto de los Santas antes de Navidad. No creo que tenga libre.
—Bueno... ¿Qué tal esto, eh? —se envalentonó, emocionado y flexionando los deltoides—, yo te apoyo. Resolvemos esto juntos. Cerramos el caso antes de la Navidad y vienes a casa de Barry. ¡Eh, ¿qué te parece?!
Jill se rio de su masculino histrionismo. Sabía que Chris, en el fondo, seguía siendo ese niño que le escupía en el cabello a su hermana. Sonrió, suavemente.
—Creía que te gustaba la navidad. ¿Por qué participar de la cacería de Santa?
—Se supone que debemos salvar la Navidad —argumentó Chris., motivado.
Jill se sonrió.
—Pocas veces tienes la oportunidad de arruinar la Navidad con la excusa de que la estás salvando.
Chris tardó unos segundos en entender lo que quería decir.
—Claro... entiendo —siguió sin entender.
—Bueno, agente Redfield, aunque venga con condiciones, es muy amable de su parte, y como sé que no dejarás de insistir hasta que acepte ... Bueno. Acepto.
