VII

Barry, quién recién se despertaba tras una noche de embriagarse y dormir en el sofá ante el enojo de su esposa, se puso de pie seducido por un aroma exquisito. No era uno típicamente navideño y familiar, sino más bien veraniego y libertino, e, intrigado, salió de casa en bata, para descubrir a su hermano Bass, apenas vestido con el delantal de carnicero favorito de Barry, cocinando carnes sobre el motor del Camper. Había colocado una mesa plástica de campamento y hasta clavado una sombrilla en su jardín.

—... ¿Qué? Bass... ¿Qué estás haciendo?

—Ah, preparo unas hamburguesas para desayunar. Unas clásicas, sabes, para las chicas.

—Ah, no, no, Moira es vegetariana, no puede comer eso.

—¿De qué hablas, Barry?

Apareció Moira cómodamente recostada en una silla plegable, masticando la hamburguesa de su tío.

—¡Eh! ¡Pero tú nunca comes mis hamburguesas!

—Soy vegetariana de Tus hamburguesas, Barry.

—Y eso también, ¿por qué me llamas Barry todo el tiempo? ¡Soy tu padre, diablos!

—Si hicieras bien tu trabajo, quizás lo sabrías, Barry.

—Ah, sí, ¿y qué se supone que significa eso?

—Lo que tú quieras que signifique, Barry.

—¿Lo que yo quiera que signifique?

—Ni más ni menos.

—¿Ni más ni menos?

—¿Eres una grabadora, Barry?

Entonces la puerta del camper se abrió, mostrando a una Tina gloriosa, solo vestida con un bikini americano y un delantal con el lema I LOVE BEAF

—Ya estoy lista. Ja.

Barry se quedó medio boquiabierto mientras Moira mordía la carne gustosamente, y Tina se puso manos a la obra para preparar todo tipo de carnes.

—Vaya, las niñas crecen rápido —rio Bass

En ese momento Barry se dio cuenta que los otros vecinos comenzaban a espiar su patio, murmurando detalles bien fijones y levantando el teléfono de sus salas. Algunos señores se distraían de regar el césped por ver a la despampanante rubia. A Moira todo esto le parecía cínicamente divertido

—Vamos, Barry, ya tengo la tuya —decía Bass poniendo otra redondela de carne cocinada sobre un plato— espera a ver lo que soy capaz de hacer con el pavo, aprendí una receta fascinante de los navajos.

—¡Tú no vas a tocar el pavo! —apareció Linda desde la puerta, como invocada.

—Lo siento, Bass —susurró—. Linda se encarga de eso.

—Vaya, Barry. —Soltó Bass— No pensaba decirlo, pero no puedo pasarlo más por alto. ¿No crees que Linda es un poco controladora?

El rostro de Barry se transformó en uno de terror absoluto pero Linda mantuvo su semblante calmo y le contestó de manera muy amable.

—Bass, querido. Agradezco tu comentario, pero hay asuntos en esta casa que nos incumben al señor y a la señora Burton, así que te agradecería que no te inmiscuyeras en nuestros temas maritales. ¿Sí? Gracias.

—Yo solo creo que no le dejas ni respirar a mi pobre hermanito. Desde que llegué lo único que he visto es Barry esto, Barry lo otro, Barry tenemos que hablar, Barry cocina, Barry reunión. Rayos, mujer, bájale unas revoluciones a tu motor.

Una vena hinchada apareció en la frente de la Señora Linda Burton. Su semblante calmado comenzó a quebrarse. Giró los pies como un toro retira la tierra tras sus pesuñas y presentó aquel tic bajo la parte izquierda del labio que avisa cada vez que algo malo va a pasar, y tanto Barry como Moira han aprendido, a través de terribles repeticiones, a identificar aquel gesto de depredador y a tomar una distancia segura.

—Bass... —habló Linda, con un desaire rabioso—, dime... —suspiró—, ¿ya has pensando en qué le regalarás a tus sobrinas? —preguntó con dulzura hogareña.

Barry y Moira conocían ya esa estrategia.

—¿Eh? —Bass se sobó la axila—, ¿regalos? Eh... pues bueno...

—Claro... Un tío tan querido como tú no puede dejar a sus sobrinas sin regalos, ¿cierto? —Dijo en un tono de falsísima condescendencia—, al menos, claro, que sea una sorpresa que tienes bien guardada... Siempre has sido muy listo, ¿no, Bass?

—Este... Yo no sé, la Navidad es sobre la familia y eso...

—¡Oh! ¿No me digas que el buen tío Bass no tiene pensando un regalo para sus queridas sobrinas? Y con lo mucho que lo quieren... Se sentirían tan decepcionadas... Y dicen que las decepciones navideñas orillan a los jóvenes a las drogas.

—... ¿Eh? Oye, creo eso es un poco exagerado...

—Jeje —se reía Tina viendo la escena—, qué tonta, ¿no? Le habla como si él fuera a comprar los regalos. Jeje. Los regalos los trae Santa.

Moira le dedicó una de sus miradas indignas.

—¡Oh! —Exclamó emocionada Linda—, ¡entonces podemos confiar en que el tío Bass conseguirá muy buenos regalos! ¡Estoy tan aliviada!

—Eh... espera, yo jamás...

En ese instante Bass sintió una inmensa presión en su corazón. Era la Culpa de Navidad, intensificada por la mirada inquisidora de Linda Burton.

—¿Acaso planeas llevar a mis hijas a un mundo de drogas y prostitución?

Bass, viéndose tan disminuido ante presencia tan superior, solo pudo refugiarse en el asentimiento. Una vez se resignó, Linda volvió a un estado de calma espiritual.

—Justo... justo iba a ir por ellos, jeje.

Linda se acercó, y le clavó el dedo amenazante justo en medio de los dos ojos.

—Eso espero —se dio vuelta—. Barry.

Y se retiró.

Cuando al fin pudo respirar, Bass se volvió hacia Barry.

—Barry, préstame 100 dólares.

—¿Qué? ¡No!

—Jo, hombre, si no me ayudas, ¿cómo quieres que le haga?

—Tendrás que resolvértelas solo, como siempre.

—Uhm... ¡Está bien! Dime, ¿sabes si ha Polly le gusta el queso? He visto que está en oferta.

—Bass —encaró Barry—, si quieres comprar regalos, regalos de verdad, tendrás que ganar dinero.

—Ya, ¿pero cómo?

—¡Consigue un trabajo! —y se metió para la casa.

—... ¿Un trabajo? Ah, no, yo vivo la vida. Voy a donde me lleva el camino. ¿Y de qué carajos voy a trabajar en Navidad?

—¡Jo, Jo, Jo, Feliz Navidad y todo eso!

Bass, metido en el rojo saco y cubierto por esa blanca barba, agitaba una gran campanilla en la puerta de una casa de jengibre que funcionaba como panadería. Además, de las 5 a las 8 debía recibir a los niños en el Trono de Santa, para lo cual le habían dado una instrucción de 3 minutos que descontarían de su salario bajo el seudónimo de "capacitación". Y así que allí estaba él, recibiendo a los pequeños.

—A ver, ¿qué quiere esta dulce pequeña?

—Santa, yo solo quiero una cosa para esta navidad —dijo con una voz dulce y bien portada.

—Ah, vaya, y bien, ¿qué es? —dijo Bass feliz de encontrar una humilde criatura.

—Bueno, quiero un viaje para 5 a Disneylandia, con estadía de 4 días en el Hotel de Orlando y pases exclusivos al Parque Acuático.

Bass quedó patidifuso.

—Mierda... Mierda... Mierda...

La niña sacó unas impresiones con marcas y sellos.

—Mira, Santa, aquí seleccioné los mejores planes de pago por internet...

—Joder, niña, esas son como 50 cosas. Mierda, ¿no puedes pedir algo más normal como la Paz Mundial? —se indignó Bass.

—Oiga, deje a mi hija —llegó el padre a recogerla.

—Tenga cuidado con su hija, señor, lo dejará en la ruina antes de los 13... —Bass se libró de la responsabilidad, y el hombre se alejó quejándose—, buena suerte cumpliendo con sus expectativas...

Bass se chorreó en el Trono de Santa y se estiró la barba para refrescarse la cara.

Una dulce elfilla pelirroja se acercó con disimulados pero lindos pasos de ballet.

—Oye, oye —le susurró, sin perder la encantadora sonrisa—, ¿es tu primer día o qué? Debes ser más lindo con los niños o no nos pagarán.

—Demonios, nena, estoy agotado, pero déjame decirte que si tú eres la Señora Claus yo me quedo de Papa Noel hasta septiembre.

—Qué gracioso eres —sonrió la muchacha—, ahora haz reír a los niños —y le pisaba con su tacón verde en la bota de cuero falso.

—Joder, nena, venga ya —Bass se levantó adolorido, fastidiado—, vamos, ¿quieres que te muestre mi reno? A este también se le pone roja la nariz.

—¡Ya siéntate! —la chica lo empujó al Trono, volteándolo sobre su espaldar.

Tras un fin de semana duro y nada relajante, Barry retornó al único ambiente que lo recibía con los brazos abiertos.

—Hey, viejo —llegó Chris, que no dejó ni que Barry se acomodara en su silla—, oye, espero que no te moleste, invité a Jill a la cena de Navidad, ¿no hay problema, no? Sabía que no te molestaría.

—¿Que hiciste qué? —Barry se giró, pesadamente.

—La invité, y aceptó, ¿no es genial? Bueno, aún tengo que ayudarla con un asunto, pero está chapado, ¿no es genial? ¿Qué pasa, viejo? ¿Cómo está todo en casa? —hablaba muy jovial Chris dándole unas palmadas y alejándose sin oír sus respuestas.

—Aich... Maldito Chris, ¿por qué lo invité para empezar? No hay nada que hacer, no puedo con este corazón que no me cabe en el pecho.

Barry intentó respirar, y sintiéndose mejor consigo mismo, se volvió a su escritorio.

—Hey, Burton —llegó Richard y jalando una silla se sentó a un lado de su escritorio, cruzando los brazos sobre el espaldar—, estaba pensando que quizás podrías ayudarme a decidir qué regalarle a mi amigo secreto, ¿sabes?

—¿Estás bromeando? —Se indignó—, no puedo ayudarte porque supondría que tú me dijeras quién es tu amigo secreto.

—No, no, no, nada de eso, mira, es muy simple, yo te daré algunas pistas para que tú imagines quién es, ¿ves? Así me ayudarás y yo no te habré dicho nada, ¿genial, no?

Entonces Richard se encontró el rostro horroroso y petrificado de Barry.

—¿Estás sugiriendo que hagamos trampa en el juego del Santa Secreto?

Richard se sintió pequeño, casi un niño ante un titán como Barry Burton.

—Este... No, no... Eh... olvídalo, eh, Burton, acabo de recordar que tengo algo que...

—Richard Aiken, ¿le has enseñado tu papelito a alguien?

—¿Eh? No, yo... yo no, no sería capaz...

—¡Mientes, basura! —exclamó Barry, y Richard, en su intento de alejarse lo más pronto posible, cayó de costado y gateó por el suelo de la oficina hasta alcanzar la salida.

Barry suspiró, volviendo a la normalidad. Abrió su bolsa de papel para ver el almuerzo que Linda le ha preparado, pero solo se encontró con una nota: Sin Comida ni Cerveza, Barry pierde la Cabeza. Frustrado, lo apretujó y la tiró a la basura.

—¿Problemas en casa, Compadre?

Habló Enrico desde su escritorio, con los pies cómodamente subidos.

—Empecé una nueva dieta.

—Sí, ajá. En mi casa me tratan como a un rey. Como lo que quiero, cojo cuanto quiero, y llego a la hora que a mí me da la gana.

Una alarma sonó en el reloj europeo de Enrico.

—Oh vaya, parece que es hora de mi supervisión —se puso de pie y salió de la oficina no sin antes palmear a su compadre el Buen Barry—, suerte, eh.

—Uhm... —refunfuñó en silencio Barry—, maldito italiano homosexual.

Pero viendo que había dejado su lugar sin protección, se acercó cuidosamente y logró robar una bolsa de papitas que había en su cajón sin llave. Volvió contento a su escritorio, y cuando se disponía a disfrutarlas, Jill se sentó a su lado.

—Dios, Barry, estoy muerta...

La intromisión hizo que Barry abriera demasiado fuerte la bolsa, saltando el contenido y perdiéndose en el asqueroso piso de la oficina.

—Oh, joder... —Barry se cubrió la cara, al borde del llanto.

—No te pongas así. Te traje algo que sé que te animará.

Jill agitó frente a Barry una de sus bolsas en las que sabe que guarda uno de esos apreciados sándwiches suyos. Barry, embelesado, lo alcanzó con la punta de los dedos. El bonachón hombre, congraciado con el olor y los condimentos, la frescura de la lechuga y la densidad del pan, suspiró aliviado y agradecido. Dio un mordisco glorioso.

—¿Estás bien, Barry? Has actuado extraño últimamente. Barry, acaso... —y se acercó para susurrarle con toda seriedad—, ¿estás embarazado?

—¿Eh?

Jill se carcajeó. Ella solo mostraba su sangrón y algo absurdo humor con aquellos que eran de su entera confianza: en este caso, solo Barry conocía esa faceta suya.

—... Jill, ¿qué ocurre?

—Pues... —suspiró ella, recostándose en el escritorio sobre el puente de sus brazos—, ¿qué te puedo decir? Nunca había estado tan harta de la Navidad.

—Los Santas, eh...

—Pasé el fin de semana cotejando perfiles de sospechosos en el Mall.

—¿Y ninguno encaja?

—No, ¡todos encajan!

—Uhm... El Mall debería revisar sus políticas laborales.

—Las Segundas Oportunidades son la esencia de este país... —Jill inclinó la cabeza, somnolienta, dejando caer un mechón de su castaño cabello. A veces podía soltar esos momentos de bella brillantez, y Barry se preguntaba ¿cómo una chica como ésta está sin novio? Y la respuesta le llegaba de inmediato. Pretendientes no le faltaban, lo que faltaban eran ganas de ella por notarlos, y lo que sobraba era vocación por el oficio, y lo que siempre había era una muchacha bella y lista que nadie merecía. Barry suspiró. Será bueno tenerla en casa esta Navidad—, puedo hacerlo, Barry... aunque no sé si en el plazo que me dio el lunático de Irons... ¿sabes que se encerró en su oficina desde el sábado? Qué estará haciendo... No sé... A veces me da escalofríos... —pero lo decía con cierta delicia de quien está intrigado.

—Jill, muchacha, si hay alguien que puede con esto, esa eres tú...

—Sería mucho más fácil si tuviera un hombre dentro.

A Barry le pareció sospechoso ese comentario.

—Sí, eso siempre facilita las cosas —siguió con su sándwich—. Ojalá los chicos le pusieran esos ánimos al Santa Secreto, malditos cretinos, parece que no saben jugar...

Entonces Jill hizo la propuesta.

—Barry. Tú eres mi Santa.

—¿Qué? No, claro que no. Mira, a mí me tocó...

—Eso no —frenó—. Tú eres perfecto para infiltrarte en la red de Santas.

—Ah... ¿Eh? No, olvídalo. Tengo muchas cosas que hacer en casa para esta Navidad. Mi hermano y su novia se quedarán con nosotros y en cualquier momento llegarán las brujas de mis cuñadas ¿te dije que son unas brujas? de las de verdad, además estoy comiendo este Sándwich y...

—... Barry. Por favor, es por el trabajo.

—¿Por qué no se lo pides a Chris? ¿No se supone que te está ayudando?

—Barry... —Jill le levantó una ceja—. Tú lo sabes.

—Sí, es cierto... —asintió Barry, tonto ante lo obvio.

—Además, cuando pienso en Santa, por alguna razón, solo puedo pensar en ti. Eres como el Papa Noel de los STARS. Tienes que hacerlo, Barry. Por favor, por favor.

—Jill, no pongas esa carita, ya sabes que, eh...

Entonces la puso. Una expresión de ojos grandes y húmedos, las cejas curvadas como si proyectasen un triunfo truncado, y su boquita con un puchero sutil que le remontaba a la original pena humana.

—... ¿Porfavorcito?

—Oh, rayos, la pusiste, Jill, tú lo sabes... —se quejó Barry, pero poco más pudo hacer para resistirse—. Qué diablos, vamos allá.

—¿Serás mi Santa? Con tu traje, su barba y el Jojojó.

—Sí, sí, lo que sea...

—Gracias, Barry. Contigo esta investigación será pan comido.

—Sí, hablando de pan comido, ¿por qué no me dejas terminar de comer mi Sándwich?

—Claro, yo iré a preparar todo —se levantó—, y te preparé uno de mis Sándwich más Especiales para mañana —y le dio un gran beso en la mejilla.

—Hey, hey, qué cariñosa. Sí, eso se escucha estupendo. Oye, ¿Sabes qué? ¿Por qué no preparas unos cuantos de tus Sándwiches para la cena de Navidad?

—... —Jill miró extrañada—, ¿Cena? ¿Cuál cena?

—La Cena de Navidad en mi casa. Chris te invitó ¿Verdad? No me digas que solo se lo imaginó. Maldito Chris...

—Ah, creo que mencionó algo al respecto, y después prácticamente se fue corriendo. Pero no creo que pueda...

—Ah no, ni hablar. Tú irás. Si soy tu Santa, te quiero en mi casa en Noche Buena. ¿Entendiste?—Jill se quedó pensando unos segundos— Mira, si tengo que extorsionarte, lo haré, pero no te dejaré pasar la Navidad sola, ni hablar.

—Barry...— Jill movía un poco la cabeza en un estado intermedio entre afirmar o negar.

—Jill —Barry dejó su Sándwich sobre el escritorio— Eres como de mi familia.

—Barry... —Jill sonrió—. Gracias.

Barry continuó comiendo su anhelado emparedado.