VIII

[Michael Bublé - Santa Claus is Coming to Town]

Chris siempre ha sido la oveja negra haya donde estuviera. Dejó la Comisaría poco después de su conversación con Barry por lo que no se enteró de la adición de este al operativo de Jill con la Red de Santas. En consecuencia, y como venía planeando desde la noche anterior, se dirigió en auto a los barrios bajos con intención de detener a cualquier malandrín, drogadicto, pequeño comerciante o simple sospechoso en hora y lugar equivocado a fin de interrogarlos sobre su vinculación con los traficantes navideños. Sabía el efecto que tenía su autoridad ante los elementos bajos de la sociedad y se aseguraba de mirarlos siempre con desdén, ocultando sus ojos tras esos lentes negros inmisericordes. Por un instante, se sintió como un vigilante del verdadero San Nicolás. Finalmente detuvo a un pequeño grupo de punks a quienes vio como posibles delincuentes por su forma de vestir y caminar y la música que escuchaban y además uno escupió en la calle. Se bajó del vehículo y los comenzó a amedrentar.

—A ver, a ver, contra la pared. Ponte contra la pared. Ustedes no se acerquen, delincuentes. Manos sobre la cabeza

—Ey, jefe, jefecito, ¿qué pasa? Si yo no he hecho nada. Estoy limpio. Limpio, jefecito.

—No le hagas caso, Porra —le sugiere la chica del grupo— Cree que no conocemos nuestros derechos. No puede detenerte por caminar en la calle. Oye, ¿Me estas escuchando, cerdo?

—Muchachos, les sugiero que controlen a esta perra o lo haré yo mismo. —Chris solo blofeaba. No tenía intención de tocar a mujer alguna, pero confiaba en que ellos no verían a través de su ruda imagen.

—Annie, Annie, tranquila. Este cerdo no tiene nada. Solo quiere asustarnos. Revisa, revisa, nomás, pero no te aproveches más de lo que ya haces. ¿Ves? Limpio, jefecito.

—¿Así? ¿Y qué es esto? —Chris sacó una navaja del bolsillo de Porra

—¿Qué es eso, jefe? Es mi peine. Mi peinecito. Solo eso, jefe. Nada más, un peine.

—¿Enserio? No parece que lo necesites para esa cabeza. Creo que me lo voy a quedar —le dio la vuelta y lo sujetó por las solapas— ¿Consumes droga, verdad? ¿Dónde compras la hierba verde?

—Viejo, estamos limpios. Enserio —decía un medio latino de camisa blanca y chaqueta negra abierta con forro rojo interior.

—Ya suéltalo, maldito cerdo —gritó la chica nuevamente.

—Oye, nena, Annie ¿Verdad? No escucho bien de este oído. ¿Por qué no vienes aquí y me lo dices más cerca? Vamos. ¿No? Sí, eso creí. Muy bien, ahora hablemos enserio. ¿Qué saben de los Santas ladrones? Díganmelo y quizás olvide lo del peine.

—¿Qué? No sabemos nada de eso, viejo. ¿Qué demonios te pasa? ¿Estas drogado o qué?

—Muy bien, pa dentro —e intentó esposarlo y meterlo al auto al tiempo que sus compañeros saltaron en gritos y agarres para evitarlo. Tanta fue la injusticia que los vecinos, testigos del hecho de principio a fin, también se sumaron con sus piteos y exclamaciones de indignación— Maldita sea, uno ya no puede hacer bien su trabajo.

Chris recorrió callejón por callejón, bar por bar, antro por antro, preguntando, golpeando, y a veces las dos juntando. Tocó varias puertas y pateó todavía más para descubrir a veinteañeros en ropa interior comiendo cereal frente a la tele sin saber ni qué hora era ni que la navidad estaba a solo 8 días.

Durante la noche recorrió las calles rosas de la ciudad y se sorprendió de la buena calidad que aun conservaban algunas de las féminas que ofertaban sus cariños y delicias. Solía subir a la parte de atrás del auto a una que otra prostituta o cliente y llevarlos hasta media cuadra antes de la RPD antes de soltarlos, convencido de que si no hablaban en ese momento no lo harían después. Algunos intentaron sobornarlo, pero Chris Redfield no aceptaba sobornos, eso hubiera sido de mal policía.

¿Fueron efectivos sus esfuerzos? Pues...

Para Moira Burton la Navidad hace mucho que no significa nada, incluso antes del Segundo Impacto. Quizás porque siempre pensaba que lo único que merecía era carbón. ¿Cómo podía una hermana mayor haberle hecho eso a su pequeña hermana menor? A veces se reconforta a sí misma convenciéndose de que no sabía lo que hacía, pero en más de un sueño se ha visto obligada a repetir aquel horrible episodio. Ella prefiere no pensar en eso, menos en época navideña, pero a veces simplemente esas imágenes asaltan su mente y la atormentan con su indeleble realismo y su esencial culpabilidad. Polly estará bien mientras tenga a mamá y a Barry para celebrar Navidad. Ella estaba bien mientras le dejaran ir a su rollo, cosa que de hecho nunca había pasado.

—¿Pero por qué no puedo ir? —reclamaba ante su inmutable madre, a punto de romper en llanto.

—Porque yo lo digo.

—¡Pero mamá!

—La Navidad es para pasarla en familia, no con unos vagos cualquiera. ¿Quiénes son esos amigos tuyos, ah? ¡Ni los conozco!

—Aishhh —y se iba a su habitación.

Y así pasaba cada año.

—¿Pero por qué no? ¡Ya no soy una niña!

—¡Te he dicho que no!

—Ya estoy en la edad en que no me dan regalos, ¿así que para qué quedarme?

—Si sigues así no tendrás ningún regalo.

—¡Ahhh!

Y se iba corriendo a encerrarse en el baño, adelantando a su padre, y esperando aún conservar algún regalo para el 25.

—Esta vez no tienes excusa. Ya tengo licencia para conducir. —decía mostrándole el carnet que la acreditaba como conductora.

—Sí, pero no tienes auto.

—¡Mamá!

—Moira, no me molestes más.

—¡Por favor!

—El próximo año quizás.

—¿Enserio?

—¡Quizás!

Y así pasó otro año más, hasta nuestra Navidad actual.

—¡Pero lo prometiste!

—Yo no prometí nada, ¿acaso me crees loca?

—¡Mamá! —Moira ya no sabía qué hacer— Si no me dejas salir este año con mis amigos... Yo... yo... ¡Me voy a suicidar!

—Ay, Barry, dile algo a tu hija ¿Quieres? Todos los años es lo mismo.

—Esto... —Barry se acercó, dejando su periódico— Moira, creo que deberías escuchar a tu madre. Lo que dice tiene algo de sentido. La Navidad es para la familia, ya habrá otras oportunidades para salir con los amigos...

—Ya, ya, ya, olvídenlo. Me voy a mi cuarto.

Moira pensaba en pasar otra aburrida Navidad en familia hasta que aparecieron su tío Bass y Tina, que eran por mucho lo más emocionante que había pasado en esa casa en bastante tiempo. Ahora en verdad se sentía interesada por la guerra entre sus padres que ellos creían transcurría sin que nadie se diera cuenta. Con solo imaginar las caras de Barry, mamá y sus tías ante el espectáculo que Bass y Tina montarán la noche del 24 le bastaba para dormir tranquilita. Tan solo faltaban 7 días para el 25.

Aun así, sentía una profunda y juvenil pena por fallarle una vez más a sus amigos, quienes siempre la invitaban todos los años a pasarla con ellos y siempre los dejaba con sus velas negras consumidas en vano. Sin darse cuenta se quedó dormida y apenas los recuerdos trágicos volvieron a ella se despertó de golpe.

—¡No quiero carbón!

La habitación ya estaba completamente oscura y por la ventana entraba unas luces rojas y verdes titilantes que Barry había colgado alrededor de la casa. Suspiró y sacó su teléfono celular, cuya luz le lastimó un poco la vista. Pero antes de revisar las novedades de OZ, alguien tocó a su habitación... ¡A través de la ventana!

Se sentó de golpe sobre la cama y casi pega un grito ante el susto de ver aquella sombra al otro lado del vidrio, hasta que el rojo verde le permitió distinguir su identidad.

—Dante, maldito idiota. ¿Qué haces aquí? Mamá y Barry te van a ver. —Decía mientras abría la ventana para dejarlo pasar.

—No si abres esta cosa más rápido. —Entró pisando algunos foquitos de la cornisa. Era un muchacho alto, ascendencia medio latina, y se le solía ver en alguna esquina con su chaqueta negra de interior rojizo—. Supe que este año tampoco irás con los muchachos. Qué pena, nena. Pero ya vas a cumplir 18 ¿verdad?

—Eso es lo único que me hace permanecer cuerda en esta casa.

—Eso es genial —sonrió, y se acercó—, ¿sabes por qué?

—¿Vas a decir algo sobre tener sexo?

—Porque podremos tener sexo...

Moira giró los ojos. Últimamente, Dante no hablaba de otra cosa y cualquier tipo de charla tenía que desencadenar en ello de las formas más bizarras posibles, e incluso ella se sorprendía de los malabarismos mentales con los que su novio encaminaba el asunto. Era como si casi estuviese obligado por una fuerza siniestra a insistir sobre el asunto, y no dejaba pasar ni la más mínima y desentendida señal para tentar a su novia.

—Siempre sabes lo que estoy pensando, nena. ¿No es romántico?

Dante palmó las caderas de Moira.

—Dante, a veces eres un poco obvio —Moira asintió sin resistencias—, no es que eso haya sido un problema hasta ahora, la verdad... Pero ya sabes que pasará, solo quiero el momento adecuado...

—El momento adecuado, eh... Y me lo darás... ¿Todo?

—Todo... —y se sumió en un beso, casi como si estuviera bajo los efectos de un poderoso narcótico—, todo...

Dante le comió la boca, y ella le mordía el labio, y luego él pasó a sus mejillas, y fue bajando por su cuello, mientras sus ásperas manos se deslizaban por la cadera de la muchacha, apreciando las formas traseras aún no completas pero ya bien definidas.

—Ven aquí, chiquita.

Quiso levantarle una pierna, pero Moira despertó del seductor hechizo bajo el que se encontraba, y se alejó cuidadosamente.

—¿Aquí? ¿Estás loco? Podría entrar mi mamá o mi hermana en cualquier momento.

—Entonces vamos a ese camper que está en tu patio. ¿Te imaginas?

—¿Allí? —Moira lo consideró—. Bueno, no diré que no sería algo interesante... no, no, ni hablar. Vamos a calmarnos —respiró, disipándose el bochorno.

—Bueno... ¿Entonces qué quieres hacer? —preguntó tirándose sobre la cama.

Cosas se le pasaron por la cabeza a Moira, pero se contuvo.

—Salgamos de aquí.

Y lo hicieron por donde Dante había entrado. Moira, obviamente, ya tenía experiencia en escapar de casa. Apenas eran las 8 de la noche,

—¿A dónde vamos? ¿Quieres tomar algo? ¿Vamos con los chicos? ¿Y si vamos a los videojuegos? —Dante tiraba ideas al azar.

—¿Por qué no solo caminamos por ahí?

—Ah, odio caminar. Me duelen los pies. ¿A dónde vamos?

—No sé, por ahí.

Antes Moira paseaba con su padre por el vecindario, cuando aún no venían a Raccoon City y la tragedia no había sucedido. Iban de casa en casa juzgando la decoración y escuchando cada trozo de villancico extraviado en el aire. Es algo que no ha hecho en años ni piensa volver a hacer.

—Moira, me canso.

—¿Te gusta la Navidad?

—Sí, claro, este... ¿Por qué no? La verdad me da igual.

—Sí... da igual...

Moira contempla los hogares de la zona urbana decorados con guirnaldas raquíticas y los árboles rodeados de espurias luces que se pierden en los nidos de lechuzas. Por las ventanas se observaban escenas hogareñas. Los niños en la consola tirando horas. La madre en el teléfono revisando y cancelando compras. El padre en el bar, escuchando un tema que la memoria no permite olvidar. Hay a veces perros que duermen en sus casuchas y lamen la humedad bajo el pórtico Moira observa los autos en fila, sus defensas caídas, sus pegatinas filosóficas, el cristal empañado que le sugiere un milagro imposible.

—Entonces... ¿lo escuchaste?

—¿Qué? —Moira salió de su hipnosis—, ¿qué hablas?

—Te comentaba del último álbum de Black Planet. Ya olvídalo, este... ¿Vamos a un cuarto? O si quieres podemos sentarnos en el parque, que sé que te gusta que nos miren...

Moira volvió a girar los ojos. A veces, quién sabe por qué, tenía la necesidad de hablar de cosas fuera de las banalidades diarias, o quizás de ir un poco más allá de ella. Moira piensa, ¿aún se besa como antes? ¿Aún se baila como antes? Quizás sea la nostalgia navideña que se cobra una nueva víctima.

—Oye... ¿Entonces pasarás navidad con Steave, Annie y Porra?

—Ah, no sé... Siguen molestos por lo del polvo, son unos críos... Igual y me llega al pincho y voy a un concierto, Los Venenosos tocarán en el Guernica. ¿Te conté que el otro día nos detuvo un maldito poli solo por andar en la calle? Maricas, qué les den a todos. ¿Tú papá sigue siendo policía o ya se jubiló?

Moira se detuvo, en medio de la fría calle.

Su papá... Barry. ¿Cuándo fue que la auto-prohibición de llamar papá a su papá se convirtió en un gusto adquirido que pasó a ser parte de sus señas de identidad? Barry... fue entonces cuando empezó su alejamiento, cuando dejó de sentirse parte de su familia...

—... Entonces... —dijo—, ¿qué piensas de pasarla juntos?

—¿Juntos? ¿Te escaparás entonces?

—No, este... Digo, que tal vez puedas venir... a mi casa... esta Navidad.

Dante le miró como si mirara un bicho raro, un ratón herido, una polilla atrapada por un cristal invisible. Se rio.

—No bromees, nena... ¿Yo en tu casa? Nah... Ya sabes que no me gustan las cenas, son solo excusas para comer de más... No, nada que ver... Además, ¿tener sexo en la casa de tus jefes? Demasiado raro, nena...

Moira no supo interpretar el palabreo de Dante. Él nunca despreciaba invitaciones de comida o trago, y hasta hace rato no le parecía una mala idea acostarse en su cuarto con sus padres en casa; pero ahora lucía desubicado, como perdido en esa calle desconocida. Por otro lado... ¿qué esperaba Moira que sucediera?

—Tienes razón... —río, ridícula—, es una estupidez.