IX
Un día antes de esta conversación, el Capitán Enrico Marini viviría su propia situación. Salió de la oficina burlándose de Barry el Bueno, y llegó a casa borracho como un reno. Su mujer, consternada, lo fulminó con su mirada.
- ¿Le compraste el Megaman, cariño?
- ¿Acaso crees que me olvidaría de mi niño?
En realidad Enrico apenas lo había descubierto: Había olvidado comprar el regalo por completo.
- Pues me alegro, es un juguete agotado.
Y si no lo conseguía, su matrimonio estaría acabado.
Salió todo apurado, sin siquiera haber almorzado, recorrió todas las tiendas, y en todas era la misma historia, que vuelva después de fiestas y que para la próxima tenga más memoria. Se agarró a golpes con muchos intendentes, y perdió la insignia de buen cliente. A uno le metió el diente, y un puñetazo lo frenó con la frente. Ya estaba indignado para esa hora, así que buscó un trago sin demora.
- ¡Es que nadie me valora! —Le confesó a Cindy, su asesora.
Como el bar de Jack para el consuelo no había nadie, y la buena chica le sugirió un buen trago que lo sacie.
- No quiero más alcohol disponible en señal de autocontrol.
No consciente de su terrible condición, salió en una búsqueda llena de determinación. Muchas penurias pasó Enrico, pa encontrar el muñeco pal chico, pero su carrera para el 25, apenas ha empezado con este brinco.
—Oye, Richard —preguntó Edward en medio de la oficina— ¿sabías que una de cada tres personas es marica?
-¿Oh yes? Pues yo no soy marica.
—Pues yo tampoco —respondió de vuelta y ambos se quedaron mirando a Brad por unos confundidos segundos suyos, antes de echarse a reír encima de su expresión todavía más confundida.
—Perdona, Brad oferta Richard, dándole unas palmadas— pero sin Dooyle por aquí y ahora sin Barry tampoco esto se hace un poco menos llevadero.
—Ya, sí, bueno, al menos Dooyle está pasando Navidad en casa con su familia y no encerrado aquí sufriendo las locuras del Jefe.
—Sí ... eso es verdad. Dicen que cada noche se encierra en su oficina con Ryman y no salen hasta el amanecer. A mí se me hacen que son maricas.
—Oye, Richard. —Interrumpe Kenneth con su voz profunda— no hables así o te ganarás algunos problemas.
—Vale, vale, lo siento, no me fusilen. —En ese momento llegó Enrico a la oficina— Oye, Enrico, ¿cómo te va a ti? ¿Por qué esa cara?
—No me molestes, estúpido oferta Enrico sentándose en su escritorio y poniéndose con unos papeles.
—Joder, lo siento, tío. Qué tal espíritu navideño. Bueno, oye Brad, ¿ya compraste tu regalo de Santa Secreto?
—Pues ...
—¿Qué demonios fue lo que dijimos? —Gritó Enrico— ¡Nada de hacer trampa con el puto juego de los papelitos!
—Cálmate, viejo, solo preguntaba si ya había comprado su regalo.
—Sí, cómo no. Y lo siguiente será adivinar quién es la persona a quién va dirigido ese regalo, ¿no es así? A mí no me trates como un maldito dinosaurio. Barry y yo ya lo hablamos, y se supone que este debe ser un bonito juego para afianzar los putos lazos del equipo.
—Me permito disentir con todo respeto, capitán —contestó Forest al otro lado de la oficina— Arriesgamos nuestras vidas cada mes, ¿acaso eso no crea ya la suficiente confianza?
—Estamos hablando de algo que no involucre la muerte, Forest. Además ¿Tú qué te metes? ¿No eres el imbécil que dijo que no quería nada esta Navidad? Joder, espero que ardas en el infierno.
Todos entendieron que Enrico no estaba de humor, pero Richard, que siempre era el más gentil con todos, le ofreció invitarle un café a cambio de escuchar sus problemas. Aceptaron y dejaron la oficina.
Brad quedó con los brazos caídos y las piernas distendidas, devastado sobre su propio asiento, todo descompensado y sin postura como siempre andaba. Con sus dedos fríos jugueteaba con unos lapiceros del escritorio, sosteniéndolos contra un viento inusitado.
—Uy, no te veo bien —le comenta Joseph yendo a sentarte junto a él—, bueno, tampoco es que me sorrenda.
—Dime, Joseph, ¿a cuál de nuestros horribles compañeros le tendrás que comprar un regalo con parte de nuestro salario insignificante? —Joseph se lo mostró— ¡¿?! —Y se sobresaltó, hasta el punto de trepar la mesa— ¡No es posible, basura, ¿cómo lo conseguiste ?!
—¿De qué hablas? Se trataba de suerte ¿no?
—¡Bastardo! —Se levantó de golpe Brad—. Para ti no significa nada, para mí es la diferencia entre la vida y la muerte, por favor, cambiemos.
—¿Y por qué debería? —Preguntó, con una risilla confiada, meneando el papelito—. Si tanto lo quieres, yo podría vendértelo.
—Eh… ¿Vender? ¿Qué clase de amigo eres?
—El Jefe retiró la gratificación este año, así que… ¿Qué te parece, no sé, la mitad de tu sueldo? Eh, es un precio módico, eh…
Brad apretó los puños, no tanto indignado sino más bien lleno de frustración.
—Escoria humana, sabes bien que hace tres meses que no veo un centavo y vivo a base de robar la comida para gato de mi vecina… ¿Qué carajos le pasa al mundo, por qué la vida me trata así?
—Venga, no te desmorones, Brad ... ¿Por qué no hablas con Irons?
—¿Crees que se la ablande el corazón?
—Joder, no.
Luego de esa negociación fracasada, Brad fue al baño de hombres y se dio cuenta de su respectiva encerrona de 15 minutos diarios.
—La gente piensa que los ESTRELLAS nos dividimos en Equipo Alpha y Equipo Bravo. Si tal mentira fuera cierta, yo estaría en la cima, pero no es así. Los STARS se dividen realmente entre los de arriba y los de abajo. Arriba están los apuestos, los "verdaderos héroes", los que salen en portadas, los que hacen las entrevistas. Abajo, abajo estamos los feos, los que hacen el trabajo pesado y no reciben ningún mérito, nadie se preocupa por ellos y si mueren simplemente son reemplazados, en otras palabras, la basura. ¡Pero lo juro, lo juro por Dios, yo llegaré a convertirme en Capitán y cambiaré el cómo funciona esta maldita institución! ¡Lo juro!
—¡Oye, Vickers, ya sal del baño, con un demonio! —Gritó Ryman al otro lado, junto a un par de compañeros más.
—¡Estoy cagando, basuras! ¡Déjenme en paz!
Tiraron la puerta y lo sacaron a rastras.
—¡Vení pa acá, mierda!
—Así que basuras, eh…
—Esperen, mis pantalones.
Y luego de ese otro conflicto Brad volvió a la oficina mortificado pero resignado. Chris ya había vuelto de su patrulla diaria y se encontraron cotejando algunos archivos en su computadora. Enrico ya estaba más calmado y Richard trabajaba en sus propios casos. Joseph jugaba con las comunicaciones a ver si lograba captar alguna conversación candente entre jovencitas, Forest estaba en su rollo y Kenneth encendió otro de sus habanos, aprovechando que Jill no estaba cerca, ya que aunque ella nunca decía nada todos sabían que no le gustaba ni fumar ni el olor de los fumadores, y el Capitán Wesker en persona colocó una norma adicional al reglamento de los STARS de no fumar mientras hubiera damas presentes. Decía dama pero todos sabían que solo se agregó de forma genérica para que nadie de afuera pensara que había alguna especie de favoritismo por la maestra de los Sándwiches, aunque todos los de dentro así lo creían, lo sabían y lo aceptaban, sin molestarles. Pero cuando Brad se sentó fue como si pensando en ella la convocara con sus pensamientos. Jill apareció en la oficina y todos levantaron la vista para verla con la puerta abierta hasta todo lo que daba. Observó a cada uno afiladamente y su mirada se posó en Chris, qué terminaba de guardar unos papeles en un folio. Cruzó la oficina en 3 enormes pasos para plantarse frente a Redfield Jill apareció en la oficina y todos levantaron la vista para verla con la puerta abierta hasta todo lo que daba. Observó a cada uno afiladamente y su mirada se posó en Chris, qué terminaba de guardar unos papeles en un folio. Cruzó la oficina en 3 enormes pasos para plantarse frente a Redfield Jill apareció en la oficina y todos levantaron la vista para verla con la puerta abierta hasta todo lo que daba. Observó a cada uno afiladamente y su mirada se posó en Chris, qué terminaba de guardar unos papeles en un folio. Cruzó la oficina en 3 enormes pasos para plantarse frente a Redfield
—Chris Redfield ¿Qué demonios crees que estás haciendo estropeando mi operación?
Fue contundente.
—Ey, ey, ey, ¿De qué rayos estás hablando?
Chris mostró las palmas, como confundido, como si con él no fuera.
—Sé lo que has estado haciendo allí afuera, yendo por ahí amenazando a todo el mundo para conseguir algo de información, ¿ese es tu estilo, el de un matón? ¿Quién te crees que eres? ¿John Wayne o alguien importante?
Los demás rieron a escondidas, con cuidado de no ser descubiertos.
—¿What? ¿De qué hablas? Claro que no —intentó.
—¿Vas un mentir? —Fue suficiente.
—Bueno, bueno, ¿Cómo sabes eso? —Dribleó.
A Jill le enfurecía esa actitud antojadiza de Chris, de a quien le preocupa más saber cómo descubrieron sus fechorías que redimirlas o disculparse.
—Porque yo sí tengo informantes, y me dicen que has estado molestando tanto a los malandrines que ya nadie quiere colaborar.
—¿Informantes? ¿Colaborar? ¿Qué es esto? ¿La CIA? Somos policías, joder.
—No juegues conmigo.
—No lo hago. ¿Te quejas de que haga mi trabajo? ¿Es enserio? —A Chris le parecía realmente absurda la queja de Jill.
—¿Tu trabajo? Esto no es el viejo oeste, Redfield. No vamos por allí disparando a todo el mundo esperando acertar a los malos. Para ello ya tengo a Ryman ya los imbéciles de sus hombres.
Todo lo decía con un tono que para Chris sonaba tanto a sermón, que solo atinó a minimizar el asunto.
—Sinceramente creo que estas exagerando —y giró su silla, ¡giró su silla!
Jill contuvo su cólera.
—Tu forma de actuar solo pone en riesgo todo mi trabajo.
—Y ... ¿qué esperas? ¿Una disculpa?
Jill se cruzó de brazos.
—Bueno, lo siento si quería acelerar un poco las cosas. Como no estabas llegando a ningún resultado. Además, fuiste tú la que me pidió ayuda.
Jill ya no aguantó.
—Claro que no, ¡yo nunca te pedí ayuda! Fuiste tú el que estaba detrás de mí y me suplicó ayudar.
Todos lanzaron un silbido agudo. Richard, Forest y Joseph, desde sus posiciones, agitaban las manos como si las tuvieran sucias de alguna travesura.
—Vamos, vamos, ¿yo detrás de ti? —se rio nerviosamente Chris—. ¿No te estarás creyendo demasiado, eh, Valentine?
Nadie pudo creer lo que había dicho, y la mirada de Jill no pudo ser más aguda.
—Haré el resto de la investigación por mi cuenta. Ya tengo la ayuda suficiente. Así que mantente alejado de mi caso. —y se fue tan rápido como vino.
—Uy —dijo Joseph— creo que la cagaste, viejo.
—Ah, cállate, idiota.
—Enrico —llamó Kenneth— ¿No vas a decir nada?
—¿Qué demonios quieres que diga? La chica ya lo dijo todo —fue su sentencia.
—Chris oferta Kenneth ahora dirigiéndose a Redfield— te sugiero arreglar las cosas con la señorita Valentine. Tienes suerte que Barry y el capitán Wesker no estén aquí.
Chris tomó sus últimos archivos y salió de la oficina sin ver ni despedirse de nadie. Brad no cabía en su felicidad. "Justo el milagro navideño que esperaba: Redfield vs Valentine. Esto promete. Así Chris está fuera de juego y solo debo preocuparme por Richard, Joseph y el capitán Wesker ... oh, demonios, me cago en ...".
Entonces Enrico se sentó junto a Brad.
—Oye, necesito tu ayuda —eso era raro.
