XI
[Elvis Presley – Blue Christmas]
Ya era el viernes antes de Navidad, un viernes 21 para ser exacto, y el ambiente en el RPD no podría ser más bizarra. Este año, el espíritu navideño estaba totalmente ausente, como ausente había estado el jefe Irons desde hace días y muchos rumores corrían ya al respecto por los pasillos, daban vueltas alrededor de la pileta y volvían sobre sí, exagerados. Rita y Brad, que eran las almas más inocentes e infantiles respectivamente del RPD, eran los que más echaban de menos la fiesta, así que ellos eran especialmente incisivos con los rumores, sin ser demasiado pesados ni insidiosos, pero sí muy bastante cotillas. Pero lo que en Rita era una añoranza pura en pro de la felicidad, en Brad era una pataleta egoísta en pro del bien propio, aunque se le veía mucho más feliz desde el numerito del otro día en la oficina STARS. Hablando de eso, Chris pasaba su tiempo libre en el techo de la Comisaría, fumando como si no hubiera un mañana, haciendo como si todo le importara nada. A lo lejos, una ventana abierta dejaba escapar una melodía tranquila aunque bohemia, y aún más allá, un mediodía caía sobre todo. Mientras tanto eso, Jill y Barry cumplían ya el tercer día de sus operaciones sin resultados.
—Parece que a tu sospechoso principal tan solo le caíste mal. —comentaba Jill al micrófono.
—Oye, Jill, voy a apagar esta cosa un rato. La encenderé si pasa algo.
—Negativo.
—¿Por qué?
—Me aburro.
—Oh, vaya, qué le vamos a hacer. Al menos tú no pareces loco hablando consigo mismo. ¿Qué miran? —Le dijo a unos niños que pasaban por ahí—, oye, Jill, ¿por casualidad has pensando en cómo capturaremos a todos estos Santas?
—¿Por quién me tomas?
—Eso no responde mi...
—Ya se me ocurrirá algo —Jill trataba de ser cortante, pero Barry es conocido por siempre insistir cuando cree estar haciendo lo correcto.
—Nos vendría bien algo de apoyo, ya sabes, por si la cosa se complica, me gustaría mi trasero bien cubierto, y sabes, Chris es alguien en quien puedo confiar...
Hubo otro de esos silencios en la radio.
—Barry... —Barry tragó en seco—, Redfield está fuera de esto.
—Nah, él solo quería ayudarte. ¡Jo Jo Jo! —su estridente risa hacia correr a los niños que tenían la mala suerte de pasar cerca.
—Pues vaya forma de ayudar.
—Mira, sé mejor que nadie que Chris es un tonto, pero es una buena persona y detrás de esa fachada de chico malo y rudo de prepa se esconde un niño con corazón de oro.
Jill no respondió durante unos segundos. Ella sabía bien que si Barry defendía tanto a alguien, es que ese alguien lo valía de alguna forma, aunque fuese el malhablado y cretino de Redfield, con cuya filosofía de trabajo nunca había coincidido. Jill, tras sus silentes reflexiones, soltó un suspiro largo.
—Bueno... tú lo conoces más que nadie.
—Exacto, y te digo algo más: no va a cambiar —Barry, aunque de buenas intenciones, rara vez sabía cuándo callarse—, personas como él son tercas. En eso se parece a ti.
—Bueno, bueno, pero admites que lo que hizo puede haber arruinado nuestra operación ¿verdad? Quizás es por eso que los Santas no han asomado cabeza.
—Sí, es probable —minimizó Barry.
—¿Lo admites?
—Dije que es probable —Barry se metió a la tienda, y parecía loco yendo por ahí hablando solo—. También es probable que todo esto sea una pérdida de tiempo producto de la locura de nuestro amado jefecito —pasó a la trastienda y alcanzó al final del pasillo una puerta de bordes mellados—. O quizás simplemente no somos tan buenos como creíamos serlo.
—Vaya, Barry siendo humilde. ¿Qué estás haciendo?
—Voy al baño —Barry deja su saco a un lado—. Mira, lo único que digo es que Chris hizo su mejor esfuerzo. Sí, es un estúpido para muchas cosas, pero también es bueno en otras. Creo que lo único que necesita es un buen compañero que lo controle. Es como siempre dicen: Pelea solo y da todo de ti. Pelea acompañado y tendrás algo por lo que pelear.
—Barry, ¿es que eres una fuente inagotable de refranes? —comentó con una risa Jill, incrédula de que otra vez su compañero haya logrado ablandarla.
—Ese lo saque de mi repertorio personal. Y hablando de eso, será mejor que me des un poco de privacidad.
Jill quedó pensando, en silencio, en el vehículo de escuchas desde el que monitoreaba la operación, apoyando la abochornada mejilla sobre su fria mano enguantada.
De vuelta al RPD, específicamente de vuelta a la oficina de los STARS, una curiosa situación continuaba su andar.
Enrico sometió a Brad para encontrar el muñeco por Internet, y si su cometido lograba, le invitaría un buffet.
—Ya puse un anuncio, pero no creo que nadie conteste. Incluso puse lo que dijiste: cueste lo que cueste.
—¡Oye, Brad, no te burles de mí!
Enrico estaba irascible, se acercaba su fin.
Mientras tanto, en casa, su esposa supo que algo pasaba.
—Enrico, ¿dónde está el regalo? —eso era algo malo.
—Eh, lo dejé en la oficina... así el niño no adivina.
Enrico se sorprendió de esa rima tan repentina.
Pensó que, quizás, estaba atrapado en uno de esos cuentos de Navidá.
—¡Maldita sea, no hay solución, ese muñeco desapareció de la nación! ¡Ah, lo hice otra vez! ¿Me das una botellita... de jerez?
Dando tumbo, anduvo sin rumbo, y guiado por luces de magia irreal, llegó sin quererlo al Centro Comercial.
Quiso entonces acabar con esta pesadilla, y volver feliz a su casa como si fuese una ardilla. Pero la tienda no aceptaba a borrachos, y menos tremendo dicharacho.
Y de mientras tanto, Chris seguía perdiendo el tiempo, cuando entonces su escondite fue descubierto por nadie más y menos, que Richard Aiken, su compañero, lo que no es una sorpresa en realidad.
—Chris, ¿qué rayos haces aquí? Te perderás la emoción.
—¿La emoción de qué? Si todo está muerto allí abajo.
—Bueno, sí, es verdad, pero pensé que si lo decía quizás te animaba un poco.
Richard se sentó en la cornisa, junto a Chris, y este le ofreció uno de sus cigarrillos.
—No entiendo cómo te gusta fumar esta basura de Black Stone.
—Es para gente refinada que no va llenando su boca de cualquiera pito.
—¿Así? —Richard reconoció el desafío—. ¿Sabías que esto está hecho de mierda de cerdo? Supongo que por eso te gusta el sabor. Te recuerda a tu última novia.
—¿Cómo iba a olvidar a tu madre? —respondió Chris, sin inmutarse—. Todavía me llama ebria de madrugada. Dile ya que se olvide de mi riata.
Ambos rieron luego de ese intercambio de bromas tan inocentes y que rimaban tan bien con el ambiente navideño.
—Oye... —habló—, ¿en serio estás triste por lo que pasó con Valentine?
—¿Qué? Claro que no. Ni pensaba en eso —y aunque no quiso decir más, Chris sintió la irrefrenable necesidad de continuar—. Que se pudra. Uno solo trata de ayudarla y se pone como una puta princesita —y supo que ya debía callar, pero no podía, era como si algo más hablase por él—. Admito que es atractiva, sí, pero apenas la conoces un poco ves que es una odiosa y una pretenciosa, y tampoco es tan lista como cree, se hace la pendeja. Ya veo porque no tiene novio.
Chris se sintió entonces como se deben sentir los exorcizados.
—Ah, ya veo —Richard comprendía bien—, ¿Y entonces por qué estas así?
—No te importa, maldito homosexual —Chris siguió fumando y tirando sus cenizas al patio de la RPD—. ¿Qué vas a hacer? ¿Darme una mamada?
—Eso te gustaría, perra. —Y volvieron a reír— Anda, Chris, dímelo.
Chris vio cómo las nubes iban cogiendo una esponjosidad brumosa sobre un celeste clarito, extraño para el cielo de Raccoon, y se movían con tal calma que le causó un profundo desprecio.
—Es por mi hermana —suspiró—. Solemos pasar fiestas los dos juntos pero este año no podrá venir.
—Ya veo. Lo siento, viejo.
—Bah, no importa —Chris arrojó su colilla al vacío y no perdió tiempo en encender otro cigarro.
—¿Y qué harás en Navidad? Yo tengo turno, así que nos vamos a embriagar con los muchachos y que se pudra Irons. ¿Quieres embriagarte con nosotros?
—Suena bien. Pero Barry me invitó a cenar con su familia.
—Fiuf, qué maravilla. Entonces no la pasarás solo. Deberías alegrarte.
—Sí, creo que sí —entonces a Chris se le ocurrió un símil extraño—. ¿Sabes? Creo que pelear con Valentine será lo más parecido que tenga a pasar navidad con Claire este año.
—¿Quién?
—Mi hermana, idiota.
—Ah, genial. Entonces sí pensabas en Valentine. Jajaja
—Ah, cállate, Richard.
Siguieron viendo la ciudad un rato más, ocasionalmente soltando alguna risa.
—Yo solo vine a decirte que no te desanimes —habló Richard—, Valentine necesitará fuerza bruta tarde o temprano, y entonces tú debes estar allí. Esperemos que sea temprano. Intenta entenderla. Ella es una mujer, y tu un idiota. —Chris quedó en silencio, mirando al cielo— Pero olvídate de cogértela. El capitán ya se les adelantó a todos.
—Ah, cállate, Richard.
Así, comenzaban los últimos días antes de Navidad. Bien es sabido que el último fin de semana ante de la fiesta, son los más extravagantes, mientras que los últimos días son los que más nervios y prisas acumulan, y por lo tanto más accidentes y tonterías causan. Ahora, cuando los últimos días antes de Navidad son un fin de semana, la fórmula para el desastre está más que asegurada. Entonces, nuestros protagonistas están más que predispuestos a meterse en todo tipo de problemas para asegurarse que todo quede atado y bien atado para el 25. Quedan 4 días.
