Capítulo 2
–No puedo creer lo que acabas de hacer –susurró Naruto.
Hinata aún lo oía a pesar de que estaba alejándose.
–No sé quién ha pasado más vergüenza, si la chica o yo.
–¿Y yo cómo iba a saber que estaba escuchándome? –Kiba se aclaró la garganta–.Además, no sé de qué se sorprende. Ya sabe que tiene que perder peso.
–Kiba –le advirtió Naruto–. Tu falta de sutileza y vergüenza resulta vulgar. Además, la chica ni siquiera es fea. Tiene unos ojos perlas muy bonitos y una sonrisa preciosa. –Hubo una pausa. Hinata pensaba que ya no podía oírlo, cuando escuchó–: ¿Cuándo te convertiste en un capullo, Kiba?
Kiba le dio una palmada en la espalda a su amigo.
–Siempre he sido un capullo, Naruto. Es solo que estás demasiado ocupado para darte cuenta.
–Eso parece.
Hinata fingió que se le caía algo para poder escuchar el resto de la conversación.
–En fin –dijo Kiba–. ¿Te sientas a cenar con nosotros? Van a pagar los padres de Hanabi.
–Ya me marchaba –respondió Naruto–. Que pases una buena velada. Asegúrate de darle mi dirección de contacto a Hinata.
Hinata levantó la vista cuando él dijo su nombre.
–Lo haré –gritó Kiba mientras Naruto salía del pub. Cogió a Hinata por el codo unas cuantas mesas antes de llegar a la suya, donde no podían oírlos–. Estamos en paz.
–¿Perdona? –Hinata tiró para liberar su codo pero él no se movió.
Kiba se encogió de hombros y miró rápidamente hacia la mesa mirándola luego otra veza ella.
–Tú me presentaste a Hanabi y ahora te devuelvo el favor.
–No necesito que me hagas favores –Tembló, odiaba que la tocara.
–Ahora sí. Naruto casi no tiene amigos. Casi no sale con nadie, probablemente porque no se fía de nadie. No puede bajar el ritmo si quiere mantenerse en la cima. El mundo de Wall Street no espera a nadie. Ni siquiera a los mega multimillonarios.
¿Naruto es mega multimillonario? Hinata parpadeó. ¿En qué se iba a meter? Fue hasta la mesa para recoger el bolso.
–¿Adónde crees que vas? –Hanabi se levantó–. Aún tenemos cosas que organizar, eres mi dama de honor.
–Estarás bien sin mí –Hinata tomó aire temblando–. Haré lo que necesites. Ya sabes que sí.
Se apresuró a salir antes de que alguien pudiera convencerla de que se quedara. Tenía la sensación de que Kiba les iba a contar lo que había ocurrido, asegurándose de dejar bien claro cómo había intentado encontrarle trabajo.
Volvió a casa por una ruta distinta a la de sus padres para que no supieran que había parado en un restaurante chino para pedir arroz frito y Rangoon de cangrejo para llevar. Asolas en el parking, con una caja vacía de comida que estaba buenísima pero que probablemente acababa de añadir medio kilo a sus caderas, se apoyó en el volante del coche y se echó a llorar.
¿Cómo se había vuelto todo una mierda? Sabía que no estaba obesa, pero su familia tenía la costumbre de hacerla sentir como si fuera el elefante de la habitación.
Tenía que perder peso, sí, lo sabía. Había subido unos kilitos en el primer año de universidad y nunca los perdió, luego subió un poco más cada año. No hacía falta que se lo restregaran por la cara. Hinata se sonó la nariz con una servilleta arrugada. Derramó más lágrimas estúpidas. No ayudaba que su novio...
ex novio... quien se suponía que debía quererla incondicionalmente también se diera cuenta y se apresurara a dejarla porque estaba "redondita de caderas". Nunca sería tan capullo con Hanabi porque sus huesecitos eran gloriosamente perfectos.
Y ahora Naruto pensaría que ella era patética... Aún cuando le diera el trabajo. Probablemente era un jefe horroroso de todas formas. Hinata sorbió por la nariz y casi se echó a reír. Al menos ser fea tenía alguna ventaja. No había posibilidades de resultar tan sexy que él se volviera loco de deseo cuando debería estar trabajando.
Hinata necesitaba el trabajo. Así podría marcharse del sótano de sus padres para empezaren otro lugar.
Echó un poco de desinfectante de manos en una servilleta nueva y se limpió la cara y las manos antes de guardar las cajas de comida vacías debajo del asiento y salir del parking.
–Hinata –se dijo por el espejo retrovisor–. Todos los hombres son unos cerdos. Tú no tienes por qué atarte a uno como ha hecho Hanabi. Se acabó, ya no te queda nada. –Respiró hondo–. Encuéntrate a ti misma.
