XII
[Andy Williams – It's the Most Wonderful time of the Year]
Para Sherry Birkin la Navidad es la peor época del año. Sus padres casi nunca están en casa por culpa de su apasionante trabajo como científicos locos de Umbrella, lo que acarrea numerosas escenas incómodas en la Escuela. Sherry logra esquivar las miradas inquisitoriales gracias a una manta de indiferencia que se ha tejido con fibra de lamento. Pero, a diferencia de las otras fechas del año, en Navidad todos los niños presumen de sus familias, sus fiestas y los regalos que reciben. Aunque los regalos que recibe Sherry nunca han estado mal, y la llevan a fiestas más que elegantes, nunca ha podido presumir de su familia a nadie.
El año pasado el tío Irons le regaló unos patines dorados muy bonitos junto a un billete de 100 dólares. Sherry, que no era tonta, no negocia su cariño. Sin mucha ceremonia, dejó la caja con los patines y el dinero a un costado, sobre todos los demás regalo, aunque sin destacarse.
—¿Qué se dice, Sherry? —Preguntó Irons, desde su rechoncha figura aplastada en el sofá—, ¿qué se dice? —insistió.
—Está bien —dijo el tío Wesker, desde su parca postura—, no hace falta.
—Pero que lo diga una vez.
—No insistas.
—Pero es que no lo ha dicho ni una vez.
Y tenía que conformarse.
En cambio, el tío Wesker, que le cae muchísimo mejor y no huele a tabaco, licor y mujeres baratas, le regaló unas bonitas mancuerdas doradas que agradeció con un intenso abrazo y juró que nunca se las quitaría, aunque lo que más deseaba en realidad eran esos lentes negros que debían ocultar unos hermosos ojos azules tras sus lunas.
Reunirse con el tío Wesker y los 100 dólares del tío Irons era lo mejor que podía esperar, ya que daba por sentado que la noche del 24 la pasaría durmiendo, esperando no a Santa, sino a sus padres, sin encontrarlos nunca y quedándose dormida antes, para despertar la mañana siguiente con mamá o papá muertos de cansancio en el sofá, si es que había suerte, y en el peor de los casos, sola, sola nada más con la niñera, esa odiosa chica que le caían tan mal llamada Valerie, la practicante de su padre, y cuya sola existencia intuía en su mente infantil era una amenaza total para su familia. Prefería mucho más a Jany, por varios motivos. El primero era que su nombre, January, le hacía pensar más en el mes siguiente que en el actual y el segundo es que le dejaba más libertad para hacer lo que le daba la gana, aunque a cambio ella metía toda clase de novios tóxicos a su sala y una vez hasta en la habitación de sus padres. La muchacha Van Sant no era ninguna Santa, y para Sherry eso estaba bien, porque nadie era bueno en este mundo.
Aquella mañana Sherry se levantó y Valerie ya estaba allí. Sus padres le habían prometido, aun sabiendo que no lo cumplirían, que la llevarían al Raccoon Mall a ver a Santa y pedirle sus regalos. Sabía perfectamente desde que lo pidió que finalmente tendría que ir con una de las niñeras, pero no le importaba, su objetivo principal era acercarse lo más posible a Papá Noel y así poder asesinarlo, acabando así con la horrible tradición de la Navidad que siempre hace sentir mal a los que poco tienen contra los que lo tienen todo.
Luego decidió que tal misión era una locura, sobre todo luego de ver una película cuya premisa era que si vencías a Santa tomabas su lugar, y ella no estaba dispuesta a tal sacrificio, así que tiró su cuchillo envuelto al cesto de la cocina. Entonces cambió y decidió convencer a ese gordo de ayudarla a reparar su familia, la cual estaba segura debía tener un desperfecto arreglable. ¿Sabían William y Annette el daño que le hacían a su hija con su continua aunque no intencionada desatención? Es probable que nunca lo lleguen a saber ni les llegue a importar.
Así que allí estaba Sherry Birkin, una niña que pareciera a punto de desaparecer bajo un gorro navideño inmenso, embarcada en una misión para salvar aunque sea su pequeña Navidad. Aquella temprana mañana de sábado antes de la Navidad el Raccoon Mall estaba repleto de gente, congestionado en todos sus pasillos, entradas y salidas. Docenas y docenas de rostros extraños, ataviados o desorientados, se sucedían sin gesto o modal, y la pequeña Sherry se agarraba fuerte de la mano de Valerie y mantenía la mirada recta. Era obvio que no estaba acostumbrada al tumulto, la apertura, el bullicio. Si hasta se achicaba en las exposiciones escolares y debía reinar un silencio sepulcral para que se le oyese lo mínimo. Pero allí estaba ella, enterita, y allí estaba el maldito gordo de Santa, que por tantos años la había condenado a mañanas de terrible soledad y consuelos artificiales. Durante toda la cola, no se le vio sonreír. No brincaba como otros impacientes. Al llegar al frente, levantó el rostro. La joven Becky la cogió de los costados y la sentó en las piernas del Santa de turno, que no era otro que Bass Burton.
—Pues bueno, ¿cómo te llamas, pequeña?
—Sherry —dijo con tierna seriedad.
—Y dime, Sherry, ¿has sido buena este año?
—Eso creo.
—¿Eso crees? Jo, Jo, Jo...
—No lo sé, a veces pienso cosas malas.
—Cosas malas, eh. Te diré una cosa pero que quede entre tú y yo... —y se acercó a susurrarle—. A veces Santa también piensa en cosas malas.
—¿Santa puede ser malo? —preguntó intrigada la pequeña.
—Pues claro, imagina, ¿qué clase de joputa le puede dar carbón a un niño en la mejor fiesta del año? Claro, después del Octoberfest. Dime, niña, ¿has ido al Octoberfest alguna vez?
—Creo que no.
—Oye, Santa... —se acercó Becky disimuladamente, sin dejar de menear las campanillas de su vestido élfico—, hay muchos niños en la cola, ¿puedes ir al grano?
—Oh, bien —enrocó la voz—, dime, Sherry, ¿qué te gustaría esta Navidad?
—No quiero ningún regalo —declaró Sherry, con una seriedad en sus ojos que atravesó como un rayo la mímica de Bass. Este supo identificar de inmediato que lo de esta chica era tema serio, pero apenas pudo modular su voz un tanto para balbucear.
—Este... ¿Cómo que nada? Debe haber algo que quieras...
—Sí... —afirmó, pequeña e inocentemente—, todo lo que quiero esta Navidad es poder estar con mis padres para celebrarlas.
—Eh... —a Bass le entró su susto—, ¿Qué, cómo dices, qué pasa con tus padres, acaso ellos...?
—Ellos trabajan mucho. Y su trabajo es muy importante, y siempre me dan muchos regalos, pero... pero lo único que quiero es que estén conmigo...
Bass suspiró, pero no pudo dejar de sentir la necesidad de alegrar a esta niña de alguna manera, la que fuera.
—Pero... Pero... ¿Segura que no hay nada que quieras, eh? Santa lo puede conseguir.
—No, Santa. Más bien, toma todo lo que planeabas darme a mí, y dáselo a los otros niños que lo necesitan más. Yo con mis padres estoy contenta —y lo decía todo con una dulzura casi angelical.
—Joder... niña —Bass enjuagaba sus ojos—, vas a romper el puto corazón de Santa...
—¿Cómo dijo? —preguntó, haciéndose la inocente.
—No, nada, este...
—Ey, Santa. —llamó Becky, entre risillas— Los niños esperan. Vamos, rápido.
Bass reaccionó. Sabía que debía hacer algo, él era Santa, después de todo, y si Santa no podía hacer que una dulce niña tan inocente tuviese una Navidad feliz, entonces ¿de qué sería ser Santa, con un demonio? Sostuvo las manitas de la niña, y con una profunda convicción navideña, le susurró.
—Escúchame, niña, no sé si eres real o eres un angelito caído del cielo, pero te aseguro que Santa hará realidad tu sueño, ¿de acuerdo?
—¿Enserio? —Su tono gris y apagado se iluminó de repente dibujando una sonrisa de oreja a oreja en su rostro—. ¿Lo harás, Santa?
—Esto... ¡claro que sí, joder! ¿Qué tan difícil puede ser?
—¡Eres el mejor, Santa! —Le dio un abrazo— Lamento haber planeado tu muerte.
—Sí, claro. No hay problema, este ¿Cómo?
Sherry bajó de las piernas de Bass y corrió con alegría hacia su niñera, a quien tomó rápidamente de la mano para salir de allí.
—Vaya, parece que estás muy contenta de repente ¿Verdad? —Le habló Valerie mientras era arrastrada por la niña— ¿Santa te traerá lo que quieres?
—Quiero helado. Cómprame helado. Grande.
—Ah, claro, Sherry, lo que tú quieras.
Bass sintió que se le ensanchó el pecho al haber hecho tan gran labor en ese momento, pero luego la terrible realidad cayó en sus hombros.
—Becky —la jaló del brazo para susurrarle luego de que depositara al siguiente niño en sus piernas— ¿Sabes cómo se llamaba la última niña que estuvo aquí?
—¿Cómo voy a saberlo? Los niños no rellenas formularios. Ahora vuelve al trabajo —y se zafó.
—Demonios, ¿por qué carajos le prometí algo así? Ahora seguro que se decepciona de la Navidad y se termina volviendo una drogadicta. —La gran sombra de Linda Burton se ceñía sobre el bienintencionado corazón de Bass. Entonces se percató que el niño que traía sobre las piernas le sacó una tarjeta del bolsillo—, ¿Qué tienes allí? —le dijo quitándoselo en el acto.
Era una tarjeta navideña y decía:
"Querido Santa, solo para que no se te olvide te escribí esta carta. Mi nombre es Sherry Birkin, vivo en el 457 del barrio residencial St. Coleman y mi número es el 543-6798-1"
Bass suspiró aliviado.
—Qué niña tan precavida. Supongo que lo mínimo que puedo hacer es llamar a los malditos de sus padres. Oh, demonios, Bass, ¿por qué tendrás este corazón tan grande?
