XIII
Mientras tanto, una noche cualquiera, en casa de los Burton, o mejor dicho, en el camper de Bass y Tina, crecía con secretismo una conspiración.
—Entonces eso es. ¿Verdad? —susurró Bass.
—Así es —la sonrisa de Tina era malévola.
—¿Completamente segura? —los ojos de Bass denotaban una ligera duda.
—Absolutamente —y los de Tina completa determinación.
—Bien —sonrió el hombre, con sus gruesos dientes y su barba montaraz—, entonces eso será... Robaremos la casa en Navidad, y luego ¡la quemaremos!
Tina y Bass rieron enorme y malvadamente.
Linda se levantó de golpe.
—¡Mi pavo!
Se encontraba en el silencio rutilante de su sala, vencida por un día agotador y las contradicciones del corazón. Algunas cosas pasan de madre a hija.
Mientras tanto, en la verdadera casa rodante de Bass, crecía con secretismo una conspiración.
—Entonces eso es. ¿Verdad? —susurró Bass.
—Así es —la sonrisa de Tina era malévola.
—¿Completamente segura? —los ojos de Bass denotaban una ligera duda.
—Absolutamente —y los de Tina completa determinación.
—Bien, entonces eso será... —sonrió él—, ¡La Muñeca Annabelle que llora sangre! ¡El regalo perfecto para Polly! —levantó la revista con la página del producto marcada.
Tina y Bass se abrazaron efusivamente.
—Gracias, Tina. Fue una gran idea consultarle a Moira, nadie conoce mejor a Polly que ella.
—No hay de qué. Polly es un encanto y se pondrá muy feliz, jajá. Sabes, por alguna razón Barry y Linda creen que no es buen juguete para ella.
—Bah, ¿Qué saben los padres sobre juguetes?
Entonces llegó el sábado. Hasta entonces, Bass había logrado esquivar a Barry en el trabajo de Santas, pero era el primero de los tres días que tendrían que trabajar de corrido para recibir la gran demanda de niños leales a la versión gordinflona y querida del Gran Hermano, y ahora debería estar mucho más atento y avispado. No sería imposible, pero sí muy complicado lograrlo, pero con un poco de suerte quizás usaría el ajetreo natural de estos días para evitarlo lo suficiente como para salir airoso.
Tras escuchar la noble petición de la pequeña Sherry, siguió atendiendo a unos niños más e hizo el relevo, obteniendo así un descanso de míseros 30 minutos hasta su próximo turno. Como tenía previsto, esta sería una buena oportunidad para conseguir la bendita muñeca de Annabelle para Polly, así que se escabulló en las tiendas departamentales, guardando su gorro y su saco en la bolsa, pero conservando la barba para sostener su fachada, y para su buena suerte logró encontrar un lote bastante abastecido de la dichosa muñeca, pero para su mala suerte, esta costaba más de 300 dólares.
—Putos capitalistas avariciosos, hijos de perra.
Bass pateaba rabiosamente el polvo ausente del lustrado piso. Su salario del día, contenido en un delgado cheque, no le permitiría costearse tal lujo.
—¿Eh, 28 dólares? ¿Eso es todo? Con esto no podré comprar ningún puto regalo decente
—Fue un día difícil —fue lo último que oyó antes que quedar colgado.
—Eso digo yo —pateó otra vez Bass— Jo, a este paso tendré el dinero para los regalos en la Navidad del 2015. Uhm... —pensó, deteniéndose ante un anuncio reluciente—, los calcetines están en oferta.
—Pss, oye amigo —llegó un susurro a su oreja—, ¿tienes problemas con los regalos de Navidad? —Bass le levantó una ceja.
—¿Qué? —Bass se giró, extrañado, encontrando a otro tipo, uno muy delgado, también vestido de Santa—, ¿Hablas conmigo?
—Todo el mundo se pone muy loco con los regalos en esta época. Y es normal ¿verdad? ¿Alguna vez te has preguntado cuál es el verdadero sentido de la Navidad?
—¿El verdadero sentido de la Navidad? ¿Qué?
—Ya sabes ¿Qué es lo más importante? ¿La familia? ¿Tú crees que es la familia lo más importante en la Navidad?
—Sí, supongo que sí.
—Vamos, viejo, la familia se puede reunir en cualquier momento del año. Un funeral y está toda la familia reunida. ¿Una boda? Todos reunidos. ¿4 de julio? ¿13 de septiembre? ¿Acción de Gracias? ¡Pam! Allí están todos metidos, los sobrinos, los primos, los tíos, cuñados, cuñadas, suegra, hasta el novio de la hija de la prima segunda de la media hermana de tu esposa. Joder, la familia se reúne todo el tiempo. Y también lo hace en Navidad. ¿Pero qué tiene de diferente la Navidad? ¿Eh? ¿Qué la hace especial? ¿Eh? Ey ¿Me estas escuchando?
Bass se había perdido en el discursito divagante del amigo.
—Claro, claro...
—¿Sabes lo que es? ¿Lo sabes? —le chasqueó los dedos.
—No, no...
—Los-Regalos —pronunció con perfección y escupitajo— Son los regalos, viejo, aunque digan que no. Los putos regalos. ¿En qué otra época del año se dan regalos?
—En tu cumpleaños...
—Presta atención, viejo. Navidad igual a regalos. ¿No es verdad? Navidad-igual-regalos. ¿Tengo o no tengo razón?
—No veo fallos en esa lógica.
—Navidad es para dar regalos. Si no podemos dar un buen regalo, ¿para qué estamos aquí? ¿No es verdad? Tengo razón ¿no?
—Claro, los putos regalos —se animó Bass, genuinamente contagiado.
—Conozco un lugar —volviendo el tipo a su tono susurrante—, un buen sitio donde rematan buenos juguetes a un precio de locura. ¿Te interesa?
—¿Buenos juguetes a bajo precio? ¡Claro que me interesa! —Exclamó Bass emocionado y poco sutil—, ¿Cuál es la fábrica que vamos a asaltar?
—Wow, wow, tranquilo, viejo. ¿Quién dijo algo de asaltar un Banco, eh? ¿Yo lo dije? —el tipo retrocedió, nervioso.
—¿Un Banco? —preguntó Bass extrañado.
—¿Qué eres? ¿Policía? ¿Eres policía? ¡Muéstrame tu placa! —empezó a palparle los bolsillos.
—No, no…
—¿Eres un maldito policía? ¿Qué tienes? ¿Micrófonos? ¿Tienes un puto micrófono? ¿Quieres meterme en la cárcel? —hablaba todo rápido, y mirando en todas direcciones y riéndose con cortes frenéticos—. No, no es que ya haya estado allí, no, no, Pabellón C, Alcaide Wagner, desnudos en el paredón... no, no...
—Viejo, yo solo quiero buenos regalos para esta Navidad… —dijo Bass, casi suplicando que se acabe la payasada.
El Santa, flaco y exaltado, pasó a respirar y relajarse un poco.
—Bien, bien. ¿Qué te parece mañana a la hora del almuerzo?
—¿La hora de mi almuerzo?
—Sí, viejo. Descuida. Yo te llevaré. Y será mejor que lleves tu saco de Santa — y se alejó, riendo como un mafioso.
—Cielos, qué agradable sujeto.
Y mientras toda esta bizarra escena tenía lugar, a cierta cantidad de metros, escuchando furtivamente y camuflado en su traje de Santa, estaba Barry, con una expresión de casi todo realizado. Estos debían ser los tipos que buscaban. Y su emoción era tanta que apenas disimulaba su rostro feliz, tanto que otro de los Santas, uno que tenía un piercing atravesándole la nariz y un dragón tatuado en la cara, se le paró en medio, clavándole los ojos con odio. Barry solo atinó a toser y reír escandalosamente a la vez que agitaba su campana.
—¡JOJOJOJO!
Cuando se hubo otra vez libre, llamó por el intercomunicador.
—Pisch, oye, Jill, creo que lo encontré...
—No bromees.
—¿Te parece que es broma? Lo digo enserio, mujer. Es él. Es... El Santa.
Y tras un pequeño silencio de impresión reservada, Jill lo dijo.
—Mierda.
—Jill, lo sabes —inquirió Barry—, lo necesitamos.
Ya era tarde, y hacía frío, cuando Jill encontró a Chris alimentando a las palomas en el Fox Park. Él ya la había notado acercarse, con su paso silente y recogiéndose las solapas contra los aires que corrían.
—Me honra que la Princesa de las Nieves me visite en esta Navidad —bromeó Chris, rodeado de palomas cabeceadoras—, ¿a qué debo el honor?
Jill giró los ojos, y volvió a cruzarse de brazos.
—Redfield, he venido a solicitar su apoyo para un operativo.
Pero él no podía escucharle bien entre el zureo de las aves.
—¿Cómo dices? —Levantó el oído, y Jill, tras una exhalación de fastidio, levantó la voz, logrando nada más que las aves zurearan más intensamente—, ¡¿Cómo?! —y Jill gritó, y su grito fue acallado por el caótico concierto aviar.
Chris se estaba riendo.
—Eres un...
—Oye, Valentine, ¿por qué no te acercas?
—Estoy bien aquí, gracias —Jill se giraba, se recogía el cabello. Se le notaba con evidencia incómoda—, podrías venir tú... y dejar a esas... esas cosas...
—¿Qué? No me digas que a la indómita Jill Valentine le asuntan unos pajaritos.
—Son ratas con alas, y acarrean enfermedades y...
—Ya, ya, ya —Chris ya salía de la asamblea de palomos y quedaba frente a Jill—, y bueno... ¿qué pasa?
—¿Qué pasa? Pasa que requiero que organices un equipo y estén a punto.
—Uy, ¿y esa es forma de pedirlo?
—Irons me dio autoridad.
—Sí, bueno, mira, resulta que nadie ha visto a Irons en una semana y yo estoy algo ocupado, ¿sabes?
—¿Haciendo qué, alimentando aves?
—Pues... sí, precisamente eso estoy haciendo.
Jill suspiró, fastidiada. Chris se sonrió. A lo mejor solo quería molestar un poco a la inquebrantable Valentine ahora que había descubierto una debilidad en su coraza.
—Redfield... No apruebo tus métodos, que te quede claro, ni comparto tu filosofía sobre la heroicidad. Eres insubordinado y no respetas los protocolos —tras sus insultos bien medidos, suspiró—, pero, admito que tus métodos son algunas veces efectivos, y necesarios en otras ocasiones...
—¿Así, y qué más? —sonrió, con una sonrisa medio boba.
—¿Qué es lo que quieres, Redfield, que me humille?
—No estaría mal.
Se sostuvieron la mirada. Ella filosa como el hielo y él cándido como un fueguito.
—¿Sabes algo? —dijo Jill, enseriada.
—¿Qué? —sonrió Chris.
—Púdrete. No vale la pena —le sacó el dedo corazón y se giró.
—Oye, oye, está bien, te ayudaré —al fin Chris se dejó de tanto teatrito.
—Eh... —Jill se detuvo—, ¿Enserio?
—Pues claro, joder, somos STARS —afirmó Chris—. Solo quería disfrutar un poco el momento, sabes, no siempre se puede...
—Eres un idiota.
—Oye... —Chris ya solo se hundió de hombros—, soy el primero en saberlo.
Y donde debió ir una pequeña disculpa de parte de Redfield, solo hubo otro silencio.
Jill, con sus ojos abiertos y un movimiento de palma, como que invitaba al acto.
Chris movía incómodamente la cabeza.
—Entonces... ¿Algo que quieras decir?
Chris como que lo pensó.
—No, no, no exactamente...
Jill volvió a quedar descolocada.
—¿Y entonces?
—Uhm... supongo que ya lo entenderás.
—¿Qué se supone que tengo que entender, Redfield?
—Nada, nada... por cierto, ¿tienes hambre?
Chris le ofreció un cacho de pan a Jill, y esta lo cogió sin que mediara el razonamiento, porque cuando se dio cuenta las docenas de aves que vagaban aprendían el vuelo con el batir insoportable de sus alas e iban hacia ella.
—¡Ay, eres un...! —Jill tiró el mendrugo y se alejó agachando la cabeza, escapando de la bandada voraz.
A las 10, la plaza alcanzaba una conjunción de paz. Con Jill intentando peinarse con las manos, Chris contemplaba el estanque congelado en el que patinaban parejas, padres, madres, hijos e hijas, incluso ancianos que se reían mucho en sus deslices tontos. El decorado lumínico como que encantaba el ambiente.
—Por cierto... ¿Cómo sabías dónde estaba?
—Dijiste que siempre vas al parque.
Chris se sorprendió. ¿Cuántas posibilidades habían de que Jill recordase esa mentira y Chris decidiese volverla realidad justo al mismo tiempo? Decidió achacarlo a la casualidad más espuria, aunque a lo mejor y conservaba algún hálito bendito.
—No te confundas —lo destrozó Jill—, no venía a verte.
—¿Ah, no? —Chris creyó poder atravesar la muralla de Jill con un lanzón de escepticismo—, ¿y entonces qué?
—Venía a la Iglesia.
—¿Eh? —Chris quedó desubicado.
Podía imaginar a Jill en muchos lugares, pero una Iglesia no era uno de ellos, ¿acaso podía ser que Jill fuese una furibunda devota?
—Dime, ¿tú vas a la Iglesia?
—Eh... bueno... —la chaqueta le apretaba la garganta—, no tengo problemas con el Grandote mientras él no se meta conmigo.
—Ya veo.
—Este... ¿y tú, tú eres creyente?
—No realmente —otra descolocación.
—¿Y entonces? —la intermitencia de las luces iluminaba los ojos grises de Jill, y los hacía lucir azules o verdes, intensos y dulces.
—Vengo a oír el coro. ¿Nunca lo has escuchado?
[Benedictine Nuns of The Abbey of Notre-Dame & d'argentan denise lebon easter vigil litany]
Entraron a la Iglesia a través de su portón gigantesco de madera tachonada. La arquitectura era visiblemente gótica, aunque los acabados más bien postmodernos, pero Chris quedó casi de inmediato imbuido por el candor de las altas velas que enriquecían los techos, rebotada en los ventanales y volvía a sus Santos imponentes y mágicos. Al fondo, frente al altar del hombre crucificado, dos docenas de monaguillos se formaban ante una multitud escasa, y entonaban un suave canto de ostentoso espíritu. Sin que Chris se diera cuenta, Jill fue a sentarse, pero dejó un espacio abierto a su lado, como invitándole. Se deslizó sin ruido, levemente agachando el mentón, como si tuviese que pedir perdón por su sola presencia. Allí, sentados, escucharon y no dijeron nada. Como si se fuese a romper una bellísima pero frágil escultura de cristal, Chris contuvo incluso la respiración. Creyó ver, con el rabillo del ojo, a una Jill tranquila y sonriente, pero no se giró, temeroso de destruir una linda especulación.
