Capítulo 4

– ¿Estás segura de que quieres hacerlo, Hinata? –preguntó su madre–. La boda de tu hermana será dentro de unos cuantos meses y de verdad te necesita. Además, no creo que estar sentada le haga ningún bien a tu figura.

Le daban ganas de lanzarle una almohada a su madre. ¿De verdad? ¿No iba a animarla ni siquiera un poco, no iba a felicitarla? Hinata apretó los dientes.

–Piensa que ahora que gane dinero podré darles un regalo de boda madre no estaba muy convencida.

–Más te vale comprarles un buen regalo –dijo–. Kiba se ha tomado muchas molestias para conseguirte este trabajo.

Claro, porque yo sola no puedo conseguir nada. Seguramente fue por eso por lo que me recomendó. Para que les comprara un mejor regalo de boda. Era dudoso que aquel capullo tuviese una conciencia que quisiera tranquilizar.

–Lo haré, mamá. –Hinata se obligó a sonreír, guardó el resto de sus cosas en una caja y la cerró con cinta adhesiva.

Eran las ocho de la noche; habían pasado menos de seis horas desde que había sido contratada oficialmente para trabajar para Naruto Namikaze. Era la mudanza más rápida que había hecho, incluso más que cuando se mudó de su... Bueno, del apartamento suyo y de Kiba. La diferencia era que ahora tenía que salir del sótano de sus padres antes de que la volvieran loca o de que descubrieran el almacén de comida chatarra que tenía debajo del sofá para poder soportar la peor locura pre boda de la historia. Iba a llevar sus cosas al nuevo apartamento que, con suerte, ya estaría disponible. Naruto Namikaze arqueó las cejas cuando ella le pidió la llave, pero se la dio sin hacer preguntas. Quería descargarlo todo ella misma y dormir en el suelo aquella noche.

Su madre soltó un suspiro sonoro por enésima vez.

–De verdad me gustaría que te lo pensaras, cariño.

–Ya lo he pensado –dijo Hinata–. De verdad. Es una buena decisión, mamá. Para todos. Va a ser un buen lugar para mí.

–Es que me gustaría que hubieses pensado en tu hermana antes de marcharte.

Hinata puso los ojos en blanco. Hanabi no dependía para nada de ella, tenía una vida propia. ¿Por qué demonios iba a tener que pensar en ella antes de tomar una decisión?Sonrió. Ahora Kiba se encargaba de eso.

–Me voy, mamá. Asúmelo –soltó.

Levantó la caja y salió por la puerta abierta hacia el césped que había junto al coche. Su madre se retiró indignada, dejando a Hinata que cargara con todas las cosas, algo que le parecía bien, aunque tardara el doble y acabara exhausta. Al menos el apartamento estaba amueblado.

Cuando cerró el maletero con un golpe, su padre salió de casa.

–Tu madre está llorando dentro –dijo, mirándola como si quisiera marcharse con ella–. ¿Te vas?

–He encontrado trabajo, papá –dijo–. Incluye un apartamento. Empiezo mañana.

Él sonrió de oreja a oreja y la abrazó.

–Felicidades, mi niña.

Hinata sonrió con amplitud, saboreando su aprobación.

–Gracias, pa...

Justo en ese momento sonó el móvil. Él lo sacó del bolsillo y lo miró.

–Del trabajo –dijo–. Perdona, Hinata. Buena suerte con la mudanza. –Respondió mientras caminaba de vuelta a casa.

Hinata lo observó mientras se marchaba; montó en el asiento del conductor y arrancó el coche.

Y así, sin más, el único entusiasmo procedente de su familia por el nuevo trabajo, había concluido.

Salió de la plaza de aparcamiento decidida a empezar de cero.