XIV

Mientras tanto, Enrico vivía su propio cuento de Navidad, aunque las cosas se torcerían por una casualidad.

Brad le confirmó que un mensaje había llegado. Podría ser que su mala suerte hubiera acabado.

"Si quieres el muñeco, yo te puedo ayudar. Ven a esta dirección, el día y la hora que te voy a indicar"

No lo sé, capitán. Se ve sospechoso —dijo Brad

¿Y tú qué vas a saber, baboso? Apúrate y dale like.

El tiempo tiene esa incómoda costumbre de no poder recuperarse. Con la Noche Buena tan cerca como sus cuellos lo estaban de la guillotina pública, era imprescindible actuar rápido, sigilosos y ser efectivos, moverse así sea guiado por una pista tan volátil como un casual acuerdo entre dos proletarios en su rato libre. Así que Jill pasó indicaciones, Chris reclutó hombres, y para cuando la mañana pasaba a ser tarde, y el Raccoon Mall empezaba a ver sus parqueaderos llenos el operativo, el aire ya tenía ese ligero aroma de los casquillos calentándose y la conspiración marchando, y tan solo faltaba ese tonto útil que los llevaría a la olla de los huevos dorados, como decía Irons a veces, donde bailarían y cantarían con los putos Oompa Loompas, como solía bromear Irons, y comerían setas y hongos alucinógenos para entrar en consonancia con los dioses de las fuerzas policiales que los imbuirían del cosmos necesario para poner orden en esta mugrosa y amada ciudad... todo siempre según Irons.

Llegó la hora del almuerzo.

Bass esperó en el estacionamiento trasero del Mall, todavía ataviado con su traje y llevando su saco como le indicaron, y a pocos metros, tras un abeto, esperaba Barry.

—Vamos, desgraciado hijo de perra, has el intercambio... —susurraba esta y otras cosas, como para quitarse los nervios.

Finalmente, el Santa delgaducho apareció con su caminar discreto y con un leve toque en el hombro le indicó a Bass que lo siguiera. Al final de la calle esperaba una furgoneta, dentro de la cual algunos Santas conversaban de temas íntimos.

—Se lo están llevando.

—Debe ser al lugar del tráfico. Síguelos, Barry.

—Sí, bueno, fácil es decirlo.

Barry buscó algún vehículo con el cual pudiera hacerse pero solo pudo divisar a una niña de unos 10 años abrigada con ropa rosada y sobre un scooter, también rosado.

—Ey, niña, préstame tu triciclo.

—Es un scooter, torpe ¡Ey! —se sorprendió—. ¿Tú no eres Santa?

—Es un asunto policial, niñita —le dijo mostrándole su placa.

—¿Santa es policía?

—Claro ¿Por qué no?

Barry quiso ya tomar posición del vehículo, pero la niña insistió.

—¿No se supone que Santa debe entregar regalos en lugar de quitarlos?

—Eso depende de cómo te hayas portado. Ahora, presta.

La niña se volvió, bloqueando el ansiado scooter.

—Espera —miró con recelo y precaución—, ¿No serás tú uno de esos Santas ladrones de los que hablan en la tele, verdad?

Era una niña bien informada.

—Ya te dije que soy policía.

—¿Cómo sé que esa es una placa real?

—Tú no sabes la diferencia.

—¡Auxilio! ¡Santa Claus me está robando mi triciclo! —gritó al vacío estacionamiento.

—Dijiste que era un scooter.

—¡Ahhh!

—Está bien, está bien —Barry amainó—. No grites, niñita. Mira, te daré 20 dólares.

—El precio es de 80, panzón.

—¿Qué?

—¡Ayuda!

—Está bien, bien. Ten. ¿Qué demonios les enseñan a los niños hoy en la escuela?

—El futuro es ahora, viejo.

—Seguro serás política cuando crezcas.

—No rayes las ruedas, son de cromo, y te recomiendo recargar la batería cada 4 horas, y bajarle un poco a las tortas, gordinflón.

—Sí, sí, ahora largo de aquí.

—Un placer hacer negocios contigo, Santa.

Y la niña se fue corriendo. Barry salió heroico del estacionamiento montado en el scooter rosita, pero pronto fue desacelerando hasta quedarse totalmente inmóvil. La batería se había agotado. "Maldita mocosa". Tuvo entonces que darle uso a ese vieja rodilla suya e impulsar el scooter con los pies.

La imagen de un Santa recorriendo la ciudad con un scooter rosita estaría en las noticias esa noche como mero entremés curioso entre los resultados del operativo. Algunos niños le tomaron fotos mientras sorteaba el tráfico, inesperado aliado, y algunos insistían en que recibiese sus pedidos en cartas retrasadas, y Barry poco pudo negarse y se las fue guardando en el cinto.

Poco podía saber lo que se conversaba en el interior de esa furgoneta.

—Oye, ¿y estás buscando un regalo en específico? —preguntó un Santa, uno genuinamente viejo y chimuelo.

—Bueno, he visto que está de moda esa muñeca Annabelle que llora Sangre.

—Eh, sí, la de la risa psicópata —habló un Santa pequeñito—, dicen que es un artículo de colección.

—¿Lo tendrán?

—Ja, pues claro, viejo. No hay nada que no tengamos —insistió el Santa flaco.

Finalmente, la furgoneta aparcó en una callejuela tras un bar de respetada reputación. Barry observó desde lejos, con sus binoculares de Barbie Exploradora.

—¿Jill, estás viendo esto?

—Obviamente no, Barry.

—Es el Bar Jack.

—¿Jack? No puede ser que esté involucrado.

Los Santas bajaron y haciendo una cola de sospechas y miradas taciturnas fueron entrando por la puerta trasera mientras la luz del portal se encendía y apagaba por cada gorro que contaba.

[Nat King Cole – Chestnuts roasting on an open fire]

—¿Qué tal, Jack, cómo va todo?

—Pues como siempre. Jodido.

—Jeje, no pierdas el espíritu.

Jack dejó los trastos que fregaba desmotivado, al ritmo de un hostigado Nat King Cole en la rocola, y con la llave más oxidada de su manojo abrió el triple candado de la bodega. Los Santas, mostrando sus respetos, entraron. Bass se sentía descendiendo a los infiernos mientras más escalones húmedos pisaba y entre toneles de madera se encontraba. Alguna mano enguantada encendió la luz y otros Santas se apresuraron en empujar un gran armario.

—Barry, tienes que averiguar qué está pasando allí...

—Voy, voy, Jill, diablos...

Tocó la puerta del Bar Jack. Este abrió, extrañado.

—Pensé que habían llegado todos —dijo con su voz apagada.

—Eh, bueno. Se me hizo un poco tarde, ya sabe, con lo del reno.

—Claro. No me dijeron nada.

—Ah, no hacía falta. Me esperan, eh, adentro...

Barry se empujó a sí mismo dentro del Bar y Jack, con el ojo saltón, procedió a abrirle la pesada puerta con un suspiro igual de pesado.

—Bueno... ¿a qué esperas?

Barry asintió, nervioso, y entró, torpe.

Al descender, vio que los Santas habían desaparecido.

Bass continuaba su viaje, a través de un pasillo subterráneo sorprendentemente bien alumbrado y enmarañado de tuberías de gas y desagüe.

—¿No es increíble? —Habló el Santa delgado—, la ciudad está llena de estos pasadizos subterráneo, creo que se preparaban para la guerra o algo. Te lo aseguro, si algún día comienza el apocalipsis, Raccoon será la ciudad más segura para estar...

—Llegamos.

Atravesaron una pequeña cortinilla de plástico y de pronto Bass se encontró en un atestado y movido taller con bandas transportadoras, cajas descargadas y zonas de ensamblaje, donde los Santa y los Elfos se distribuían indistintos, compartían cigarros y escupían en el piso mientras empaquetaban juguetes o agrupaban pelotas en redes. Bass creía sentirlo, pero era como si el espíritu navideño estuviera en el aire.

Un teléfono en la pared sonó. El Santa delgaducho lo cogió, y rápidamente colgó.

—Hey, ustedes dos, parece que tenemos un mirón, vayan a ver...

Dos de los Santas, indistintos pero particulares, se volvieron al pasillo. Bass, embelesado por la magia de la navidad, poco podía pensar en la suerte de ese pobre imbécil. Barry, sin saber bien a dónde meter la cabeza, solo atinó a saltar entre los toneles cuando el pesado estante empezó a temblar como si fuera a explotar. Los dos Santas salieron, empujándose, del pasillo ahora revelado.

—Oye, ¿y dónde mierda está ese tipo?

No pudo escuchar respuesta alguna, porque un conciso golpe con una bolsa llena de regalos de plomo lo noqueó. El otro, con rostro anodino, apenas pudo reaccionar cuando el puño de Barry dio a parar en su nariz. Indeciso, Barry se metió.

—Bien, mira, aquí está.

Era la muñeca de edición limitada de Annabelle que llora Sangre y además lanza maldiciones, en una bonita caja decorativa de motivos isabelinos y góticos.

—Serían 130 dólares.

—¿130? —se indignó el Bass—. ¿Acaso esta cosa va a hacerme el desayuno?

—Hey, está rebajado de 300. Es una ganga, viejo.

—Diablos, es demasiado bueno para dejarlo pasar, pero... —Bass lo consideraba, lleno de frustraciones—, no tengo el suficiente dinero ahora.

—Bueno, ese es un problema que se puede arreglar —sugirió el Santa flaco.

—¿Así? ¿Cómo?

—Mira, podrías hacer unos trabajitos. Ya sabes, siempre hay cosas que hacer.

—Sí, claro —asentía Bass, rítmicamente.

—Verás, hay unos traficantes de alcohol al otro lado del río que se están metiendo con nuestros clientes y quisiéramos que alguien fuera a darles un susto, ¿me entiendes, eh? Sí me entiendes, ¿verdad?

—Eh, claro, Jejé, por supuesto —decía Bass, sin idea.

En esos momentos Barry atravesó la cortinilla, pasando a confundirse con un pelotón de Santas que arreaban carretillas repletas de cajas machucadas. Barry levantó su campanilla, apuntando el lente que se ocultaba bajo ella hacia la escena del taller, registrándolo todo con detalles digitales.

—Rayos, Jill, ¿estás viendo esto?

—No te puedo... Barry, la... No es buena... —la voz de Jill legaba entrecortada.

—Están construyendo juguetes y, miren eso... —Barry se detuvo ante un letrero que indicaba "Dulcería"—, creo que rellenan sus pasteles con una crema especial.

—Bien, hermano, ¿qué dices, trato?

—Jo, creo que es un sí —Bass se apresuró en estrechar las manos enguantadas y coger la muñeca en su fina caja, para luego abrirla sin mayor cuidado.

—Eh, ¿qué carajos haces?

—Bueno, es que siempre me gusta comprobar que no compro basura, ¿sabes?

Dijo muy animoso, pero la sonrisa se le borró del rostro cuando sintió la tela barata del vestido de la muñeca, y pudo ver lo mal pintados que tenía los ojos y las mejillas, y peor aún fue cuando le apretó la panza y dijo con la voz de un rudo militar:

—Es Hora de Comer Plomo, Comunista.

Un diablo apareció en la mirada de Bass.

—Verás, hermano, es un modelo inédito de China...

Pero el Santa vio su cuello atrapado por las tozudas manos de Bass, que aunque cubierta de esa lana, porque barata, no se amilanaban. Pero poco pudo hacer, ya que más rápido de lo que imaginó, se vio rodeado de Santas tan o más corpulentos que él que tronaban sus dedos o agitaban una palanca en forma de bastón de caramelo.

—A ver, esperen un momento.

Los Santas cogieron a Bass de los brazos y lo llevaron contra la mesa de metal.

—Lo siento, viejo, verás, sí tenemos una Annabelle original, pero esa la usamos para fabricar las copias, ¿cómo crees que lo conseguimos, eh?

—Ustedes... —entonces Bass se dio cuenta de muchas cosas, como que si dejas la leche fuera de la nevera esta se echa a perder, o que el césped amanece mojado por el rocío matutino, y que unos Santas desconchabados te conduzcan a un almacén subterráneo donde fabrican muñecos que venden mucho más baratos que en las tiendas definitivamente no puede significar nada legal—. Ustedes son esos criminales de los que tanto hablan en la tele, esos ¡Conejos de Pascua!

—¡Eres un imbécil! ¡Rómpanle el hocico a patadas! —le jalonearon las solapas.

—¡Esperen, espere! Eh... yo quiero la muñeca, la original, la compraré...

Los Santas se vieron las barbudas caras.

—Bueno —dijo uno—, puedes llevártela... Por 5000 dólares.

—¡¿Qué?! ¡¿Acaso están cojudos?! —gritó, furioso Bass.

—¿Barry... Qué demonios... Está pasando? —insistía Jill entre los cortes.

—No lo sé, pero creo que es una especie de iniciación.

—Te daré a escoger. O pagas los 5000 por la muñeca, o te vas sin un riñón —Santa desenfundó una navaja.

Barry supo en ese instante que esto quizás estaba yendo demasiado lejos.

—La transacción fracasó, repito, Jill, fracasó. Parece que hay un conflicto interno entre los Santas —Barry se desplazaba furtivamente entre estantes y disparaba con su camarilla de caramelo hacia las mesas de ensamblaje, los paquetes de sustancia sospechosa y los galones de nitroglicerina—, parece que ese pobre imbécil será descuartizado, Oh My God, esto es terrible...

—Oye, ¿y quién carajos eres tú?

Un Santa se acercó y encaró directamente al sospechoso Barry.

Los Santas se giraron ante el extraño Santa de más.