XV

La travesía de Enrico por terminar su mala suerte, lo terminó llevando a un callejón de mala muerte.

¿Vienes por el muñeco?—preguntó un sujeto de mal aspecto

Eso depende. ¿Tú quién eres?

¿Tienes o no la plata, anciano? —amenazó al italiano

Bien, tranquilo. ¿Cuánto cuesta el maldito?

Serán 300 —Enrico buscó asiento.

¿Al menos puedo verlo primero? —reclamó con tono peleonero.

¿Acaso no confías en mí, viejo? Ya, venga el dinero.

Comenzó un forcejeo entre ambos, y entonces lo rodearon unos vagos.

¿Quiénes demonios son ustedes? —intentó desenfundar su Eagle.

Pero no tuvo oportunidad y se lo terminaron llevando. Él solo vio oscuridad, y supo que estaban secuestrado.

—¿En qué sector trabajas? ¿Quién es tu contacto?

Los Santas rodeaban a Barry y los punzaban con malas miradas y preguntas.

—Oye, amigo, no tengo por qué responder esas cosas —dijo Barry fingiendo altanería.

Al escuchar esas palabras y esa falsa gallardía, Bass pudo identificar de inmediato a su hermano.

—Habla, o te hacemos un examen de próstata.

—Uhmm bueno, eso no estaría tan mal... —consideró Barry.

—¡Con este gancho! —mostró uno de esos ganchos grandes y robustos, llenos de óxido y moho, de los que usan los barcos para atracar.

Barry se echó pa'trás.

—Cielos, amigos, ¿en verdad tenemos que llegar a esto? Somos colegas, digo...

—No somos colegas, maldito imbécil.

Barry se giró, indignado y furioso, pero no encontró la fuente del improperio. Tuvo que agachar la cabeza para descubrir al pequeño Santa de un metro que lo encaraba con un bailecito retador.

—¿Ese pequeñín acaba de insultarme? —Preguntó, ridículo—, ¿qué pasó aquí? Joder, ¡parece que Santa se cogió un puto elfo!

—No te metas con el pequeño Joe, idiota —se acercaron otros Santas, cercando posibles rutas de amague—, ¿por qué no respondes, eh? ¿Quién diablos eres tú?

—Bueno, eh, muchachos, digamos, eh, digamos que soy, bueno, esto... ¿Cómo decirlo? Ah, ya sé, ¡soy su Nueva Mamá!

Y lanzó dos codazos que dieron de refilón en los Santas que tenía detrás, para luego lanzarse contra otro par y empotrarlos contra las pilas de cajas con peluches cocidos y pelotas tóxicas. Los Santas cayeron todos encima de él.

—¡Tráiganlo pa acá! ¡Tiene un micrófono! ¡¿Así que micrófonos, eh?! ¡Maldita rata!

—¡Hey, ¿qué les pasa?! ¡Por supuesto que no traigo un micrófono, el que dijo eso es un mentiroso y se puede morir su mamá!

—¡Siéntenlo! ¡Ábranle el saco!

Bass se mantenía a la expectativa, siempre rodeando el círculo tumultuoso.

A Barry lo sentaron en una de esas sillas doradas de cojines rojos, lo manosearon todo todito y le arrancaron la barba de un tirón.

—¡Hey, había barba real en eso! —gritó adolorido.

—¿Conque ningún micrófono, eh? —el Santa le extrajo una red de cables, auriculares y conectores.

—Ah, con eso escucho música.

—Yo te conozco —habló en Santa delgaducho, como hipnotizado ante ese rostro ahora descubierto—, sí, eres el tal Barry Burton de los STARS, sí, ese eres.

—¿Eh, es un STARS? Maldición, esos infelices siguen sobre nosotros. Carajos, yo me voy —y cosas así se escucharon por el salón.

—¡Que nadie se mueva! —gritó el Santa, a lo que todos los murmullos callaron. Caminó hacia Barry, y le acercó la cara—. Sí, un STARS, ¿verdad? Barry el Gracioso, ¿payasito eres, no, mierda? —le gritó desaforado, casi escupiéndole encima—. ¡¿Payasito te crees, imbécil?!

—¡No, Yo Solo Digo! —gritó Barry, algo asustado.

—Opino que matemos a esta rata —le dijo a sus compañeros.

La habitación se llenó de Sís y Ahora y Sáquenle el riñón y demás cosas terribles que mejor es no escribir para no dañar el espíritu navideño.

—Eh, yo creo que no —habló Bass, desde el fondo, lo que extrañó a todos sin distinción. El Santa flacucho se le acercó, como esperando explicación—, bueno, sería raro, ¿no? Matar a un STARS, es decir, no es cualquier cosa, sería declararle la guerra a la RPD, toda la maldita policía estaría tras de ustedes... de nosotros.

Los Santas murmuraron, cavilando las palabras del nuevo, pensando que se había expresado bien.

—Oigan —habló el Santa delgado—, este tipo me cae bien. Es bueno, es listo —se volvió ante los demás—, ¡es verdad, no debemos matarlo! En cambio, lo encerraremos y pediremos un intercambio con la RPD por nuestros hermanos encarcelados.

El salón estalló de júbilo y fascinación.

—Eh, bueno —declaró Bass tras toser un poco—, no sé si eso vaya a funcionar, saben... El Jefe de Policía es un hombre un poco loco, ¿creen que se dejaría extorsionar por unos pobres diablos como ustedes...como nosotros, es decir, mírense?

Los Santas asintieron.

—Creo que podemos pensar más en grande, ser más visionarios, es decir, después de todo, este es un negocio temporal, la Navidad ya va a pasar, ¿saben?

—Es verdad —habló el pequeño Santa—, ¿qué mierda será de nosotros después de la Navidad?

—Es cierto... Es cierto —cavilaba el Santa flaco— esto siempre fue temporal, con el tiempo, todos los sabíamos, tendríamos que movernos a otros negocios, y bueno, si vamos a estar contra la policía, es verdad, este tipo tiene toda la razón, ¡debemos empezar con todo! ¡Por eso, lo torturaremos y exigiremos una recompensa y luego lo mandaremos a su familia en pedazos! ¡Imaginen ese regalo de Navidad!

El salón volvió a estallar en Sís, excepto por Bass que volvió a la carga con un poderoso y asustado No. Barry no dejaba de ver extrañado el por qué ese Santa tan sospechoso lo defendía, pero pronto entendió, armado con su experiencia, que si todos se guiaban por lo que él decía, debía ser porque era el líder. Sí, él era el pez gordo.

—¿Y por qué no? Qué pesado eres.

—¿Y si solo lo dejamos ir?

El salón volvió a inundarse de murmullos y cuestionamientos.

—Verán, la policía y la prensa esperan que actuemos como unos maniáticos, ¿no? Pues démosle una demostración de elegancia, ¿qué dicen? Cualquier tonto con un arma puede matar, pero... hace falta clase para tener un arma y no matar. Echémoslo a la calle con una advertencia. Seguro que después de eso nadie se mete con ustedes, nosotros, con nosotros.

Los Santas se miraron entre sí, como sopesando una idea inédita entre sus ojos.

—Yo digo que lo despedacemos.

—¡Sí!

Se dispusieron a hacer realidad sus ansias.

Y así hubiera sido, hasta que ocurrió lo que podemos llamar un milagro de Navidad.

—Jill ¿Qué demonios está pasando allí dentro? —preguntó Chris molesto.

—No lo sé, demonios —Jill trasteaba inútilmente con el auricular—, creo que descubrieron el micrófono.

—Rayos —Chris golpeó el techo del vehículo—. ¿Dónde están?

—Solo sabemos que están unas tres manzanas al sur del Bar Jack.

—Maldición. Hay demasiados sitios aquí. Pueden estar en cualquier lugar —e intentó pensar, intentó e intentó, pero solo una cosa tenía en mente—. Solo tengo una opción. ¿Lo entiendes, verdad?

—Sí —afirmó Jill, poniéndose de pie— hazlo ya.

Mientras tanto, los Santas se disponían a despedazar a Barry disfrazado utilizando palancas de caramelo y serruchos de juguete. Bass, con una angustia silente, buscaba algo con qué golpear a los dementes y salvar a su hermano, aunque eso significase la muerte para ambos a mano de esos lunáticos.

Oigan, oigan. —Dijo alguien llamando la atención— ¿Por qué tanta acción, a quién diablos castigan?

No era una modelo en bikini. Era ni más ni menos que el Capitán de Bravo, Enrico Marini. Apoyado en el marco de la entrada, con los ojos ahuecado y la barba mal afeitada, parecía realmente cansado.

—¿Pero qué demonios? ¿Qué rayos hace ese tipo aquí? —preguntó el Santa enano.

—Es un idiota que nos hizo molestar en la mañana. Lo trajimos para darle un susto. ¿Dónde están los idiotas que te vigilaban?

—¿Esos? Creo que una fiesta se echaban.

Denle una paliza a ese cara de serrucho. —ordenó el Santa flacucho.

—¿Enrico? —Barry levantó la cabeza

¿Barry, viejo? —Enrico reconoció a su amigo sin disimulo— No entiendo nada, digo, igual nunca me quejo, solo voy a patearles el culo.

Los Santas fueron a detenerlo y este, rápido y despierto, soltó puñetazos a diestro y siniestro.

—¡Idiotas! —Dijo el Santa enano— ¡Si dos STARS están aquí, eso solo puede ser mala mano!

En ese momento llegó el estallido. El techo tembló y las lámparas bailaron al ritmo de una marcha militar. Los Santas se miraron sin son, llenos de pavor, y empezaron a tiritar mientras empezaba a llenarse de humo, pesadas botas y terror su nido. El altavoz no se hizo esperar.

—QUEDA TODO MUNDO DETENIDO.

Era la voz intensificada de Chris. Un nuevo estallido. La pesada puerta de acero cayó y un escuadrón con uniformes que más parecían armaduras ingresó, portando largas armas, auscultando todo con su mirada infrarroja y con actitudes muy rudas.

—¡Al suelo, al suelo! —gritaba un Santa tendiéndose de pecho.

Los Santas, tambaleantes y desorientados, atinaban solo a tirarse uno contra otro para caer sobre los peluches de Rodolfo amontonados, y otros tontos intentaban huir para chocar contra puertas falsas plastificadas en la pared del encordado. El Santa flacucho, hecho un manojo de rabias, solo se dedicó a insultar a sus desorganizados compañeros, al tiempo que era tacleado por tres policías, callando así su grosera labia. Solo Bass, qué coincidencia, consiguió escabullirse por un pasillo, ¡qué conveniencia! Se escindía por un sendero directo a la avenida, y Barry, que apenas era desatado y veía a Jill llegar con Chris al lado, se levantó sin mediar palabras.

—Justo a tiempo, ¿no?

—¡Se escapa! —gritó e inició la perseguida.

Jill, esperando que todo quedase atado y bien atado, fue tras Barry.

Enrico, a un costado, se divertía golpeando a los vagos que antes lo habían amenazado.

Espera, espera, por favor, amigo. Tengo tu muñeco, lo juro.

No te preocupes, no hay apuro, primero saldo mi deuda contigo.

Una vez dado su golpe, se sintió realmente liberado, pero este cuento de Navidad en el que estaba atrapado, aún no había acabado, pues faltaba encontrar el regalo deseado. Chris se le quedó mirando, como extrañado, al Capitán Marini, rebuscando en cajas a ver si aparecía el bendito muñeco, o siquiera su versión mini.

—Capitán, qué emoción, no sabía que usted estaba en esta operación.

Enrico se irguió, y aclaró la voz.

—Por supuesto que sí, Redfield. Y debo decir que esta es la operación más desastrosa que haya visto nunca, eh ¿Qué se supone que es esto? ¿Un circo? ¡Llévense a todos estos hijoeputas de una vez! —y se alejó ladrando órdenes mientras checaba otras cajas.

—Bueno —respiró, tranquilo, Chris, mirando el escenario—, creo que Valentine tiene su estilo, y yo el mío —giraba la cabeza, sin éxito—, ¿y ahora a dónde se ha ido?