Capítulo 6
Hinata se despertó con el pitido del despertador. Se levantó deprisa y cruzó la habitación hasta donde había dejado el despertador sobre una taza de plástico para amplificar el sonido. Después de apagarlo miró a su alrededor, a las cajas, para encontrar la que tenía una "X", pues allí estaba su ropa para ir a trabajar. La encontró. Casi había terminado de peinarse cuando sonó su móvil. Se apresuró a responder.
–¿Diga?
–Necesito que traigas a la oficina dos cafés medianos. Uno solo y el otro con tres de crema y dos de azúcar. No llegues tarde. –Colgaron antes de que Hinata pudiera responder.
Acabó de arreglarse en seguida, esperando a que la aplicación del GPS de su móvil acabara de cargarse para poder encontrar la cafetería más cercana. Se recogió el pelo en un moño firme, cogió el bolso, esperando que con las prisas no se hubiera abrochado mal los botones de la blusa.
Entró en la oficina haciendo malabares para abrir la puerta con la bandeja en la que llevaba tres cafés. Ino Yamanaka, la secretaria, se levantó para coger la bandeja.
–Te mostraré tu mesa muy rápido –dijo–. Has llegado justo a tiempo.
La mesa de Hinata estaba en un pequeño despacho al lado del de Naruto. Había una puerta que los conectaba, así como otra puerta que daba al espacio principal.
La agenda del señor Namikaze está en el primer cajón de la derecha. Te va a pedir que sincronices su móvil con el de él para que sepas siempre dónde está y dónde tienes que estar tú. Más tarde te enseño el resto de la oficina, ahora tienes que llevarle los cafés. No le gusta que se enfríen.
–Ah, ¿uno de ellos no es para ti?
Hinata aún no conocía a ningún empleado, pero como Ino trabajaba en el despacho de enfrente, había asumido que uno de los cafés era para ella. Ino meneó la cabeza.
–Para su novia –susurró.
–Ah –Hinata asintió–. Gracias.
–Están en su despacho. Llama antes.
Hinata asintió.
–¡Gracias! –Llamó a la puerta que conectaba los despachos mientras Ino volvía a su mesa.
–Adelante –dijo Naruto bajito.
Hinata abrió la puerta y entró. Naruto estaba sentado frente a su escritorio. Había una mujer muy guapa sentada sobre la mesa. No usaba más de una talla treinta y seis. Tenía unos rizos rubios perfectos que le caían por la espalda y no llevaba ni rastro de flequillo. Le sonrió con cordialidad a Hinata, pero esta se percató de su arrogancia y de la expresión general de disgusto del resto de su cara.
Naruto se aclaró la garganta y Hinata lo miró con las mejillas encendidas.
–El café, señor.
–El solo es para mí –dijo–. El que lleva crema y azúcar es para Shion. ¿Para quién es el tercero?
–Es para mí... señor Namikaze.
Hinata le pasó el café solo y le dio el otro a Shion. La próxima vez se aseguraría de dejar su café en su mesa. Parecía como si se quisiera unir a ellos.
–¿Estás segura de que has pedido tres de crema y dos de azúcar? –preguntó Shion–. Sabe asqueroso con cualquier otra combinación.
–Sí –dijo Hinata sonriendo con dulzura. Podría ser la mejor amiga de Hanabi.
Shion dio un sorbo y arrugó la nariz.
–Pasable –dijo–. Prefiero el del Starbucks. No la basura del Java Joes.
–Culpa mía –dijo Naruto–. No lo especifiqué. –Asintió hacia Hinata–. Gracias, señorita Hyuga. Por favor resérvame mesa para una comida de negocios en Sinclair a la una y para el té en The Grind a las dos y cuarto. Y recuérdame cuando vuelva del té que llame a Lisa Bank para darle seguimiento a su oferta. No antes, porque lo olvidaré. Ah, y programa una reunión del consejo mañana a las cinco.
Gracias.
–¿Te has enterado de todo? –preguntó Shion con un claro sarcasmo.
Hinata revisó mentalmente lo que Naruto le había dicho y asintió.–Sí, gracias. Que disfrutéis el café.
Se giró, marchándose deprisa a su mesa. ¿ Que disfrutéis el café? ¿Había quedado raro?¿Cutre?
¿Poco profesional? Le costaba decidirlo. En los otros sitios en los que había trabajado siempre había habido un ambiente formal, pero no tanto como en este. Pero claro, había sido recepcionista en un pequeño despacho de abogados en una ciudad del Medio Oeste de trescientos mil habitantes mientras iba a la universidad. Luego trabajó en un hotel de tres estrellas y finalmente fue la secretaria del padre de Kiba en una pequeña agencia que vendía publicidad a negocios locales. Aquella agencia de publicidad tenía un ambiente muy relajado porque trabajaban con los dueños de empresas pequeñas a los que no había que impresionar.
Aquí el ambiente era totalmente distinto.
¡Y ni siquiera sé a qué se dedica esta empresa!
Hinata estaba segura de que si Naruto no era el dueño, lo era su familia. Después de todo se llamaba Namikaze Enterprises. Bajó la mirada hacia su blusa de estampado floral y a sus pantalones negros. Tenía que comprarse ropa. La novia de Naruto era una muñequita, Ino era como una modelo alta... ¿Por qué todas eran tan delgadas en aquella empresa? Hinata ahuyentó aquel pensamiento. Tenía trabajo y no pensaba perder aquel apartamento por nada del mundo.
Se sentó en su mesa para apuntarlo todo en la agenda y se recordó a partir de ese momento tener siempre abierta la aplicación de notas de voz en el móvil cuando él le pidiera algo.
Ino llamó a la puerta abierta y entró.
–Puedo enseñarte la empresa ahora si tienes tiempo.
–Creo que sí –dijo Hinata.
Ino sonrió.
–Asusta al principio, pero el señor Namikaze irá despacio contigo durante unos días hasta que te adaptes.
¿Despacio? Genial. No estaba segura de querer saber lo que era ir rápido.
–Solo por curiosidad, ¿cuál fue el problema con su anterior asistente personal? Quiero estar preparada para cuando empiece el juego rudo. Ino parecía sorprendida.
–¿No lo sabías? Nunca ha tenido asistente personal. Siempre se las ha arreglado solo.
–¿De verdad?
–Sí. Creo que hasta ahora no había notado lo agotador que es. Sinceramente, no creo quesea consciente de que su negocio se ha triplicado en los últimos tres años y no entiende porqué ahora ya no puede con todo él solo.
Definitivamente, Naruto era el dueño de la empresa, y al parecer lo dirigía con mano dura.
El móvil de Hinata empezó a sonar en su mesa, donde lo dejó. La música de la malvada bruja del oeste empezó a oírse por todo el despacho. Era Hanabi.
–Venga, contesta –dijo Ino–. Pero solo por esta vez. El señor Namikaze prohibe las llamadas personales.
–Lo siento mucho. No volverá a ocurrir –Hinata cogió el móvil y se lo puso en la oreja–. ¿Sí?
–Hey, Hinata, ¿dónde has dejado la carta del catering? –preguntó Hanabi.
–Nunca me la diste. Me dijiste que Kiba y tú queríais haceros cargo de ello personalmente.
– Porque no querías que me entrara hambre y me pegara un atracón después de ver aquella comida gourmet.
–Ah, es verdad. ¿Y los folletos de la luna de miel?
–Estoy en el trabajo. ¿Puedo llamarte después?
–Tardas dos segundos en responder. Eso si dejas de poner pretextos.
Hinata suspiró y miró al techo.
–En la mesa del dormitorio, cajón de la izquierda. Te tengo que dejar.
–¿Has conseguido trabajo? –La voz de Hanabi subió una octava–. ¿Qué de...
Hinata colgó y rápidamente puso el móvil en silencio.
–Lo siento –le dijo a Ino–. Mi hermana se casa y está como loca.
–Sé lo que es. He pasado por ahí. Dos veces. –Ino sonrió–. Pero en serio, que el señor Namikaze no te pille cogiendo llamadas personales. Es muy estricto en la observación de las reglas, le gusta que se trabaje con la mayor eficiencia.
Hinata asintió. Lo entendía, lo difícil iba a ser que lo entendiera su hermana, quien no había trabajado en toda su vida.
Ino le mostró varias plantas del edificio. Toda la gente a la que le presentaba era educada pero distante. Todos estaban muy ocupados, así que Ino y Hinata procuraban no molestar.
La última parada fue en el sótano, ocupado por completo por un gimnasio con todo tipo de máquinas, así como dos vestuarios, piscina y sauna. Hasta el momento era lo que más la había asustado, a Hinata no le iban los gimnasios. Se había pasado la vida intentando evitar hacer ejercicio en público. Ahora podía poner la excusa de que estaba demasiado ocupada.
–Bueno, esto es todo –Ino sonrió–. Suelo reunirme con alguna gente en el bar de enfrente para tomar una copa los miércoles. Para pasar el ecuador de la semana. –Ino se echó areír–. Apúntate si te apetece.
Hinata sonrió.
–Suena bien. –Sacó el móvil del bolsillo para ver la hora. Tenía cinco llamadas perdidas de Hanabi y dos de Naruto. Le dio un vuelco el corazón al pensar que acaba de ganarse un problema–. Tengo que volver al despacho. Naruto... el señor Namikaze me está buscando.
Ino asintió.
–Vamos. Podemos subir por las escaleras, será más rápido.
Hinata se mordió la lengua para no decir que para ella era más rápido el ascensor.
Naruto no parecía nada contento cuando Hinata llegó a la planta de arriba sin aliento y con la cara roja.
–¿Por qué no has respondido a mis llamadas?
–Puse el móvil en silencio para que mi hermana no me llamara en horario de trabajo.
–¿Y por qué te iba a llamar si sabe que estás trabajando?
Hinata simplemente le pasó el móvil. Él vio las llamadas perdidas en la pantalla y bisbiseó una palabrota. Sacó la cartera y le dio una tarjeta de crédito.
–Cómprate un móvil para el trabajo cuando acabe el día. Necesito que me acompañes a una reunión para que tomes notas.
–Sí, señor –dijo Hinata, mientras intentaba retirase con un dedo los mechones de pelo que habían escapado de su moño–. ¿A qué hora es la reunión?
–Ya mismo. –Él frunció el ceño y miró el reloj–. Coge tu tablet.
–¿Tablet? –Se giró y vio una tablet nueva con teclado extraíble en su mesa.
–Son más cómodas para viajar que un portátil. –Naruto le pasó una carpeta–. Ten esto a la mano.
Cuando te pida algún papel me lo pasas.
–Sí, señor.
Guardó la carpeta en la funda para tablet de Kate Spade y siguió a Naruto hacia la puerta.
Hinata no tuvo otro momento para pensar a lo largo del día. En cuanto terminaba una tarea,Naruto le daba seis más. Cuando no estaban en alguna reunión, tecleando algún informe o rellenando papeles, tenía que consultarle a Ino la agenda de Naruto. Las citas le llegaban departe de Naruto y también de Ino. Estaba claro que Naruto era un hombre muy solicitado. Hinata no entendía cómo él podía con todo. Definitivamente no sabía cómo ella iba a poder con todo.
Naruto y ella se quedaron cuando todo el mundo ya se había marchado. Él quería revisar los asuntos del día siguiente. También darle ropa para llevar al tinte. Hinata llegó a casa exhausta. Y hambrienta. Aunque Naruto se pidió comida y se ofreció a pedirle también a ella,Hinata se negó. Había leído en alguna parte que si comías poco por la noche y más por la mañana perdías peso antes, así que se dijo que era lo mejor.
Sin embargo ahora empezaba a lamentarlo. Moría por algo de comida.
Paró en una tienda de móviles para comprar un iPhone similar al que le había visto a Naruto. Usó su tarjeta de crédito y se preguntó si el empleado le iba a pedir que mostrara alguna identificación. Si lo hacía, no tendría energía para discutir. Por suerte no lo hizo. Incluso le ayudó a pasar los contactos de la tablet al móvil. Cuando le preguntó si quería meter también su teléfono personal, ella meneó la cabeza.
¡Ni hablar! No quería que su hermana la llamara cuarenta veces al día. No tenía tiempo.
Condujo de vuelta hasta la gran mansión sin estar muy segura del aspecto que tenía a la luz del día.
Usó la tarjeta para la reja que Naruto le dio. Aparcó en el mismo sitio de la noche anterior y se preguntó si Naruto y su novia estaban en algún lugar de la casa.
Cuando abrió la puerta del coche vio a Naruto pasar por una esquina. Él la vio antes de que pudiera esconderse.
–Buenas noches, señorita Hyuga–le dijo sonriendo.
–¿Qué haces aquí? –soltó. Maldita sea, Hinata. ¡No seas maleducada! ¡Es su puta casa!
Naruto parecía divertido, lo que hizo que Hinata se avergonzara más.
–Vivo aquí –dijo. Hizo una mueca–. En realidad soy dueño de la mansión.
Hinata se quedó parada, estaba demasiado avergonzada para responder. Por supuesto que él vivía allí.
Naruto continuó al darse cuenta de que ella no sabía qué decir.
–Debes estar cansada, señorita Hyuga–dijo–. Te acompaño a tu apartamento.
–No, gracias, estoy bien. De verdad, señor Namikaze–dijo–. No tienes que acompañarme.
–Insisto –dijo él–. Estás exhausta y además, acabas de mudarte ayer. ¿Te gusta el apartamento?
–Está bien. – ¿Bien? Se golpeó la frente con la mano–. Es fantástico. Lo siento, no he tenido mucho tiempo para abrir las cajas.
Mantuvo la mirada en el suelo, deseando que se tratara de Murray y no de Naruto. Se sentía rara y tímida. Esta era la casa de él y ella vivía en la planta principal, con vistas a la í era donde él estaba hasta hace un momento. Hinata se dio cuenta de que él llevaba el pelo mojado y de que su camiseta y su pantalón corto escurrían. Se lamió los labios y lo miró de reojo. Tanto con traje como con ropa casual, el tío estaba bien. Muy, muy bien...céntrate, Hinata, ¡céntrate!
Nunca le había gustado ver a sus jefes fuera del trabajo, ni siquiera en un encuentro tan inocente como este. Había leído demasiados libros de la colección cutre de Hanabi de novela romántica; tanto que había llegado a cogerle gusto.
Naruto no parecía darse cuenta de nada.
–¿Cuándo es la boda de tu hermana?
–¿Por?
Naruto sonrió.
–Tengo que asegurarme de darte esa semana libre.
–La tercera semana de junio –dijo Hinata–. Creía que...
–¿Qué? ¿Que estaba invitado? Soy amigo de Kiba desde la universidad, pero no estamos tan unidos. –Naruto la miró con atención–. Créeme.
Hinata tragó y asintió. No estaba segura de qué significaba aquella expresión de Naruto. Salvo que estaba enfadado con Kiba por algo. No estaba segura por qué, pero le gustaba que fuera así. Para. Sea lo que sea que estés pensando: para. Definitivamente estaba demasiado cansada para estar con gente en aquel momento. Sus pensamientos divagaban.
–Tengo gimnasio en casa.
–¿Perdón?
–Ino me mencionó que te enseñó el gimnasio de la oficina. –Naruto se pasó la lengua por el labio inferior–. Si te apetece usar el gimnasio pero no estás cómoda en aquel, tengo uno encasa. Puedes usarlo cuando quieras.
–Oh.
Genial, ¿ahora iba a presionarla para que bajara de peso?
–No lo digo con segundas. Estás bien. –Se sonrojó–. Solo quería ofrecerte la tranquilidad que hay aquí, por si te apetece... antes de la boda y eso. Es el cuarto que hay junto a tu apartamento. El código para entrar es uno, cuatro, nueve, seis. Arriba a la izquierda, abajo,arriba a la derecha.
Hinata quería que se la tragara la tierra. Asintió sin decir nada, aterrada por si se echaba a llorar.
Afortunadamente se detuvo frente a la puerta de su apartamento.
–Bueno, esta es mi casa –dijo sin gracia. Por supuesto que sabe que es tu casa. Respiró hondo y soltó el aire, esperando que lograra no volver a quedar en evidencia. No en frente de él–. Buenas noches, señor Namikaze.
Él le sonrió.
–Buenas noches, señorita Hyuga.
Aquella sonrisa hizo que a Hinata se le encogiera el estómago. Antes de humillarse del todo,abrió la puerta y la cerró rápidamente en la cara de Naruto.
Sí, claro, eso no ha sido para nada humillante.
