XVI
Barry corrió tras el Santa prófugo a través de callejones estrechos y más bien húmedos. Tuvo que hacer a un lado figuras chuscas de cartón de Jack Frost y otros personajes de la temporada navideña. A pesar de sus años, el agente de los STARS más bonachón no dejaba de pisarle los talones a un Bass que se rasgaba el traje contra clavos salidos y alambres sueltos.
Llegó, entre tumbos, a la parte trasera de un taller abandonado cuyo portón estaba a medio cerrar, pudiendo escabullirse por debajo de este. Dio con un callejón viejo cuyo único camino hacia la calle estaba cortado por una endeble reja metálica.
Bass intentó saltarla aunque resultó en acto algo patético. Entonces apareció Barry por detrás para sujetarlo por los tirantes del pantalón. Lo tiró con fuerza de vuelta al suelo, golpeándose aparatosamente contra unos botes de basura. Se le iba a abalanzar encima cuando Bass se defendió tirándole una caja con porquerías y juguetes rotos que lo hizo resbalar contra el suelo. Bass corrió buscando alguna otra salida no avistada, pero Barry recogió una de las tapas metálicas de los botes de basura y como si se tratase de un disco la arrojó certeramente hacia la espalda de su objetivo, haciéndolo caer con el golpe
—¡Argh, hijo de...! —Gritó adolorido mientras se sujetaba la espalda.
Barry no le oportunidad de recuperarse y le saltó a la espalda. Se apresuró en cerrar una llave de adormecimiento al cuello del Santa. Casi estaba seguro de su victoria.
—¿Qué te parece esto? —decía sonriente.
—¡No, Barry, no hagas esto! —grito Bass desesperado.
—¿Eh? —Barry aflojó su agarre por un segundo, el cual Bass aprovechó para levantar el peso de su hermano y dejarlo caer contra unos cartones viejos y mohosos.
Ahora libre, continuó con su escapatoria. Entonces lo vio. Corrió hacia un auto desmantelado y lo escaló corriendo usándolo como apoyo para pasar por una cerca.
—Maldito bastardo... —Barry se apuró en seguirle el ritmo.
Ahora ambos saltaban encima de carritos abandonados, eso nunca falta. Bass cayó en una trastienda y atravesó sus almacenes de cabo a rabo, pasando entre maniquíes y uno que otro trabajador que no entendía qué estaba pasando. Hubo muchos empujones, cajas de regalos volando, algún elfo herido, e incluso un deslizamiento por un poste rodeado de luces navideñas que estallaron con la presión, el peso y la fricción de los cuerpos abotargados. Una escena muy navideña, por decir lo menos. Finalmente Bass saltó otra cerca para entrar al patio trasero de una casa de vecindario.
—¡Para ya, cabrón! —le gritó Barry al tiempo que caía de la cerca sobre unos duendes decorativos.
Bass intentó forzar la puerta de atrás, pero al verla cerrada, rompió el vidrio con el codo, metió la mano y la abrió por dentro para pasar. Al meterse, Barry se temió lo peor. Dentro, los niños, ansiosos por la Navidad, venían especiales en la televisión y comían galletas con sus padres.
—Mira, mamá. ¡Es Santa!
—Ay, cielo, Santa viene mañana... ¡Sí es él! —gritó la mujer aterrada.
El padre se levantó de golpe al ver a ese Santa atravesar su sala y cocina buscando la puerta delantera. Fue a buscar su escopeta cuando entró Barry.
—¡Hay dos! —gritaron los niños saltando de alegría.
Bass abrió la puerta y corrió por el jardín, pero Barry saltó por sobre las barandas del pórtico y le cayó encima, rodando ambos sobre un reno de decoración, luces navideñas y un jardín de nieve artificial. Estuvieron forcejando por unos segundos hasta que al fin Barry pudo sujetarlo bien y arrancarle la barba.
—¿Te creías muy listo, verdad...? — Barry quedó paralizado—, ¿Bass? ¡Bass, ¿qué diablos estás haciendo?!
—Joder, Barry, no me mires...
Pero Barry no dejaba de zarandearlo. El padre de la casa salió escopeta en mano apuntando a los sujetos que peleaban en su jardín, con su esposa y los hijos por detrás. Los demás vecinos también salieron de sus casas para ver el peculiar espectáculo.
—¿Todo este tiempo fuiste tú? ¡Claro, por eso volviste a la ciudad!
—¡Alto ahí, par de lunáticos! —gritó el señor rastrillando el arma.
—¡Papá, no, para! —Gritaban sus hijos— ¡Es Santa!
—¿Qué diablos haces involucrado con estos mafiosos, eh? —preguntó Barry a su hermano, ignorando el peligro a su alrededor.
—¡Me dijiste que buscara trabajo!
—¡No te dije que lideraras una Mafia de Santas!
—¿Liderar? ¿Qué? ¡No! —Gritó ofendido— Yo solo viene a comprar un juguete para las niñas.
—¿Qué? ¿Quieres decir que no eres el líder?
—Por supuesto que no, Barry.
—¿Y cómo rayos terminaste con estos tipos?
—Yo solo hacía de Santa medio tiempo en el Mall y un tipo se me acercó...
—¿En el Mall? No me digas que...
—Soy estúpido, Barry, pero no un criminal. Solo quería regalos a buen precio.
—¿Y no sospechaste que eran robados?
—¡¿Y yo cómo iba a saber?!
—¡A ver, hablen de una vez o se mueren! —gritó el padre otra vez, cansado de ser ignorado, y volviendo a cargar el arma por alguna razón.
—¡No, papá, no, no lo hagas, papá, para, papá! —gritaban los niños exasperantemente.
En ese momento un auto patrulla se detuvo frente al jardín. Del mismo bajaron un par de policías liderados por Jill. Observaron la peculiar escena y la chica de azul sacó su placa.
—Señor, baje su arma. Oficial de policía. Todo está bajo control. Vuelva a dentro con su familia. —Luego se quedó mirando a su compañero en el piso, intentando estrangular a ese Santa descubierto— ¿Todo bien, Barry?
Los agentes fueron a ayudarlo, tanto a levantarse como para detener a ese otro delincuente. Barry se quitó sus manos de encima, le devolvió la mirada a Jill y finalmente se tranquilizó. Se terminó de levantar por su cuenta, un poco adolorido, y se volteó para ver a la familia cuya paz habían perturbado.
—Mi más sinceras disculpas —dedicó a los 4, sobre todo a los más pequeños— Santa tenía que atrapar a este impostor.
Los niños saltaron de alegría ante las palabras de su héroe.
Jill se quedó observando a ese Santa ahora sujetado por los otros dos oficiales, y entonces entendió la situación. Recibió a ese tiempo un llamado por la radio. Se volvió e indicó a sus hombres que se retirasen sin llevarse al Santa que tenían entre manos. Luego, miró a Barry.
—Lo dejo en tus manos.
Mientras aquella escena tenía lugar, en el taller abandonado, Chris dirigía el levantamiento de todos esos tipos disfrazados y el decomiso de los juguetes falsificados.
—Estos malditos. —Decía observando un juguete de dudosa calidad— Robaban juguetes para venderlos a bajo precio y luego hacían copias baratas de estos. Una verdadera organización hecha para el mal.
—¡Demonios, yo solo quería pasar una linda Navidad! —Gritaba un Santa que era arrastrado pataleando— Por favor, no se lo digan a mi familia.
—Ah, sí, yo también —le respondía el oficial—, oye, mira, mira a ese de allí, ese Santa se quiere escapar.
Señalaba a un Santa en el suelo con las manos esposadas que se arrastraba hacia adelante con el movimiento pélvico de los gusanos, y de hecho ya había logrado abarcar buena distancia hasta que fue descubierto. Un par de agentes fueron a detenerle, pero entonces este se puso de pie y ante la excesiva confianza de los oficiales del orden fue capaz de embestirlos y sacudírselos de encima. Acto seguido, salió corriendo por la puerta grande del almacén. Todos estaban tan ocupados que para cuando se dieron cuenta ya se les había escurrió de entre los dedos, incluso pasando entre agentes que no hacían más que tomar café muy relajados. Más patrullas iban llegando, a lo que Santa ponía el freno y tomaba otra dirección. Luego de un rato de miradas indecisas, algunos policías comenzaron a ir tras él, pero para ese momento Chris ya se les había adelantado a todos. Dejó a Marini, quien seguía rebuscando cajas, a cargo del resto del operativo y salió embalado dispuesto a terminar de salvar la Navidad, pero antes de seguir actuando sin pensar, cogió su radio y llamó.
Según lo que se dice, la captura del Santa prófugo tardó casi una hora. Se había dirigido al Raccoon Mall, probablemente con la intención de confundirse entre el complejo de tiendas y Santas inocentes, aunque este permanecía con las manos esposadas. Así que la imagen de un Santa desesperado, enmarrocado y corriendo sin aliento por el medio del Raccoon Mall tampoco pasaría desapercibida por los compradores y los noticieros de aquella noche.
—¡Miren, es Santa! —los padres, principalmente, fueron rodeando al hombre disfrazado y le presentaban a sus hijos de ojos brillosos. Santa solo se los quitaba de encima como a una peste, e intentaba caminar lo más disimuladamente posible, cosa inútil está de más decir. Hasta el tipo que estaba tocando el elegante piano al lado del árbol del segundo piso, al ver la jocosa situación, empezó a acelerar con una melodía más alegre, lo que puso más animosa a la gente y más nervioso al Santa. Pero entre todo ese barrunto, y la preocupación de que le estuvieran siguiendo, Santa no se pudo dar cuenta de quién le electrocutó las costillas y le puso cabe entre las botas
—¡Oh, no, Santa ha caído! —todos se apresuraron a chismorrear, con contenciones de aire tendenciosas. El pianista también se detuvo, inundando el pasillo con un gran silencio.
—¡A un lado, Santa necesita respirar! —Hizo espacio una mujer de cabello corto y castaño, que vestía con un top azul— creo que ha sufrido un ataque cardiaco, tendremos que llevarlo —decía mientras lo giraba para levantarlo y llevárselo detenido.
—Descuide, señorita —dijo un hombre de cabello corto y castaño oscuro— Llevemos a Santa con nosotros.
—Eh… Oiga, eh… ¿qué carajos está haciendo?
—Tiene derecho a guardar silencio. Todo lo que diga podrá ser usado en su contra. Tiene derecho a un abogado, si no puede pagar uno, quizás el Polo Norte se lo pueda pagar...
—¿Están arrestando a Santa? —preguntó una niñita, al borde del llanto.
—¡Deje a Santa en paz! —gritó un friki con un ridículo abrigo verde de reno.
Antes de que el barullo fuera a más, Jill desenfundó su placa de STARS.
—Escucha, niña. Este Santa es un impostor. Se hace pasar por el verdadero Santa para robar los regalos de los niños.
—¿Qué, enserio? —preguntó la niña, asombrada.
Jill confirmó sus palabras estirando la barba falsa del Santa arrestado.
—¡Es un despreciable, que se pudra! —exclamó, indignada.
Jill se giró, y le indicó al pianista, con un gesto discreto de los dedos, que ambientara el lugar. El joven, ni corto ni perezoso, aunque con dudoso criterio, escogió un tema en de su amplio repertorio.
[Carol of the Bells – Piano Slow Version]
El flamante detenido sacaba lágrimas sin reserva, y no le dolía más el golpe eléctrico o el arresto patético, sino el nuevo odio de los niños, una experiencia que solo un tipo disfrazado del tercer personaje más famoso del mundo puede tener.
—Ya lo he atrapado —Jill habló por la radio—, ¿los tenemos a todos?
—A todos, jefa.
Las persecuciones son en sí misma una especialidad. No pretendemos aquí ofender su buen gusto y refinado conocimiento sobre la materia con una exposición pobre de un mal caso, además de evitarnos así la redundancia. Basta con explicar que intrincadas redes de causa y reacción se tejieron a lo largo de un seguimiento discreto del Santa prófugo. A diferencia de Barry y su carrera desesperada, Jill y Chris trabajaron en conjunto esta vez: ella trazó una cuidadosa ruta con tiempos bien calculados en base a suposiciones, estadísticas y un poquito de corazonada, mientras Chris distribuyó una serie de mirones en puntos estratégicos que lograron triangular la posición del objetivo con mucha precisión. Así, Jill señaló al Raccoon Mall como su objetivo sin duda, y Chris solo tuvo que esperar el momento indicado para actuar.
—Buen trabajo, Redfield. —señaló Jill
—¿Bromeas? Nunca se me hubiera ocurrido venir al Centro Comercial.
Lo subieron a la patrulla y ésta partió al RPD. Otro vehículo, en el que Barry iba en la parte trasera, vino a recogerlos.
—Te ves bien con eso, Barry —comentó Chris, sentándose.
—Qué te puedo decir... No todo es relleno, Jo.
Así, la situación pareció llegar a una esperada paz.
Gracias a un chivato no identificado, la prensa se enteró pronto del operativo y de la nada Jill estaba declarando ante las cámaras de la impertinente Alyssa Ashcroft. Siempre afirmó que no tenía ángulo bueno. Así que allí estaba ella, algo nerviosa pero sobria, más bien despeinada, detallando cómo uno de sus hombres se infiltró en las filas de la organización y pudo garantizar su caída, mientras una fila de Santas detrás de ella era subida a la furgoneta blindada y lanzaban escupitajos a los pies de los camarógrafos. El dueño del Bar Jack, el honesto Jack, afirmaron, colaboraba bajo amenaza, y él mismo, días más tarde, llegó a afirmar que hizo la denuncia por extorsión pero la RPD la desestimó alegando que "se dejara de payasadas".
La Navidad estaba, a efectos prácticos, salvada, aunque Irons no retiraría su prohibición, quizás en parte porque seguía como no habido, y entre los hermanos Burton se sentía más bien una tensión de post-guerra.
—Solo quería comprarle algo bonito a las chicas, ¿de acuerdo?
—Sube al auto, ¿quieres? —Barry azotaba la puerta de la camioneta—, no te puedo creer, me has hecho muchas cosas, ¿sabes? Pero esto...
—Oye, hermano, con encerrarme dos horas creo que ya he tenido suficiente.
—¡Pues yo creo que no has aprendido nada!
—Hey, te salvé la vida allí abajo, ¿o no?
—¿De qué demonios estás hablando? —preguntó Barry, confundido.
—Impedí que esa panda de lunáticos te hiciera pedazos. ¿Verdad? Ya luego llegó tu amigo ese, el italiano, y nos ganó unos segundos más —Bass, de alguna forma, desentendida y desenfadada en una tarde llena de malentendidos y enfados, tenía un punto y se apoyaría en él todo lo posible—. Yo creo que ambos nos salvamos de esta.
Barry refunfuñó, aunque no supo bien con qué contraatacar.
—Agradece que Linda jamás va a enterarse de esto. Porque si no...
Linda, al lado de Moira, veía las noticias y negaba lentamente con la cabeza.
