Capítulo 8

–Oye, ya te lo he dicho –le dijo Hinata a su hermana–. Te ayudaré los fines de semana y siempre que pueda después del trabajo. –Hinata suspiró–. ¿Es que no ves lo importante que es este trabajo para mí?

–¿Y tú no ves lo importante que es esta boda para mí? –se quejó Hanabi–. Más ajustado –le ladró a la modista–. No quiero que me confundan con mi hermana porque el corpiño sea demasiado grande.

Hinata puso los ojos en blanco y se echó hacia atrás en la butaca azul marino que había para los invitados que acompañaban a la novia a las pruebas del vestido.

–Creía que te preocupaba no parecer una prostituta –murmuró.

–No es lo mismo parecer una prostituta o que tengo obesidad mórbida –dijo Hanabi–. Por cierto,¿cómo va tu dieta? Parece que te la has saltado unas cuantas veces.

Hinata estaba más que cansada de los comentarios de Hanabi.

–Yo no tengo obesidad mórbida. Si pierdo nueve kilos voy a ponerme como en la talla treinta y seis, treinta y ocho como máximo. Un tamaño que no tiene absolutamente nada de malo. –Miró el reflejo de su hermana por el espejo–. En realidad he perdido dos kilos y medio. Aunque claro, tú no te das cuenta porque estás totalmente absorbida por tu pequeño mundo. Hanabi abrió la boca sin decir nada.

Hinata respiró hondo para tranquilizarse.

–Lo siento –dijo–. Es solo que estoy estresada por el trabajo. – Y por ayudarte con la boda.

–Eso ha sido muy cruel –se quejó Hanabi–. Yo podría haberte dicho que empezar atrabajar en un momento tan importante de mi vida era algo increíblemente estú unos seis meses para organizarlo todo y no te va a dar tiempo ni de broma para que... ¡Au! –Miró a la modista–. Me has clavado ese alfiler a posta.

–No, señorita –dijo la modista con aires sumisos–. Usted se ha movido.

Hanabi bufó y la modista le mostró una sonrisa apresurada antes de seguir con su trabajo. Hinata miró a la modista, le sorprendía que no hubiese pinchado antes a Hanabi"accidentalmente" con lo pesada que era.

–¿Cómo van las invitaciones? –preguntó Hanabi.

–Mandé las últimas ayer en mi hora de comida –dijo Hinata–. También te mandé por email los planes finales para la luna de miel, incluyendo los precios de los billetes de avión, el resort, e incluso un coche de alquiler que os he reservado. Lo creas o no, no soy del todo inútil, a pesar de tener trabajo.

¿No había dicho Kiba que él se haría cargo de la luna de miel? Era curioso cómo le había soltado el muerto.

–Serías muchísimo más útil si tuvieras más tiempo –soltó Hanabi–. Que vivieras con papá y mamá también ayudaba. Era más cómodo. Pero no, tuviste que ser egoísta y marcharte a tu propio piso.

–El apartamento venía con el trabajo.

Hanabi ni siquiera se había molestado en visitarla o en preguntar dónde vivía. Podían ser vecinas y no se habría enterado. Kiba, por el contrario, habría ido a visitarla en seguida si supiera que vivía en una suite conectada a la enorme casa de Naruto.

Hinata sonrió. Hanabi ya podía insultarla, tanto a ella como a su trabajo, todo lo que quisiera. Nunca iba a lamentar trabajar para Naruto Namikaze. Había pasado más de una semana desde que él le había dicho que hacía muy bien su trabajo, pero aún le resonaba en los oídos como si se lo hubiese dicho unos cuantos minutos atrás.

¿De verdad era tan patética, tenía tanta necesidad de gustar, que un par de frases de apreciación la dejaban flotando durante tanto tiempo? Daba igual. Aunque aún no hubiese tenido tiempo de sacar todo de las cajas y aunque no pudiera dormir más de seis horas cada noche, le encantaba estar trabajando otra vez. Su móvil sonó en aquel la alarma que indicaba que faltaban cinco minutos para que acabara su hora de levantó.

–Tengo que volver al trabajo.

–¿Lo dices en serio? ¿Tu hermana no es más importante que un estúpido trabajo?

–Claro –dijo Hinata mientras guardaba el móvil en el bolsillo y cogía el bolso–. Por eso mevo y a trabajar antes de que te mate.

Le lanzó un beso a su hermana mientras esta le gritaba lo desilusionada que estaba con ella.

Hinata había calculado el tiempo de regreso un poco mal. Tuvo que correr desde la tienda de vestidos de novia hasta la oficina. Subió por las escaleras para no tener que esperar al ascensor y se detuvo frente a su despacho sin aliento. Se mareó y se apoyó en la pared para sujetarse. Parpadeó rápido, intentando aclarar la nube que le cubría la vista. Cuando intentaba coger el pomo de la puerta falló y se tambaleó, luego todo se volvió negro.

–¿Señorita Hyuga? ¡Hinata!

Hinata cogió aire y se incorporó, pero lamentó de inmediato haber hecho un movimiento tan brusco.

Gimió y volvió a tumbarse en el sofá. Qué raro. Ella no tenía sofá en su despacho. Solo Naruto tenía sofá.

–¿Hinata? –Ahora la voz de Naruto sonaba con total claridad. Tenía que estar muy preocupado para llamarla por su nombre de pila. Toma-toma-toma–. ¿Estás bien?

Hinata giró la cabeza y abrió los ojos despacio. Naruto estaba sentado frente a ella con un vaso de agua.

–¿Señor Namikaze?

–Te has desmayado. Toma –Le pasó el vaso–. ¿Qué ha pasado?

–No estoy segura. –Se sentó despacio, agradecida por el agua–. Ayudé a mi hermana con la prueba del vestido y luego vine corriendo. Debo haber subido las escaleras demasiado rápido.

Naruto inclinó la cabeza ligeramente.

–¿Cuándo comiste por última vez?

–Eh –Hinata repasó todo lo que había comido–. ¿Comida?

Él arqueó las cejas.

–Ayer.Él soltó una palabrota.

–Puede que también te hayas deshidratado. –Movió el vaso en la mano–. Bebe un poco más.

–No he tenido tiempo –Ella sabía que era una explicación pésima. Odiaba las excusas quizás más de lo que las odiaba Naruto Namikaze. Bebió otro trago de agua–. Mi hermana...

–¡Tu hermana puede cuidarse sola por una maldita vez! –Se pasó los dedos por el pelo perfectamente peinado–. Llevas aquí una semana y hasta yo me he dado cuenta de lo mucho que pone sobre tus espaldas.

¡Es ridículo! ¡No eres un felpudo! –Suspiró y bajó la voz–. Siento haber estallado. Pero no puedes ocuparte tanto de ella y olvidarte de ti. ¿Tienes idea... –Cerró los ojos y sacudió la cabeza. Los abrió despacio, los brillantes mares azules estaban tranquilos otra vez. Al menos lo parecía. Hinata se dio cuenta de que había algo más que pesaba en sus pensamientos–. No puedo permitirme que no estés al pleno de tus capacidades. –Se levantó–. A partir de ahora tienes que comer algo, da igual qué, cada media hora. ¡Y mantente hidratada!

–¡Cada treinta minutos! Eso es ridículo –Hinata movió las piernas sobre el sofá–. Me voy aponer como un globo.

–Pero no te desmayarás.

–Esto ha ocurrido porque no calculé bien el tiempo y tuve que subir las escaleras tiene nada que ver con mis hábitos alimenticios.

–¡Tiene todo que ver! –gritó Naruto–. Tiene todo que ver con matarte por darle gusto a todo el mundo, ¡incluyéndome a mí! No quiero que nadie se desmaye por mi culpa.

Hinata se sonrojó.

–No me he desmayado por ti. –Le latía muy fuerte el corazón, ¿era tan obvio?

–Subiste corriendo las escaleras para no llegar tarde, aunque obviamente estabas cansada o no te sentías bien. Así que sí, en parte soy culpable de tu desmayo, aunque sea de forma indirecta.

Hinata se levantó despacio, se sentía un poco más espabilada.

–Lo siento, señor. –Dejó el vaso en la mesita que había junto al sofá–. Pero no puedo comer cada treinta minutos. Me mantendré hidratada y haré un esfuerzo para no saltarme comidas, pero no puedo permitirme ganar más peso.

–¿Por qué no? –preguntó Naruto–. ¿Por qué es tan importante para ti?

Hinata lo miró con fijeza, esperando ver en él desdén o burla, pero tan solo veía curiosidad auténtica. Por eso le dijo la verdad.

–No seré la dama de honor de mi hermana si no adelgazo.

–¿Me tomas el pelo?

Hinata sacudió la cabeza.

–Hanabi me lo ha dicho muy clarito. Ha comprado un vestido talla treinta y seis para lad ama de honor. Me lo pondré yo si quepo y si no será su mejor amiga, que ya usa una treinta y seis.

–¡No me lo puedo creer! –Naruto meneó la cabeza y alzó las manos al aire–. Tu hermana es una arpía.

Hinata lo miró sorprendida.

–¿Cómo?

–Lo siento, pero es que es ridículo.

Ella sonrió, agradecía que otra persona pensara como ella.

–Lo sé, pero es mi familia.

–Bueno, pues tienes que comer. –Cogió el móvil y mandó un mensaje–. No debería haber hecho que te quedaras hasta tan tarde todos estos días. Se me olvida que no llevas mucho tiempo con nosotros y que te has adaptado tan fácilmente. Te contraté para tener una asistente personal las veinticuatro horas, algo que tú haces sin rechistar. Pero podemos trabajar desde casa, fue justo por eso por lo que preparé la suite. MacBane va a empezar a cocinar también para ti.

–Señor...

–No discutas. Es mi chef y es muy bueno. Haré que a partir de ahora te prepare la comida y la cena.

Hinata se sentía como si estuvieran mimándola y echándole la bronca al mismo tiempo.

–He probado la tarta de carne y champiñones de Murray. Es como un trozo de Paraíso cubierto de nubes. –Se lamió los labios y su estómago empezó a gruñir para mostrar que estaba de acuerdo.

–¿Quién es Murray?

–Murray MacBane. Tu chef.

–Ah, no sabía que se llamaba Murray. Interesante.

–¿Qué cosa?

Naruto levantó la vista mientras volvía a colocarse el móvil en el clip del cinturón.

–Su empresa se llama Mm. Siempre pensé que era porque cocina muy bien, ya sabes: Mmmm.

Ella se echó a reír.

–¿De verdad? –Dejó de reír cuando él la miró fijamente–. La comida de Murray... De MacBane es deliciosa, pero no me va a ayudar a adelgazar.

–Ya le he dicho que quieres ensaladas y cosas ligeras para cenar. Él se encargará de todo.

–Ah –¿Qué se suponía que debía decir?– Vale. Eh, gracias.

–De nada. Tómatelo con calma el resto del día. Si te sientes mal dímelo y haré que mi chofer te lleve a casa.

–Estaré bien. Gracias otra vez. –Empezó a caminar hacia su despacho.

Naruto se aclaró la garganta.

–¿Sí? –Hinata hizo una pausa en mitad del despacho.

–No olvides mantenerte hidratada. –Él dio la vuelta al sofá para recoger el vaso y dárselo.

–Sí, señor. –Hinata lo miró, segura de que acabaría despidiéndola por pesada. Desde luego no le facilitaba la vida si iba a ir desmayándose por los rincones. Hizo una pausa junto a la puerta que separaba los despachos–. Gracias, señor. Prometo que esto no volverá a pasar.

Cuando se giró para marcharse, Naruto la llamó:

–Hinata.

Ella se giró para mirarlo.

–¿Sí, señor Namikaze?

–Que comas un snack cada treinta minutos no es negociable. Si tu hermana se niega a que seas su dama de honor por algo tan trivial como la talla de un vestido es que no te merece –dijo.

Hinata apretó los dientes y asintió.

–Sí, señor –dijo y se marchó. Estaba claro que él no comprendía lo importante que era la talla de un vestido. No era en absoluto trivial.