XVIII

[Frank Sinatra – Let it Snow]

Y así, sin darnos cuenta, llegó el día antes de Navidad.

El 24 amaneció algo nublado, con atasco y redoblón en el Dinner, repleto desde la madrugada con camioneros felices por el reencuentro, frescos y lozanos para la noche buena, degustando chocolate caliente y pastel de frutas. Los trenes, cargados de viajeros exhaustos, equipajes llenos de lazos y recuerdos vigorosos, arribaban a las estaciones con un pito anacrónico que se confundía con el grito de felicidad de las hermanas al reencontrarse, de los padres al ver a sus hijos, de los hijos al ver a sus padres, y de los esposos al fin reunidos. Las calles se llenaban de risas y conversaciones agradables. Los tropiezos de la prisa eran saludados con furibundos abrazos. Incluso los perros callejeros andaban meneando la cola alegremente en los parques y hasta los mapaches, la mascota todo el año hostigada, lucían felices.

Ese día, Barry y Bass se levantaron temprano. Linda preparó un desayuno navideño consistente en leche y galletas con formas varias, tales como árboles, muñecos de nieve y el rostro de cierto personaje muy reconocible pero también bastante polémico durante todo este mes. Luego, con la señora Burton al mando, ambos hermanos dedicaron buena parte de la mañana a una extenuante excursión por el Raccoon Mall, realizando las compras finales y definitivas para celebrar la Navidad.

De mientras, Moira y Tina quedaron como encargadas oficiales del Orden Hogareño, que era un nombre pomposo para los quehaceres de defender la casa de hasta la más minúscula mota de polvo y de cuidar a Polly, para que hiciera cuanto quisiera sin exceso y con la debida reserva, todo hasta que los adultos regresaran.

Bass aprovechó el viaje para ir a devolver el disfraz de Santa, como le llamó Linda, a lo que él aclaró que se trataba de un uniforme de trabajo. Cuando llegó, reconoció a Becky en su puesto, aun trabajando como elfa.

—Bass, ¿Dónde está tu disfraz?

—Dirás uniforme —aclaró el hombre—-. Lo siento, Becky. Hoy ya no trabajo.

Dejó la bolsa con el traje sobre el mostrador.

—Jo, ¿es por todo el escándalo de los Santas? —preguntó Becky, interesada por revisar el contenido, para que no faltase ninguna pieza, que así se han perdido varias—. Sí, lo entiendo. La verdad muchos tienen miedo.

—Sí, eh, ¿cómo? Nada de miedo, chiquita —intentó aclarar Bass.

—Es comprensible. Bueno, supongo que tendremos que arreglárnosla nosotros.

—Eh... ¿Ah? Ah, sí, claro.

—Oye, ¿esto es tuyo? —Becky le acercó una tarjeta que encontró en uno de los bolsillos.

—Y eso qué... —Bass, al cogerla, recordó de golpe su significado—, oh, ¡joder!

Era la tarjeta de la pequeña Sherry Birkin, ¿cómo había podido olvidarlo? Con tanto desmadre navideño, se le había pasado por completo la petición de aquella dulce niña, ¿y ahora qué haría? Tenía menos de 24 horas para hacer realidad un sueño de Navidad.

—Feliz Navidad, Bass —le dijo Becky antes de volver a lo suyo.

—¡Becky, te necesito! —exclamó, cogiéndola de los hombros.

—¡Oye, que el traje de es Elfa, no de puta! —y se lo quitó de encima con un empujón de los suyos, que lanzó a Bass sobre una pila de regalos decorativos.

Barry y Linda se quedaron observando al hermano Burton. Compartieron una mirada. Su esposo le sonrió. Ella solo suspiró, resignada aunque optimista.

No harían ni las 9 de la mañana y Chris ya terminaba su tercer cigarro. Tras pasearse desnudo por su edificio de apartamentos, alcanzó la azotea solo para que el frío callejero lo nalgueara. Luego, fue por un café, cargado, como le gustan, con solo una puntita de crema. El día de sus temores había llegado y no estaba seguro de cómo lo abordaría. Iría a trabajar y luego de vuelta a casa para comprar algunas viandas varias que llevar a casa de los Burton. Allí estaría Jill y sorprendentemente sentía cierta emoción en forma de retorcijón en la tripa, de esa que le da a quien sabe que tiene que hacer algo que no es malo ni peligroso, pero que igual pone nervioso. A pesar de todo, se convenció a sí mismo de que lo haría bien, tenía que hacerlo.

Nada podría arruinar este día.

Barry, Linda y Bass volvieron sobre las 10 de la mañana a su hogar. Sirvieron ponche de huevo y chocolate caliente en la mesa de los Burton. Moira jugueteaba con el engrudo que había en su tazón y Polly le tenía que soplar cada dos por tres para no quemarse la boquita. Tina, con su ancha sonrisa, iba disponiendo guirnaldas y lazos y colgaba muérdagos y lanzaba flores doradas. Luego, la señora Burton puso manos a la obra para terminar de preparar la cena navideña empezada la noche anterior.

—Bass. ¿Por qué no preparas algunas hamburguesas o alitas de pollo para degustar? —dijo Linda, sorprendiendo a ambos hermanos.

—Oh, sí, yo me encargó. —corrió a su camper a buscar sus utensilios.

—Oye, Linda, ¿Estás segura? —preguntó Barry

—Prefiero que se ocupe de ello y no se acerque a mi cena. —sonrió a su esposo.

—Rayos, mi esposa es una mujer lista. —dijo sorprendido.

—Por eso te casaste conmigo. —chascarrillo con los brazos cruzados.

—Por eso y por otras cosas. —le sonrió.

—¡Barry! —gritó juguetonamente.

—Me refería a tu buen corazón. —rio mientras la abrazaba por la cintura.

—Uhmm, bueno, solo trata de controlar a tu hermano un poco.

—No te preocupes, mi amor. Barry se encargará. —unieron las puntas de sus narices en señal de afecto.

Pasado un rato, Barry tomó sus cosas y se despidió de su familia en conjunto. Salió en coche con dirección a la RPD, a pasar la mañana antes de Navidad con sus compañeros de la Estación y los STARS.

Aquella mañana los teléfonos no paraban de sonar en el Departamento de Policía de Raccoon. Las cosas estaban movidas y agitadas, con gente apurándose en rellenar informes y entregar documentaciones. No habría Navidad allí como años anteriores así que todos trataban de terminar su trabajo cuanto antes para conseguir salir temprano, o si era menester, intercambiar turnos con algunos solitarios.

Rita contestaba llamada tras llamada. Algunos llamaban preguntando si de verdad los Santas habían sido detenidos, buscando pasar una Navidad tranquila. Otros tanto llamaban por familiares que se habían retrasado en sus viajes de regreso, unos pocos por disputas familiares surgidas de quién ponía la estrella en la copa del árbol, y ya si eso algún que otro robo de teléfono o maleta en el Raccoon Mall era informado, y un par más para preguntar si de veras, de veritas de veritas, habían detenido a los Santas ladrones.

Entonces Rita contestó una de tantas llamadas y recibió una pregunta extraña:

—Aló... ¿El agente Redfield? En estos momentos no se encuentra. ¿Desea dejarle un recado?— Rita apuntó en un papelito el mensaje.

Mientras tanto, en la casa de los Burton, Bass decidió aprovechar unos momentos de libertad para llamar a la casa de los Birkin a fin de cumplir su palabra de Santa dadas a la pequeña Sherry. Sin embargo, para cuando tuvo la bocina en la oreja se dio cuenta que no había preparado nada que decir.

—Bueno —se dijo a sí mismo— improvisaré, usaré lo que me salga del corazón.

—Familia Birkin, ¿en qué podemos ayudarle? —se escuchó al otro lado de la línea.

—¡Escúchame, hijo de perra, y esto también va para tu maldita esposa! —Gritó Bass—, ¡su hija es un ángel venido del cielo y lo mínimo que podrían hacer es pasar una buena Navidad con ella! ¡Joder, no es tan complicado! ¡Yo sé que a veces el trabajo es muy exigente, pero por una noche al año no creo que se pierda gran cosa, además es su hija, ella se lo merece, no importa cuántos regalos bonitos le den, nada reemplazará la presencia y el cariño de unos buenos padres! ¡Así que métanse en su papel y no jodan la Navidad! —terminó de gritar, muy agitado.

—Cielo, Santa, tienes razón. Voy a arreglar eso ahora mismo y tendremos la mejor Navidad de todas nuestras vidas. ¡Muchas gracias!

—Jeje, no hay de qué... Espera, tengo al Alcalde en la otra línea —cambió.

—Bass, rápido, Mojo Jojo robó la llave de la ciudad otra vez.

—¡Mama Mía!

Sí, así sería, así de fácil.

—Diga —era la voz de una persona de verdad, la voz de una mujer adulta, medio rasposa.

—Eh... —Bass se paralizó.

—¿Diga? ¿Aló? Oiga, lo oigo respirar.

—¡JoJoJo! —Exclamó—, ¡te llama Santa desde el Polo Norte para recordarles pasar una bonita Navidad en familia!

—¿Qué carajos? ¡No nos haga perder el tiempo!

—¡No, espere! —Gritó, desesperado—. Su hija...

—¿Mi hija?

—Sí, su hija, ella está muy buena, ¡digo, es muy buena!

—¡Maldito enfermo! —gritó la mujer, violenta.

—¡No, carajo, eso no es lo que...!

Y le colgaron.

—Oh... mierda... —se dijo a sí mismo Bass. Probablemente los problemas familiares no se puedan solucionar con tanta facilidad en todas las familias.

Al otro lado del teléfono, Annette Birkin se dirigió consternada hacia su esposo, el Dr. William Birkin, que veía las noticias en la sala sobre el inepto y desaparecido Jefe de Policías Brian Irons.

—¡William! ¡Un tipo llamó, creo que era un pervertido, quería secuestrar a Sherry!

—Ah, seguro es un loco... —fue todo lo que dijo William.

—¡¿Acaso no te importa?! —gritó indignada Annette por la actitud de su esposo más que por otra cosa—, ¿Cómo consiguieron este número? ¿Acaso cualquier loco puede llamar y amenazar a tu familia y a ti no te importa?

—Por favor, es un cobarde que llama anónimamente, si fuera a hacer algo ya lo habría hecho— respondió incomodo, restándole importancia a la queja de su esposa.

—¡No puedo vivir así! —le dio la espalda.

—¡Entonces le diré a Wesker que nos ponga más seguridad! ¿Estarás bien así?

—¡No puedo soportar esto! —Annette se apresuró a abrir el minibar y a servirse un vaso lleno de coñac.

—Sí, sí, vamos, adelante, emborráchate otra vez, maldita ebria...

—¡Vete al diablo, tú me obligas a esto! —le gritó llorando y salió corriendo de la sala, con cuidado de no derramar el contenido de su vaso lleno.

—Sí, huye de tus problemas, como siempre...

En el patio, Sherry se mantenía suspendida triste en su columpio.

Chris llegó a su trabajo a eso de las 11, pero Rita estaba tan absorta en otros temas que olvidó por completo la nota que había escrito para el agente Redfield, así que lo dejó pasar como si nada y este fue, sin necesidad de esquivar porque lo esquivaban a él, hasta la oficina de los STARS.

—Oye, Brad —preguntó Chris al ver a Vickers con un paquete más o menos grande forrado con papel de regalo— ¿Para qué rayos es eso? ¿Santa te dejó tu regalo aquí?

—No seas tonto, Redfield. Es para el intercambio.

Entonces Chris se dio cuenta. Se quedó congelado, incrédulo. Sintió miedo.

Esa mañana, esa precisa mañana, los STARS debían hacer su intercambio de regalos como parte final de su juego de Santa Secreto, y Chris lo había olvidado por completo, como si con él no fuera.

—Tienes que estar bromeando —y cuando se dio cuenta casi todos tenían cajas de diferentes tamaños o paquetes forrados con motivos navideños.

En ese momento entraba Richard a la oficina, con su pequeño paquete bajo el brazo y una sonrisa en el rostro.

—Feliz Noche Buena a todos, chicos —dijo caminando a su escritorio.

—Oye, Richard —se acercó Chris— ¿En verdad compraste un regalo? Jeje, qué tonto.

—Por supuesto que sí, Chris. ¿Qué clase de desalmado crees que soy?

—Jajá, sí, claro, es lo lógico ¿no? —dijo, y reía, nervioso—. Eh... ¿En verdad vamos a hacer esto? Sabes, la Navidad no es tan importante...

—Olvidaste comprar un regalo, ¿verdad?

—Claro que no... —declaró Chris, firme, y luego calló—. Ya vengo... —y Chris intentó salir rápidamente de la oficina, pero justo se cruzó con Barry y Enrico en la puerta.

—Hola, Chris. A donde sea que vayas no tardes mucho, vamos a iniciar el intercambio de regalos en unos minutos. —dijo alegremente el buen Barry.

—Claro, solo voy... por una bebida. —y huyó con la cabeza gacha.

Chris pensó en salir inmediatamente a comprar algo, lo que sea, pero en realidad no tenía mucho dinero encima, y ni quería pensar en todo lo que tardaría buscando algo cómodo y adecuado. ¿Cómo podía haberlo olvidado? ¡Qué estúpido!

—¡Ya sé! —dijo poniendo dirección a la zona de objetos confiscados, pero un rápido vistazo le quitó todo deseo de tomar alguno de ellos y hacerlo pasar como un regalo. Había muchas armas, pero regalar armas en Navidad tenía como un aire muy incorrecto, aunque se tratasen de policías; teléfonos bloqueados, aunque Chris no entendía de esos aparatos y nunca le gustaron, ni tenía uno él; e incluso una navaja suiza brillante que ocultaba destornilladores, sacacorchos y hasta un peine, pero le gustó tanto que se la guardó para sí mismo—. Maldita sea, todo es basura. ¡Ya sé! —y se dirigió a la zona de pruebas, pero las expectativas cayeron incluso más rápido. Casquillos vacíos, prendas manchadas, cabellos sueltos y hasta placas con huellas de zapatillas impresas. No, por muy mal gusto que tuviera ese bastardo, no le gustaría nada de esta basura.

Chris sentía un retorcijón en la parte baja del estómago y muchas ganas de encerrarse en el baño, gritar y olvidarse de todo. Por un instante se le pasó la idea de regalarle algo propio, como una de sus chaquetas, pero eso era impensable, considerando que la mayoría tenía un valor sentimental y que los demás lo verían como deshacerse de ropa vieja. Dando vueltas como un perro que persigue su cola, se hincó de cuclillas en medio del pasillo, espero que un regalo adecuado entrase por la ventana. No tuvo suerte.

—Pero... ¿Qué estoy pensando? —Se interrogó, como furioso consigo mismo, y se golpeó el pecho con ambos puños—. Este no soy yo. Al diablo. No me queda de otra.

Se paró frente a la máquina expendedora de bebidas pensando en qué soda le gustaría más a Edward.