XIX

—Muy bien. ¿Ya estamos todos? —Preguntó Barry a la oficina repleta— Ah, no, esperen, falta Chris, mendigo hijo de su... —en ese momento Chris volvió a la oficina con las manos en los bolsillos, algo cabizbajo— Ah, perfecto. Muy bien. Ya estamos todos aquí. Capitán Wesker —se volvió—. ¿Podemos empezar?

—Tienes mi permiso, Barry —autorizó el hombre que incluso en días como hoy se vestía con colores oscuros y no dejaba de llevar sus lentes negros.

—Perfecto —y palmeando sus manos se volvió hacia el resto—. Entonces les explicaré las reglas. Iremos uno por uno. Aquella persona que deba entregar su regalo primero deberá decir algunas palabras de su compañero. Luego de eso la persona que ha recibido su regalo es la siguiente en entregar el suyo.

—¿No podemos hacerlo todo al mismo tiempo y ya? —preguntó Forest, cansado de la mañana y su gélida compasión. A Chris le pareció una genial idea.

—Sigamos las malditas reglas del jueguecito. ¿Está bien? —dijo Enrico, quien se veía más cansado de lo usual producto de una evidente falta de sueño.

Chris miró a su costado, intentando descifrar si alguno de sus compañeros tenía el mismo problema que él. Miró a Jill y se le acercó deslizando su silla para preguntarle.

—Oye, Jill, verdad que a ti también se te olvidó comprar un regalo ¿Cierto? Es decir, con todo esto de los Santas apenas tuvimos tiempo para pensar en esta tontería, jajá

—¿De qué hablas, Redfield? —lo miró, como quien mira un insecto aplastado en la calle—. Lo tengo desde hace una semana.

—... ¿Qué?

—¿Y qué es eso de que "también"? —su mirada filosa lo hería profunda y existencialmente—. ¿Acaso no compraste nada?

—No, claro que tengo un regalo —afirmó, tonto—. Lo digo por... Brad...

—Ah... —Jill lo miró con rareza. Chris intentó ocultar que se ahogaba en pena.

—¿Entonces nadie quiere comenzar? —insistió Barry, harto ya del largo silencio que todos guardaban cuando preguntaba.

—¿Por qué no lo haces tú, Barry? —Preguntó Forest— a fin de cuentas todo esto fue tu idea.

—¿Mi idea? —Se mosqueó el buen Barry— En realidad este juego fue idea del capitán Wesker. Yo solo estuve de acuerdo.

Entonces, perfectamente sincronizados, Forest, Chris, Richard, Brad, Joseph y Edward, soltaron una interrogante profunda y alargada.

¿QUÉ?

—¿Quieres decirle al capitán que empiece él? —le preguntó Barry a Forest.

—Nah, olvídalo —retrocedió el muchacho.

—Barry —Wesker tomó la palabra— Yo me encargo. —Dio unos pasos al frente, haciendo gala de toda su autoridad. Sus subordinados le observaron, expectantes, como siempre le solían ver, con cierta mezcla de admiración y temor, porque sabían que siempre que Wesker decía algo, algo pasaba—. Edward, inicia tú.

—Oh, ¿Y por qué yo, capitán?

—Porque yo te lo ordeno.

Y eso era letra capital.

—Ah, rayos —fue y se puso de pie nada más—. A mí me tocó Richard. Este es tu regalo, Richard. Disfrútalo. —Le entregó un paquete mal forrado.

—Carajo, Edward. —Se cabreó Enrico— No tenías que decirlo. Debías dar pistas para que los demás adivinaran, puto imbécil.

—¿Y para qué iba a hacer eso? Todos lo iban a saber al final.

—Porque esas eran las putas reglas, hijo de perra.

—Bueno —se hundió de hombros—. ¿Lo hago ahora?

—¿Ya para qué, idiota de mierda? —Enrico no estaba en su mejor día.

—Bueno, bueno. Ya se lo di —y se volvió a sentar como si nada.

—Al menos deséale una feliz navidad, cretino malagradecido —volvió Enrico a joderlo—. De seguro eres de los que se cogen a los tipos por detrás sin tener la decencia de hacerles una puñetera paja al mismo pinche tiempo.

—Vale, vale, feliz navidad, Richard.

Chris estuvo más tranquilo ante la escena que todos los STARS presenciaron.

"Bien, al menos no seré el que arruine la celebración".

—Wow —dijo Richard, al terminar de desenvolver su regalo— Esto es increíble, Edward —mostró una chaqueta de cuero de bordes finamente cocidos y con diseño estampado en la espalda— Muchas gracias, viejo. Me encanta.

—Estaba de barata, pero es un modelo único y sé que te gusta mucho esa banda. Si no te queda la puedes cambiar en el Raccoon Mall.

—¿Estás bromeando? ¡Me encanta! Está perfecta, viejo —dijo Richard probándosela— Muchas gracias, en verdad.

—No te preocupes, amigo.

Y Chris mientras tanto pensando: "¡Demonios, ahora quedaré como un baboso!".

—Bien hecho, Edward —dijo Barry— lo arruinaste al principio, pero te redimiste al final. Bueno, tú sigues, Richard. Y hazlo bien.

—Vale, está bien. Haré mi mejor esfuerzo —Richard se puso de pie, con su pequeño paquete de obsequio entre manos, hasta pararse en medio de la oficina, muy histriónico él— Bueno, bueno. A mí me tocó una persona muy singular de esta oficina. Podría decirse que es la persona más importante para todos nosotros. De hecho cada fin de mes nuestro salario depende de él, y por alguna razón gusta de usar lentes negros todo el día, en todas partes. —Para ese momento, todos habían ya adivinado— ¿Ya saben quién es? —preguntó Richard.

—¿Soy yo? —preguntó Barry.

—No... Bueno, Feliz Navidad, Capitán Wesker —se volteó hacia Wesker—. Sé que es usted muy serio con todos nosotros pero, gracias por proponer este juego y bueno, esto es para ablandar un poco su corazón. —y Richard le alcanzó el paquetito.

Todos, incluso Chris, aplaudieron.

—Vaya, Richard. Muy agradecido —Lo tomó y lo puso debajo de sus brazos.

—Oh, no, capitán, debe abrirlo frente a todos. —Dijo Richard— Así no hay chiste.

—Son las reglas, capitán —le recordó Barry.

—Sí —dijo Jill— que lo abra.

Joseph y Kenneth se sumaron a la petición. A Chris como que le daba igual, pero igual tenía interés por ver qué era. Wesker suspiró. Tomó el paquete entre sus dos manos y lo comenzó a desenvolver.

—¿Qué es, Richard? —Preguntó Joseph— No me digas: unas gafas de sol.

El capitán de los STARS retiró todo el papel de regalo y ya a medio camino pudo percatarse que se trataba de un marco de fotografía. Al dejarlo al descubierto, le dio vuelta y resultó contener una foto de todos los miembros de los STARS reunidos. Estaban acomodados en dos filas, 7 atrás y 5 delante, armas al hombro, hincados en el suelo, con el Helicóptero Nova a sus espaldas. Wesker contempló el cuadro unos segundos sin que nadie entendiera qué sucedía. Richard solo sonrió.

—Ya muestre qué es, capitán —insistió Joseph.

Wesker le dio la vuelta. Algunos se levantaron para apreciarla.

—Ey, somos todos nosotros. —señaló Jill.

—Recuerdo ese día —agregó Barry— fue antes de la situación de rehenes en el Hospital de Raccoon.

—No, no —corrigió Forest— Es de cuando intervenimos en el robo al Banco. Lo recuerdo porque Edward se había rapado la cabeza.

—Sí, es verdad. —Rio Joseph— Te veías irreconocible, viejo, Jajaja. Hasta se podría decir que eras otra persona.

Un ambiente jovial se había apoderado de la oficina de los STARS.

—Richard —llamó Wesker— Muchas gracias. Lo pondré en mi escritorio, para verlo... Todos los días.

—Ohhh —coreó Joseph— ¡Beso!

Todos rieron e inició una espontánea ronda de aplausos.

—Bien, Wesker —le llamó Barry, con confianza— Ahora te toca a ti.

—Bueno. Haré esto sencillo. Me tocó un patán con pinta de delincuente, que no cree en la navidad y pidió expresamente que no le regalaran nada.

Todos supieron que se trataba de Forest, y él mismo se sorprendió y paró la oreja. Chris se sintió aliviado, ya que el capitán, luego de un regalo tan sentimental como el que había recibido de parte de un detallista Richard, no iba a regalarle nada en cambio al cretino de Forest.

"Debí suponerlo, Wesker no se presta para esta clase de tonterías", pensó confiado.

—Sin embargo, como esto fue mi idea y no quería que nadie se quedara sin regalo, ni siquiera tú, bastardo sin sentimientos, ten, te compré algo —le alcanzó una caja rectangular con un moño blanco—. Y descuida. Es algo que te gustará.

"Oh, maldita sea, me cago en Dios".

—Oh, demonios —dijo Forest poniéndose de pie, intentando ocultar la sonrisa en su rostro, la emoción en sus ojos— dije que no quería nada, pero bueno, está bien, está bien, lo recibiré, por respeto a usted, Capitán.

Chris supo entonces que estaba bien arruinado, y entonces llegó el griterío.

—¡¿Qué?! ¡¿Una puta corbata?! Oh, ¡venga ya, ¿qué es esta mierda?! —Forest agitaba rabioso la corbata roja de rayas blanca, mientras sus compañeros contenían las risas ante la situación—. ¡¿A quién se le ocurrió esta mierda?! ¡Una puta corbata, una puta corbata en Navidad, ¿les parece chistoso?!

—¿Qué pasa, Forest? —preguntó Wesker, con los brazos cruzados— ¿No te gusta tu regalo? Ah... es cierto, tú no crees en ellos.

Forest le miró como con mala gana, y se volvió, fastidiado.

—... ¡Al diablo! ¿Una corbata? ¿Para qué voy a usar yo una corbata?

Los compañeros reían, pero Wesker se mantenía estoico.

—Puedes usarla para buscar un nuevo trabajo —le dijo—. Estás despedido, imbécil.

—¿Qué? —Su intensidad bajó instantemente— Debe estar bromeando, Capitán.

La oficina entera aulló ante la sal y su ardor.

—Sí. De hecho sí. Es una broma. Pero ese —señaló la corbata—, ese sí es tu regalo. Feliz navidad, Forest.

—Oh, maldita sea —refunfuñaba—. Bueno, como sea, igual no quería nada. —metió la corbata malamente de vuelta a la caja y la tiró sobre su mesa.

Los demás miembros no pudieron sino ya estallar en carcajadas por la tomadura de pelo que el mismísimo capitán Wesker le hizo a uno de los más chulos del equipo. Eso definitivamente era un milagro navideño.

—Muy bien, Forest, obtuviste lo que te buscaste. Ahora, entrega tu regalo —lo, prácticamente, amenazó Enrico.

—Bien, bien. Terminemos con esto —Forest volvió.

Chris pensó que quizás podría usar el truco de Wesker y dar así un regalo de broma. A fin de cuentas no era algo tan importante. Y con algo de suerte, le tocaría dar su regalo al final, cuando ya todos estén distraídos. Eso confiaba.

—Oye, Chris, Feliz Navidad. —Dijo Forest, extendiéndole la mano— no te compré nada, disculpa, viejo, pero pásala bien.

Todos, sin excepción pero con cierta discreción, se quedaron boquiabierto.

Sabían que Forest había amenazado con su espíritu anti-navideño, pero no pensaron que fuera a ser tan hijo de puta como para cumplirlo.

—Forest, maldito bastardo —rabió Enrico— dijimos explícitamente que nadie se debía quedar sin regalo. Solo tenías que traer un regalo, cualquier cosa, ¡miserable!

—Yo les dije que no quería jugar.

—¡Esa era una puta orden! —apuntó el índice como una lanza.

—Como sea, oye, Chris, ¿quieres este refresco? —Le ofreció la soda que estaba sobre su escritorio—. Es de uva y está casi nuevo.

—Carajo, Forest —reclamó nuevamente Enrico.

—Tranquilo, viejo —dijo Chris, intentando reír— No pasa nada...

—Bien, bien, cómo joden —Interrumpió Forest— aquí tienes, Redfield— Y le entregó la cajita con la corbata que acababa de recibir —creo que a ti te quedará mejor.

Y todos se volvieron a quedar en silencio.

—¡Carajo, Forest! —redobló Enrico.

—¿Qué? Es un regalo. ¿O no? —se hundió de hombros.

—Ese era el regalo que el Capitán te dio a ti, cretino —le dijo Jill, muy indignada.

—Bueno, bueno. Devuélvemelo, Chris.

—Vete a la mierda, Forest. —Dijo Enrico— ¡ya lo perdiste!

—No importa, gente, enserio —Trató Chris de detener la crisis, aunque en realidad una parte de su interior estaba algo acongojada— está bien. Gracias, viejo. Feliz navidad.

—Agradece que Redfield no es un cretino imbécil como tú, maldito desconsiderado infeliz hijo de perra —gritoneaba Enrico— bueno, Redfield, creo que mereces unas disculpas de nuestra parte.

—No, enserio...

—Yo sé que es una mierda haberse esforzado por alguien para que alguien más sea tan putamente codicioso y arruine el ambiente. Bueno, ahora te toca, y por favor, enséñale a este vago de mierda cómo dar un verdadero regalo de Navidad.

Tras esas palabras, Chris casi como que contuvo la respiración, con su corazón tan bravo y tonto, hecho un truño mal atado. Tras un pesado suspiro, se levantó, y anduvo como disimulado aunque todos lo estuvieran viendo.

—Sí, bueno, esto... —Chris se acercó a Edward y le susurró en voz baja— oye, Edward. ¿Podemos ir afuera?

—¿Qué? ¿Para qué carajos?

—Vamos, viejo, solo vamos afuera un rato.

—Olvídalo, Redfield, estoy muy bien aquí. Entrega tu regalo de una vez.

Y acomodó bien su trasero en su silla. Barry se dio cuenta que algo extraño ocurría.

—¿Chris? ¿Qué rayos pasa? Todos te estamos esperando. —reclamó.

—Oh, con un demonio —Chris se giró, se sentó, con postura derrotada, se puso de pie, fuerte, pero luego se volvió a sentar, más decaído— Bueno, verán, mi amigo secreto es un compañero de la oficina...

—Cielos, me preguntó quién podrá ser —bromeó Joseph.

—Creo que puedo llamar a esta persona más que un compañero de trabajo, y decir que es... bueno, un amigo... eso creo —intentaba decir, sin estilo ni gracia—. Bueno, es Edward. Toma, es algo pequeño, pero sincero. No tienes que abrirlo aquí.

Edward se dio vuelta sorprendido, se formó una sonrisa en su rostro que luego fue confusión al ver que Redfield solo le extendía un sobre con un pequeño moño, algo arrugado. Lo había guardado en el bolsillo de su chaqueta.

—Vamos, tómalo viejo.

Lo cogió entre sus dedos y lo comenzó a abrir. Todos estaban expectantes.

—Me preguntó qué será. Espero que sea un boleto a Miami.

—Bueno...

—Rayos, Redfield. —Dijo Enrico— Sí que tienes a todos en vilo.

Eso era completamente lo contrario a lo que quería.

—Bueno, ya saben cómo son estas cosas... lo que importa es la intención...

—¡¿Qué! —Gritó Edward— ¿20 dólares? ¿Este es mi regalo de Navidad?

Y nuevamente el silencio se apoderó de los STARS. Chris intentó no encontrarse con ninguna de sus miradas, ni la de Barry, ni la de Richard, y menos la de Jill.

—Chris. ¿Es una broma, verdad? —preguntó Barry, esperando el remate.

—Chris —llamó Jill— ¿Es enserio? —y él no resistió la vergüenza.

—Lo siento, Edward. Es que no se me ocurrió qué regalarte. ¿Sí? Así que pensé que para qué comprar algo que podría no gustarte. Mejor le doy el dinero y que él escoja su propio regalo. Venga, va por mi cuenta.

Otro silencio largo se instaló en la oficina.

—Vamos, solo acepta el dinero. Iba a ser más, pero tuve que pagar unas deudas esta mañana, sabes... te doy el resto en la tarde ¿Vale?

Y silencio otra vez. Jill suspiró, con evidente decepción. Barry, Enrico y Wesker desaprobaron con sus cabezas. Joseph apartó la vista y Brad se burló malintencionado.

—¡Joder, todos ustedes son unos miserables! —Gritó Enrico, harto, arrojando su taza de los STARS contra la pizarra y destrozándola en mil partes— ¡No han entendido nada de la Navidad y su mensaje! —todos se quedaron callados, algo asustados de repente.

—¿Y cuál es ese mensaje? —preguntó Joseph.

—¡Carajo, cállate la puta boca, huevón de mierda! —y se fue furioso.

Creyeron conveniente entonces hacer un receso.