Capítulo 10
Shion salió del despacho de Naruto por la puerta que daba a la recepción en el momento en el que Hinata salía de las escaleras y Ino del ascensor. Shion caminaba por la recepción con el tobillo en perfectas condiciones. Hinata se quedó sorprendida, no sabía qué hacer, así que se limitó a verla pasar. Shion cogió su café sin mirar a Hinata ni darle las gracias.
Subió al ascensor justo antes de que se cerraran las puertas. Hinata y Ino permanecieron en un silencio extraño.
–Te lo dije –susurró Ino.
–No es asunto nuestro.
Hinata se fue a su despacho. Sacó el cambio del café y lo puso en la mesa. No iba a molestar a Naruto ahora con eso.
Cuando se iba a sentar, apareció Naruto.
–Me voy temprano a casa –le dijo–. Entrégame el informe mañana. También las notas de la reunión que tuvimos con los accionistas esta mañana.
–Sí, señor Namikaze. –Cogió el cambio del café de encima de la mesa–. Su cambio. De lo que me mandó.
Él arqueó una ceja.
–Te dije que te lo quedaras. Ella lo miró intentando parecer tranquila.–No lo quiero, señor Namikaze. Es su dinero.
Él bufó, claramente molesto.
–¿Qué pasa, Hinata? –La miraba con tanta tranquilidad como ella lo miraba a él.
–Nada. –Volvió a ofrecerle el dinero.
–Si tienes que decirme algo dímelo. –Su voz sonaba dura, como la que usaba en las reuniones con los altos ejecutivos.
–Vale –dijo ella con los dientes apretados–. Le agradecería que me llamara siempre señorita Hyuga. Él la miró con fijeza.
–¿Y eso por qué, Hinata?
–No me siento cómoda con el tuteo ni con que me llame por mi nombre de pila. Siento como si me diera un trato especial y no me gusta. No quiero ser el centro de los cotilleos de oficina. –Lo miraba a los ojos, negándose a bajar la mirada.
–¡Es que eres especial! –gritó él. Cerró los ojos y suspiró. Era como si estuviera contando hasta diez.
Hinata estaba segura de que acababa de quedarse sin trabajo–. Lo que quiero decir –dijo despacio– es que eres mi asistente personal. Trabajo más de cerca contigo que con normal que te trate diferente. Tú puedes tutearme y llamarme Naruto cuando no estemos en una reunión o con otras personas.
Hinata estuvo a punto de burlarse en voz alta pero se contuvo a tiempo.
–Preferiría que no me tuteara –dijo, volviendo al trabajo–. Que pase buena tarde, señor Namikaze.
–Gracias, señorita Hyuga. Igualmente. –Le ofreció una mirada helada y salió hecho una furia de la oficina.
Hinata se puso a trabajar. No es por ti. Acaba de romper con su novia. Ha estado trabajando hasta tarde y luego ha ido al gimnasio temprano. Hinata lo sabía porque había intentado ir un par de veces en la semana y siempre olía como si él acabara de estar allí, como si pudiera oler su colonia.
Suspiró. Se sentía fatal de todas formas, increíblemente humillada. Podía imaginar lo que dirían Ino y los demás. El señor Namikaze ha roto con Shion por culpa de Hinata... perdón, de la señorita Hyuga.
Parece que ahora ese affair también se ha terminado. Otro corazón que rompe el maravilloso señor Namikaze. Pobre señorita Hyuga, no tenía ninguna posibilidad. Debería haberlo sabido con su físico.
–Mierda, mierda y más mierda –balbuceó.
–Me alegra saber que te pones tan contenta al verme.
Hinata se puso rígida y levantó la mirada, encontrándose con Kiba, que la miraba des dela recepción.
–El señor Namikaze no está –dijo ella–. ¿No te lo ha dicho Ino, la del mostrador de recepción?
Él meneó la cabeza.
Hinata suspiró y cogió su tablet, en la que ya tenía sincronizada la agenda de Naruto.
–¿Quieres que te haga una cita o dejarle algún mensaje?
–He visto al señor Namikaze en el ascensor –dijo Kiba–. No he venido a ver a Naruto.
Hinata no tenía ganas de ver a su ex y futuro cuñado.
–¿Qué quieres, Kiba?
–¿Así es como tratas a tu futuro cuñado? –Estaba claro que se burlaba de ella. Entró en el despacho y cerró la puerta–. Bonito iPad.
–No –dijo Hinata. Genial, más cotilleos para Ino–. Así es como trato a mi ex, que lo dejó conmigo porque se acostaba con mi hermana.
Él le lanzó una mirada cargada de odio.
–Qué puta eres, no sé ni cómo llegamos a gustarnos.
–¿Qué quieres, Kiba? Tengo mucho trabajo.
–Tu padre ha tenido un infarto. Está en el hospital.
Hinata lo miró fijamente, estaba en shock. Se levantó y cogió el bolso.
–¿Por qué no has empezado por ahí? –Lo empujó para pasar y abrió la puerta–. ¿Cómo está?
–Estable. Pero lo van a mantener en observación de todas formas y tienen que hacerle una transfusión.
–¿En qué hospital está?
–En el Scott Thompson.
–Tengo que verlo de inmediato –dijo, caminando hacia los ascensores. Levantó la voz para decirle a Ino que se marchaba y que volvería más tarde. Luego fue hacia las escaleras.
–¿Qué haces? –preguntó Kiba, pulsando el botón del ascensor–. Yo no voy a bajar por ahí.
–Es más rápido.
Él se encogió de hombros.
–Pues yo bajo en ascensor. Te cuento lo que ha pasado mientras bajamos.
–Vale. –Hinata entró en el ascensor con él en cuanto se abrieron las puertas. Dentro de aquel pequeño cubículo notaba la colonia de Naruto–. ¿Qué ha pasado?
Él se encogió de hombros.
–No lo sé –dijo, mirando el móvil–. Puedes ir tú sola, ¿no? Tengo que volver al trabajo.
–Eres un capullo –dijo Hinata–. Todo es un juego para ti, ¿no?
–Hey, que no se trata de mi padre –dijo Kiba–. Ha sido muy maleducado conmigo desde que nos conocimos, ¿por qué me iba a importar?
–No ha sido maleducado contigo, ¡ha sido un padre! Te acostabas con una de sus hijas y luego pasaste a la siguiente. –A Hinata le costaba creer que estuvieran hablando de eso–. Tú te portaste mal con toda mi familia cuando salías conmigo. Ni siquiera intentaste caerles en gracia hasta que empezaste a salir con mi hermana.
–Seamos realistas, Hinata. Me portaba mal con ellos porque sabía que no te caen bien. No era que pasara de ellos o nada por el estilo de lo que me estás acusando. Pensaba que no querías que me llevara bien con ellos. Si no, ¿por qué me contabas todas aquellas mierdas de ellos?
–Mentira –soltó Hinata–. No fue así y lo sabes.
El ascensor se abrió y Hinata salió antes de que Kiba pudiera contestar. Corrió hasta la calle y cogió un taxi.
Desde el taxi llamó a Hanabi. Esperaba que su padre estuviera bien. Se imaginaba cómo estarían su madre y Hanabi en aquel momento. Probablemente me echan la culpa del infarto, pensó sarcásticamente.
Hanabi estaba llorando cuando contestó.
–Hinata, tienes que venir al hospital, papá ha tenido un infarto.–Lo sé –dijo ella–. Kiba acaba de contármelo.
–¿Te ha llamado? –Sonaba sorprendida.
–No, ha venido a verme.
–¿De verdad?
Hinata sacudió la cabeza.
–¿Cómo está papá?
–No lo sé, no me dicen nada. Mamá está hecha polvo. No para de llorar y de quejarse, no veas qué vergüenza.
–Estoy de camino. Llegaré tan rápido como pueda.
El taxi llego al Scott Thompson Hospital en menos de diez minutos. Tiempo suficiente para que Hinata se tranquilizara y analizara las posibilidades. Kiba había dicho que su padre estaba bien. Debía haberse tratado de un infarto leve, quizás de una angina de pecho. Le pagó al taxista y entró corriendo, preguntando en la entrada por la habitación en la que tenían a su padre. Encontró a su madre y a Hanabi esperando fuera de la habitación.
Su madre la miró con rencor.
–Por fin has llegado –dijo–. Has tardado muchísimo. Pero tenías que ser egoísta y empezara trabajar,
¿no?
–Déjalo de una vez, Hanna–dijo su padre desde la habitación–. Te estoy oyendo.
Hinata ignoró a su madre y entró en la habitación.
–Hola, papá. ¿Cómo estás? –le dijo sonriendo.
Él miró hacia atrás, la madre de Hinata la seguía.
–¿Quieres dejar a Hinata tranquila con lo del trabajo? No iba a vivir en el sótano para siempre. –Le ofreció una sonrisa débil a Hinata–. Hola, mi niña –susurró–. Estoy bien, de verdad. Solo un poco cansado. No me dejan usar ni el ordenador portátil ni el móvil.
Hinata se rio por la cara de desesperación de su padre. Se sentó a su lado y le dio un toquecito en el corazón.
–Hey, si te han puesto un marcapasos no nos interesa que la electrónica interfiera.
Él sonrió y cerró los ojos.
–Tienes razón.
–Lo último que debes hacer ahora es trabajar. –Le apretó la mano–. Probablemente por eso te dio el infarto. ¿Necesitas algo? ¿Agua? ¿Otra almohada?
–Estoy bien –susurró sonriente–. Nunca he estado mejor.
–Hinata, ¿ya has encargado la almohadita para los anillos y la cesta para la niña que va a llevar las flores? –preguntó Hanabi–. Hay personas que dicen que no les ha llegado aún la invitación. Me dijiste que lo habías mandado todo.
¿En serio? Su hermana no había dicho ni una palabra desde que Hinata entró y lo primero era preguntarle sobre la boda. ¿Es que le importaba aunque fuera un poco su padre?
–Lo haré pronto –murmuró con los ojos fijos en su padre.
–Pues ya puedes hacerlo rapidito –dijo ella–. No tengo tiempo para hacerlo yo.
¿En qué estás tan ocupada? Apuesto a que probando tartas o probando vinos. Hinata le lanzó una mirada asesina a su hermana, que estaba de pie del otro lado de la cama con los brazos cruzados y la cara tiesa.
–¿Y por qué no le pides a tu dama de honor de recambio que lo haga?
–¡Hinata! –dijo la madre con aspereza–. ¿Ya vas a empezar? ¿Cuando tu padre ha tenido un infarto?
Sacudió la cabeza–. Niñas, al pasillo, ahora.
Hinata se acercó para darle un beso en la frente a su padre. Parecía que se había quedado dormido.
–Vuelvo en seguida, papá.
Hinata se encontró en el pasillo con su madre y su hermana, las dos la miraban mal y tenían los brazos cruzados. Podían ser gemelas. O las hermanas de Cenicienta.
Su madre empezó primero.
–¿De verdad estás diciendo que no vas a adelgazar para la boda de tu hermana? ¿Tan poco te importa?
Pues sí. Porque no es que yo le importe mucho a ella.
–No, mamá –dijo, intentando mantener la calma. Quería volver con su padre–. No digo que no tengo tiempo y Kira sí. Así que debería ser ella la dama de honor, ya que está claro que yo lo estoy haciendo fatal.
–Lo harías bien si no tuvieras otros compromisos –dijo Hanabi entre dientes–.Compromisos con tu guapísimo jefe, por ejemplo.
–¿Qué es eso del guapísimo jefe? –La madre miró a Hinata muy seria–. ¿Trabajas a cambio de favores sexuales? Hinata sintió que se hundía. ¿Qué les había contado Kiba?
Hanabi se echó a reír.
–Quiere acostarse con él. –Miró a su hermana de arriba abajo–. Pero eso no va a pasar nunca.
–No –Hinata acribilló a Hanabi con la mirada–. Para nada es así.
–Pensaba que os había educado bien –dijo su madre–. Es muy poco profesional acostarse con el jefe o sentir algo por él que no sea platónico. No confundas el trabajo con el amor, note saldrá bien.
–No me estoy acostando... –Hinata bajó la voz cuando una enfermera las miró desde el otro lado del pasillo–. Mi trabajo es completamente profesional.
–He visto a Naruto Namikaze, mamá –dijo Hanabi–. Nunca se va a acostar con Hinata.
–¡Yo tampoco lo haría! –Hinata odiaba sentir la necesidad de defenderse.–¿No? –Hanabi soltó una risa burlona y Hinata supo que estaba tramando algo. Siempre ponía esa cara cuando iba a acusarla con su madre–. Ya se acostó una vez con el hijo del jefe–. Se mofó Hanabi
–¿No te acuerdas cuando Kiba salía con ella porque le daba pena?
–¿Era el hijo de tu jefe?
Su madre se puso pálida y se sujetó a la pared.
–Mira lo que provocas, Hinata –chilló Hanabi–. Ahora le va a dar un infarto a mamá.
–¡Yo no provoco nada! –gritó Hinata–. ¡Sois increíbles! Papá está allí –señaló a la habitación–¿Y estáis intentando culparme de su infarto o del de mamá? ¡Una mierda increíble!
–Siempre se trata de ti, Hinata. –Hanabi le lanzó una mirada cargada de odio y luego miró detrás de ella. Hizo una mueca–. Tu culo gordo siempre va buscando encontrarse con alguna polla, ¿no es así?
–Espero no interrumpir –dijo bajito una voz masculina.
Un escalofrío recorrió la espalda de Hinata y se quedó rígida.
Todas dejaron de hablar, mirando a Naruto, que estaba detrás de Hinata. Llevaba un gran ramo de flores en la mano. Se veía tan fuera de lugar, bien vestido e increíblemente guapo. En parte a Hinata le daban ganas de reír. En parte quería darle una bofetada.
–Para nada –dijo Hanabi con dulzura, mirando a Naruto de arriba abajo con los ojos brillantes. Le recogió las flores–. Deben ser para mi padre. Qué detalle. Debes ser Naruto Namikaze,me han hablado mucho de ti.
–Lo soy –dijo él, no parecía muy seguro de qué otra cosa decir–. Mi secretaria me ha contado la situación y he querido venir a traer flores y ofrecer mis mejores deseos. –Le sonrió a Hinata
-¿Cómo está tu padre?
–Está bien, creo. No he tenido mucho tiempo para enterarme de lo que ha ocurrido. –Mantuvo la mirada fija en sus preciosos ojos azules, aunque habría querido mirar a su madre y a Hanabi.
–¿Por qué no te tomas el resto de la semana libre? Pasa con tu padre todo el tiempo que necesites. La oficina puede esperar hasta el lunes.
Hinata tenía ganas de llorar. De verdad tenía buena intención, ella lo sabían, pero decir aquello frente a su familia solo iba a empeorar las cosas.
–Es muy... amable de su parte, señor Namikaze–dijo la madre, lanzándole a Hinata una mirada suspicaz
–La mayoría de los jefes no serían tan generosos.
Mierda. De verdad piensa que nos acostamos.
–¿Quiere que le ayude a poner las flores en la habitación? –preguntó Hinata con torpeza.
–Claro.
Naruto parecía aliviado de poder escapar de la madre y la hermana.
Hinata le cogió las flores a Hanabi, casi tuvo que arrancárselas de las manos. Entró en la habitación con Naruto detrás de ella y sin dejar de mirar a su padre.
Él levantó la mirada en cuanto entraron, entreteniéndose en Naruto y pasando luego a su ó los ojos al mirar detrás de ellos.
–Señor Namikaze, ha sido muy amable dándole trabajo a mi hija, especialmente teniendo en cuenta que el resto de su familia es agotadora. –Suspiró y contuvo el aliento–. Creo que lo mejor para usted es que la deje marchar. Ella no está, eh, digamos, hecha para trabajar hasta tarde. Le romperá el corazón.
A Hinata le ardían las mejillas mientras las lágrimas amenazaban con desbordársele. Su padre, el único que se había alegrado un poco por su nuevo trabajo, ahora le decía a su jefe que debía despedirla porque pensaba que ella estaba enamorada de él. Era el día más humillante de su vida; casi entendía que Kiba hubiese preferido volver al trabajo antes que ir a visitar a su futuro suegro al hospital.
Naruto miró al padre de Hinata. Su sonrisa era cordial pero su mirada helada.
–Aunque aprecio su comentario, señor Hyuga, yo decidiré lo que es mejor para mi empresa. Porque la empresa es mía. Su hija es muy valiosa, debería sentirse orgulloso de ella y no avergonzado.
El padre se sonrojó e intentó en vano incorporarse.
–Papá, no. –Hinata se acercó mientras el monitor del ritmo cardiaco mostraba un aumento repentino.
Naruto bufó, con una cara indescifrable.
–Tengo que volver al trabajo, Hinata. Hasta luego. Hanabi, señora Hyuga, Hinata. –Movió la cabeza ante cada una de ellas y luego giró sobre sus talones para marcharse.
Hinata miró a su familia sintiéndose derrotada. Todos ellos eran malas personas. de permanecer en la habitación y afrontar el odio y las acusaciones de su familia,salió corriendo.
Dudó un poco en el pasillo, no estaba segura de hacia dónde debía ir.
Naruto estaba cerca de la puerta y le cogió el brazo.
–Por aquí –dijo–. A los ascensores.
–Por favor no me toque –susurró Hinata liberando el brazo como si estuviera en llamas.
Caminó delante de él y pulsó el botón del ascensor. En cuanto se abrieron las puertas,entró, pero Naruto logró colarse antes de que las puertas se cerraran. Una vez dentro, pulsó el botón de emergencia.
–Pero, ¿qué haces? –Hinata estaba al borde de las lágrimas. No podría contenerlas mucho más tiempo.
–Necesitas llorar –dijo Naruto–. Ahora no te ve nadie. Solo estamos tú y yo. Suéltalo.
–¿Estás loco? ¡Vamos a meternos en problemas!
–Le haré una buena donación al hospital. –Sacudió la mano como si tuviera una varita mágica– Les construiré una nueva ala, o les daré equipo nuevo, lo que sea. Te sientes mal. –Se acercó a ella
–Respira, Hinata. Respira.
Ella abrió la boca para gritar, pero no le salían las palabras. Se cubrió la cara con las manos y se echó a llorar. Estrés, rabia, humillación, tristeza y un millón de sentimientos más salieron desbordados.
Notó que Naruto la envolvía entre sus fuertes brazos y le acariciaba la espalda.
–Está bien –susurró–. Ya está, llora, Hinata. Llora.
Avergonzada, lloró con más fuerza y enterró la cara en la chaqueta de Naruto. El calor que emanaba de su cuerpo la reconfortaba. Hinata se separó y miró hacia otro lado.
–Tienen razón –dijo bajito, buscando un Kleenex en el bolso–. Soy tan tonta.Él sacó un pañuelo de su chaqueta y se lo ofreció.
–Definitivamente no eres tonta.
Ella lo cogió y se sonó la nariz, ni siquiera le importaba que su cara estuviera roja, hinchada,horrible.
–Deberías despedirme.
–Hinata. –Le cogió los brazos con suavidad para que lo mirara–. No te voy a despedir.
–No vale la pena aguantar todos los problemas que da mi familia por mí. Sabes que te encuentro atractivo. Probablemente tus empleados han creado un millón de rumores sobre nosotros. No vale la pena.
Él la miró divertido.
–¿Me encuentras atractivo?
Hinata puso los ojos en blanco.
–¿De todo lo que acabo de decir eso es con lo que te quedas? Tendría que estar ciega y sordomuda para no encontrarte atractivo. Y aún así...
No pudo acabar la frase porque los labios de él de pronto de cubrieron la boca. La abrazó con fuerza, mientras con una mano le acariciaba el pelo. Hinata sintió un shock, pero también oleadas de placer, de miedo y de felicidad en estado puro. Los labios de Naruto pasaron a sus mejillas y luego a su sien para quedarse en su pelo.
Hinata parpadeó, intentaba ordenar sus pensamientos y apartar el placer. ¿Por qué tenía que ser aquel hombre tan tremendamente excitante? Al fin, Hinata se dio cuenta de lo que estaba pasando. –Esto no está bien –dijo–. Eres mi jefe. Y...
–Estuvo a punto de decir me vas a partir el corazón, pero se contuvo a tiempo–. Dijiste que no querías distracciones en el trabajo. Por eso me contrataste.
Él emitió una risa ligera.
–No quiero distracciones, pero es imposible no distraerse contigo. Me he esforzado por no notar cómo te muerdes el labio cuando estás nerviosa o lo sexy que te pones cuando intentas ser la reina de la profesionalidad. Me encanta cómo suena mi nombre cuando tú lo dices y siempre me he preguntado cómo sería que me llamaras simplemente Naruto. –Se enderezó de golpe, como si acabara de decir una palabra prohibida.
Hinata se sonrojó y se quedó sin habla.
–No sé qué decir –dijo al fin.
Naruto dio un paso hacia atrás, pulsó el botón de emergencia y el ascensor volvió a moverse,luego pulsó el botón de la planta baja.
–No tienes que decir nada, ha sido culpa mía. No quería decir lo que he dicho. –Se pasó las manos por el pelo y recuperó su aspecto profesional, indescifrable–. Te pido disculpas. Ha sido el calor del momento, la forma en la que han salido las cosas este día. No quería decirlo que he dicho.
Hinata se quedó mirando a los números que pasaban del tres al dos.
–No tienes que disculparte, no pasa nada.
–Eres muy buena en tu trabajo y es verdad que eres muy valiosa para la empresa. Sentí pena. Por cómo es tu familia, por el estrés de este día. Me confundí. No volverá a más. –Sus manos estaban encogidas formando puños y tenía la mirada clavada al frente–. Te veo el lunes.
Cuando el ascensor se abrió, salió en seguida. Hinata esperó hasta que las puertas empezaron a cerrarse, entonces salió.
