Capítulo 11
Hinata se acercó al mostrador de recepción para pedir que le avisaran si había cualquier cambio en el estado de su padre. Le costó un buen esfuerzo no llorar cuando salió para buscar un taxi con el que volver a la oficina a recoger su coche. Cuando por fin estuvo asolas dejó que rodaran las lágrimas.
"Solo hasta que llegues a tu piso, luego paras", se dijo. Cogió un Kleenex y se limpió la un segundo en el ascensor creyó que Naruto flirteaba con ella. ¡Con ella! Luego todo había desaparecido y él le dijo que había dicho aquellas palabras porque ella le daba pena. ¿Pena?No se podía caer más bajo.
Se sonó la nariz y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano mientras se acercaba a casa. Al pulsar el botón para abrir las rejas bajó la ventanilla con el deseo de que un poco de aire fresco le borrara el enrojecimiento de la cara.
Por suerte no veía el coche de Naruto en el aparcamiento. Hinata aparcó en su sitio habitual y se bajó del coche manteniendo la cara agachada.
La piscina olímpica del jardín echaba vapor en el frescor de la tarde. Eran los primeros días del invierno y la piscina aún estaba abierta. Tan solo Naruto Namikaze pagaría para mantener una piscina al aire libre con la temperatura de una bañera. Hinata estuvo tentada a quitarse la ropa y saltar. Un chapuzón de media tarde en invierno, en la casa de un multimillonario. La ballena gorda sacando toda el agua, ¡qué sexy! Se rio mientras abría la puerta de su suite y entraba.
Volvió a salir cuando su cerebro le indicó que había una caja junto a su puerta que no había visto. Se agachó para recogerla. Era una hielera con una nota de Murray; había vuelto a cocinar para ella.
La llevó hasta la cocina y guardó las cosas en el frigorífico, tirando las llaves en la ás comiese algo más tarde, en aquel momento no tenía hambre. Se quitó la falda y la blusa y las dejó caer en una montaña arrugada. Se metió en la cama en ropa interior, sin pararse a pensar si había cerrado con llave o no. Daba igual, nadie iba a entrar.
Se quedó mirando a las cajas que aún esperaban junto a la pared para ser abiertas. Al menos podría organizar al fin sus cosas en aquel tiempo libre.
Se giró y se cubrió con el caro edredón. Cerró los ojos exhausta. Odiaba su vida.
Hinata pasó su primer día libre en el hospital con su padre. Su madre y Hanabi iban a hacer cosas toda la mañana. Lo que había ocurrido el día anterior aún hacía que el ambiente fuese un poco raro, pero le hizo compañía a su padre mientras le hacían varias pruebas y veían viejos capítulos de Mentes criminales. Para alivio de Hinata, no hablaron ni de su trabajo ni de la boda. Hinata llevó a su padre a casa por la tarde, cuando el médico le dio el alta con instrucciones firmes de que volviera a la mañana siguiente para hacerse otras pruebas.
–Siento lo de ayer –dijo él cuando estaban en el coche–. Sé que eres una buena trabajadora y no hay motivos para que te despidan. Hasta donde yo sé.
–Hasta donde yo sé, tampoco los hay. –Hinata mantenía los ojos pegados a la carretera y esperaba que su padre no hiciera más preguntas. Puso cara de poker y él pareció perderse en sus propios pensamientos.
Hinata lo miró por el rabillo del ojo. Aunque su familia fuera tan pesada a veces los querí quería que su padre estuviera mal.
–Hey, papá, ¿crees que el miércoles estarás bien para salir a cenar? Podemos ir a algún sitio bonito, donde tengan comida sana, por supuesto. Tienes que cuidar tu colesterol, como ha dicho el médico. ¿Se lo digo yo a Hanabi y tú se lo dices a mamá? Invito yo, para compensaros por las molestias. Podríamos ir a Michael Angelos.
–¿Invitas tú? –sonrió–. Estoy seguro de que estaré bien para ir. ¿Qué vamos a celebrar? No sueles querer cenar con tu familia.
Hinata sonrió con tristeza. Normal que él no lo recordara, ¿cómo iba a hacerlo si tan solo había ido a dos en toda su vida?
–Lo sé, pero es que el miércoles es mi cumpleaños, así que sería bonito que cenáramos juntos.
–Buena idea. Hanabi llevará a Kiba, por supuesto.
–Por supuesto.
Hinata no vio a su padre el resto de la semana. Se suponía que debía descansar, pero empezó a trabajar aún estando en cama y le prohibió a todo el mundo que entrara a la habitación, incluso a su mujer, que por ese motivo estaba especialmente gruñona. Hanabi llamaba a Hinata sin parar, la tuvo haciendo interminables gestiones para la boda. Sin embargo, Hinata pudo abrir por fin sus cajas y colocar sus cosas para sentir que aquello era su casa. Pero nada logró que dejara de pensar en Naruto.
Oía las máquinas del gimnasio por las mañanas y esperaba hasta estar segura de que él se había marchado antes de bajar. Evitarlo no ayudaba mucho, ya que lo tenía en mente todo el tiempo y aquel beso dominaba sus fantasías. No estaba bien que siguiera pensando en él,pero Hinata no podía evitarlo.
Naruto Namikaze era el hombre más sexy que había conocido, era muy difícil no sentirse tentada.
Imaginarlo haciendo ejercicio y sudando le robaba el sueño. Se quedaba tumbada en la cama mientras él entrenaba, esperando a que él se marchara a las seis de la mañana; luego Hinata pasaba una hora en el gimnasio, ya fuera en la cinta de correr o en la bicicleta,incluso en la piscina. Entre el ejercicio y la comida sana, a Hinata le empezó a quedar floja la ropa de gimnasia. Se negaba a salir a comprar ropa nueva; sentía que no necesitaba ropa ajustada que la hiciera verse ridícula. Una parte de ella le rogaba que saliera a comprar unas mallas ajustadas y un bonito top deportivo color rosa, así un día podría estar sudando en el gimnasio y Naruto se quedaría con la boca abierta al entrar y encontrársela. Eso nunca iba a pasar pero, hey, era divertido imaginárselo.
Se imaginaba con la piel brillante, con la cantidad justa de sudor, su pelo azabache recogido en una coleta sexy. El pelo liso, no aquel moño mal hecho de pelo rizado que siempre veía caminando o mejor corriendo, con su top rosa y unas mallas que le quedaban de maravilla, aunque también podían ser unos pantalones cortos que se ajustaran perfectamente a las maravillosas curvas de su trasero. Ella sonreiría cuando él entrara,quizás lo saludaría con la mano o quizás solo movería la cabeza. No lo oiría porque llevaría música, con sus cascos y su iPod.
Naruto se quedaría flipado, con la boca abierta, luego caminaría hacia ella.
–¿Qué has hecho? ¡Cuánto peso has perdido!
Vale, él no diría eso, era demasiado estúpido.
Hinata salía de sus ensoñaciones arrancándose el edredón y caminando hacia el gimnasio con su horrible y abombada ropa de deporte, o con su bañador de cuerpo entero que no era sexy en lo más mínimo.
El lunes por la mañana, antes de salir para volver al trabajo, alguien llamó a la puerta. Hinata había ido temprano al gimnasio con la esperanza de encontrarse con Naruto y ver si iban a estar bien en el trabajo. No quería que las cosas siguieran raras y fuera muy incómodo trabajar. Pero Naruto no apareció, así que hizo su rutina de ejercicios sola.
Al oír que volvían a llamar a la puerta, Hinata puso a un lado su ordenador portátil e intentó ahuyentar de su mente las imágenes de flores y canciones para la boda. Se levantó para abrir. Naruto estaba a unos cuantos centímetros de ella, con su traje, listo para ir a con el cuello de la camisa. Las orillas de su boca se curvaron ligeramente hacia arriba:
–Quiero disculparme –dijo bajito–. Mi reacción fue exagerada, estuvo fuera de lugar. No debí reaccionar así, te prometo que no volverá a pasar. –La miró de arriba abajo–. Me alegro de que vuelvas hoy al trabajo.
Se giró para marcharse.
–Espera –dijo Hinata mordiéndose el labio–. Gracias por disculparte y por los días libres. Me han venido de maravilla. Yo también me alegro de volver a trabajar.
Naruto se relajó.
–No te alegrarás tanto cuando veas el trabajo que hay acumulado. –Le guiñó un ojo y metió las manos en los bolsillos de la chaqueta, luego dio media vuelta y se marchó silbando.
Hinata lo observó con la boca seca. Tienes que ser profesional. Le habría gustado que le resultara tan sencillo como lo era para él.
