XXI

—Ay, Barry, lo siento. Lo olvidé e hice planes. No iré. Sorry.

Fue lo que dijo Jill cuando Barry le dio el recordatorio de su cena esa noche.

Barry, al escuchar eso, se quedó con la cara de póker.

—Eh... ¿Qué? ¡¿Qué?! ¿Tienes alguna idea de todo por lo que tuve que pasar para conseguir que pudieran venir a mi casa esta Navidad, la tienes? —gritó desaforado Barry, casi arrancándose la camisa.

—Jeje, Barry, estoy bromeando contigo, claro que iré. —dijo Jill riendo, guiñando un ojo y sacándole un poco la lengua.

—Eh... Eh... —Barry no supo bien cómo reaccionar ahora, hasta que tomó una buena bocanada de aire—. Ah... ¡Ah! ¡Jajaja! ¡Muy bien, creo que te contagié algo de mi sentido del humor, Jejé!

Barry continuó caminando por el pasillo y Chris intentó reunir algunas moneditas para pedirse una bebida en la máquina expendedora.

—Oye, Chris, a ti también te espero —le palmeó el hombro, y luego señaló a ambos—. A las 9 en punto. O antes, vengan antes.

—Claro, viejo, descuida. Allí estaré.

Barry terminó de irse, y Chris siguió contando su sencillo cuando Jill lo observó como queriendo evitarla y decidió hacerle conversación.

—Así que 20 dólares ¿Eh, Redfield? —dijo apoyándose contra la pared.

—Ah, sí. Lo arruiné —dijo, sin querer ahondar en detalles—. Suerte que Edward es comprensible o hubiese terminado con un ojo morado.

Jill entendió que Chris quería decir "comprensivo" en vez de "comprensible", pero se entendió la idea así que lo dejó pasar.

—No me lo esperaba. Como sea, creo le debo un regalo de verdad.

Jill inclinó la cabeza, con lo que el cabello castaño le cayó suavemente por el rostro. Chris perdió la cuenta de sus monedas y tuvo que volver a empezar.

—Tuviste suerte. Es un bonito vestido —comentó.

—Gracias —sonrió ella—, realmente me sorprendió.

Chris, a pesar de todos sus esfuerzos, que no fueron tantos, y sus ganas, que no fueron muchas, no consiguió poder darle a Jill algo bonito para esta Navidad. Se sentía decepcionado consigo mismo.

—Sé que no es excusa lo de los Santas, pero gracias por apoyarme de todas maneras —había gratitud genuina en esa apagada voz suya. Hasta a Chris le pareció bello, no bonito o curioso. Bello—. Creo que te puedo ayudar a conseguir un buen regalo

—Eh... ¿En... enserio quieres ayudarme?

—Claro. Averiguaré qué quiere y tú te encargas de conseguirlo ¿vale? —la decisión estaba tomada con su guiño de ojo derecho.

—Ah, vale, vaya —y aunque le costó, Chris pudo decirlo—. Muchas gracias, Jill —y Jill reconoció gratitud en su voz de macarra alzado, y le pareció simpático. No tonto o ridículo. Simpático—. Sí que le dimos su merecido a esos Santas ¿verdad?

Jill levantó una ceja.

—¿Cómo que le dimos?

—Ah, bueno, yo solo decía... —se intimidó Chris.

—Ja —sonrió Jill, relajada—. Sí, creo que puedes decirlo así.

Intercambiaron una amigable risa. Luego, a Chris se le ocurrió algo que preguntar.

—¿Y qué te dijo el jefe Irons?

—Sigue sin salir de su oficina. En realidad ya no espero nada.

—Vaya, lo siento.

—No importa. No lo hago por los reconocimientos.

Chris se quedó expectante, como si Jill fuese a explicarle algo. Le instó con un gesto.

—... ¿Y entonces?

Jill sonrió y le puso una mano en el hombro a Chris.

—Eres buen compañero, Redfield. Un poco tonto, claro, pero buen compañero. —Jill le regaló una sencilla sonrisa, que para Chris lo fue todo—. Nos vemos.

Chris se quedó observándola cómo se iba, y cómo le gustaba observarla cuando se iba, porque tenía un meneo como sobrio, como de señorita francesa. Chris no es ningún cursi, pero alguna vez ha intentado escribir algo bonito. Algo como: Si por una mirada me rompo, por una sonrisa se rearmo, y por un beso de esa mujer se deshago. Había arrojado esas tonterías a la basura, pero esta veztuvo una sonrisa larga y alegre. Todo había salido mejor de lo que esperaba. Debía ser la magia de Navidad.

Entonces vio a Joseph saliendo de la Oficina STARS, y se apresuró a atajarlo.

—Hey, tú, maldito bastardo mentiroso, ¿acaso no nos dijiste que te había tocado Brad? —le encaró Chris, a lo que Joseph se pudo defender riéndose.

—No recuerdo haber dicho que era el Santa Secreto de nadie —empezó, y nada más ahí, ya había ganado un punto contra el confuso Chris—, yo solo enseñé un papelito que me encontré cerca de un tacho de basura, nada más.

—Maldito —Chris no tuvo más que aceptar su derrota. Siempre le ha cargado la gente maniobrera, nunca ha sabido ver más allá de primeras intenciones. Algunos dirían incluso que es un rasgo defectuoso para un policía, pero en compensación, Chris poseía una fe férrea en la bondad humana y una inquebrantable moral que lo guiaba cuando debía navegar entre los mares de miasma que eran las más corruptas calles de Raccoon City—. Oye... Fue un buen regalo para Jill. Gracias.

—Está bien —lo animó—, y no te preocupes. Jill no es mi tipo.

—¿Lo dices enserio? ¿O te lo contraste en un bote de basura?

—Venga, amigo, jajá... ¿Quieres una soda?

—Eh, sí, bueno, estaría bien...

—No te preocupes. Ya sé que te quedaste pobre con ese regalazo que le diste a Edward. Te pasaste, eh. Ni Brad.

—Oh, vete al diablo.

Y así pasaron las horas con su andar dispar, sin mayores sobresaltos más que los habituales, hasta que dieron las 3 pm y el teléfono de la RPD volvió a sonar.

—¿Aló? ¿Con el agente Redfield? Sí se encuentra pero en estos momentos está ocupado. ¿Desea dejarle un recado? ¿Usted llamó en la mañana? No, el agente Redfield no pasó por aquí. Ok, ok. Espere un momento— Rita se levantó del asiento y con el teléfono presionado contra su pecho, alzó la voz— ¿Alguien ha visto a Redfield? ¿Alguien? Oigan, escuchen... ¿Ninguno ha visto a Chris?

—¡Ey!— respondió alguien acercándose.—¿Qué sucede con Chris?

—¡Forest! —exclamó, y luego susurró—. ¿Viste a Chris?

—No, ¿quién lo busca?

—Ten— por alguna razón, Rita le da el teléfono a Forest, seguro pensando que la persona al otro lado podrá dejarle el mensaje a él, ya que es muy seguro que, como miembro de STARS, él si vea a Chris más tarde.

—¿Aló?— pregunta Forest.—¿Quién es? Eh...¡¿Cómo?!

A eso de las 4 pm Barry se despidió de todos en la RPD con poderosos alaridos y regresó a su hogar. Aprovechó para comprar algunas cosas extras para esa noche, como bebidas y piqueos varios. También se llevó un par de latas de duraznos en almíbar, uno de sus placeres culposos que Linda le controlaba por temor a que subiera mucho el azúcar en su sangre. Al llegar, Bass colocaba unas luces adicionales a la casa rodante.

—Hermanito. Qué bueno que ya volviste. Mira ¿Te gustan?

Barry miró con curiosidad.

—¿Compraste más luces, Bass?

—Fue idea de Linda. Dice que hará que el Camper se vea más acorde al resto de la casa, o algo así. A mí me pareció buena idea.

—Ya veo —entonces entendió—. ¿Qué tal las hamburguesas?

—Excelentes, como siempre. Aún quedan, sírvete, hermano. ¿Trajiste licor? —Sacó una botella de la bolsa—. Uy, sí, ahora sí tendremos una buena Navidad.

—Ey, aparta la mano —la recuperó—. Voy a meter todo esto y luego te ayudaré aquí.

—Vale, vale, yo aquí te espero —Bass volvió con sus luces—. Cielos, Barry, estoy emocionado. ¿Tú no? Hoy es Navidad.

—Sí, Bass. Lo estoy.

Barry entró a casa y saludó por todo lo alto, mientras Bass continuaba con su misión. Cada cierto tiempo encendía y apagaba las luces para asegurarse de que se vieran bien, que todas prendiesen y estuvieran bien distribuidas. Entonces se percató de que un vecino lo observaba, y él también estaba terminando de adornar su casa con un juego extra de luces.

—Buena suerte con eso, amigo. Pero esta casa será la más iluminada de todas.

—No lo creo —dijo el vecino, con tono desafiante— Mi casa va a estar tan iluminada que todos en el vecindario podrán verla.

—¿Ah, sí? —Bass se encabronó un poco— Pues mi casa va a estar tan iluminada que se verá desde el Polo Norte.

—¿Ah sí? —Dijo el vecino sintiéndose ofendido— Pues mi casa va a estar tan iluminada que va a tener que venir el maldito ejército para decirme si le puedo bajar a la luz.

—¡Pues mi casa estará tan iluminada que se va a ver desde el maldito espacio y los aviones van a terminar desorientados, y van a tambalearse así, así! —y abría los brazos como un avión cayendo—. ¡Y caerán sobre la ciudad causando millones de muertos y trayendo el infierno a la Tierra!

—¡Pues! —Alzó mayúsculamente la voz el vecino—, ¡Mi Maldita Casa! ¡Va a estar tan iluminada que el puto Sol tendrá que cambiarse de galaxia porque ahora será mi maldita casa la que ilumine todo! ¡El Maldito Universo! —gritaba hasta quedarse rojo por la falta de oxígeno.

Así, ambos extenuados pero aún coléricos, se terminaron viendo fijamente divididos por la cerca de sus patios, respirando profusamente.

—Bueno, no se me ocurre nada más. —Dijo Bass tratando de pensar— Al diablo. Feliz navidad.

—Esto... claro, gracias... —respondió el vecino, algo avergonzado— igualmente.

Apenas Barry entró a su casa sintió ese aroma dulce y cálido proveniente de la cocina que te indicaba indiscutiblemente que esa noche era Noche Buena. El olor tan distintivo del pavo y su aderezo, la frescura de la ensalada de fideos y frutas rebosantes y briosas, las distintas guarniciones preparadas y guardadas en tazones elegantemente anillados repartidos sobre la mesa, que ya cuenta con un mantel rojo con bordes verdes y unas velas enormes y doradas. También había bandejas con trozos de pastel de frutas, bombones y dulces navideños, como bastones de caramelo, galletas con diseño de árboles, hombres de nieve, renos y rostros de Santa Claus. Toda una cena en el amplio sentido de la palabra. Barry dejó sus bolsas en el suelo de la cocina y fue a darle un beso a su esposa, quién revisaba el pavo en el horno.

—Eso se ve genial.

—No vayas a meter la mano, Barry.

—¿Por qué no? Estamos casados.

—Ay, Barry, ya, fuera de aquí —rio Linda.

Moira estaba en el sofá de la sala, para variar, y, para variar también, revisaba su celular. Tina, en un traje navideño algo escaso, y Polly, con una tierna mascarada de reno y dos altas astas de hule espuma, veían especiales navideños en la televisión. Barry saludó a las tres damas, dándole un beso especialmente cariñoso en la cabeza a su hija menor, y terminó yendo al reproductor de música para encenderlo con entusiasmo, colocando un CD navideño cargado con sus clásicos favoritos.

[Bobby Helms - Jingle Bell Rock]

—Ay, Barry, ¿otra vez? Todos los años lo mismo. —se quejó Moira.

—Si es un clásico, Moira. —Barry se puso a bailar, meneando con suavidad los hombros.

—¡Sí, a mí me encanta! —Tina se puso de pie y también comenzó a bailar, deslizando los brazos como si de un swing se tratara.

Al verlos a ambos moverse alegremente al ritmo de la música, Polly también se levantó y comenzó a agitar sus brazos y a menear la cadera, intentando seguir el ritmo.

—¡Eso es! Mira, Moira, hasta Polly está bailando. Ven. —decía Barry.

—Olvídalo, Barry.

—Vamos, Moira. —Insistió Tina, con su sonrisa brillante.

—Linda, ven a ver esto. —Llamó Barry por el umbral de la sala— Polly está bailando.

—¿Cómo? —Apareció Linda de repente, y no creía lo que veía— ¡Polly, estas bailando! —Y de la alegría y la emoción Linda llegó hasta el centro de la sala bailando para coger las manos de su hija y guiarla en el ritmo—. Vamos, Moira, únete.

—¿Tú también, mamá? —Se volvió a quejar— Bueno, al menos los grabaré. —y comenzó a registrar toda la escena con su teléfono, y quizás no pudo evitarlo, pero le dio un tremendo gusto ver a su pequeña hermana moverse tan animosa, y sin quererlo la tenía en medio de la toma.

Entonces sonó el timbre de la puerta, varias veces ya que se confundía con las campanadas de la canción, y Barry, cuando se dio cuenta, y aun bailando, se dirigió a abrirla.

—Deben ser los villancicos

—¡Villancicos! ¡Sí! —Tina fue detrás de Barry.

Y al abrirla.

—Hola, feliz Noche Buena —sonreía el señor Burton.

—¿Qué tienen de buenas, panzón? —dijo la mujer al otro lado de la puerta. Bass chismeaba desde atrás. La cara de Barry cambió por completo, y Linda se dio cuenta y llegó hasta el frente para saludar a las recién llegadas.

—¡Hermanas!

—¡Linda! —dijeron ambas. Y las tres se abrazaron.

—Hola Hilda, hola Zelda —dijo Barry, triste, amargado, mientras pasaban las mujeres y le dejaban sus abrigos encima— genial... Llegaron las brujas.