XXII

Y así llegamos a la cena navideña, finalmente.

Ya iban siendo las 8 de la noche cuando Chris decidió que ya podía aparecerse en la casa Burton. Para ese momento, Enrico ya se encontraba en la mesa con su familia, y le explicaba al pequeño Marini que su tío Forest había ido a una misión sumamente importante de último momento, lo que sonaba más a que debía haberse ido de peda y no se le podía encontrar por ningún lado. Brad, en su rincón, a nadie quería ver, mientras Joseph le tiraba pelotitas de papel con los dedos. Las hermanas Spellman se habían apoderado del lugar como solían hacer. Hilda en la cocina le daba los últimos toques al banquete y horneaba uno de sus postres especiales navideños, cuyos ingredientes su hermana se había procurado conseguir, mientras que Zelda en la sala juzgaba la decoración incoherente de Bass, y aún más su nexo sanguíneo con Barry. Mientras, Tina concluía las decoraciones de la sobremesa, alineando velas y encuadrando pisos, asistida muy amablemente por la pequeña Polly y su ojo avizor.

Pero en esos momentos, una Historia de Navidad más estaba teniendo lugar.

El Jefe de Policías, Brian Irons, lleva una semana sin salir de su oficina. La gran aspirada que se pegó en los días previos a la quema le había chocado. En las primeras horas estuvo en el Séptimo Cielo, pero conforme fue pasando el día, fue descendiendo a los infiernos más profundos. Todo el cuerpo se le descompuso, por dos días quedó chueco en la alfombra de su oficina, incapaz de alcanzar el teléfono o de siquiera gritar por ayuda cada que alguien tocaba su puerta, aunque sea suavecito, y se iba al no tener respuesta. Al cuarto día recuperó el uso de las piernas, solo para quedar perplejo sobre su silla ante la inmensidad del universo descubierta en los ojos muertos de sus animales disecados. Y así estuvo, viviendo de los chupa chups y los bastones de caramelos decomisados días antes, alucinando por los excesos de azúcar, persiguiendo hermosas elfas y siendo acosado por una terrible sirena que aullaba aterradora y estremecía todo su desconchinflado cuerpo. Ryman tenía otra clase de problemas. De hecho, no sabía salido del baño desde hace 3 días, pero continuaba vivo, por los sonidos extraños que de vez en cuando venían de allí, aunque de hecho parecían los estertores de un cadáver. Faltando unas horas para Navidad, Ryman salió finalmente del baño, medio envuelto en papel higiénico, con la barba sin afeitar y totalmente desaliñado.

—Oiga, jefe, le sugiero no entrar allí hasta enero —dijo, sobándose la cabeza.

—¡¿Quién carajos eres tú'! —gritó Irons, hecho un loco.

—Dios, no grite tanto —Ryman se cubrió los oídos.

—¿Ryman? —Afinó la vista el Jefe—. ¿Eres tú?

—Eh, no lo sé, jefecito, eh, ¿soy yo?

—Pero... acaso... —balbuceaba Irons, sorprendido de la constitución de su subordinado—, ¿te moriste?

—¿Me morí? ¿Está seguro, jefe? —Ryman se palpaba el cuerpo.

—Oh, Dios, ¡eres un puto fantasma! —Exclamó Irons, apuntando con el dedo y aterrado. Ryman gritó de horror—. Has... Has venido a advertirme de algo, ¿cierto?

—Yo... no lo sé... —decía Ryman, confundido al borde del llanto—, creo que... sí...

—¡Lárgate! ¡No te quiero ver! —amenazó Irons.

—¡No quiero estar muerto, jefe! —Ryman intentó abrazarlo—. ¡Ayúdeme, por favor! ¡Debe haber algún error!

—¡Pues vamos a averiguarlo! —Entonces Irons sacó su revolver e intentó apuntarle, aunque en su estado eso era muy difícil.

—¡No, no, no, no, no! ¡Noooooooo! —Ryman salió corriendo nuevamente a encerrarse en el baño.

Y cuando Irons creyó haber culminado su cruzada a través del polvo de estrella, una pequeña figura luminosa se posó justo en el bajo centro de sus ojos rojos.

—Qué... —Irons intentaba cubrirse de ese brillo cegador que emanaba esa aura dorada de aquel ser intenso—, acaso... Es un ángel... un ángel... —Se decía estúpidamente, cayendo de rodillas.

De ser un ángel sería uno en el cuerpo de una niñita rubia con un bonito vestidito blanco, una chaquetita blanca también con bordes cocidos en dorado, que sus alas forradas de plástico brillante y en su cabeza una aureola suspendida por un alambre casi invisible.

—Puaj, acá huele a mierda —dijo la niña. Era Sherry, Sherry Birkin, que acaba de salir del recital navideño de su Escuela, en el que le tocó representar al Ángel Gabriel.

—¿Tu... quién eres tú? —cuestionó Irons en su confusión, casi suplicando. Sherry no contestó. Ya de antes no le caía bien el viejo gordo y ahora que se veía, hablaba y apestaba más raro que de costumbre, solo le dedicó una mirada de desprecio marcada y prefirió no decirle nada, dar media vuelta y renunciar a ver los animales disecados, hacia los que sentía una extraña repulsión combinada con fascinación—. Ey, ¡Oye, tu! Dime, Ángel venido de la ribera infinita, ¿acaso eres... eres... el Fantasma de las Navidades Pasadas? ¡Vuelve! Vuelve aquí. —pero apenas se podía poner de pie.

—Viejo loco —Sherry se fue rápidamente.

—¡Irons, viejo amigo! —un hombre entró a la oficina seguido. Llevaba un bonito traje de gala de bordes dorados, que en la mente de Irons brillaron intensamente, y una rosa en el bolsillo, que para Irons se hizo un bosque entero— ¡Dios, cómo apesta aquí! ¿Qué demonios has estado haciendo?

—¿Tú... quién eres tú? —preguntó confuso el Jefe.

—Ja... ¿Bromeas, cierto? Soy Michael. —No hubo respuesta— Michael Warren ¿Alcalde Warren? ¿Qué has estado tomando?

—Tú... tú eres el Fantasma de las Navidades Presentes.

—Sí, sí, lo que sea. Oye ¿Por qué nadie sabe dar respuesta de ti allí abajo? Tuve que traer a Wesker para que abriera la puerta. Está allí afuera por cierto. Pasó a recoger a la hija de los Birkin. ¿Y por qué no estás listo? La cena es en un par de horas.

—No, no... —Decía Irons, al borde de la desesperación—. ¿Qué es lo que quieren? ¡¿Qué es lo que quieren de mí?!

—Pues llevarte a la cena, grandísimo idiota. Ya sabes. La Cena en el Ayuntamiento. ¿Sí te acuerdas, no? Estamos todos listos, carajo, te estuve llamando todo el día y nada. Llevas como una semana desaparecido, ni siquiera te apareces en la rueda de prensa por la captura de los Santas, ¿qué diablos pasa contigo? ¿Y por qué no han puesto decoración, eh? Este lugar luce muertísimo.

—Eso... ¿Eso es lo que quieren? ¿Quieren la Navidad de vuelta?

—Bueno, creo que no es tu mejor momento. Le diré a Wesker que entre. —Y Warren salió de la oficina.

Entonces Wesker entró a la Oficina, con su traje negro y sus lentes oscuros, y observó al jefe Irons en su lamentable estado, y este al verlo todo como una sombra pegó un brinco del susto, intentando cubrirse el rostro y suplicó.

—¡Por favor, Fantasma de las Navidades Futuras, no me muestres mi muerte!

Wesker ni quiso perder el tiempo con él, y se dirigió a la niña que observaba a través del cristal la embarcación detallísticamente construida, y que se había quitado las alitas y la aureola al fin.

—Sherry, ¿lista?

—Sí, tío Albert.

Y ambos se fueron.

—Oh, Dios ¿Cuándo terminará este tormento? —susurraba Irons, casi agotado, casi llorando, cuando los vio marcharse—. ¡Oh, Dios, dime si estas visiones son de un futuro que será o de un futuro que puede ser!

Y se quedó solo, solo y derrotado, ahí tendido, como aplastado por el peso del pasado, el presente y el futuro, los tres aliados de la vida como fue, como es, y como pudo haber sido. Qué le quedaba a Bryan Irons, por hacer en esta noche. Lentamente se abrió la puerta de su oficina. Rita Phillips asomó la cabeza, y contuvo la arcada por el asqueroso hedor que despedía el lugar.

—Jefe... —llamó, cubriéndose la nariz—, ¿está bien?

Irons no respondía, estaba con los ojos pegados en las telarañas metálicas que se suspendían del techo de madera fina y en el brillo que sus foquitos desprendían.

—¿Jefecito? —Rita se introdujo en el campo de visión de Irons, adquiriendo una aureola dorada alrededor de su cabeza, por lo que ahora todo lo que dijera tenía un peso mayúsculo y divino—, creo que debería tomar un baño.

Irons, maravillado por la visión de tan hermosísima mujer, se incorporó poseído por ánimos misteriosos, y presa de un hechizo poderoso, dijo:

—Ahora sé. Sí, ahora ya sé lo que tengo que hacer. ¡Lo sé, Señor!

Y salió corriendo de su oficina, dejando tras de sí polvo brillante de los adornos sobre los que se había echado. Salió al balcón, y vio a Brad cruzar por ahí.

—Oye, Vickers —le llamó—, ¿qué día es?

—Jefe Irons —dijo Brad sorprendido y dudó—, esto... ¿Es la noche antes de navidad?

—¡Excelente! —Exclamó Irons—. Aún hay tiempo

Corrió al desván donde todos los adornos se habían amontonado sin cuidado, y comenzó a recogerlos como pudo y luego corrió de vuelta al balcón del segundo piso, con Rita pisándole los talones, para hablarle a todos los policías y delincuentes detenidos por igual, que le miraban extrañados.

—¡Oigan todos! ¿Qué rayos hacen holgazaneando? ¡Hoy es Noche Buena y este lugar está más muerto que el Cementerio de Raccoon City! ¡Vamos a decorar todo el Departamento de Policías! —Todos se quedaron aún más confundidos, sin saber si era alguna especie de trampa de último minuto para despedir trabajadores antes del nuevo año— ¡Estoy hablando enserio! ¡De pie todo el mundo, a decorar este lugar! ¡Mañana es Navidad! —Pero nadie se movió—. Es una orden.

En ese instante, toda la RPD se puso de pie para cumplir la repentina nueva directiva.

Algunos corrieron por toda la Comisaría para promulgar y expandir el nuevo espíritu navideño que se había apoderado de Irons.

En la sala de oficiales, el ambiente seguía muerto, apagado. Elliot jugaba con una pelota de papel arrojándola a su taza vacía sobre el escritorio.

—Oye, Harry —le llamó a su compañero, balanceándose en su silla—, ¿qué es todo ese alboroto allá afuera?

—Y yo qué voy a saber —le respondió sin más.

—Anda a ver, pe, maricón.

Entonces Rita abrió la puerta de golpe y gritó:

—¡¿Qué están haciendo todos aquí?! ¡Irons está drogadísimo y ahora sí quiere celebrar la Navidad! ¡Vamos, todos!

Todos se miraron las caras, como esperando el remate de un chiste demasiado incómodo. Entonces llegaron a ellos la risa navideña de un Irons completamente encandilado por la Navidad. Todos saltaron de sus asientos, arrojaron los papeles al aire, patearon los tachos de basura y comenzaron a aullar como perros y lobos contentos. Rita abrió uno de sus cajones y sacó una bolsa de malvaviscos, la rompió en el acto y arrojó su contenido al aire.

Marvin salió de su oficina sin poder creer lo que pasaba.

—¿Qué demonios sucede? —dijo estupefacto.

—¡Marvin! —Exclamó Rita, abrazándole— ¡Es un milagro navideño!

[José Feliciano - Feliz Navidad]

Y así se armó la fiesta en la RPD. De todos se apoderó un nuevo ánimo y al ritmo alegre de sus corazones fueron repartiéndose las tareas para hacer de este milagro algo posible. Se amontonaron en el desván para recuperar la decoración perdida. Sacaron guirnaldas, carteles, peluches y muñecos. Cajas con estrellas, flores y muérdagos se iban pasando de mano en mano, a través de grandes cadenas de solidaridad. Entre Dorian, Andy y el Capitán Neil, se pusieron el árbol al hombro y lo llevaron hasta el vestíbulo. Desenmarañar las luces de navidad fue una tarea difícil pero muy divertida de llevar a cabo. Brad, sin creer lo que sus ojos registraban, fue corriendo no sin tropezarse para avisar a los STARS que estaban en su oficina.

—Chicos, Irons se volvió loco. —les dijo a Edward, Richard y Joseph, quien jugaba con su yoyo.

—Sí, ya lo sabemos ¿Cuál es la novedad? —dijo Edward.

—La novedad... —dijo un Santa que entró a la oficina, a lo que todos se pusieron en alerta y salieron de su aburrimiento—...es que vamos a celebrar la puñetera Navidad, bastardos.

—Creí que habíamos acabado con todos los Santas —dijo Richard, buscando su lanzagranadas—. Un segundo... —se dio cuenta—, ¿Jefe Irons?

—No soy Irons, ¡Soy Santa Claus, pendejo! ¡JoJoJo! —exclamaba Irons, alegre y agitando la panza—. Y será mejor que este lugar comience a tener un poco de espíritu navideño o los pondré a todos en mi lista de niños malcriados. ¿Entendido? —Los amenazó con su dedo enguantado.

Todos asintieron tragando en seco.

—No lo entiendo, jefe —dijo Brad— dijo que no habría Navidad

—Ah, Brad, Brad, Brad —dijo Irons mientras reía— la Navidad no es algo que se pueda cancelar.

Brad sonrió, confiado.

—¿Eso significa que también habrá canasta navideña, pavo, aguinaldo y vacaciones?

—Oye, Vickers, no te pases de... —Irons se puso serio, pero rápidamente recuperó su buen espíritu navideño—, quiero decir... ¡Claro que sí! ¡Navidad es compartir con la familia, y la RPD es mi familia!

—¡Yehhhh! — todos se alegraron, y se sumaron a la celebración.

Irons, vestido con un traje sacado del cuarto de evidencias, comenzó a regresar todos los objetos decomisados, incluyendo el radio de Rita que se sumó a la orquesta que ya animaba toda la RPD. También autorizó utilizar los materiales confiscados de los Santas traficantes, para darle más color a su navidad. Pronto, se organizaron grupos para ir a comprar el alcohol, la comida y los sombreritos. Hasta los detenidos y los delincuentes fueron contagiados del ánimo de la celebración anticipada y la loca carrera por tenerlo todo listo, y comenzaron a ayudar en la decoración, a ritmo de los pastorcitos, las ovejitas y los angelitos. Se comenzó la construcción improvisada a todas prisas de un pesebre con toda la madera sobrante de los escritorios desechados.

Para las 9 en punto ya estaban listos para probar las luces del árbol.

—Muy bien, Edward, conéctalo —indicó Richard.

—Bien, allí va —y enchufó la conexión, pero las luces que se prendieron fueron pocas.

Hubo un gran coro de lamentación.

—Ouuuu...

Edward no estaba dispuesto a dejar que pasara esto, así que comenzó a golpear el conector. Lo hizo una, dos, tres veces, y para la cuarta el árbol se iluminó al completo con luces de todos los colores, demasiadas y por todas partes.

Entonces hubo una gran ovación, aplausos y vítores.

—¡Yehhhh!

—¿No es genial, Marvin? —Le dijo Rita, ya con un gorro navideño y colocándole unas astas de reno a su compañero y superior— al fin tendremos una bonita Navidad