Capítulo 13
–Señorita Hyuga, déjame el informe esta tarde en mi mesa. También necesito que recojas mi ropa del tinte en una hora y la gente de la Fujimoto Company llega esta noche, así que necesito que te asegures de que la sala de reuniones número cinco está preparada para ellos.
–De acuerdo. –Hinata tomó nota de todo en su tableta–. ¿Quieres que te traiga la ropa del tinte aquí a la oficina?
Él bajó la mirada para estudiarse.
–¿Tengo el traje arrugado?
Hinata permitió que sus ojos se pasearan sobre su bonito cuerpo arriba y abajo.
–Yo lo veo bien –susurró.
–Entonces, si no te importa llevártelo a casa, ya paso yo luego a recogerlo.
Naruto no mencionó nada de su cena de cumpleaños, celebrada dos semanas atrás. Ella tampoco mencionó nada.
Él chasqueó los dedos.
–Le voy a pedir a MacBane que nos traiga la cena. Le pediré que traiga también algo para ti.
Hinata parpadeó, las palabras escaparon de su boca antes de que pudiera evitarlo: –¿Porqué?
Naruto contuvo la risa.
–Va a ser una noche muy larga y no me apetece pedir comida para llevar. Y no puedo permitir que pases hambre, aunque la gente piense que ya lo hago. –Sonrió brevemente y luego volvió a ponerse serio.
Le lanzó a Hinata un llavero.
–Son las llaves de mi piso. Puedes dejar mi ropa y recoger la comida del frigorífico de la cocina.
–Naruto sonrió una vez más–. Gracias, señorita Hyuga. De verdad te lo agradezco.
Hinata asintió.
–De nada, señor Namikaze.
Naruto se sentó frente a su mesa y miró su móvil.
Hinata apretó las llaves y recogió su bolso. Estirar las piernas le vendría bien; podía recogerla ropa del tinte de camino a casa. Quizás le diera tiempo incluso de cambiarse.
Hinata recibió una llamada de Hanabi cuando salía del edificio. Por un segundo tuvo la impresión de que Hanabi vigilaba el edificio para verla entrar y salir. Pero abandonó la idea en seguida. Nunca le dedicaría tiempo a nada.
–Hey, Hinata, ¿estás ocupada? –preguntó Hanabi.
–Estoy trabajando, pero me han mandado a hacer una cosa en la calle, así que si se trata de algo rápido...
–Solo necesito que me digas adónde tienen que mandarte el material para los regalos de los invitados.
–Ah, sí, claro –Hinata puso los ojos en blanco–. Que lo manden a mi oficina.
–¿A tu jefe no le va a importar?
–No pasa nada. Tengo un poco de prisa, Hanabi. Luego te mando la dirección en un mensaje. –Se detuvo frente a su coche–. También puedes hacer que te la lleven a casa y yo...
–Hinata, eres mi dama de honor, te necesito y resulta que no puedes dedicarme ni un momento.
–Te mandaré la dirección. No hay problema –No le dio tiempo a discutir–. ¡Hasta luego!
Se guardó el móvil en el bolsillo y abrió el coche.
–¡Hinata! ¡Hinata! ¡Hinata-Hinata!
¡No puede ser verdad! Se giró al escuchar la voz de Kiba y se apoyó en el coche. Él apestaba a alcohol, llevaba la camisa arrugada y desabotonada.
Kiba se tambaleaba al caminar hacia ella.
–He cometido un tremendo error, errori-rori –balbuceó.
–¿Qué haces aquí? –siseó ella–. ¿Por qué no estás trabajando?
–He llamado para decir que estaba malo –balbuceó, acercándose más.
Hinata se apartó un poco y luego un poco más.
–Debería casarme contigo y no con Hanabi. –Intentó acercar la mano para acariciarle el pelo pero falló–. Tú eres la hermana sexy y lista. Eres demasiado maja, tanto que se pasan contigo. –Le mostró una sonrisa torcida–. Y lo que haces en la cama... –La recorrió con la mirada–. Tenías aquel michelín, pero estoy seguro de que si te levanto la ropa, ya no está.
Hinata se obligó a permanecer tranquila. Podía correr más rápido que aquel cabrón borracho si era necesario, aún con los tacones y la falda larga que llevaba.
–¿Tienes dudas respecto a la boda?
Él levantó las manos y dio un paso más para acercarse.
Hinata se dio cuenta de que había ido retrocediendo hasta el edificio.
–No lo sé. Está buena, pero la muy petarda no se calla. –Meneó la cabeza–. Se cabrea y se queja todo el tiempo. –Se frotó una ceja con el pulgar, tambaleándose en su sitio.
–¿Al menos quieres a Hanabi?
Hinata miró el reloj, no tenía tiempo para aquella conversación. Además le daba pena su hermana. La ponía de los nervios, pero no por ello se merecía tener un matrimonio sin amor.
–Kiba, estás borracho. Vete a casa y duerme la mona. Haré como si nunca hubiéramos tenido esta conversación.
–Calla –dijo él cogiéndole los brazos–. Tú calla y ya está.
Antes de que Hinata pudiera protestar él empezó a besarla con fuerza. Hinata se revolvió,tenía arcadas, pero él la sujetó con más fuerza, estampándola contra la pared y empujando con su cuerpo. La obligó a abrir los labios y le metió la lengua en la boca. Las arcadas se hicieron más fuertes. Hinata intentaba apartar la cabeza, pero él la cogió del pelo para sujetarla. Al hacerlo, le soltó los brazos.
Ella cogió el móvil mientras él la empujaba con más fuerza contra la pared, sujetándole los brazos otra vez. Hinata dejó de luchar contra él, se concentró para abrir el móvil. No le importaba a quién iba a llamar, le daba igual qué número marcaba, lo importante era que la oyeran luchando por liberarse de Kiba.
Él le torció la mano y el móvil cayó al suelo, cerca de sus pies. Kiba ni siquiera se dio cuenta.
Cogió la mano de Hinata y la apretó contra su pequeña erección. Probablemente estaba demasiado borracho para que se le levantara.
Ella torcía el cuello hacia un lado y a otro, intentando liberar su boca. Le mordió los labios a Kiba y sintió el sabor de su sangre, pero él no la soltaba.
–Sabes que me deseas –murmuró él, acercándose a su oído mientras se aseguraba de sujetarle el cuello con fuerza.
–¡Suéltame! –Hinata seguía peleando–. ¡Voy a gritar, Kiba! –susurró y los nudillos de él le apretaron tanto la garganta que le cortaron la respiración.
–¡Cállate! –le dijo, lamiéndola y besándola otra vez.
De pronto la dolorosa presión del cuerpo de Kiba cedió. Estaba volando hacia atrá había escuchado su llamada y había venido a rescatarla.
Hinata dejó caer las manos sobre las rodillas, intentando recuperar la respiración. Levantó la mirada al distinguir el sonido de un puñetazo en una mandíbula, eso la trajo de vuelta a la realidad.
Naruto estaba a unos cuantos pasos, pegándole a Kiba repetidamente. Ella corrió para sujetarle el brazo.
–Para, por favor –dijo–. No vale la pena que te arresten por agredirlo a él. Naruto la miró con la respiración agitada. Hinata se echó a temblar al ver la rabia que bullía en sus ojos.
–Tienes razón. –Miró con odio a su antiguo amigo, ahora cubierto de sangre y aún ó a Kiba sujetándolo por la camisa–. ¡Lárgate de aquí! –siseó y volvió a tirarlo al suelo.
Kiba se levantó con torpeza y se marchó tambaleándose y murmurando insultos.
Hinata vio cómo se alejaba y de pronto la adrenalina la abandonó. Se derrumbó contra Naruto,temblando y limpiándose la boca, tenía ganas de vomitar al pensar en Kiba.–Gracias –dijo–. Me alegro de que hayas aparecido.–Me alegro de que me llamaras –respondió él–. Muy inteligente de tu parte. Hinata sacudió la cabeza.
–Ha sido una casualidad –dijo–. No veía el móvil, tuve que hacerlo sin mirar. –Tenía una risa nerviosa–. Pero me alegro de haberle dado a una de las teclas de marcación automática y que tú supieras que estaba aquí.
Estaba temblando, era horrible pensar lo que habría pasado si no hubiese llamado.
Naruto se quitó la chaqueta y se la puso sobre los hombros.–Voy a llevarte a casa –dijo–. Tienes que descansar y asintió, de pronto se sentía muy cansada.
–Solo necesito unos minutos, estaré bien, te lo prometo.
–Lo sé –dijo Naruto–. Pero deja que te lleve a casa, así estaré tranquilo.
Hinata lo miró y se dio cuenta de que él parecía más traumatizado de lo que ella se sentí manos de Naruto temblaban y le costaba respirar.
–De acuerdo –dijo ella–. Vamos.
Naruto entró al garaje de su casa. Hinata miraba por la ventanilla en silencio mientras la puerta del garaje se cerraba. Él apagó el coche y permaneció sentado junto a ella un momento sin decir nada.
–Me sentiría mejor si fuéramos a mi casa en vez de a la tuya. Puedo ir a cogerte un cambio de ropa si quieres.
Hinata asintió.
–He olvidado recoger tu ropa del tinte. Podíamos haber parado a recogerla de camino.
–No te preocupes por mi ropa. Tengo un montón en el armario. –Abrió la puerta del coche–.Venga, vamos dentro.
Naruto dio la vuelta para abrirle la puerta del coche a Hinata. Dejándole espacio, caminó detrás de ella y la ayudó a entrar en casa.
Naruto no retiró ni una sola vez la mano de la parte baja de la espalda de Hinata, como si necesitara estar seguro de que ella aún estaba allí. Desde el garaje, la puerta de entrada daba a la cocina. La distribución era similar al apartamento de abajo. Mucho espacio y colores claros. Todo era precioso y de buen gusto. La cocina tenía encimera de granito,frigorífico y hornos de última generación y armarios de madera maciza.
Naruto la condujo a través de la cocina, hasta el salón, decorado con sofás de cuero, una pantalla plana y pinturas y fotos de distintos estilos en las paredes. Junto a la chimenea había una escalera de caracol.
Era la casa más lujosa en la que había estado Hinata. Se imaginaba el dormitorio; tendría la misma masculinidad que el resto de la casa.
Naruto no se dio cuenta de que ella estaba sorprendida. O si se dio cuenta, no dijo nada. La llevó hasta uno de los sofás.–Siéntate, voy a prepararte un té
–No hace falta –dijo ella–. Estoy bien, de verdad.
Era cierto que se sentía mucho mejor. Solo quería beber algo fuerte que le arrancara el asqueroso sabor de la boca.
–Pues yo no estoy bien. –Naruto caminó hasta la cocina y llenó el hervidor de agua–. Y sé que tú tampoco lo estás, Hinata. No has parado de temblar. Hinata apretó los puños para evitar temblar.
–Estoy bien –dijo–. Solo un poco asustada.
–Entonces no estás bien. –Encendió el hervidor y volvió para sentarse, mirándola con el ceño fruncido. Los dedos de Naruto se movieron sobre los cardenales que se empezaban a formar en los brazos de Hinata–. ¿Te duele? –preguntó bajito.
Hinata meneó la cabeza, era incapaz de hablar si él la tocaba con tanta suavidad. ¿Cómo podía hacer que se le quedara la mente en blanco solo con tocarla?
–Ojalá hubiera alguna forma de que esos cardenales desaparecieran –dijo Naruto–. Pero, ¿en qué pensaba aquel idiota?
–Se curarán –dijo ella tartamudeando. Maldita sea, no podía ni pensar con él tan cerca.
–Lo siento –susurró Naruto.
Se acercó a ella; había deseo y preocupación en su mirada.
Hinata se mordió el labio mientras se le aceleraba la respiración, pero no era porque estuviese asustada, sino más bien al contrario. No debería estar pensando en si él la iba a besar. Eso estaba mal, por muchos motivos.
El hervidor pitó y Naruto se levantó rápido para apagarlo.
–¿Qué té quieres?
–¿Tienes infusión de menta? –preguntó ella abanicándose.
–Claro. –Naruto abrió un armario y Hinata vio filas y filas de té e infusiones. Naruto sonrió al ver su mirada–. Me gusta el té. –Se encogió de hombros–. Es una de las pocas cosas que todo el mundo sabe sobre mí, así que siempre me regalan té.
–Ya veo –dijo Hinata intentando no reír–. Bueno, hay regalos peores.
Hinata miró una foto en la pared. Naruto estaba con otro hombre que tenía sus mismos ojos y la misma nariz, también salía una pareja mayor.
–¿Es tu familia?
Él siguió la mirada de Hinata.
–Sí.
–Parecen todos muy amables.
¿De verdad? ¿Ese va a ser tu comentario sobre ellos? Tragó, intentando ocultar la vergüenza.
–Lo son. –Una sombra pareció posarse en la cara de Naruto.
Al parecer Naruto Namikaze también tenía secretos.
Le pasó una de las tazas y el relajante aroma a menta empezó a subir.
–Gracias –dijo Hinata en seguida.
Naruto se sentó junto a ella, mirando a su propia taza.
–No puedes seguir cambiando de tema, Hinata. Sé que no tengo ningún derecho a meterme en tu vida privada, pero aún así estoy preocupado.
–Estoy bien.
–Entonces tienes que avisar a Hanabi.
Hinata suspiró.
–Es complicado.
–No lo es. Ese tío es un capullo.
–Antes salíamos juntos.
–Mierda. No seguirás acostándote con él, ¿no?
Hinata le lanzó una mirada asesina.
–¡Vale, vale, no me mates! –Levantó las manos–. Lo he soltado sin más. Lo siento.
–Estábamos juntos cuando conoció a mi hermana. Ahora están prometidos. –Hinata se encogió de hombros, deseando tener una copa en la mano y no una taza de té. Aquello era realmente embarazoso.
–Es un idiota. Parece que tu hermana y él son perfectos el uno para el otro.
Hinata bebió un trago de infusión para ganar tiempo antes de responder.
–Estaba borracho. Nunca lo habría hecho si estuviera sobrio.
–Eso no importa. Si le da por beber habitualmente, Hanabi correrá peligro.
–No me creería –dijo Hinata–. Le quiere. O cree que le quiere. –Movió la mano en el aire–. Si le digo algo va a pensar que yo intenté seducirlo o algo así. –Hinata odiaba toda la verdad que había en sus palabras.
Naruto debe haber sabido también que había verdad en ello, porque pasó un buen rato sin decir nada.
–Yo hablaré con Kiba –dijo al fin–. Hace mucho tiempo que nos conocemos y creo que me escuchará. Más le vale, si sabe lo que le conviene.
Hinata se sacudió. No le cabía duda de que la amenaza pasaría a hechos si Kiba volvía a pasarse con ella.
–No tienes por qué hacer esto.
–Sí tengo –dijo él–. Alguien tiene que cuidarte.
A Hinata se le secó la boca.
–¿Por qué lo haces? –susurró.
–Ya sabes por qué –dijo Naruto, apartando la mirada–. No hagas que te lo diga.
–Es que no lo sé –dijo ella, la impaciencia aumentaba por momentos–. Si llegaras a esos extremos por todos tus empleados no tendrías energía para manejar tu empresa.
–No, pero tú estás en peligro y eso no lo puedo permitir.
Hinata bebió un poco más de infusión, sabía que se había sonrojado.
–Gracias por hablar con Kiba –dijo–. La verdad es que no quiero que Hanabi sufra y sé que no me escucharía en este tema. Nunca ha tenido muy buena cabeza cuando se trata de su hombre.
–Lo suponía –dijo Naruto sin más–. Entre otras cosas. Pero, ¿por qué te preocupas tanto por ella si te trata tan mal? No creo haber visto una familia tan malvada como la tuya.
Ella se echó a reír.
–Es mi familia, ¿no somos todos así en algún momento? –Hinata volvió a reír cuando vio la cara de Naruto–. Aunque ella me manipule, la quiero. –Se encogió de hombros–. Es complicado. Pero las familias siempre son complejas, ¿no?
Él asintió.
–Eso es verdad. –Miró a la fotografía de su familia que estaba colgada en la pared, luego su mirada volvió a Hinata–. Cuando las cosas se compliquen demasiado siempre puedes hablar conmigo. Aunque si no te sientes cómoda haciéndolo, estoy seguro de que la señora Yamanaka estaría encantada de escucharte. Parece que le caes muy bien. También, si no me equivoco, creo que tu seguro médico incluye psicólogo...
Hinata se echó a reír.
–¿Crees que debería ir al psicólogo?
Él sonrió y siguió en tono de broma.
–Solo digo que deberías hablar con alguien. No tienes por qué llevarlo todo sola.
–Lo sé –dijo Hinata–. Gracias, Naruto. Eres encantador. De verdad valoro mucho todo lo que has hecho por mí.
Él le sonrió, sonrojándose ligeramente, lo que le daba un aspecto increíblemente sexy.
–¿Qué pasa? –preguntó Hinata.
–Yo tenía razón, cuando me llamaras por mi nombre de pila...
Hinata parpadeó.
–¿Cómo?
–Nada. –Naruto se apretó el puente de la nariz–. Nada, lo siento.
–Acaba la frase, señor Namikaze. No puedes decir algo cargado de significado como eso y luego intentar dejarlo pasar.
–Es increíblemente sexy. –Sus mejillas se colorearon y bajó la mirada a su taza de té.
–¿El qué? –A Hinata se le aceleró el corazón, sentía los latidos en los oídos.
–Que yo tenía razón cuando pensaba que cuando me llamaras por mi nombre sería increíblemente sexy.
Ella dejó escapar una risa nerviosa.
–¿De verdad?
–Ni te lo imaginas.
