XXIII
[We Wish You a Merry Christmas]
Eso cantaban los feligreses paseando por las luminosas calles de colores de Raccoon, a solo unas horas de la Navidad. Pasaban, como solían pasar, por la casa de los Burton, donde casi todo estaba ya dispuesto. Barry se puso su suéter navideño, uno rojo con líneas zigzagueantes en blanco y verde y con un gran estampado de un árbol navideño en el pecho, se roció una colonia festiva en el cuello y peinó cuidadosamente su barba antes de bajar con el resto de la familia, que no lo recibió con vítores o algo por el estilo.
Para sorpresa de más de uno, Bass le había caído muy bien a Zelda, las más amargadas de las hermanas Spellman. Al parecer, le agradaba su incapacidad para molestarse por sus bromas punzantes y ofensivas sobre la ascendencia Burton, característica que no tenía su más inteligente hermano Barry.
—Debo admitir, Hilda —le comentó Zelda— que celebrar la Navidad no es tan malo como podía parecer.
—Jajaja, no le hagan caso a mi hermana —río Hilda, tal vez algo nerviosa—. Es que antes no celebrábamos esta fiesta.
—¿Y eso por qué? —Preguntó Bass, extrañado— ¿Eran satánicas o algo así?
—No, por Satán —se sobresaltó Hilda—, digo... por Dios.
Barry, que llevaba una bandeja de galletas, se le acercó a Bass por un costado.
—Te dije que eran brujas.
Zelda le dedicó una mirada inquisitorial a Barry, e hizo un curioso gesto agitando la nariz rápidamente, y con un extraño chillido del viento, Barry tropezó con sus propios pies, cayendo de cara y arrojando la bandeja con galletas. Zelda dio otro sorbo a su champagne, ocultando su sonrisa.
—Barry, ya compórtate —salió a decirle su esposa.
—Perdón, amor —dijo desde el suelo.
Moira, que esperaba mayores escándalos, tuvo que conformarse con los comentarios morbosos de sus tías al respecto. Las apreciaba, dentro de todo, porque las consideraba mujeres interesante, con un aire sobrio e independiente que deseaba ella algún día tener. Su tía Zelda, por ejemplo, era como un vino exquisitamente añejado, y poseía una lengua ácida y precisa, como de crítica francesa. Su tía Hilda, por otro lado, era cariñosa y alegre, daba gusto estar cerca de ella porque hasta parecía que las flores recuperaban su color. Las apreciaba, además, porque solían darle regalos interesantes. Un ejemplar de Las Flores del Mal que supuestamente poseía el alma del poeta maldito, un trío de cabezas reducidas y un pequeño tótem tiki comprado a los vudús de Nueva Orleans estaban entre los más llamativos. Ahora se pregunta, qué le habrán traída esta vez sus tías.
—Y dime, Moira —le dijo Zelda, por separado— Veo por tu vestimenta que cada año te acercas más a las prácticas... Ocultistas... Dime, querida, ¿ya has firmado un pacto para entregar tú virginal alma a nuestro señor Belcebú, amo de las tinieblas?
—Esto... —Moira lo dudó un momento—. ¿No?
—Ah, interesante. Bueno, todo a su tiempo.
Sí, sus tías eran geniales, pero también estaban un poco locas.
—Dime... —dijo, con la mirada clavada en la chimenea—, ¿ya conoces a Satanás?
—No —respondió aterrada Moira—, le juro que no.
—¿Y no quieres conocerlo? —Zelda se giró lenta y dramáticamente hacia Moira.
—Esteee... Maaaa...
—Mira, ¿no es lindo?
Zelda abrió su bolso y sacó a un diminuto chihuahua que temblaba como si se fuera a morir. Lo sostenía con una palma entera y con los dedos peinaba su crin plateada.
—Oww... —Moira se acercó a acariciar al animalito, pero este cambió su grácil rostro por el de una verdadera bestia mutante—, ¡ay, dios, ¿qué cochinada es esa?!
—Hey, no tienes que ser grosera —le recriminó Zelda—. El pobrecito tiene una pequeña infección en la vejiga, es todo.
Y entonces sonó el timbre.
—Ese debe ser Chris —Barry fue a abrir la puerta sin demora, pero al hacerlo no se encontró a Chris, sino a una chica parada frente a él, que no era ni Jill ni nadie que conociera—. ¿Sí? —preguntó confundido.
—Hola... —dijo la joven, con la voz tímida aunque grave—, esto... ¿Se encuentra Tina? —preguntó ella. Llevaba una sudadera holgada y la capucha levantada, que aún dejaba ver su cabello corto, entre negro y rojizo.
—¿Tina? Eh... ¿Quién eres tú?
—Pues...
—¡Mila! —gritó Tina al otro lado de la sala.
Barry se volteó extrañado y Mila observó por encima de su hombro.
—Tina, al fin.
Tina corrió a la entrada y Barry tuvo que apartarse para que ambas chicas se encontraran en un fuerte abrazo. Linda y Hilda salieron de la cocina para ver quién era la visita, intrigadas por aquel alarido alegre. Moira y Zelda frenaron su "interesante" conversación y voltearon las vistas, y Bass, que se había entretenido hojeando un libro infantil sobre Rodolfo el Reno, se levantó del sofá en el que estaba sentado.
—Bass —dijo Barry— ¿Quién es ella?
—Pues...
—Es mi novia —dijo Tina, confiada, feliz, a lo que Mila se avergonzó tanto que ocultó la cara detrás de la cabellera rubia—. Ay, no seas tímida, saluda —Mila solo levantó la mano un poco e hizo un paneo saludando a todos por igual. Todos, excepto Bass, se quedaron más bien boquiabiertos—. Estaba de gira y no podía volver a casa a tiempo, así que le dije que mejor viniera para aquí. ¿No hay problema, verdad? —Tina preguntó, con una sonrisa quizás demasiado inocente.
Todos miraron a la señora Burton. Esta suspiró.
—Claro que no, Tina. Pasen, pónganse cómodas. —sonrió.
Barry y Moira suspiraron aliviados.
—Muchas gracias, señora Burton. Ven, Mila, te presentaré a todos. Te dije que eran geniales. A fin de cuentas la Navidad es para la familia ¿verdad? Y bueno... Mila y yo... Uhmm... Bueno, creo que puedo decirlo, ¿no? —Pero Mila intentó cubrirle la boca para hacerla callar—, jajá
—Eh, ¿Mila, verdad? —dijo Hilda, acercándose— Así que estabas de gira. ¿Eres una especie de estrella o algo así? —La joven de cabello corto trató de reponerse un poco.
—Soy peleadora de MMA con especialidad en patadas voladoras. —dijo con gran tranquilidad en su voz, y todos se quedaron sorprendidos otra vez.
—Mi pequeña está creciendo, ¿verdad, Barry? —Dijo Bass, sonriente— ¡Mila, cuanto tiempo! Ven a saludar a tu suegrito. —Y se encontraron en un abrazo.
—Y... ¿De dónde vienes? —preguntó Moira
—¿Fue muy difícil llegar? —agregó Hilda al cuestionario.
—Solo tuve que buscar la casa con el camper en el patio.
Barry se disponía a cerrar la puerta cuando apareció Chris del otro lado y la madera le golpeó en la cara. Barry miró qué cosa le impidió cerrar la puerta y se topó con el rostro adolorido de Redfield.
—¡Chris, amigo, llegaste! —Volvió a abrir y le dio a un abrazo, apretando las bolsas que Chris cargaba consigo— Ahora sí comienza a aumentar el número de hombres en esta casa.
—Hola, Barry —Chris se acomodó la quijada—. ¿Llego a buena hora?
—¿Bromeas? Llegas en el mejor momento. Ven pasa. ¡Oigan, familia! Miren quién está aquí —Los familiares volvieron a girarse hacia la puerta— Es mi amigo Chris —Y como nadie lo conocía y a nadie le importaba, no le prestaron mucha atención— Jeje, les caíste bien. ¿Tardaste mucho en llegar?
—De hecho, estuve afuera como 10 minutos, no sabía si tocar. Luego vi la puerta abierta y pensé que era mi oportunidad.
—Jajaja, qué divertido eres, Chris. Ven, dejemos esto adentro. —Barry tomó las bolsas, constatando su contenido.
—Ey, Barry, ¿no vas a presentarme? —dijo Bass, acercándose.
—Este bastardo de aquí es mi hermano, Chris. Su nombre es Bass.
—Vaya, así que este es el famoso hermano —Chris le extendió la mano a Bass.
—¿Barry habla de mi a sus amigos? Jeje, genial.
—Sí, aunque para quejarse. —Los tres rieron, cosa algo inesperada.
—Así son los hermanos.
—Sí, en eso tienes razón —reflexionó Redfield.
—Ding Dong —se escuchó desde la entrada. Los hombres se giraron para descubrir a Jill Valentine asomándose por una puerta que se abría en silencio—, olvidaron cerrar.
—¡Jill, querida! —Barry se apresuró a ser el primero en darle un cálido abrazo de bienvenida—, empezaba a preguntarme si habías muerto por exceso de trabajo.
—Barry... —decía Jill, aún en el abrazo—, la muerte sería mi primer descanso.
Una vez liberada de tanto cariño, pasó y saludó al bueno de Bass, tan parecido y a la vez tan diferente a su hermano, y al fondo, en la entrada de la sala, Chris escondía el rostro en un vasito de ponche que cogió furtivamente.
—Hola, Redfield —se acercó Jill.
—Hey... ¿qué hay, Jill? —levantó las cejas, como saludando.
—Al final, Barry pudo con nosotros.
—Sí, y qué bueno... —se sonrió, algo apenado—, eh... ¿quieres ponche? —bebió,
—No preparé ponche —dijo Barry pasando por allí.
—Hey —se acercó Zelda— ¿por qué te estás tomando la muestra de Satanás? —le arranchó el vasito a un Chris petrificado.
—El baño está al fondo.
Y así ya estaban todos. La velada a ese punto se volvió más animosa y ya no bajaría su ritmo. En cada rincón una persona interesante con la que conversar, y cada nuevo villancico un intercambio de temas que mantenía vivo el interés general.
A esas horas ya la RPD lucía brillante y llena de vitalidad, con policías y presos compartiendo el pan dulce y el chocolate caliente, y hasta Brad y Joseph se habían amistado para compartir un pequeño almuerzo navideño con crema de patatas y ensalada de fideos.
—Hey, maricas —se abrió la puerta. Era Richard, que traía un gorrito—, ¿hay espacio para uno más?
Brad y Joseph, superada su primera sorpresa, lo recibieron con los brazos abiertos.
—Pensé que tendrías una cita —dijo Joseph.
—Sí, bueno... ¿Qué clase de tipo sería si dejara a mis amigos solos en Navidad?
—Te plantaron, ¿verdad?
—Se largó con un traficante de metanfetaminas. Pero no importa, la atraparé y le daré 6 meses en el hoyo.
—Así se habla —chocaron las palmas—, y no te preocupes, hay una como esa en cada esquina.
—Literal.
Y como buenos amigos, se burlaron y compartieron algunas latas de cerveza.
En la casa Burton, la mesa estaba puesta y el pavo lucía dorado y magnánimo.
—Muy bien, todo mundo, ¡hora de cenar!
En la mesa se repartieron las ensaladas y las cremas, las lonjas de pavo se rebanaron preciosamente y nadie se quedó sin su justa porción. Tina y Mila se dieron sendas cucharadas. Polly le indicaba a Linda exactamente de qué quería y en qué cantidad. Bass se sirvió grande y variado, mientras que Barry tuvo que recordar cuidar su colesterol, aunque estamos en Navidad, la época de las excepciones. Jill picó con cuidado, y Hilda le reclamó, que se sirviera más le dijo, que estaba hecha toda un estropajo, a lo que Chris se rio, escupiendo granos de arroz. Con medio pavo cercenado, los comensales se repartieron por la estancia, escucharon algunas historias con villancicos de fondo y rieron buenamente ante las equivocaciones comunes. Desde hace un rato Chris andaba distraído, y en algunos ratos intrigado, por aquella muchacha pelirroja, así que como todo un clásico canchero y viéndola sola un instante, aprovechó para abordarla.
—Oye, y ¿tú quién eres?
—Yo soy Mila
—¿Y familiar de quién eres?
—No, no soy familiar de nadie
—¿Entonces con quién vienes?
—Con Tina
—Ah, eres su amiga.
—Jeje, no, no.
—Uhmm, entonces eres su compañera de trabajo.
—No, tampoco.
—Entonces ¿qué haces aquí?
—Uhmm...
—No sabes qué decir ¿Eh? Bien, eso me parece muy sospechoso. —Chris ya se disponía a sacarla de la casa— Muy bien, acompáñame, niña. Metiéndote a fiestas de Navidad donde nadie te ha invitado ¿verdad? —la tomó del brazo.
Entonces Tina reaccionó dándole un duro golpe en la cara seguido de una patada giratoria que lo tiró al piso.
—Perdón, así reaccionó siempre que me tocan.
Todos se sorprendieron pero luego comenzaron a reír ante la curiosa situación, con el miembro de los STARS vencido por una muchacha de estatura y peso promedios.
—Oye, Chris —Dijo Barry, levantándolo y llevándoselo a otro lado— Ella es la novia de Tina. ¿Qué no te das cuenta?
—... Demonios, viejo...
—Solo tú te metes en problemas en una fiesta de navidad —Jill le limpiaba la herida en la ceja, y le ponía una curita sin agresividad pero sin exceso de cariño—, ya, ya está.
—Creo que es mi destino buscar el conflicto —dijo, con tono decaído.
—¿Y eso? ¿Anda todo bien? No te sentirás mal por haber sido vencido por una chica, ¿verdad?
—Hey, no fue una pelea... —reaccionó Redfield, pero no pudo mantener el ánimo arriba mucho rato—, bueno, de cierta forma una chica sí que pateó mi trasero...
Jill entendió en ese momento de quién estaba hablando.
—No te preocupes, Chris —dijo Barry desde la puerta, con una cerveza en mano—, estoy seguro que podrás encontrar una chica a tu gusto.
—Bueno, ahora que lo mencionas, esa chica Tina es muy linda... —sugirió, con una sonrisa coqueta y confianzuda.
—¡Ella es mi sobrina, imbécil!
[Yankee Doodle Dandy – Patriotic Smooth Jazz Tribute]
A menos de dos horas para la Navidad, Sherry estaba al borde de la inconsciencia en medio de la fiesta del Ayuntamiento. Mujeres altas de vestidos finos como las cortinas de su baño y bustos generosos reían con sus dientes perfectos y sus narices operadas junto a hombres trajes suntuosos, barbas bien cortadas y zapatos satinados. Una orquesta de hombres con rostros largos y deprimentes amenizaba la estancia haciendo chillar sus instrumentos en el escenario. Hasta los mozos que recorrían las mesas con bandejas en alto lucían aunque distinguidos, agotados. Era todo tan aburrido para Sherry.
El Capitán Wesker, elegantemente trajeado, y luego de darse una vuelta estrechando manos y lazos, volvió para ver a la pequeña sola y triste. Se le acercó ofreciéndole un cupcake. Ella ni se emocionó.
—¿Estás aburrida?
—... Sí —respondió, desganada.
—... Yo también —se sentó Wesker, y le dedicó una mirada misteriosa de las suyas al salón entero— Estas formalidades son... irrelevantes. ¿Quieres que te lleve a casa?
—Supongo... —suplicó la niña.
Wesker supo identificar, dentro de toda su falta de empatía, el dolor de la pequeña.
—¿Qué es lo que pasa?
Sherry se hundió de hombros. Se bajó de la silla y se fue en dirección a la salida.
—Solo quería que Santa cumpliera su promesa.
Wesker, con su mente despierta y sagaz, pudo deducir muy rápidamente cuál era el origen de la tristeza de Sherry. Las personas, los niños particularmente, se suelen aferrar a las estructuras sociales denominadas familia debido al soporte emocional que brindan. Sherry, al encontrarse en su etapa pre-puberta, necesitaba a sus padres. Pudo interpretar correctamente esas emociones gracias a la felicidad y gratitud expresadas por su subordinado Enrico Marini cuando Barry Burton le regaló un juguete que no era para él ni él iba a disfrutar, sino que era para su hijo. Felicidad ajena puede convertirse en felicidad propia. Los padres son felices si sus hijos son felices. Los hijos son felices si sus padres están con ellos.
Así que Wesker, que sintió su corazón latir como cualquier otro día del año, tomó su teléfono y llamó a la Central de Investigaciones de Umbrella en Raccoon City.
—¿Aló?
—William. Soy yo...
—¿Eh? Hable más fuerte, que estoy muy ocupado, ¡stunea, mierda, stunea!
—Soy yo, Albert.
—¿Eh, Albert? Hey, ¿qué ocurre, eh?
—Creo que es hora de que tú y Annette se tomen un descanso y vayan a casa.
—¿Un descanso? ¿Qué te pasa? Estamos en medio de un trabajo que cambiará el destino del mundo, puta madre, ¿quién chucha está metiendo lag?
—William. Te estoy dando una orden, ¿o acaso tendré que hacerte una visita?
—¡Eh! No, no, claro que no, Albert, eso no será necesario. Ya, ahora mismo salimos para casa, Jeje, ¿qué te parece? Jeje.
—Bien. Estamos en contacto —Wesker alejó el teléfono de su oído, pero algo más se escuchó antes de que se colgara la llamada.
—Ya, ponte Support, la última, apura...
—¿Cómo dices?
—Que pases Feliz Navidad, Albert, Jeje.
—Eso pensé.
