XXV

¿Pero cómo es que fue posible este llamado Milagro Navideño?

Bueno, eso intentaremos explicarlo ahora.

Resulta que el 23 de diciembre la Universidad de Claire dio la noticia de que cerraría sus puertas el día antes, durante, y después de Navidad. De esa forma, Claire tenía el tiempo de ir con su hermano y volver, aunque solo pudiera estar con él unas cuantas horas. Eran más que suficientes. Mientras hacía su maleta, no dejaba de llamar a Chris, pero este no cogía una sola llamada y nunca había confiado en las contestadoras porque creía que el gobierno las usaba para grabar las conversaciones privadas y luego chantajearte. Incluso faltando 5 minutos para tomar el bus, Claire no dejó de llamar. ¿Cuándo dejaría de ser su hermano un anticuado y se modernizaría de una vez comprándose un teléfono? Quizás debería comprarle uno ella como regalo, pero ya ni tuvo tiempo para considerar modelos y marcas porque ya estaba embarcando.

Aprovechó el trayecto para intentar repasar algunos textos políticos para los exámenes de la próxima semana, pero viajan también un grupo de trovadores holandeses que convirtieron el bus en su concierto privado. Tras aplaudir hasta que se le dolieran las manos y salir a bailar más de 10 veces, cayó rendida y durmió contra la ventana.

Cuando amaneció el 24, despertó para encontrar el bus varado por causa del Paro de Transportistas que tenía bloqueadas las carreteras desde hace una semana. Tuvo que caminar una hora, atravesando campos aledaños donde familias ya habían instalado sus mesas, carpas y sombrillas, aceptando de una vez que pasarían navidad bajo las estrellas, para alcanzar el cuello de botella. Claire no perdió la oportunidad de presentarles sus respetos a los hombres y mujeres que sostenían el bloqueo con barricadas hurtadas, troncos arrastrados desde el río y grandes piedras prestadas de las montañas. Les regaló unos paquetes de bizcochos y ellos le invitaron de su chocolatada y le desearon mucha buena suerte en su viaje. Caminando otra hora más, alcanzó un pequeño pueblito así bien rascuache llamado Nashville, y pudo usar el teléfono de la estación para reintentar la comunicación con su hermano. Al no conseguirlo, llamó a la RPD usando una guía telefónica. La Oficial Rita Phillips la atendió, y Claire le dejó el recado de avisarle a su hermano Chris que viniera a recogerla, por favor, por favor, por favorcito, y que también le confirmara la entrega de esta información. Rita se lo juró, pero como se juran las cosas por compromiso, así que no transmitió mucha confianza.

Claire esperó cuatro horas de nada hasta que decidió volver a llamar. Volvió a hablar con Rita, que esta vez, entre ocultar su vergüenza por fallar como recepcionista y su sorpresa por reconocer a Claire como hermana de Chris, consiguió pasarle la bocina a un miembro de STARS que pasaba casualmente. En ese momento, entró Forest Speyer a la historia. Al enterarse de la situación, e incapaz de permitir que una familia no se reuniese en Navidad, corrió al techo de la RPD y exigió usar el helicóptero, pero como no tenía piloto, y no podía sacar a Brad de su turno, cogió una patrulla y fue a pedirle ayuda a un viejo amigo.

—Dooley, maldito bastardo, abre la puerta —gritaba golpeando.

—¿Qué carajos pasa, viejo? —preguntó Dooley, que salía en calzoncillos.

—Ponte los pantalones, vamos a la RPD.

—Estoy suspendido, viejo.

—Ya no más. Se acabó tu suspensión. Tienes una Misión. Una Misión Navideña.

—No sé, tengo que terminar te decorar, viejo.

—Ya, yo después de ayudo, ven.

—Bueno, deja me visto.

Y lo esperó como un cuarto de hora, demasiado tiempo para que alguien entrenado se pusiera a punto cuando hay una misión en ciernes.

—¿Qué demonios pasa contigo? —Lo jodía Forest mientras Dooley se subía y él arrancaba el auto—. Llegas tarde a las reuniones, llegas tarde a las misiones, llegarás tarde a tu maldito funeral.

Cuando llegaron a la RPD y subieron al techo, se dio cuenta Dooley que el tanque de combustible estaba a medio llenar.

—No hay gasolina —le dijo Dooley—, ¿tú nos vas a comprar la gasolina?

—No hay tiempo para tonterías.

Llegaron a Nashville en una hora, pero al no haber cargado el combustible suficiente, no pudieron volver, y Forest debió inscribirse en un concurso de comer manzanas de un barril con agua y Claire tuvo que seducir a un magnate de la industria bananera para conseguir el dinero suficiente para recargar el galón. A las 22 horas, y perseguidos por una turba iracunda, lograron despegar, y tuvieron que aguantar todo el viaje al pesado de Dooley con sus quejas.

—Prometiste que me ayudarías a decorar, baboso.

Aterrizaron en la RPD, y buscaron en vano a Chris. Parecía que este año, a pesar de todos los esfuerzos, el sueño no se cumpliría. Sin embargo, instigados por una entusiasta Rita que buscaba resarcir su error, todos los policías de la RPD decidieron poner de lo suyo para que se concretara la esperada reunión. No lo hacían por Chris, a quien consideraban un cretino y un patán, claro, sino por su tierna y dulce hermanita a la que protegían de sus opiniones. Jamás permitirían que un ser tan adorable y amoroso como ella viera su sueño navideño frustrado, así que allí estaban, media docena de patrullas con las sirenas a todo dar corriendo por las calles de Raccoon, abriéndose el paso con todo el poder de su milagrosa autoridad. Pero entonces se encontraron con la Avenida Central totalmente bloqueada por el festejo público, por comensales ebrios que golpeaban alegres el capó, y un montón de botargas seguidos por niños remilgosos de narices congeladas.

—Nunca lo lograremos —dijo Forest.

—No si yo puedo hacer algo al respecto —dijo Dooley, al que ni siquiera habían visto subirse a la patrulla.

Se bajó determinado, con su escopeta a mano, y disparó perdigones al aire repetidas veces, y estalló el letrero luminoso de la Avenida y chispas llovieron sobre los incautos que, al darse cuenta del hombre armado abriendo fuego y vociferando cantidad de groserías en nombre de la Navidad, comenzaron a correr hacia los callejones y a encerrarse en los negocios, con sus niños en brazos, los regalos tirados, las botargas pisoteadas y hasta los Reyes Magos la pasaron mal al ver su escenario explosionando debido a las sobrecargas de energías ocurridas por tantos pies desconocidos pateando los enchufes. La calle, así quedó despejada.

—¡Es el momento! —Forest avanzó, y Dooley quiso regresar, pero fue rápidamente interceptado por guardias de seguridad, otros policías e incluso transeúntes casuales que se envalentonaron solidariamente para darle una paliza a ese maldito imbécil que quería arruinar la navidad.

—¡Sigan sin mí, yo ya estoy muerto! —exclamaba Dooley, perdiéndose entre el tumulto.

La patrulla aceleró, dejando tras de sí los rumores de una batalla navideña.

El linchamiento se vio interrumpido de pronto por el inicio de la cuenta regresiva.

Claire y Forest, en la patrulla a todo dar, escucharon el estallido de júbilo popular.

—Ya es Navidad —dijo Claire, viendo las casas con las familias abrazándose y el cielo iluminado.

—Esta es la calle —Forest se fijaba en las puertas, y tanto se fijaba que dejó de ver el camino y no vio al pobre tonto ese que salió a ver la ciudad festiva y mundana.

—¡Cuidado! —exclamó Claire.

—Demonios... ¿Cómo lo hiciste? —Chris no salía de su incredulidad.

—Eh, no me creerías —sonrió Claire, confianzuda.

Claire entró y saludó, y ella tenía esa magia de llenar con alegría los lugares a donde iba, con su brillante cabello rojo, esa sonrisa con hoyuelos que ilumina todo, esos cachetes dulces que invitan a que los aprieten, y sus ojos claros, lindos y tranquilos que llenan de amor a cualquiera que los vea, con lo que se ganó rápidamente el favor de la pequeña Polly, la confianza de Tina y Mila, así como la buena venia de Zelda y Hilda, e incluso la señora Linda Burton, que veía a un nuevo e inesperado invitado en su casa, solo pudo suspirar y decir:

—Bueno... Es Navidad.

Así que la invitaron a sentarse en la mesa, donde podía descansar de lo que seguramente fue una gran aventura, contar ciertos detalles, y probar bocado, que también debía estar hambrienta.

—Cielos, Forest —Chris le comentó a su compañero, alejados ambos un poco del gran ambiente que se construía alrededor de la nueva invitada—, no sé cómo agradecértelo.

—Eh... Digamos que es mi regalo de Santa Secreto —Forest se cruzó de brazos, muy chulo él—, y justo a tiempo diría yo. Uy, bocadillos.

—Pensé que no creías en los regalos —le dijo Chris.

—No, pero sí creo en la familia —Forest se tragó un pancito, y luego le ofreció la mano a Chris, y este se la estrechó, con confianza.

—Gracias... De verdad.

Forest se mantuvo sonriendo, asintiendo y sin soltar la mano.

—Estuvimos conversando un poco durante todo el viaje, ¿sabes? Tienes una hermana muy agradable —le comentó, asintiendo.

—Gracias, lo sé.

—Y es muy simpática también, si me dejas decirlo.

—Ok.

—A decir verdad, es muy guapa y sabes... no estaría mal que como compensación por este regalo, no sé, podrías decirle que saliera conmigo.

—No lo creo.

—O podríamos salir los tres, conocernos bien, podríamos llegar a ser una bonita familia, ¿qué te parece? ¿Crees en la familia, verdad? ¿Qué crees que piense de mí?

—Está bien, esto es raro, Forest, ya basta.

—Solo digo que podríamos experimentar con ciertas configuraciones.

—Muy bien, patearé tu trasero —y lo quiso agarrar del pescuezo.

—Vale, vale, solo bromeaba. Jajaja. —respondió y aunque a Chris no le gustaba que bromearan nunca con su hermana, esta vez, por la ocasión, le restó importancia.

—Querida, debes estar muy cansada y debes tener hambre —le decía la señora Linda Burton—, te serviré una buena porción, ¿de acuerdo? Nadie pasa hambre bajo mi techo —le decía mientras trasladaba unas cuantas lonjas de pavo en su plato, y servía una cucharada bien grande de ensaladas de fideos y varios tipos de arroces.

—Oh, no, no, eso es terrible —decía Claire, visiblemente preocupada—, lo lamento, pero no puedo comer eso.

—Eh, no entiendo, ¿por qué no? —dijo extrañada la señora Burton.

—Todos estos alimentos tienen químicos que alteran su composición genética, han sido modificados en laboratorios, ¿lo saben, cierto? —le preguntó Claire al resto de oyentes, que al igual que la señora Burton, veían y escuchaban extrañados—. Este pavo está completamente hormonado, criado en terribles condiciones para crecer anti-naturalmente por encima de su tamaño. Por suerte —Claire abrió su bolso—, traje algo de mi propia comida orgánica...

—¿Tú...propia...comida? —dijo, lentamente, como procesando, Linda Burton.

—Oh, no —Barry intentó interceder.

—No es mucha, pero si alguien más quiere, podemos compartir —ofreció Claire.

—Mira, hija de... —empezó a decir Linda, alzando la voz, pero Barry rápidamente llegó para apartarla de la escena. Chris por su parte, se acercó a su hermana.

—Oye, Claire, quizás no deberías hacer eso, no, guarda eso —le volvió a meter el toper en el bolso.

—Eh, ¿qué pasa, por qué no, qué sucede, dije algo malo?

—No, no, es solo que... bueno, no está bien.

Claire quedó sin entender su falta, y los demás intentaron omitir aquel pequeño incidente, y fueron de vuelta a la cómoda convivencia hogareña con conversaciones de salón y rías compartidas, pero Claire no sabía de lugares o momentos adecuados para decir las cosas o no decirlas, rasgo por el que la habían caracterizado de chica muy sincera o demasiado directa en la Universidad.

—¿Sabías que Umbrella quiere patentar códigos genéticos? ¿Puedes creerlo? Ya no solo llenan de contaminantes nuestras comidas y nos bombardean con pastillas y fármacos que no necesitamos, sino que ahora quieren ser los dueños de las futuras generaciones, ¡¿puedes creerlo?! —la indignación de Claire era mayúscula.

—Qué terrible —secundaba Moira, que comía pasas.

Los demás cada vez se alejaban un poco más de Claire y sus comentarios peliagudos. Ciertamente no era común que alguien llegase a Raccoon City, el hogar de Umbrella, para hablar mal de Umbrella, ni que llegase a una cena navideña para rechazar la cena, o que hiciese comentarios sobre la feista y anticuada decoración dorada y plateada sobrepuesta al forro rojiverde. Parecía que siempre tenía algo inteligente que decir sobre las tontas costumbres rurales, y que no había autoridad humana, ni corporativa ni política, a la que le rindiera tributo. Ni siquiera la Señora Burton. Y por ello, Moira estaba encantada.

—Eh... Chris —comentó Jill, apartada—, ¿qué dijiste que estudiaba tu hermana?

—Oh, sí —dijo Chris—, mi brillante hermanita estudia Ingeniería Ambiental, ¿puedes creerlo? Toda una ecologista, y bueno, casi siempre está en contacto con gente muy intensa, ya sabes cómo es...

—... Claro —comentó Jill.

—Sí, Chris, sobre eso —se volvió Claire hacia su hermano—, bueno, he pensado que podría cambiarme a Arte, sabes, creo que tengo una artista en mi interior...

—Eh... ¿Arte? —Se extrañó Chris—, ¡¿Arte?! —estalló—. ¿Tienes idea de lo absurda que es esa idea? ¡¿De qué carajos vas a comer, eh, te comerás tus cuadros o qué?!

Barry se apresuró en calmar y en apartar al sulfuroso Chris.

—Ay, Chris, cómo eres... —se rio Claire del típico de su hermano.

Moira pudo ver que esta chica, se sonrisa adorable y ojos brillante, era genial.

—Wow. Vas a la universidad y vives como quieres. Eres genial.

—¿Enserio lo crees? Ay, qué linda eres. Y eso que solo tengo 2 años más que tú.

—Eres bestial.

—¿Ah?

—¿Crees que yo pueda ir a la universidad? —preguntó, ilusionada.

—Claro, el único que no puede es el tonto de mi hermano. —y se rieron ambas, y Chris se dio cuenta.

Pero quizás de lo que no se había dado cuenta Chris tras todo este tiempo alejado de su dulce e idílica hermanita, es que esta ya se había convertido en toda una chica, llena de ideales y puntos de vista, una muchacha determinada que no le temía a nada y que perseguía sus objetivos incansablemente sin apegarse a estructuras añejas o preconcepciones del mundo. En otras palabras, se había convertido en una universitaria pretenciosa que tenía a todos hartos. Pero, por otro lado, Barry y Linda estaban realmente complacidos de que su hija Moira estuviera hablando con alguien tan cómodamente y no atrapada en su celular con cara de mierda toda la noche o encerrada en su habitación sin interactuar. Interrumpirlas hubiera sido un crimen mayúsculo en esa casa. Linda, sobre todo, parecía muy contenta de la influencia positiva que parecía estar teniendo en su hija más arisca la joven y universitaria hermana de ese amigo peleonero que su esposo trajo a casa para la cena navideña. No podría estar más feliz. Como feliz estaba Chris, el tonto Chris, el buen Chris, porque esta Navidad era como las de su infancia, de esas que, con los años, se recuerdan incluso mejor de lo que en realidad han sido.