XXVI
—Oye, Forest —dijo Barry— ¿Ya te vas?
Forest se había deslizado hasta la puerta principal sin llamar la atención del resto de la alegre reunión, pero tuvo que girarse ante las palabras que le dirigía el anfitrión de la casa. Miró a Chris.
—Lo siento, amigos, pero ya debo irme. —anunció Forest.
—¿Y eso por qué? —preguntó Barry, acercándose.
—Bueno, se nota que la están pasando bien, pero hay otra cena a la que debo llegar. Feliz Navidad a todos. —Y antes de cualquier replica, Forest salió por la puerta sin despertar la atención de muchas personas.
Ya afuera, bajo la suave nieve, se ajustó la chaqueta para combatir el frío, caminó hasta meterse en la patrulla con la que había llegado y se fue, sirena encendida.
—Ese Forest, ¿quién diría que tenía corazón? —Bromeó Barry
—Es el espíritu navideño, Barry —respondió Chris, con una sonrisa que fue devuelta por el buen Burton— la magia de la Navidad.
Y algo de eso debía haber en el agua de toda la ciudad, porque para esa hora Raccoon City estaba embelesada en la mágica celebración del 25.
—Bueno, familia. —dijo Barry dándose la vuelta y alzando la voz— ¿No se suponía que esto era Navidad? ¡Vamos a abrir regalos! —gritó alegremente y fue hacia el enorme y colorido árbol para comenzar a repartir los obsequios.
—Oye, Barry —dijo Bass—. ¿No te pondrás tu traje de Santa?
—Qué gracioso. No bromees con eso. —dijo seriamente, pero hubieron risas en los demás.
La familia Burton y sus invitados se fueron acomodando alrededor del árbol navideño para la tradicional repartición de regalos.
—Este es mi momento favorito de la Navidad —comentó Tina a la tía Hilda.
—El mío también, jijiji. —respondió en tono secretista.
—Muy bien, muy bien —dijo Barry tomando un paquete grande entre sus manos—, Antes que nada quiero dar algunas palabras.
—Oh, con un demonios, lo que faltaba... —reclamó Moira en su esquina.
—Solo no lo arruines, panzón —exigió Zelda.
—Seré breve —dijo Barry tragándose el deseo de responder más altaneramente. Se acomodó la voz antes de continuar—. Quiero darles las gracias a todos ustedes por estar aquí hoy compartiendo este día tan especial con nosotros. Dios sabe que ha sido un año muy complicado, pero aquí estamos, reunidos. Los veo y sé que el próximo año será uno mucho mejor y más feliz. La familia Burton-Spellman. Mis hijas queridas y preciosas que cada año crecen más rápido. Mi hermano a quién no veía en mucho tiempo, su hija y su novia. Incluso mis amigos, y la hermana de uno de ellos, que sé que era lo que más quería él esta Navidad. Gracias a todos, porque todos son parte de esta familia. Y por supuesto, gracias a mi linda esposa, Linda. Cariño, sin tu fortaleza y tu corazón nada de esta preciosa fiesta sería posible. Por ello, el primer regalo de esta Navidad es de mi parte y es para ti, amor —El público dejó salir un suspiro de ternura—, gracias por aguantarme tanto. Te amo —Le extendió el obsequio con una sonrisa en el rostro.
Todos se enternecieron ante las palabras del buen Barry. Hasta Moira aplaudió la escena, aunque un poco desganada porque estaba más que acostumbrada a las exageradas demostraciones de afecto entre sus padres. La señora Burton se sonrió y recibió el paquete, pero antes de cualquier cosa, le dio un abrazo y un beso a su esposo. No necesitaba ver qué era su regalo. Ya estaba feliz.
El obsequio, por cierto, resultó ser unos bellos zapatos rojos de tacón adornados con escarchas y perlas que seguramente costaron una pequeña fortuna que Barry debió empezar a ahorrar desde junio. Linda, Hilda y Tina amaron esos zapatos, aunque, claro, Zelda dio sus típicos comentarios despectivos a los que Barry ya estaba más que acostumbrado.
—Y seguro que espera que los uses en la cocina. Claro, como la tiene encerrada en esta casa durante todo el año. Lo mínimo que puede esperar es un buen regalo. Ojalá que para Año Nuevo la lleve a un buen restaurante. Digo, ¿no?
Barry gruñó, pero la ignoró, al igual que Linda. Ya saben cómo es ella.
Terminada esta excepción a la regla general, Barry comenzó a repartir los regalos para los niños de la casa. En realidad la única niña era Polly, y por más está decir que tuvo regalos de casi todos los presentes. De sus padres, de sus tías, de Bass y Tina, y hasta de Jill, todos firmados por Santa.
—¡Este regalo es de parte de la chica de los sándwiches! —dijo Barry sosteniendo el suave paquete.
—Ya te dije que no me llames así, Barry. —dijo Jill, un poquito avergonzada.
—¿Le compraste un regalo a la hija de Barry? —preguntó Chris, algo preocupado.
—Descuida. También puse tu nombre en la tarjeta. —Chris se sorprendió gratamente—. Después arreglamos.
—Toma Polly, este es de Jill y Chris —le dijo su padre.
—Y también de Santa —indicó Jill la firma de Papa Noel también en la tarjeta.
El regalo era una almohada de cuello con diseño de la Mujer Maravilla. Se lo puso inmediatamente, y aunque no sonrió, Linda tradujo al resto que estaba feliz.
—Llegó el mío, abre el mío —insistía Bass— Bueno, el mío y el de Tina.
—Vale, vale, lo haré solo para que te calles —decía Barry.
Polly era lenta para abrir regalos grandes, así que su madre la ayudó.
Y resultó ser la muñeca maldita Annabelle, algo que Barry y Linda no querían regalarle a su hija, pero que Zelda y Hilda vieron con interesante sorpresa.
—Y llora sangre —agregó Bass feliz.
Barry y Linda quedaron descolocados y luego ella le dio una mirada severa a su esposo.
—Oye, Bass —dijo luego de unos segundos—, ¿no crees que ese no es el regalo adecuado para una niña de...?
Y antes de continuar hablando tanto él como su esposa vieron cómo su hija abrazaba el regalo y soltaba una sonrisa en su rostro cubierto de la mitad hacia arriba por la máscara de alce. Linda no lo creyó pero no pudo contener la alegría de ver a su hija feliz. Tampoco perdió oportunidad para tomar una foto. Todos aplaudieron.
Esta era la parte de la noche que no le gustaba tanto a Moira, ya que no recibía tantos ni tan buenos regalos, pero esa noche se llevaría una que otra sorpresa, y no serían los regalos de Barry, que fue ropa ordinaria, ni siquiera dark, ni de sus tías, que eran libros literarios procedimentales, estatuas y esculturas de geometrías imposibles con oscuros orígenes y fines, un atrapa-sueños y una pulsera con diseños cadavéricos de su madre.
—Bueno, lo siento, Moira —dijo Bass—, pero me gasté todo mi dinero en el regalo de Polly. Así que para ti te daré algo de segunda mano —Algunos rieron, incluso Moira, para no llorar—. Familia, acompáñenme afuera.
Esa fue la primera alarma para Linda y Barry. No entendieron nada, pero se levantaron al ver a Bass salir y con Moira detrás de él, intrigada. De hecho todos lo comenzaron a estar a los pocos segundos. Bass fue al garaje y le pidió a Barry que lo abriera, y lo hizo teniendo miedo de lo que encontraría. Había un gran objeto cubierto con una lona.
—A qué no adivinas qué es. —dijo Bass.
—Es una motocicleta —respondió Tina a lo que Mila no pudo detenerla ni supo cómo explicarle.
—No te lo decía a ti, cielo —respondió molesto, pero Moira no había escuchado nada.
Fue la misma chica la que tiró de la lona y allí estaba: la motocicleta con la que Bass había llegado, aunque ahora lucía reluciente, toda poderosa y perfecta.
—¡Ahhhh! —Gritó eufórica— ¡Tío, Bass, te amo! —y saltó a abrazarlo, colgándose de su cuello, para luego ir a abrazar su nuevo vehículo.
Barry y Linda no salían de su estupor. Chris, Jill y Hilda compartieron una mirada de asombro. Zelda solo se limitó a indicar que el índice de muertes en jóvenes por accidentes de motocicleta había estado particularmente alto este año.
—Vaya, buen motor, buenos cilindros, buenas ruedas —decía Claire, y soltó un silbido lujoso—, sí que es una buena moto.
—Ah, ¿sabes de motos? —preguntó Bass, aunque también quiso preguntarlo Chris.
—Sí, digamos que algo. —respondió.
—¿Podrías enseñarme, Claire? —preguntó Moira, sorprendentemente cándida.
—Claro que sí.
—Esta era mía —agregó Bass—, la mandé a limpiar para esta ocasión —En realidad la había limpiado él y Tina la noche anterior—. Está como nueva. Es casi como una hija para mí, así que cuídala bien, Moira.
—¡Claro que sí, tío Bass! ¡Te amo!
—Oye, Claire, ¿y desde cuando sabes de motos? —preguntó Chris, insistente.
—Ya sabes, siempre me han gustado.
—¿En verdad? —Sospechó Chris—. ¿Te has subido a una acaso?
—Ay, Chris, claro que no —mintió descaradamente, y Chris lo sabía porque conocía muy bien a su hermana, o eso creía.
—Bass —dijo Barry, acercándose a su hermano y tratando de llevarlo aparte—, no creo que este sea el regalo más adecuado para una chica de 15 años. ¿Sabes?
—¡Tengo 17, Barry! —respondió Moira, quién pudo escuchar perfectamente lo que decía su padre.
—¿Enserio? ¿Y cuándo los cumpliste? —preguntó un confundido Barry.
—Así tengas 17, 20 o 30 años, no te vas a subir a esa cosa. —intervino Linda con su sentencia fulminante.
—¿Qué? ¡Mamá! —Comenzó a patalear—. ¿Me van a quitar mi regalo? Es mío. Es mi regalo.
—No tienes licencia —argumentó Barry.
—Sí que la tengo —respondió con enojo.
—¿De verdad? ¡Rayos! —Barry no entendía nada.
—Vale, vale —intervino Bass, el causante de todo esto—. No quiero causar una discusión. Barry, Linda, la moto es de Moira, y nada puede cambiar el hecho de que ya se la regalé...
—No puedes hacer eso, Bass... —dijo Barry
—¡¿Cómo te atreves...?!— dijo Linda
—¡Pero! —continuó Bass con un exabrupto—, Moira, ellos son tus padres, y debes hacer lo que te digan aunque no te guste. Ellos te quieren y también confían en ti, así que seguro dejarán que la montes cuando cumplas los 18. No falta tanto. Como sea, la moto es tuya, y tus padres la cuidaran mientras tanto. ¿Verdad?
Linda y Barry se miraron. La mirada de Moira era suplicante y el razonamiento de Bass era en realidad sensato.
—Está bien, Moira. —dijo finalmente Linda, a lo que Barry se sorprendió y luego se resignó.
—¡Síiiii! —Saltó de alegría y fue a darle un abrazo a su madre.
—Genial —dijo Bass—, porque ahora te toca tu regalo, hermanito
—¿Qué? ¿Me compraste un regalo? Creí que gastaste todo tu dinero.
—Este regalo no me costó nada. Ven a verlo.
Bass fue a la parte posterior de la camioneta de Barry muy entusiasmado mientras su hermano estaba visiblemente preocupado.
—Dime que tu regalo es algo como el amor fraternal.
—Eso ya te lo doy todos los días.
Abrió la cajuela de un solo golpe muy fuerte.
—¿Cómo diablos hiciste eso?
—Ven acá, mira.
Barry se inclinó, para descubrir con desconcierto y estupor el contenido. Se trataba de un arma, pero no cualquiera, sino uno de esos grandes lanzallamas, con su tanque de combustible y su boquita disparadora.
—A que es una preciosidad.
—¡Bass, ¿pero qué diablos?! —exclamó Barry, ya desquiciadamente estupefacto—. ¡¿Cómo conseguiste esto?! ¡No me digas que lo robaste!
—Jeje, ¿qué? Claro que no, Barry, qué gracioso —se burlaba Bass, y luego le golpeó con el codito y el guiñó el ojo unas veces—. Solo digamos que Santa me debía un favor.
—No me digas que se la robaste a esos criminales. ¡Eso es ilegal!
—No, no, claro que no.
—¿Entonces cómo?
—Es un secreto.
—Bass...
—Bueno, bueno, es mía. ¿Sí? Me quedé con ella luego de un espectáculo en Las Vegas. Ya no funcionaba así que busqué una armería para que la reparasen. Iba a costarme mucho dinero, pero por suerte conocí a ese tipo, al viejo Kendo.
—Eh, ¿Kendo?
—Sí, él la reparó. Y lo hizo gratis. Fue mencionar tu nombre y puso manos a la obra. Yo creo que reconoció nuestro increíble parecido.
—¿En qué momento tuviste tiempo de hacer todo esto?
En realidad solo Tina se la había pasado limpiando la motocicleta.
—Bueno ¿no es genial?
—¡No, Bass, de ninguna manera vas a meter eso en casa! —gritó Barry, eufórico.
—Jo, mira cómo eres, hermano.
Para todos los allí presentes sin duda esta estaba siendo una Navidad sin igual.
Mientras tanto, en la RPD se seguía bebiendo y charlando, y más específicamente, en la Sala de Conferencias, Wesker estaba jugando con Brad y tenían como público a unos comelones Richard y Joseph, sabiendo que esto no se volvería a repetir. De hecho, Vickers llevaba la delantera en la partida.
—Lo siento, Capitán, pero parece ser que por una noche será Brad el que esté encima —Solo él entendió esa broma interna.
—Oye, Brad, ¿estoy sujetando bien el control? —preguntó Wesker acercando el mando a Vickers, y este se distrajo cerciorando lo que su Capitán le había consultado, a lo que este último aprovechó para ejecutar una rápida e increíble combinación de movimientos devastadores que drenaron la barra de vida de Brad—. ¡Aja! ¡Te gané! —Soltó el mando y se cruzó de brazos, como posando—. Jajá, tonto.
—Oh, no, maldita sea.
—Jajaja —río Joseph—, el Capitán es el Capitán.
—Oye, Richard —llamó Wesker muy informalmente a su compañero— Quería agradecerte lo del regalo de hoy.
—Oh, capitán, no tiene que hacerlo —dijo fingiendo sonrojarse.
—Lo digo enserio. Es un gran detalle, Richard. —Wesker sacó el retrato de su maleta, lo que le llamó la atención a Richard, ¿por qué lo llevaba consigo?—. Solo tengo una pregunta. ¿Quién es este de aquí?
Wesker señaló a un miembro de la foto del lado extremo derecho, fila inferior.
—¿Ah? Pues, claro, es que... él es... Uhmm... ¿quién rayos es él?
—¿De quién hablan? —preguntó Joseph
—¿Reconoces a este tipo?
—¿Él? ¿Cómo no se acuerdan? Él es... esto... ¿Brad?
—No, yo estoy al otro lado.
—¿Enserio nadie sabe quién es? —volvió a preguntar Wesker.
—Jajá, ¿qué están tratando de decir? ¿Qué hubo un miembro de los STARS del que ni siquiera nosotros supimos? —rio Brad, aunque no pudo ocultar sus nervios.
Todos se quedaron en silencio viendo la foto.
—Uy, pues qué miedo ¿No? —dijo Joseph, medio en broma, medio enserio.
—¿Qué acaso no es... Peyton Wells? El que está en entrenamiento para ser un futuro STARS. —dijo Brad.
—Uhm... No, ¿por qué nos íbamos a tomar una foto con él?
—Sí, es verdad.
Silencio nuevamente.
—¿Qué no es Dooley? —dijo Joseph, rascándose la cabeza.
—¡Ahhhh! Sí, es Dooley. —Afirmó rápidamente Richard— Qué diferente se veía...
Y todos decidieron cambiar de tema.
Para ese momento Forest llegaba a la casa Marini para saludar a Enrico y al resto de su familia, que ya lo echaba de menos.
—¡Tío Forest! —Dijo el pequeño Marini— ¡Mira mi nuevo Megaman! ¡Me lo trajo Santa Claus! —Mostraba el juguete con una sonrisa en la cara.
—¿Cómo que Santa Claus? ¡Mendigo niño! —reclamó Enrico— Y pensar en todo lo que tuve que... —Pero dejó de hablar al ver la mirada de su esposa—. Digo, sí, hay que agradecerle a ese Santa. Seguro que lo tenía todo bajo control...
Forest rio. La señora Marini lo sentó a la mesa y le dio una buena porción de comida. La casa de Enrico estaba aún más llena de familiares e invitados, algunos incluso también eran italianos. Junto al pavo, la ensalada árabe y arroz judío, Enrico le sirvió una copa de champán y comenzó a escuchar su increíble relato acerca de cómo había reunido a los hermanos Redfield.
Forest Speyer había sido hace unos años un malandrín drogadicto sin futuro hasta que cierto italiano de bigote muy sensual lo rescató, le dio un arma y lo convirtió en un profesional. Nunca había recibido ni dado regalos en Navidad ni en ninguna otra época del año, y en casa de Enrico no sentía que lo necesitara. Él estaba bien así.
—Feliz navidad, bastardo desalmado —le dijo Enrico
—Feliz navidad, maldito italiano homosexual —respondió Forest.
Brindaron.
De vuelta a la casa de los Burton.
—Oye, Mila —llamó Tina levantando un muérdago sobre la cabeza de ambas— ¿Sabes lo que significa?
—Oye, ahora no, por favor —le bajó la mano con el muérdago, escondiéndolo.
—Ay, ¿por qué estas así?
—No me siento muy cómoda mostrando afecto ante gente que acabo de conocer.
—Pero si ya son de la familia.
—Bueno, pero no se sabe qué pueda pasar mañana.
—Jajá, qué graciosa eres. Toma, este es mi regalo de mí para ti. Tal vez te haga sentir más segura sobre eso que dijiste. Te lo iba a dar en frente de todos pero ya veo que te incomodas, jajá —Tina extendió una cajita pequeña a Mila, quien la tomó, la abrió rápidamente y al comprobar su contenido la volvió a cerrar.
—¿Es enserio? ¿Justo ahora?
—Síp, justo ahora —le respondió sonriente, y Mila no pudo ocultar la alegría propia.
Se dieron un abrazo, con todo el calor de la noche.
Desde que comenzó a nevar no se detuvo, aunque la intensidad sí que varió. Estaba en su punto más regular cuando Moira le comenzó a acosar a Claire con preguntas sobre motocicletas, desde estilos, pasando por velocidades y hasta de accesorios, y a todo tenía ella respuestas interesantes que conducían a nuevas preguntas y a curiosas anécdotas, lo que despertaba aún más alarmas en Chris.
—Vaya, enserio sabes de esto —decía Moira, fascinada.
—Sí, Claire, ¿cómo sabes de eso? —Intervino Chris, de metiche—. ¿Lo aprendiste también en la Universidad?
—En la universidad de la vida —dijo Claire, burlándose de nuevo.
Chris refunfuñaba. Su hermana no había dejado de vacilarlo toda la noche, tal y cómo recordaba, aunque ahora ella era mucho más segura, más abierta, demasiado libre. Jill los observaba con una copa en la mano, maravillada en parte por la dinámica fraternal. Cuando Barry estuvo cerca decidió que era el momento.
—Oye, Chris —le llamó la castaña— creo que Santa olvidó entregar un último regalo —y le extendió un pequeño paquete escondido hasta ese entonces.
Redfield se quedó congelado, aunque la chica Redfield sí que sonrió y alegró por su hermanito.
—Me... ¿Me compraste un regalo? ¿De verdad?
—Es de mi parte y de Barry. No te hagas ilusiones —dijo medio enserio, medio en broma, con esa dulce ambigüedad que le quita el sueño.
—Cielos, vaya, gracias, Jill, Barry. No tenían que hacerlo.
—Ey, somos familia. ¿Verdad? —dijo el bueno de Burton.
—No, de verdad no tenían. No tengo nada para ustedes — dijo apenado.
Ambos se rieron.
—No esperábamos nada tampoco —dijo Barry— No das regalos esperando recibir uno a cambio. Además, sabemos que te gastaste tus últimos ahorros en el regalo de Edward.
—¿Regalo de Edward? —preguntó Claire.
—Ah, bueno, no, están exagerando.
—¿No le has contado, verdad? —descubrió Barry.
—No, cuéntenme. ¿Qué hizo Chris?
Jill y Barry volvieron a reír.
—Esto... mejor abramos este regalo —dijo Chris desenvolviendo su paquetito—, seguro es dinero, ¿verdad, malditos bromistas?
Pero no, no era dinero. Era una caja de teléfono celular, con uno de verdad adentro.
—No puedo creerlo. ¿De verdad este es mi regalo? Debió costarles mucho.
—Por Dios, Chris. No fue nada.
—No, enserio —dijo Jill— es un modelo simple que estaba en oferta. Es para que dejes de ser el anticuado del grupo. Quizás así, la próxima vez tu hermana pueda llamarte y no vuelva a pasar lo mismo que esta noche.
Todo el grupo rio del frio estoicismo de Jill, incluso Moira que seguía en la escena.
—Cielos... gracias —dijo Chris—. Ahora... ¿Cómo hago funcionar esta cosa?
—Yo te enseño —Claire le quitó la caja de las manos—, oye, Chris... —dijo acercándosele más y en voz baja—, así que esa es la famosa Jill Valentine, ¿verdad? Es bonita pero tienes trabajo que hacer, eh.
Chris se sonrojó ante las palabras de su hermana, sobre todo porque estaba seguro de que Jill podía haberlas escuchado.
—¿Qué dices? —preguntó la misma Jill.
—¡Nada, nada! —Chris le volvió a quitar la caja a su hermana y se decidió a abrirla finalmente, con tan fuerza y nervios que el teléfono brincó y cayó sobre la alfombra, y todos volvieron a reír.
Daban casi las 2 de la mañana en ese momento y aún quedaba un poco de fiesta para todos, pero tranquilamente todos y cada uno iría pronto a descansar, si bien eso no significaba el final de aquella noche. Y aunque Chris, antes de irse a dormir, ya no pudo hablar tanto como le hubiera gustado con Jill, sí que la pasó mucho mejor de lo que tenía proyectado.
