XXVII FINAL

[Orquesta Sinfónica de Londres – Noche de Paz]

Ya eran las 3 de la mañana y todos dormían en la casa Burton, con excepción de Barry y su hermano, que compartían unas últimas cervezas en el sofá

—De verdad que supiste como robarte la noche, Bass, con esos regalos —decía Barry, aún algo enojado, pero alegre quizás por las bebidas.

—Siempre ha sido mi talento robarme el espectáculo —respondió Bass, memorioso.

—Ya, enserio —dijo recomponiéndose— ¿Cómo se te ocurre regalarle una motocicleta a mi hija que ni siquiera ha cumplido los 18? Y yo que pensaba que habías aprendido algo de responsabilidad.

—Barry, Barry, eres policía, lo sabes mejor que yo.

—... ¿Qué rayos significa eso?

—Los jóvenes son así, necesitan libertad, salir y conocer el mundo.

—Así como hiciste tú, ¿verdad? —Barry se derrumbó sobre el espaldar.

—Sí, pero a mí nadie me dio una motocicleta en ese entonces. Y tampoco tenía un buen padre como lo tiene Moira. La juventud... —suspiró Bass. No había ensayado esto y solo decía lo que sentía y le venía—. La juventud es impulsiva y terca. Los padres, yo creo que deberían comprenderlos. Sé que tu hija no se meterá en problemas, y si lo hace, bueno... tendrá a sus padres para ella en ese momento.

Barry, tras una inhalación intensa, soltó un fuerte suspiro de pesadez.

—Creo que entiendo lo que dices... pero la verdad es que no conoces tanto a Moira.

—¿Y tú sí? Jeje

—Ah, cállate —y ambos volvieron a beber de sus respectivas latas.

—Jeje, fue una gran fiesta, hermanito. Linda es una maravillosa esposa. Oye, ¿crees que su hermana Hilda tenga novio?

—Por Dios, no bromees con eso —dijo Barry muy seriamente—. Dios, Bass, ¿no has visto cómo son? Seguramente su novio es un hombre lobo o algo parecido.

—No sería la primera vez que peleo contra un hombre lobo —bromeó Bass, acomodando su trasero en el cojín, aunque no parecía tanto una broma.

—Sí, claro.

—Salud, Barry —le ofreció el borde de su lata—. Y feliz Navidad.

—Feliz Navidad... Hermano.

Y chocaron las latas.

Poco después, la casa quedó a oscuras, únicamente iluminada por las luces del árbol navideño que continuaba trabajando. Todos se habían servido bien de la cena, incluso Claire, que terminó comiendo de las guarniciones de la mesa, y ahora solo quedaba el rumor de un festejo, el olor de la vajilla a medio lavar y la alegría en el aire.

Fue entonces que Chris se levantó, motivado por algún bocadillo nocturno fuera de turno, como solía hacer de niño. Se detuvo al bajar hasta el pie de las escaleras. La imagen de la sala le había capturado, tan sutilmente ensoñada que parecía una postal avejentada pero aun así conservada entre las páginas amarillentas de un álbum que representa su linaje con el peso de su polvo.

Allí estaba Jill, sentada en el sofá, abrazando sus piernas, bajo una tonalidad azulina tenue, pero iluminada por las ondulantes luces doradas de la ventana, y no muy lejos del árbol y su salpicadura lumínica verdes y rojas. Estaba allí, nada más, tan simple y humana como era, viendo por la ventana.

—Hola… —se acercó Chris, casi como por gravitación.

—¡! —Jill se sobresaltó con el saludo—, ah, hola, Chris. No hagas ruido —señaló a Bass que dormía en el sofá, ya que la casa rodante estaba ocupada por Tina y su novia—. ¿Por qué no estás durmiendo?

—Bueno, me es difícil dormir cuando es Navidad… ¿y tú?

—Bueno… Estaba viendo nevar —regresó el rostro al cristal enfriado que protegía de la delicada nevada, como espolvorear azúcar en la ciudad— Polly duerme como una piedra y está nevando bastante.

—Sí… No está mal…

Chris se sentó en silencio al otro extremo del sofá, viendo la misma imagen pero jamás teniendo la misma sensación, aunque iba, podía sentir, sincronizándose en la vibración de sus relajamientos.

—Tu hermana es muy agradable.

—Pues sí, es verdad, siempre me lo dicen.

—… ¿Quién es el adoptado?

—… ¿Eh?

—… Era una broma... De hermanos adoptados.

—… Ah.

—…

—...

—Ha cambiado, ¿verdad?

—Sí, más o menos.

—Así es la vida.

—Je, no me malinterpretes. No la cambiaría por nada.

—Me alegra oír eso.

—… ¿Y tú, tienes algún hermano o hermana?

Jill guardó silencio unos momentos, como hipnotizada por la ventana.

—… Cuando era niña vivía en el campo. Era un lugar lindo pero un poco… asfixiante —"extraño que un campo sea asfixiante" —, allí vivía con mi madre y mis dos hermanos. Papá solo venía de vez en cuando… Pero siempre estaba para Navidad. La Navidad era una fiesta muy extraña. Recuerdo un regalo que me dio, un juego de magia. Pienso en lo alegre que estuve y me siento tonta…

—No, para nada, verás, a mí me regalaron un bate y una pelota de béisbol autografiados por mi jugador favorito, Beit Ruth, y estuve muy feliz, hasta que descubrí que Ruth había muerto 40 años atrás y… lo siento, continúa, por favor…

—… Luego mi padre dejó de aparecer y le perdí la pista. Ya nunca más fue lo mismo la Navidad. Desde entonces, mucho antes del Segundo Impacto, no celebro la Navidad. No me trae buenos recuerdos.

—… Bueno, en ese caso, debemos asegurarnos de crear buenos recuerdos…

—… ¿Eh?

—Quizás suene tonto pero… verás, los STARS somos como una familia, o algo así dijo Barry, ¿recuerdas?… Quiero decir, esto… Nosotros somos como tu nueva familia… Eh, lo siento, eso sonó algo raro… En este tipo de cosas no sé muy bien qué decir...

—No te preocupes. Tal vez tengas razón, o Barry la tenga, je…

—… Jejeje… Ese Barry, es como nuestro pegamento, sabes…

—¿Sabes? Hasta ahora estoy esperando que te disculpes conmigo. —reclamó Jill en un tono no muy serio, aunque Chris no parece haber podido distinguir ello.

—Bueno, bueno... eso es... porque eres mi compañera... y soy yo el que debe agradecer... O algo así...

Jill se quedó pensando.

—Chris… —Chris levantó la mirada cuando escuchó su nombre en labios de Jill. Esta le miraba, con una humanidad irresistible—. Gracias... y Feliz navidad.

—Feliz navidad... —sonrió de igual forma—, Jill... Y gracias.

Y cuando la calle respiraba tranquila, esperando la mágica mañana, tres figuras aparecían, gigantescas en sus sombras, sobre el horizonte de brillo lúgubre.

Uno era grande, el otro chiquito, y el tercero normalito, solo que muy delgado. Y con un conjunto asentimiento dieron pie a su marcha, sin dudas y sin desvíos. De refilón, con un destello perverso, los cuchillos relucían en sus manos enguantadas. No tuvieron problema en identificar la casa. El buzón decía: Burton.

—Vayan por detrás.

Los Santas se dividieron. El pequeñito llegó a la puerta trasera, e intentó alcanzar el mosquitero y cuando no pudo probó si meterse por la puerta de perro, aunque los Burton no tenían perro. El grandote agüeitó por una ventana lateral, por la que veía una sala tenuemente iluminada. El tercero, el normalito, más bien ensayó subir por la cornisa, sujetándose por una maleza pesada y artificiosa.

La palanca de caramelo apenas tuvo que hacer lo suyo, la ventana estaba abierta. El pequeño rodó en el piso de la cocina, sintiendo de inmediato lo pegajoso que estaba. Y el tercero siguió su escalada, sin esperar realmente que Frosty no estuviera bien fijado al tejado. Un peso extra, incluso uno tan insípido como el suyo, fue suficiente para desestabilizar al pobre muñeco y traerlo abajo, yendo de cabeza contra el desconcertado Santa. El estruendo de cristales fue amortiguado por la nieve acumulada e incluso el agudo grito poco lejos llegó al ser la fuente taponeada por restos y una bufanda húmeda.

—¿Qué diablos fue eso? —interrogó el Santa grandote.

—Y yo qué carajos sé —respondió el chiquito—, deben estar durmiendo arriba.

—Bien, llevémonos los regalos.

—¿Es un chiste, una broma? ¡Hay que matarlos ya!

—Joder, mis hijos no tendrán Navidad, debo aprovechar.

Y se apresuró en ir hacia el árbol, sin percatarse que en el sofá, algo ligerito de ropa, bien dormía Bass con la panza exhibida.

El Santa flacucho se incorporaba, y furioso se arrancaba la red de luces que se había enredado en su torso y la arrojaba, y entre tire y tire peló algunos cables y se pasó una corriente intensa aunque corta. Eso fue lo que le salvó. Chris empezaba a frotarse el ojo. El pequeño Santa empezó a subir las escaleras, con pesadez y cuidado.

—Oh, sí, seguro que a los chicos les encantan esas cosas —llenaba el gran Santa su bolsa con los adornos de la casa como candelabros y ceniceros—, uy sí, seguro, seguro.

Cuando Bass despertó, descubrió que Santa estaba llenando su bolsa con objetos que no le pertenecía, y no dejándolos, que así era como funcionaba. También se percató de que Santa olía a licor barato. Se incorporó con el peso de sus masas.

—Eh, disculpe, creo que ha habido un error.

El gran Santa se giró, algo sorprendido, algo indignado.

—Usted no debería estar haciendo eso.

—Eres tú, maldito imbécil —lo señaló. Lo amenazó con su dedo largo, y caminó hacia él, casi por un impulso que lo tenía rígido de la rabia—, tú, el que lo arruinó todo. Ahora lo sé todo, eras hermano de ese maldito de Barry Burton de los STARS.

El pequeño Santa llegó al segundo piso. El pasillo lucía tan oscuro como silencioso.

El tercer Santa, con la piel ampollada y el traje lleno de cortes, rodeó la casa, solo para encontrar una ventana cerrada. Cogió una piedra y la arrojó contra el cristal. Barry, un año atrás, había reemplazado los vidrios de sus ventanas con cristal blindado para proteger a su familia de posibles represalias, y aunque había prometido que lo retiraría, porque otorgaba una iluminación poco favorecedora a la sala de la señora Burton, al final siempre lo terminaba pateando. Esta vez, por esas cosas de la vida, le ayudó. La piedra rebotó en el cristal y fue a parar directo en la cabeza del Santa.

—Tú... maldito, desgraciado, ¡hijo de perra! —el Santa intentó irse encima de Bass, pero este respondió muy rápidamente con un gancho izquierdo que lo hizo saltar y caer sobre la mesilla de cristal donde se ponían los bocadillos y las bebidas frías, destrozándola en mil pedazos.

—Lo siento, pero a mí no me golpea ni mi padre.

El Santa enano abría la puerta del dormitorio. Dentro, dormían Moira y Claire. Su sonrisa depravada se reflejaba en la enorme hoja del cuchillo.

Finalmente, el Santa flacucho intentó derribar la puerta de atrás con una carrera desganada, pero solo consiguió dislocarse un hombro de mala manera.

Bass cogió al Santa aturdido sobre los trozos de cristal que le perforaban el traje y la espalda, y lo usó para limpiar la mesa de los pocos platos que se habían mantenido en ella. Cuando llegó al borde, lo tiró sobre una silla que se partió en un montón de pedazos de manera astillada que le cortaron mucho. Bass lo cogió del chaleco.

—Rayos... Basta, tío... por favor...

—Oh, me he estado conteniendo toda la semana, no hay nada que hacer, imbécil.

—¡Dios, no! —y lo golpeó repetidas veces en el rostro con ese puño grande y macizo que tiene, como una roca que aplasta una sandía. Seguía suplicando pero ya nada se le entendía porque tenía los dientes atorados en la garganta.

—Jeje, Feliz Navidad, inmundo animal.

El pequeño Santa avanzó hacia las muchachas. Su sombra se iba haciendo grande, pero de pronto toda la luz se cubrió. El tipito se giró. Chris Redfield lo saludó. En un arrebato desesperado, se lanzó contra él, pero Chris rápidamente lo desarmó y pasó su brazo por detrás de su cabeza para reducirlo y cubrirle la boca. No fuera a ser que despertara a las chicas. Bass continuaba con su castigo al Santa, que nomás ya gateaba débilmente intentando esconderse de alguna manera. Chris llevó al pequeño Santa agarrado de las bolas y el moño del cuello por el pasillo del segundo piso y lo arrojó por la ventana de hasta el fondo, como quien arroja un baúl viejo e inservible.

—¿Escuchaste eso? Seguro fue uno de tus amiguitos dando un paseo.

El enano atravesó el cristal y cayó parabólicamente 8 metros contra el patio trasero, y, con un golpe seco, dejó de moverse.

—Oh, por dios —el Santa flacucho vio a su compañero inerte. En ese instante su otro compañero atravesó la puerta que él intentaba derribar. Atravesar es poco, la hizo añicos, y cayó todo hecho una porquería, cortado y llorando—, ¡oh por dios!

En ese momento Bass Burton salió de la casa. En su rostro, una sonrisa enorme, y en sus manos, el Lanzallamas que le había regalado a su hermano Barry.

—Y próspero Año Nuevo.

—¡Oh Por Dios, No!

El Santa pensó en huir, inútil, y suplicar, más inútil aún. En un segundo, estaba siendo devorado por una bola de fuego incandescente y su grito nomás no despertaba a todo el vecindario porque todos dormían bajo el hechizo de la tranquilidad de una hermosa y ahora blanca, aunque en ocasiones roja, y alguna vez negra, Navidad. El Santa, convertido en una antorcha humana, dio vueltas patéticas hasta caer en un montón de nieve enlodada, y debe haber habido algo combustible cerca, porque el árbol del jardín también se prendió. De esa forma, y realmente sin proponérselo, Bass consiguió que la casa Burton fuese la más iluminada de todas esa noche.

Linda se despertó momentáneamente, y asustada, preguntó.

—Barry... ¿Sacaste la basura?

—Toda está afuera.

Así llega a su final esta historia de Navidad. Por si se lo están preguntando, el Jefe Irons volvió en sí a la mañana siguiente, solo para encontrar que su amada RPD se había convertido en el escenario de una batalla desastrosa, llena de alegría y mucho alcohol, retos estúpidos y sostenes apretados. Podemos decir, en términos generales, que los STARS la pasaron bien. Algunos afianzaron esa amistad que ya existía, y otros generaron nuevos lazos. Hubo quienes debían resolver asuntos, y los asuntos fueron resueltos. Cuando Jill se enteró de los Santas prófugos dedujo que pudieron escapar gracias al descuido producto del festejo policial, pero sospechó que ya no serían un peligro para nadie más nunca jamás. Aquella mañana, Bass despertó creyendo haber olvidado algo, pero no pudo recordarlo porque el desayuno estaba muy bueno.

Sherry Birkin, al despertar la mañana de Navidad, bajó con temor hacia el árbol, y el rumor de la conversación entre dos adultos iluminó su corazón de esperanza y alegría renovada. Aceleró el descenso y finalmente encontró a sus padres sentados, desayunando y a la espera de que su hija bajase para abrir los regalos juntos. Tanta felicidad en una niña tan chiquita hizo que casi se le rompiera el molde.

—Ten, hija. Este es de mi parte —le ofreció William.

—Ah, claro, ahora tú le das el tren y yo quedo como la villana, ¿es así?

—Carajo, no empieces mujer, ¿hoy día también quieres joder? ¿Quieres arruinar la Navidad así como arruinaste el Experimento G54 Serie X?

—¡Tú arruinaste mi vida, te odio!

—¡Joder, así mejor me largo al trabajo!

—¡Sí, lárgate mejor y ve a cogerte a esa mocosa que tienes de asistenta!

—¡Bueno, al menos ella no es una alcohólica!

Sherry no podía estar más feliz con su trenecito y su familia reunida.

—Gracias, Santa —dijo a los cielos—, el próximo año te espero.

Y así, con todas las lecciones aprendidas, podemos dar esta historia por concluida. Solo nos resta desearles, a todos los que esta aventura navideña hayan seguido, en nombre de Polly Burton, que pasen con todos sus familiares y seres queridos, una linda y hogareña...

¡FELIZ NAVIDAD!

—¡Y nos vemos todos en Año Nuevo! —gritó Barry a todos los presentes, a lo que la Señora Burton comenzó a liquidarlo con la mirada.

—¡Barry!