Dumbledore se sentía culpable por no haber detenido a Voldemort años atrás, así que había conectado la chimenea de Hogwarts con la de Grimmauld Place y acudía todos los días para echar una mano o una varita, lo que fuese necesario. Solía arrastrar con él (y contra su voluntad) al profesor de Defensa. El jueves acudieron a desayunar, pues era uno de los momentos más caóticos. Walburga ya se había marchado al Ministerio y Orión intentaba preparar el desayuno con Narcissa llorando en brazos. Incluso Kreacher huía y se hacía el loco cuando la bebé lloraba.
—Ven, déjamela –se ofreció Dumbledore al punto.
El director se sentó con Narcissa en su regazo y en pocos minutos consiguió calmarla. Orión le dio las gracias casi con lágrimas de gratitud.
—Vaya, vaya… El señoz ladrón Gelly poz aquí de nuevo… —murmuró Bellatrix que acababa de bajar— Me echabas de menos, ¿vezdaz?
—Ni lo más mínimo –respondió Grindelwald—. De hecho, me ha comentado tu tío que eres tú la que pregunta por mí cada cinco minutos.
—Eso es mentida –replicó la niña altiva.
—¿Entonces quieres que me vaya? No quisiera yo molestarte… —murmuró el mago haciendo ademán de acercarse a la chimenea.
Esa oferta puso a la pequeña en jaque, pues obviamente no deseaba que se marchara, pero tampoco reconocer sus deseos de verle. Dumbledore decidió intervenir y con voz cómplice le dijo a Bellatrix:
—Gellert lleva varios días sustrayendo libros de mi despacho para traértelos a ti.
—Albus, que prefiero a la enana molesta antes que a ti no es ningún secreto –le espetó Grindelwald.
Esas dos frases terminaron por convencer a Bellatrix, que con una amplia sonrisa declaró: "¡Gelly mío!". Atrapó la mano de Grindelwald y le arrastró a la mesa para que se sentara a su lado. Al poco acudió Andrómeda, Orión se sentó junto a ella y les sirvió el desayuno.
Mientras, Bellatrix se entretuvo preguntándole a Grindelwald por sus maleficios favoritos y él la intentó orientar sin que los escuchase Dumbledore. La niña no soltaba la varita ni un solo minuto, dormía abrazada a ella y durante el baño la utilizaba para crear maremotos. Cuando tuvo ante ella la leche con cereales con forma de duendes, Bellatrix se los quedó mirando y los revolvió con la cuchara sin probarlos. Viendo que su tío la ignoraba centrado en charlar con Dumbledore, Grindelwald le preguntó si le pasaba algo a su desayuno.
—Odio los duendecedeales. Ahoda el tío los hace todos los días pozque son la comida favodita de Andy y si no no come –refunfuñó—. Como yo no estoy depimida nadie me hace caso…
—¿Sabes qué es estar deprimida? –le preguntó Grindelwald divertido.
—Sí. Es lo que pasa cuando no tienes chocolate.
El mago sonrió. Introdujo la mano en su chaqueta y le mostró un envoltorio morado que reconoció al momento. Se le iluminaron los ojos y extendiendo los brazos exclamó: "¡Dana de chocolate! ¡Dame! ¡Dame!". Grindelwald la alejó de su alcance y le indicó:
—Si pronuncias bien el nombre, te la doy.
—Ya te lo he dicho, ¡es una dana de chocolate!
—Rana, ra-na, con erre. ¡Rana!
—¡Dana, DA-NA! –rebatió ella.
En ocasiones el mago sospechaba que lo fingía, que hablaba mal para llamar la atención porque por culpa de sus padres tenía evidentes carencias afectivas… O igual no, debía ser normal en niños de cinco años, Grindelwald no trató con uno ni cuando tuvo esa edad. Como no consiguió que lo dijera bien, se la volvió a guardar en la chaqueta.
—Me da igual –le espetó Bellatrix dándole la espalda.
Su arrogancia era otra de las cosas que desquiciaban a Grindelwald. Así que él también se giró y escuchó a Orión contarles que Abraxas Malfoy se había unido a los mortífagos por presiones. Por lo que habían oído, Voldemort se había marchado a negociar con los gigantes de las Montañas Rocosas, así que al menos estaba fuera del país. Hablando de gente ausente, a Grindelwald le extrañó que hacía tres minutos que Bellatrix no le molestaba. Entonces la escuchó murmurar para sí misma:
—Vaya, Dowena ota vez… Nunca me sale Cizce…
Se giró y vio sobre la mesa el envoltorio vacío de la rana de chocolate y a Bellatrix jugando con el cromo de Rowena Ravenclaw. De inmediato metió la mano a su chaqueta y comprobó que evidentemente se la había sustraído.
—¡Maldita enana molesta, cómo lo has hecho!
Bellatrix se echó a reír, seguía haciéndole mucha gracia cuando se enfadaba.
—¡Eres una ladrona, irás a Azkaban!
La niña se rio todavía más, le resultaba muy gracioso cuando la amenazaba. Sacó de su bolsillo su cromo favorito que siempre llevaba encima y lo pegó al de Rowena.
—Mida, ¡os estáis besando! –se burló Bellatrix entre carcajadas— ¡Tienes una novia davenclaw!
Grindelwald puso los ojos en blanco al comprobar que era el cromo encantado con su imagen. Asegurándose de que solo le escuchaba la niña, susurró: "Mejor con ella que con el señor pesado, ya le gustaría a él…". Eso a Bellatrix todavía le hizo más gracia. A Grindelwald le costaba mantener la seriedad cuando la veía tan feliz, nunca le había pasado con ningún otro niño: los detestaba a todos. Sin embargo esa enana granuja era su debilidad… Siguieron con ese juego hasta que Bellatrix vio el periódico que estaba leyendo Orión.
La noticia principal era que el ministro de magia estudiaba nuevas leyes para proteger a los nacidos de muggles. Debajo, el faldón de la pagina anunciaba: "¡La feria mágica llega a Londres!". Bellatrix abrió mucho los ojos y al momento exclamó alterada:
—¡LA FEDIA, LA FEDIIAAA! ¡Quiedo id, quiedo id, quiedo id!
—Tranquila, Bella –empezó Orión—, ya sabes que…
—¡Llévame, tito! ¡Llévame, Gelly! ¡La fedia, la fediaaa!
—Es demasiado peligroso que salgamos de casa, al menos en unos días –intentó razonar su tío—. A la feria va demasiada gente y…
—¡Nooo! ¡Habéis dicho que el mago feo está buscando gigantes en las Rocas, así que no estadá! –protestó— ¡Además Andy también quiede ir, a ella le encanta!
Eso hizo dudar a Orión, que miró a Andrómeda. Sí que parecía ligeramente más animada con la idea de visitar la feria y asintió con timidez. Grindelwald estaba fascinado: Bellatrix se había enterado perfectamente de la conversación sobre el paradero de Voldemort, se enteraba de todo lo que hablaban aunque pareciera distraída. Y además, como sabía que su tío deseaba contentar a su hermana, había utilizado esa información para manipularlo y conseguir su objetivo. Walburga tenía razón: "En diez años esta cría dominará el mundo" pensó para sí mismo.
—Cielos, me encantaría llevaros como todos los años –empezó Orión—, pero es mejor que…
—¡Mentidoso! –protestó Bellatrix— ¡A mí nunca me has llevado! ¡Solo lleváis a Andy pozque a mí me castigaban y no me dejadon ir nunca! ¡Andy ha estado todos los años y siempe vuelve con muchos peluches y yo nunca he visto la fedia!
Los dos profesores miraron con curiosidad la reacción de Orión, a ver si la niña decía la verdad o se trataba de otro chantaje. Por las patéticas excusas que puso supieron que Bellatrix tenía razón: sus padres la castigaban por no ser tan dócil como ellos deseaban y su tío nunca se atrevió a objetar (temía a su mujer como para no temer al otro matrimonio Black…). Grindelwald estaba seguro de que temía más por su propia seguridad que por la de sus sobrinas. El director intervino con diplomacia:
—Yo he quedado con Minerva para asistir esta tarde con su hermano y sus sobrinos, así que perfectamente podemos llevarnos también a Andrómeda y a Bellatrix. En ningún sitio estarán más seguras que con nosotros, sobre todo porque Minnie es de armas tomar… —sonrió Dumbledore— Tú puedes quedarte aquí con Narcissa para que no la molesten los ruidos y las multitudes, Orión.
—Oh, no querría yo abusar de vuestra amabilidad, Albus…
Hizo falta poco para que Orión abandonase la falsa cortesía y aceptase el plan encantado. Grindelwald sintió como alguien le tiraba de la manga insistentemente reclamando su atención.
—Tú también vienes, ¿vezdad, Gelly?
—No.
—Sí.
—No.
—¡Sí! –repitió Bellatrix y apuntándole con su varita exclamó— ¡Cucio, cucio, cucio!
Obviamente no sucedió nada, pero a Grindelwald le hizo mucha gracia que una cría de cinco años intentase torturarlo para obligarlo a acompañarla a la feria.
—Para controlar a la gente es mejor imperio –la informó.
—Si les haces daño también te obedecen –declaró Bellatrix con solemnidad.
—En eso tienes razón. Pero con ambas tienes que desear causar dolor y tú me adoras, ni en cien años lo conseguirías.
Bellatrix le miraba con suma atención sin perder palabra. Cuando su cerebro lo procesó, iba a seguir preguntando, pero Dumbledore se adelantó:
—Gellert, ¿serías tan amable de no explicarle a la criatura cómo usar las maldiciones imperdonables?
—Albus, tengo veinticinco años –respondió con calma—. En lugar de estar por ahí conquistando el mundo, por tu culpa estoy trabajando de profesor y de canguro para una enana que… ¡Estate quieta! –se interrumpió al pillar a la niña revisando sus bolsillos— ¡No llevo más danas! Digo… ranas.
—¡HAS DICHO DANAS, HAS DICHO DANAS! –exclamó Bellatrix eufórica— ¡GELLY HA DICHO DANAS!
La pequeña tuvo tal ataque de risa al ver el rostro entre furioso y avergonzado de Grindelwald que contagió hasta a Andrómeda. Eso alivió bastante la tensión del desayuno. Y obviamente el profesor de Defensa fue obligado a confirmar su asistencia a la excusión. En cuanto esa tarde entró por la puerta de Grimmauld Place, Bellatrix corrió y se enganchó a sus piernas gritando: "¡Fedia, fedia, fediaaa!".
—Lleva esperando sentada en la escalera unas tres horas –le reveló Orión—, no he conseguido moverla.
Grindelwald la cogió en brazos y ella le miró con ojos brillantes. "Eres una enana manipuladora" la informó. Bellatrix sonrió y le dio un beso en la mejilla. Eso desarmó al mago que no supo qué añadir. Acudió entonces Andrómeda que con gran timidez le dio la mano a Dumbledore. Se despidieron de su tío y salieron de casa. Mientras caminaban hacia el callejón Diagon, el director le contó a Andrómeda cosas de Hogwarts, la niña tenía muchas ganas de ir. Por el contrario, Bellatrix iba dando saltos alrededor de Grindelwald, corriendo de un lado a otro y gritando las ganas que tenía de ir a la feria.
—¡Calla un rato, no ves que esto es una zona muggle! Pueden oírte –la regañó Grindelwald.
—¡Entonces los matamos! ¡Avada kedavra, avada kedavra! –gritaba eufórica.
—Mira, ese lo pronuncias bien –comentó divertido.
—Gellert, por favor, no dejes que… —empezó a reprenderlo Dumbledore.
—¡Avada kedavra, avada kedavra! –repitió Bellatrix esta vez apuntando al director.
Apenas hubo un chisporroteo en su varita, pero por si acaso Dumbledore se abstuvo de regañarlos más. Grindelwald se partía de risa al ver lo absurdo de que los derrotase a ambos una niña de cinco años. Entre situaciones similares llegaron al Callejón Diagon. Ahí se encontraron con Minerva McGonagall, que saludó a Dumbledore con afecto y a Grindelwald con frialdad. Les presentó a su hermano Robert y a sus dos hijos Tom y Jerry, dos revoltosos gemelos de la edad de Bellatrix. El director les presentó a las Black y todos juntos se pusieron en camino hacia la explanada en la que montaban la feria.
