A la mañana siguiente, con la primera luz del amanecer, Grindelwald y Dumbledore aparecieron por la chimenea. Andrómeda ya estaba preparada, visiblemente nerviosa y emocionada por la excursión. Grindelwald tuvo que subir a buscar a Bellatrix —que estaba enseñándole las maldiciones imperdonables a sus peluches— y bajó con ella de la mano. La niña se había puesto unos pantalones a juego con un jersey con dibujos de dragones que contrastaban con el elegante vestido de su hermana.
—Bella, ¿qué llevas puesto? –le preguntó Walburga arrugando la nariz.
—¡Mi dropa de dagones! –respondió sonriente.
—Eso es, como mucho, para estar por casa. Eres una Black, no puedes permitir que te vean tan poco elegante —le recordó su tía.
—¡Pedo es más cómodo que los vestidos! Además, yo no sedé una señodita a la que casaz, yo sedé una guerrera y llevaré dropa cómoda pada mataz gente. Guazda los vestidos pada mis hermanas.
Walburga abrió la boca para replicar, pero al final la cerró. Estaba parcialmente de acuerdo y, siendo honesta, en Hogwarts no había nadie cuya opinión valorase lo más mínimo. Así que le dio un beso en la frente y le deseó que lo pasara bien. Dumbledore, junto a la puerta abierta de la casa, avisó de que el carruaje ya había llegado.
Había ejecutado un conjuro pantalla para que ningún vecino de Grimmauld Place pudiera verlo. Una vez ascendieran, el vehículo se camuflaría con el paisaje y así mantendrían la seguridad también en el cielo. Andrómeda salió con Dumbledore y se quedó admirando el carruaje sin entender cómo iba a volar ese aparato. El director se lo explicó:
—Los carruajes de Hogwarts los llevan los thestrals, son como caballos invisibles, por eso no los ves.
Andrómeda le escuchaba con interés y algo asustada. En esos momentos salía Bellatrix, que murmuró para sí misma:
—Sabía yo que este señoz es tonto… Tengo que mandaz una cazta pada que lo quiten de las danas…
—¡Bellatrix! ¡No le faltes al respeto a Dumbledore! –la regañó su tío.
—¡Pedo es que ez tonto! ¡Dice que no se ven los testals y están ahí!
—Bella, ahí no hay nada… —replicó su tío empezando a preocuparse.
—Solo los ve quien ha visto y comprendido la muerte –le recordó Grindelwald a Orión, que quedó claro que en su día no prestó atención en Cuidado de Criaturas.
—Ah… —murmuró Orión entre avergonzado y sorprendido.
Dumbledore quedó preocupado de que Bellatrix hubiese entendido lo que suponía la muerte a tan corta edad, era muy infrecuente. Probablemente vio los cuerpos de sus padres... Grindelwald, por su parte, caviló que esa enana era capaz de acuchillar a cualquiera simplemente para robarle chocolate. Seguro que había tenido oportunidades de sobra para comprender la muerte.
—¡Upi, Gelly! ¡Quiedo tocazlo!
—Son peligrosos –suspiró Grindelwald agotado ya antes de empezar—, pueden atacar y… Espera, si se te comen me libro de ti para siempre.
Si creyó que con eso la asustaría, solo logró hacerla reír. Se agachó, la cogió en brazos y la elevó hasta dejarla a la altura del rostro del animal más próximo a ella. El thestral la olfateó mientras Bellatrix lo observaba fijamente. No se asustó ni retrocedió; porque no tenía miedo y porque se sentía protegida con su varita y su mago favorito. Extendió el brazo y el animal permitió que le acariciara.
—¡Hola, testal! –lo saludó efusiva— Soy Bella, tengo cinco años drecién cumplidos y este es mi palito mágico. Él es Gelly, es anabeto, pedo me compra batidos.
—¡No le digas al thestral que soy analfabeto! –bramó Grindelwald.
—Tazde. Ya lo sabe. Ahoda se lo contadá a sus amigos y se reidán de ti –le explicó Bellatrix entre risas.
Grindelwald puso los ojos en blanco mientras la niña seguía hablando con el animal.
—Estás muy flaco, necesitas comer más. Te decomiendo las taztas y los batidos de chocolate, pedo no los duendecedeales, son azquedosos.
—Son así, de aspecto esquelético –le explicó Grindelwald.
—Yo también sedía así si no tomada batidos.
—Ellos se alimentan de carne cruda, les gusta la sangre.
Eso último hizo reflexionar a Bellatrix, que miró a su alrededor con aspecto pensativo. Después, volvió a dirigirse al animal y le susurró en voz baja:
—Cómete primedo al pesado. Después al tito, la tita me cae mejor… Y si te queda hambre a Andy, no me deja toztudar a sus muñecas.
El thestral la miraba con tal aspecto de comprensión que Grindelwald sintió el ligero temor de que la entendiera. Aunque también emoción porque la enana hubiese preservado su vida. "Venga, vamos a sentarnos ya" le indicó alejándola de los animales. "¡Adiós, testal!" se despidió Bellatrix mientras entraban al carruaje.
A un lado se sentaron Orión y Albus con Andrómeda en medio y al otro Bellatrix con Grindelwald. A la hermana mediana le fascinó volar a tanta altura, tenía algo de miedo y no soltaba la mano de su tío, pero aún así se asomaba a la ventana para observar como Londres se iba haciendo pequeño a sus pies. A la mayor le interesó menos; se inclinó un poco para contemplar las vistas y sentenció:
—Bah, solo son nubes droñosas.
Tras esa valoración, perdió el interés y pronto se quedó dormida sobre el hombro de Grindelwald. Al mago le molestó que la enana le usara de almohada, pero no protestó: la paz que se respiraba cuando Bellatrix dormía era más preciada que la suerte líquida. Por eso mismo, el resto de ocupantes se callaron y el viaje transcurrió en un agradable silencio. Bellatrix solo despertó cuando el carruaje empezó a descender para tomar tierra. Se desperezó con un bostezo y masculló:
—Vaya, me he dozmido…
—No te has perdido nada –sonrió Dumbledore—. Todo el paisaje se ha limitado a las "nubes roñosas".
—Me da igual el paisaje –refunfuñó Bellatrix—. Me molesta dozmizme sin que Gelly me cuente mi cuento.
Miró a Grindelwald con gesto acusador, sintiéndose estafada por haber desperdiciado una oportunidad de conocer más aventuras del dragón Saiph. El mago iba a responder, pero Dumbledore se le adelantó:
—Eso tiene fácil solución: esta noche puede contarte dos capítulos.
—¡Poz fin una buena idea del señoz pesado! Supongo que por eso te pusiedon en los cromos…
—¡Albus, te mato! –bramó Grindelwald— Si siguiéramos en el aire, juro por Odín que te tiraba en marcha.
—¿Quién es Odín? –inquirió Bellatrix.
—El dios principal de la mitología nórdica –le espetó Grindelwald.
—¿Mico… micolodía not… noz…? ¡Eso tampoco existe! ¡Te prohibí inventazte nombres, Gelly! –le reprendió Bellatrix indignada.
—Vamos, Bella, que ya hemos llegado –la calmó su tío—, hora de bajar.
El carruaje los dejó ante las puertas de Hogwarts. Orión bajó a Andrómeda en brazos porque el carruaje era alto y Bellatrix se tiró de un salto. Ya en tierra, recorrieron el camino de entrada. Andrómeda miraba de un lado a otro fascinada, absorbiendo cada detalle y emocionada ante la vista del imponente castillo.
—¿Os gusta? –les preguntó Orión sonriente.
Andrómeda asintió embelesada. Bellatrix se encogió de hombros y murmuró:
—Los he visto mejodes.
—Esa fue la reacción de Gellert cuando se lo mostré hace unos años –comentó Dumbledore divertido.
—Durmstrang es muy superior –aseguró Grindelwald con desinterés.
—¡Ya estás ota vez con tus sitios imaginadios! –protestó Bellatrix— ¡Y dónde está mi desayuno!
A lo lejos se distinguían el lago Negro y el campo de quidditch, pero dejaron la visita para más adelante porque Bellatrix insistió en que había acudido por la promesa de los dulces. Entraron al Gran Comedor y Andrómeda exclamó sorprendida ante la magnificencia de la sala con su techo infinito, sus hermosos ventanales y la decoración mágica. Bellatrix no contempló absolutamente nada: salió corriendo hacia la mesa que habían preparado los elfos para ellos.
—¡Tazta! ¡Y batidos! ¡Y galletas! ¡Y volcán de chocolate! ¡Y nada de asquedosos duendecedeales! –exclamó emocionada.
—¡No metas la mano en todos los platos, enana! –la regañó Grindelwald.
Bellatrix no lo escuchaba, estaba demasiado ocupada llenando su plato de cuanto veía. Cuando el resto se sentaron, ella ya había devorado dos pedazos de tarta y media jarra de batido. Andrómeda también disfrutó del desayuno e incluso Orión, que recordaba con cariño su etapa escolar. Grindelwald, sin embargo, tuvo un problema ya habitual: descubrió a Bellatrix sustrayendo comida de su plato.
—¡Pero se puede saber qué haces! ¡Están llenas todas las fuentes, no metas tus zarpas en mi plato!
—Ez que sabe mejoz cuando te lo drobo –le explicó Bellatrix con la boca llena.
Eso estuvieron discutiendo hasta que llegaron dos pares de profesores más. Como el curso empezaba en escasos días, muchos ya estaban en el castillo preparando sus clases. McGonagall acudió con Rolanda Hooch, la profesora de vuelo. Tras ellas el profesor Flitwick y Aurora Sinistra, la joven profesora de Astronomía. Estaban al corriente de la visita de las hermanas Black, así que las saludaron sonrientes y se sentaron con ellos. Llevaban apenas unos minutos cuando se dieron cuenta de que Bellatrix estaba a punto de ahogarse con el batido: estaba sufriendo un ataque de risa. Grindelwald le pregunto qué le pasaba.
—Es enano –comentó ella entre carcajadas señalando a Flitwick—, ¡es tan pequeñito que las danas de chocolate se lo comedán a él!
Su propio comentario le hizo todavía más gracia: se retorció en el banco llorando de risa y si no se cayó fue porque Grindelwald la sujetó. Su tío la regañó porque esa no era forma de hablar a un profesor y se disculpó con él. Flitwick aseguró con una sonrisa que no sucedía nada, era refrescante la sinceridad de los niños. Pero Bellatrix no escuchó ni a uno ni a otro, seguía contorsionándose de la risa. Cuando logró calmarse diez minutos después, Dumbledore le explicó que –pese a su tamaño— Filius era uno de los mejores profesores de Hogwarts. Eso extrañó a la niña.
—¿De qué es pofesor? –preguntó.
—De Encantamientos.
—Suena tonto –murmuró Bellatrix a quien solo interesaban los maleficios.
—Es un nombre muy general –reconoció Flitwick—, pero aprendemos toda clase de hechizos que…
—¿Aprendemos? ¿Es que tú no sabes? –inquirió Bellatrix— Otro anabeto…
Grindelwald estaba haciendo muchos esfuerzos por no reírse, era divertido cuando la víctima de la enana era otro. Aún así, por su profesión, Flitwick era muy paciente y amable y se lo explicó:
—Es una forma de hablar, les enseño a los alumnos muchos hechizos y movimientos de varita.
—¡Ah! ¿Cómo cucio? –preguntó Bellatrix con repentino interés.
Antes de que el profesor pudiera preguntar de qué conjuro hablaba, Grindelwald intervino y comentó que en primer curso se aprendían los conjuros levitadores y de movimiento.
—Así es –asintió Flitwick—. Empezamos por wingardium leviosa, cuesta unas semanas que los alumnos consigan elevar su pluma y…
—¿Lo dice en sedio? –le preguntó Bellatrix a Grindelwald con incredulidad.
El mago asintió con una ligera sonrisa. Flitwick quiso saber qué parte no se creía, pero no fue necesario: Bellatrix sacó su varita y una docena de cubiertos levitó sobre sus cabezas. Después intentó levitar al propio Flitwick (dado su reducido tamaño lo veía posible), pero como no lo consiguió, levitó su sombrero. El resto de las conversaciones se habían interrumpido para contemplar el espectáculo. Este se prolongó hasta que Bellatrix vio una fuente de chocolate fundido en la que aún no había metido la mano. Todos los cubiertos cayeron estrepitosamente y el sombrero del profesor aterrizó sobre una compota de manzana. Pero a su dueño le dio igual.
—Pero… pero… ¡Esta niña es extraordinaria! –exclamó Flitwick— ¡Nunca he visto a alguien tan joven con semejante habilidad!
—Gellert lleva unos días dándole clases –sonrió Dumbledore.
—Para ser justos, la enana delincuente ya era muy buena antes, aunque solo pudiese practicar con las varitas que robaba…
Bellatrix, entendiendo que era un cumplido, se inclinó sobre él y le dio un beso en la mejilla. Hubo un coro de "Oooh" porque a los profesores les pareció un gesto muy adorable. Excepto al afectado: "Genial, ahora me has dejado la cara pringosa…" masculló limpiándose los restos de chocolate. Bellatrix se rio y siguió comiendo. Flitwick intentó averiguar qué más sabía hacer, pero la niña ya había perdido el interés y le ignoró. Sin duda iba a ser un día interesante.
