Habían pasado tres días desde que la tormenta nos dejó incomunicados. A falta de otras formas de entretenimiento, acabé pasando todo el fin de semana hablando con mi nueva amiga, conociéndola mejor.

Me habló de su mundo y de su gente, una tierra de fantasía llamada Equestria, donde cosas como la magia, las princesas y los dragones estaban a la orden del día. Sinceramente me costaba creer que un sitio así pudiera existir, pero Applebloom era una prueba viviente de ello.

Me contó sobre la familia Apple y su finca. También sobre el pueblo en el que vivía. Tras oír todo aquello, entendía perfectamente sus ansias por volver. Incluso yo quería conocer aquel lugar a estas alturas. Una parte de mí se sentía fatal por la pequeña. Sólo era una niña y había sido arrancada de su hogar y alejada de su familia. A pesar de su buen comportamiento desde que la acogí, estaba seguro de que en el fondo estaba aterrada. Al menos es así como yo me habría sentido de haber estado en su misma situación. Esperaba poder ganarme su confianza si eso significaba que estuviera más cómoda conmigo.

Como todos los lunes, yo estaba en la fábrica. Ya eran sobre las dos y media, así que faltaba poco para irme a casa. Aquel día me había tocado destripar pescado, así que pude relajarme un poco y desconectar mi cerebro por algunas horas mientras repetía una y otra vez el mismo movimiento con la mano. Cada tanto rato me giraba para charlar con Svein y noté que aquel día no parecía encontrarse muy bien. Asumí que se debía a la resaca. El día anterior había ido a su casa y habíamos bebido un poco de más. Sin embargo, acabé descartando aquella teoría. Tenía los ojos inyectados en sangre y temblaba. Al principio era sutil, pero a lo largo de la jornada de trabajo fue empeorando hasta que finalmente se quedó paralizado en el sitio, con la mirada perdida.

—Svein ¿estás bien? —pregunté poniéndole una mano en el hombro y creyendo que sabía bien cuál sería la respuesta.

Nada jamás podría haberme preparado para lo que pasó a continuación.

Svein se giró bruscamente hacia mí. Sus ojos no sólo estaban rojos; estaban sangrando. Se abalanzó sobre mí con ímpetu y logró tirarme al suelo. Clavó sus uñas en mi cuello, abrió su boca chorreante de espuma hasta el punto de casi dislocar su mandíbula e intentó morderme la cara. Yo le propiné un puñetazo en el costado y luego otro en la mejilla, pero no conseguí que me soltara. Ya comenzaba a faltarme el aire cuando Steinar, el gerente de la fábrica, intentó apartar a Svein de mí. Aprovechando la apertura que mi jefe había creado, apoyé mi pie contra el pecho de mi colega y le empujé con todas mis fuerzas. Cayó de espaldas y varios empleados se le echaron encima para inmovilizarlo.

Svein ahora gritaba como un loco mientras forcejeaba con al menos cinco personas que a duras penas conseguían mantenerlo quieto. Logró agarrar a uno de nuestros compañeros por la cara, metiendo un dedo en su ojo y tirando de él mientras el pobre hombre gritaba del dolor y del miedo. Era una escena de pesadilla.

La pelea acabó cuando alguien apuñaló en el cuello al que antes fue mi amigo. No puedo culpar a quien lo hizo; Svein habría matado a cualquiera de nosotros en aquel estado.

Él cayó muerto, su sangre derramada por el suelo de la fábrica. Todos estaban horrorizados y los que pudieron mantener la calma estaban ayudando al hombre que acababa de perder un ojo.

— ¡Dios! ¿Qué mierda acaba de pasar? —gritó Steinar. —Talker ¿te encuentras bien? —preguntó.

Asentí con la cabeza mientras me sobaba el cuello. El cabrón de Svein me había hecho bastante daño.

—Vamos a mi coche, voy a llevaros al médico. También iré a buscar a la policía, quedaos todos aquí hasta que lleguen.

Ayudé a mi compañero, que aún estaba conmocionado, a subirse al coche del jefe. El centro de salud estaba a menos de dos minutos de la fábrica, unos diez a pie.

—No sé ni cómo voy a explicarle a la policía que hemos tenido que matarle. —dijo.

En el parabrisas pude ver su reflejo. En su cara había una expresión de total angustia. Se giró y me miró a mí.

—Es una pena, —respondí. — Era un buen amigo.

—Y trabajador como él solo ¿Qué le pasó? Tú te juntabas con él a menudo ¿Sabes si estaba usando drogas o algo por el estilo?

—No, ya sabes que a él esas cosas le daban miedo.

—Cierto, supongo que sólo los médicos podrán… ¡Mierda!

Steinar dio un volantazo para esquivar un coche que venía en dirección contraria y casi se choca de frente contra nosotros. Me golpeé la cabeza contra la ventanilla, quedando aturdido durante algunos segundos.

Pude oir los gritos de Steinar. Que salió del coche para enfrentarse al otro conductor. Sus gritos cesaron de pronto y entró de nuevo en el coche, temblando.

— ¿Qué ha pasado? —pregunté, aún afectado.

—El conductor….está muerto.

Como si no hubiéramos visto suficientes muertos hoy. Aquel día seguía empeorando por momentos. Me di la vuelta para comprobar si nuestro pasajero estaba bien. Él seguía en shock después de lo sucedido, así que no respondió ante nada de lo que estaba pasando.

Era trágico, pero mantuve la mente fría. Si el conductor estaba muerto debíamos priorizar el conseguir ayuda para nuestro herido.

—Sigue conduciendo, informaremos a los médicos cuando lleguemos a la clínica.

Él asintió.

Desde el momento en que nos bajamos del coche supe que algo iba muy mal en aquel lugar. Un coche patrulla, el único que había en el pueblo; estaba aparcado en medio de la calle y con la puerta abierta, como si hubieran tenido que abandonarlo repentinamente. Cerca de la entrada de la clínica, la nieve estaba teñida de rojo y las puertas estaban abiertas de par en par.

Me adelanté a mi jefe y entré en la clínica haciendo el mínimo ruido posible. El lugar estaba hecho un desastre. La mesa de la recepcionista estaba destrozada y había papeles y el material de oficina desperdigado por todo el lugar.

La máquina expendedora había sido empujada y derribada frente a la puerta que daba a las consultas, con trozos de cristal esparcidos a su alrededor. Detrás de mí entró Steinar con el herido y ambos se sorprendieron tanto como yo al ver el estado de aquel lugar.

—Hoy todo el mundo se ha vuelto loco. — dijo.

Un rastro de sangre señalaba un camino hacia el almacén. Decidí seguirlo.

Me moví furtivamente por el pasillo y abrí lentamente la puerta para echar un vistazo dentro. El almacén era una habitación pequeña con un puñado de estanterías de metal repletas de suministros médicos de toda clase; desde antibióticos hasta muletas y bisturíes. Entre dos de las estanterías asomaba la pierna de alguien. Reconocí las botas y el pantalón como el uniforme de un agente de policía y pedí internamente que sólo estuviera inconsciente. Me acerqué y mis esperanzas se desvanecieron al instante.

Era Ingrid, una de los dos agentes de policía que estaba destinados en nuestro pueblo. Era una buena chica, recién salida de la academia y apenas unos años más joven que yo. Sabíamos que Max, el otro agente, había ido a la ciudad unos días, por lo que Ingrid era la única representante de la ley en aquel momento. Si ella estaba muerta ¿quién iba a ayudarnos a lidiar con aquella locura? Dediqué unos pocos segundos a lamentar la pérdida de otro de mis conocidos y luego, sin dudar ni un solo segundo, tomé su pistola.

—Lo siento, Ingrid, pero realmente voy a necesitarla. —dije sin ánimos de hacer comedia de la muerte de una persona.

Un gruñido detrás de mí me alertó. Me giré muy despacio y pude ver al doctor mirándome fijamente. Aún en la oscuridad del almacén pude ver sus ojos inyectados en sangre y la misma expresión macabra que tenía Svein momentos antes de morir.

Sin pensármelo dos veces apunté a su cabeza y disparé. El fogonazo iluminó la habitación por un instante. No sentí el más mínimo remordimiento, porque sabía que la criatura que tenía en frente ya no era el doctor, sino un monstruo que se habría lanzado hacia mí en cualquier momento con la peor de las intenciones.

Salí de allí rápidamente, no sin antes hacerme con algunos objetos de primeros auxilios.

— ¡Steinar! ¡Tenemos que salir de aquí cuanto antes! —grité.

— ¿De qué hablas? Tenemos que encontrar a Ingrid ya.

— ¡Ingrid está muerta! —Dije mostrándole la pistola. — El doctor tampoco va a ayudarnos. Lo que sea que le pasó a Svein le ha afectado a él también.

— ¿Entonces qué hacemos? —preguntó.

—Ve a la fábrica y avísales a todos. Yo iré allí tan pronto como pueda, pero debo ir a casa primero.

Él parecía querer objetar, pero no le dio tiempo, ya que salí corriendo en dirección a mi casa.

No había corrido tanto desde mis días en el ejército, hacía ya más de cinco años. La nieve no lo hacía más fácil. Conseguí llegar a casa en menos de la mitad de tiempo de lo que solía tomarme y abrí la puerta de golpe.

— ¡Applebloom! —Exclamé, — ¡Applebloom, date prisa, tenemos que irnos de aquí!

De un pequeño bulto de mantas en mi sofá asomó la cabeza la potranca, cuya siesta interrumpí a gritos.

Fui rápido a mi habitación y abrí mi baúl. Dentro estaban mi rifle de caza y varias cajas de munición. Puse todas las balas que pude en el cinturón y eché un par de cajas extra en los bolsillos de mi chaqueta. Por último agarré mi mochila.

Applebloom se asomó por la puerta de mi habitación, aún medio dormida.

— Rápido, Applebloom, tienes que meterte aquí. No va a ser cómodo, pero es lo mejor que se me ocurre ahora mismo.

¿De qué hablas? No voy a entrar ahí. — respondió

Escucha, no tengo tiempo para explicártelo, pero necesito que colabores. Tú y yo nos piramos de aquí esta misma noche. El pueblo se está volviendo loco. —

Ella debió de notar que hablaba en serio, porque dejó de discutir y fue hacia la mochila. Se quedó quieta frente a ella por un momento y me miró de nuevo con una expresión de disgusto.

—Ahí dentro huele fatal —

—Lo sé y lo siento, pero tienes que entrar.

Dejó escapar una arcada antes de meterse.

Intenté bajar hasta el pueblo con algo menos de prisa para reservar energías, pero tampoco yendo demasiado lento, ya que Steinar me estaba esperando.

La madera crujió bajo mis pies mientras me escabullía por el puerto hacia la puerta trasera de la fábrica. Entré esperando encontrarme con mis compañeros, pero el lugar estaba completamente desierto. La maquinaria estaba tal cual la habíamos dejado antes y las luces seguían encendidas, así que no parecía factible que todos se hubieran ido a casa sin más.

Mi mochila se movió de repente y escuché a la pequeña tomar una gran bocanada de aire.

— ¡Puaj! ¿Se puede saber que guardabas aquí?

Shhh. No hagas tanto ruido, no sabemos quién o qué podría estar escuchando.

—Vale, —Susurró, — Pero ¿qué es ese otro olor? Aquí fuera huele casi tan mal como dentro.

—Estamos en una fábrica de pescado, Applebloom. No va a oler a rosas.

— ¿Fabricáis pescado? ¿No vienen del agua?

—Lo pescan los barcos y lo procesamos aquí. —Dije llevándome la palma a la cara.

—Los humanos hacéis cosas muy raras.

—Lo que tú digas.

Una serie de golpes amortiguados y acompañados por gritos que se oían lejanos, como a través de una pared, hicieron que ambos dirigiésemos la mirada a la compuerta que llevaba al almacén. No pude prestarle mucha atención, porque de pronto un grito de Applebloom me apuñaló los tímpanos, obligándome a tapar mi oído izquierdo con la mano.

— ¡Te dije qué no hicieras ruido! —exclamé.

Un familiar gruñido me hizo entender enseguida a la potranca. Me giré rápidamente, pero ella ya estaba corriendo hacia mí y no me dio tiempo a apuntar con el rifle. Consiguió hacerme perder el equilibrio y caí de lado. Si hubiera caído de espaldas podría haberle hecho mucho daño a Applebloom.

Pateé a mi atacante en la rodilla y gané suficientes segundos para levantarme, pero antes de que pudiera echar el guante a mi rifle, ella me empujó contra la maquinaria, haciendo que mi mochila se soltase del todo y cayera sobre la cinta transportadora. Yo cogí a la mujer por la camisa y en una explosión de fuerza la levanté lo suficiente para ponerla sobre la cinta a ella también. En el forcejeo su mano se encontró con mi cara y empezó a arañarme la mejilla. Se sentía como si me fuera a arrancar la piel.

Buscando a ciegas algo con lo que golpearla, mi mano hizo contacto con un objeto metálico y sentí cómo una corriente recorrió todo mi cuerpo y se descargó a través de mi brazo hacia dicha pieza de metal. De pronto todas las máquinas se pusieron en marcha, como si la corriente que emanaba de mi cuerpo hubiera sido suficiente para activarlas. Mirando en la dirección del metal que había tocado, me di cuenta de que se trataba de la máquina que usábamos para cortar las cabezas del pescado.

—Soy un maldito psicópata. —pensé en voz alta ante la idea que acababa de tener.

Comencé a dar puñetazos en la cara a la mujer y la volví a agarrar por la camisa, luego la arrastré con todas mis fuerzas hacia dentro de la máquina.

El sonido que hizo la hoja al entrar en contacto con sus huesos heló mi sangre, y la suya me salpicó. Yo siempre había sido menos sensible que los demás cuando se trataba de violencia, pero esto era demasiado hasta para mí. De todos modos no pude quedarme mucho tiempo pensando en ello.

— ¡Talker! —Gritó la pequeña

La cinta transportadora en la que la mujer y yo nos habíamos peleado estaba quieta, probablemente por el sensor de peso, pero la cinta inferior sí se había activado, llevándose consigo la mochila en la que mi amiga parecía haberse quedado atrapada.

Me puse en pie rápidamente y corrí hacia ella. La máquina hacia la que se dirigía no era particularmente peligrosa, sólo era una serie de compuertas que clasificaban el pescado por peso, pero aun así podía llegar a hacerle daño.

Cogí la mochila justo a tiempo y salté de la cinta. Luego abrí del todo la mochila y saqué a Applebloom.

— ¡Niña! ¿Estás bien? —pregunté sujetándola en el aire frente a mí.

—S…sí —respondió tímidamente.

Yo suspiré y la dejé delicadamente en el suelo. Ella parecía estar a punto de echarse a llorar, pero una vez más, no hubo tiempo.

Los golpes en la compuerta del almacén, que todo este tiempo no habían hecho sino aumentar en número y fuerza, hicieron ceder los mecanismos que servían para abrirla y cerrarla. La compuerta cayó y detrás de ella estaban todos los demás empleados de la fábrica, todos y cada uno de ellos con la misma expresión de locura en su rostro. Vinieron corriendo hacia nosotros, a lo que sólo pude responder poniendo pies en polvorosa. La puerta trasera por la que habíamos entrado estaba al otro lado de la nave, y justo en medio se encontraba la horda. Estábamos perdidos.

Un bocinazo a mi izquierda hizo que tanto nosotros como las más de veinte personas enloquecidas que me atacaban mirasen en su dirección.

Una carretilla elevadora manejada por Steinar salió a toda velocidad del almacén y arrolló a al menos la mitad de ellos. De los que seguían con vida, unos pocos se abalanzaron sobre el vehículo mientras los demás intentaban levantarse del suelo. Estoy seguro de que en aquel momento Steinar agradeció que ese modelo de forklift tuviera una cabina cerrada.

A pesar de los varios cadáveres dificultando su movimiento, Steinar consiguió llevar la carretilla hasta la compuerta más grande, que daba al puerto. Encajó las palas de la carretilla debajo de esta y comenzó a levantarla.

— ¡Corre, Talker! —Dijo.

Entendí en seguida que estaba sacrificándose por mí, usando el vehículo para sujetar la puerta mientras cinco de sus empleados golpeaban con fuerza las ventanillas, intentando llegar a él.

Obedecí y escapé por la puerta. Di un último vistazo hacia atrás y vi que uno de ellos nos miraba fijamente. De un salto se bajó de la forklift y corrió hacia mí, pero la compuerta se cerró sobre él, partiéndolo por la mitad.

Esta vez no pude evitar derramar algunas lágrimas por mi jefe caído. Nunca habíamos sido amigos, pero su sacrificio me conmovió enormemente.

No queriendo arriesgarme a otro ataque inesperado, atravesé el puerto corriendo. Tenía claro a dónde debía ir: Yo no podría pilotar el helicóptero de emergencias y las carreteras que salían del pueblo estaban cortadas, por lo que recuperar mi moto de nieve era mi única opción. Con ella podría llegar al pueblo más cercano en un puñado de horas, si es que no moría congelado antes. Una vez más sujeté firmemente mi mochila y comencé a caminar.