Su mano, que me pilló totalmente por sorpresa, soltó finalmente la mía par darle un abrazo al chico que nos abrió la puerta.

—¡Kristoff, hermano! ¿Cómo estás?

"¿Hermano?"

—No puedo quejarme en absoluto. ¿Qué tal va todo por aquí, colega?

"¿Hermano o colega?"

—Nada nuevo. Pensando en preparar algún tipo de salida ahora que llega el buen tiempo y poco más.

El agradable muchacho clavó su mirada en mí y me dedicó una cordial sonrisa.

—¿Anna?
—¡Sí!
—Yo soy Sven —dijo dándome un breve abrazo—. Me alegra que hayas podido venir. Los chavales están deseando conocerte.
—¿A mí?
—¡Claro! Ya están aburridos de ver siempre la cara del grandullón éste —añadió mientras nos indicaba con la mano que le siguiésemos—. La mayoría están en el patio.

Sven nos guió por los largos, oscuros y frescos pasillos del orfanato que habrían resultado terriblemente espeluznantes si no hubiese sido por la alegre decoración manual que se habían esforzado en poner por todas las paredes. Poco a poco se fue escuchando más y más alboroto y fue aumentando la luz del pasillo hasta llegar a una puerta acristalada que daba a un patio de tierra pedregosa en el que aproximadamente una veintena de niños de casi todas las edades jugaban entre ellos como auténticos hermanos.

—¡Mirad! ¡Es triple B! —exclamó uno de ellos al vernos aparecer.

Todos se agitaron y corrieron a recibir a Kristoff, pasaron completamente de mi cara y le arrastraron con ellos al fuerte que se estaban montando con cajas de cartón.

—Sí… estaban deseando conocerme.
—No te lo tomes a mal. Echaban de menos a Triple B.
—¿Qué es eso de Triple B?
—Big, big brother.
—¿Big, big brother?
—Sí. Kristoff viene mucho por aquí y es como un hermano mayor para ellos. Y salta a la vista porque el doble de big, ¿no?

Kristoff se encontraba inmerso en una batalla de bolas de papel de periódico e intentaba esconderse tras el fuerte al que le habían arrastrado, pero no era capaz de mantener todo el cuerpo detrás de aquellos cartones. Se pusiese como se pusiese, siempre asomaba por algún lado. Era un blanco fácil.

—Me hago una idea —contesté sonriendo ante la escena que estaban presenciando mis ojos.
—¿Sois pareja? Me extrañaría que no me lo hubiese contado, pero, por cómo le miras…

—¿Qué? ¡No! ¡Nada de eso! ["En la realidad"] Prácticamente acabamos de conocernos.
—¡Ey! No tengas reparos, mi hermano es un gran, gran tipo.

Sven me guiñó el ojo y no quise decirle que yo ya sabía lo grande que aquel hombre podía llegar a ser.

—Así que, ¿sois hermanos?
—¿Kristoff y yo?
—Ahá.
—¡Claro que no!
—Ah… un tratamiento amistoso, ¿entonces?
—Somos hermanos de corazón, como todos aquí. Hemos crecido juntos durante años y sin tener a nadie más. Es más fácil hacer piña con tus compañeros que con los cuidadores, ¿sabes?
—¿Compañeros?

Admito que no estuve muy ágil ahí.

—Oh… ¡oh! ¡Él creció en este orfanato!

Sven me sonrió entre divertido y extrañado por mi sorpresa y posó su mano sobre mi hombro, sospecho que buscando algo de consuelo.

—Los dos lo hicimos. Tenemos la misma edad y nos conocemos desde antes de nuestros primeros recuerdos. La diferencia es que él fue adoptado por una encantadora e increíblemente numerosa familia y yo seguí aquí hasta que no tuve más remedio que independizarme.
—¿Le adoptaron?
—Sí. Y me alegro mucho por él. Pero le eché mucho de menos, ¿sabes?
—Lo imagino.

Pude sentir de reojo la mirada de Sven denotando que no había manera de que yo supiese lo que él había sentido y deseé que ciertamente no la hubiese, pero, por desgracia, entendía perfectamente sus sentimientos.

—Siento que no fuese así para ti.
—No te preocupes. No fue tan malo. Kristoff continuó viniendo a verme de vez en cuando y yo hice muchos más amigos. Llegué a cogerle cariño a este lugar.
—¿Por eso ahora estás aquí?
—Pensé que nadie podría entender mejor a estos chavales que uno de ellos.
—Apuesto a que te adoran.
—Casi tanto como a triple B —dijo riendo mientras Kristoff luchaba por caminar mientras una jauría de niños se colgaba de sus brazos, sus piernas, su cintura y hasta de su cuello intentando evitar que llegase hasta el banderín del "territorio enemigo".

Se hicieron unos segundos de silencio entre nosotros hasta que Sven volvió a hablar sin girarse a mirarme.

—No querría resultar grosero, pero… sabes que no necesitamos el donativo, ¿verdad? Es verdad que este lugar no está lleno de lujos y que a veces nos cuesta llegar a fin de mes, pero, como puedes comprobar, estos niños no necesitan más para ser felices. Lo que ellos necesitan no se lo puede dar el dinero.
—Lo sospechaba.
—¿Por qué viniste, entonces?
—Todavía no sabía por qué, pero parecía importante para él.
—¿Te gusta?
—Le acabo de conocer.
—No es eso lo que te he preguntado.
—Sven.
—Dime.
—¿Me harías un favor?
—Es posible. ¿De qué se trata?
—¿Te quedarías el anillo?
—¿Perdona?
—Sé que no lo necesitáis, pero puedes empeñarlo o venderlo y sacar una buena suma. Con eso, puedes hacer un poco de colchón para los meses en los que vais justos y, si ves que es demasiado, puedes donarlo a donde te plazca. No me importa a dónde siempre y cuando sirva para ayudar a alguien.

—Pero yo…

—Odio ese anillo y todo lo que representa, pero… si sirve para que el lugar en el que él creció sea un poco más confortable, igual no es tan malo que llegase a mis manos.
—Está bien. Te lo agradezco mucho, Anna. Pero sólo aceptaré si te unes a la batalla.
—Estaba deseando que me lo pidieses.

Sven y yo corrimos en pleno grito de guerra a aliarnos con el equipo contrario al de Kristoff para que aquello estuviese un poco más equilibrado. La tierra nos acabó llegando hasta las orejas, me rompí el pantalón y me llevé un codazo furtivo de un niño de unos siete años que me dejó un pequeño chichón. Nunca jamás me había revolcado así. Nunca había tenido niños con los que jugar. Nunca me habían cargado en el hombro de nadie como un saco y habían echado a correr como si a todos nos fuese la vida en ello. Nunca me había reído tanto ni sudado tanto. ¡Fue el día más divertido de mi vida!

Llegó la hora de prepararse para cenar y, no sin antes prometer que volveríamos, repartimos y recibimos montones de abrazos y, Kristoff y yo, salimos de allí.

—¿Así que éste es tu hogar? —pregunté tímidamente mientras me sentaba en un bordillo de la acera a sacarme las piedrecillas del calzado.
—Uno de ellos. ¿Te lo ha contado Sven? —contestó menos cortado de lo que yo habría esperado.
—Sí. También me ha dicho que no necesitaban el dinero.
—Lo sé. Me ha contado el trato al que habéis llegado. Lo siento.

Kristoff imitó mis acciones y comenzó a vaciar su propio calzado.

—¿Qué es lo que sientes?
—Buscabas un lugar en el que hiciese falta el dinero y yo te he traído aquí dejándome llevar por…

—¿El sentimiento de culpa?
—Iba a decir por mis emociones, pero creo que lo tuyo es más preciso, sí. ¿Por qué asumes que me siento culpable?
—Porque te fuiste sin Sven. Seguro que no fue duro sólo para él.

Kristoff no dijo nada, pero alzó la mirada lo suficiente como para encontrar la mía y me sonrió cálida y nostálgicamente.

—Te apetecería… —musitó justo antes de retirar la mirada de la mía—. Nada, es igual. ¿Quieres que te acompañe a casa? Se va haciendo tarde.
—Hm… ¿tienes planes para cenar? —dije armándome de valor y aprovechando el subidón del día.
—Nada que no implique recalentar sobras.
—¿Te parece si vamos a algún sitio donde podamos asearnos mínimamente y cocinen por nosotros? Yo no tengo sobras para recalentar ni energías para hacerlo.

Su mirada se iluminó y una entusiasta sonrisa se plantó en su rostro.

—¿Quieres conocer a mis padres?