—Piérdete Hans. Yo no tengo nada que hablar contigo.
La mirada de Anna se llenó de furia. Intentó mantener la compostura, mostrarse fría y dura, pero no podía ocultar cómo exudaba odio por cada uno de sus poros. Sospechaba de quién se podía tratar, y, si realmente ése era el caso, me iba a resultar muy complicado no unir mi rabia a la de ella y colgar a ese desgraciado de los meñiques; pero aquella no era mi batalla. El que Anna me hubiese contado su historia, no me daba derecho a meterme en su vida.
—No te preocupes, no te quitaré mucho tiempo: no tengo tanto interés en ti. Quiero el anillo de vuelta.
"Es él."
—¿Perdona?
Mis músculos comenzaron a cargarse. Mis puños se apretaron de nuevo. Me aseguré de memorizar cada detalle de aquella burlona y despreciable cara y medí mentalmente sus fuerzas para asegurarme de que, en caso de ser necesario, podría plantarle cara sin exponer la seguridad de Anna.
—Me costó un dineral, ¿sabes?
—Fue un regalo. Los regalos no se reclaman.
Anna se levantó y alzó la barbilla dignamente pese a quedar igualmente como tres cuatros de cabeza por debajo de él.
—Sabes que no era un regalo para ti.
—Si no hubieses ido de cazafortunas, no habrías perdido tu adorado dinero. Para tu información, ya no lo tengo. Puedes despedirte de él.
Él escrutó su cara frunciendo el ceño aparentemente esperando comprobar que aquello era sólo una bola. Pero la sonrisa de seguridad que comenzó a florecer en la cara de Anna le dejó claro que decía la verdad.
—Pues recupéralo. Lo quiero de vuelta.
El tono inquisitivo del pelirrojo no echó atrás a Anna que se encaró a él cargada de coraje.
—Escúchame bien, Hans. Sólo hay una manera posible de que ese anillo vuelva a ti, y es conmigo haciéndotelo tragar. Así que, no juegues tanto con tu suerte y desaparece de mi vista antes de que decida ir a buscarlo de verdad.
Una de las sucias manos de aquel impresentable sujetó la barbilla de Anna y acercó su cara hacia la de ella. La sangre ya estaba regando con urgencia cada músculo de mis piernas para lanzarme contra aquel caradura que parecía intentar forzar a Anna cuando sus palabras me frenaron antes de llegar a levantarme.
—Con esa actitud, nunca, nadie, te va a querer.
Me dirigió la mirada, se la devolvió a ella e hizo una mueca lastimera.
—Nadie.
No pude más. La rabia recorría mi cuerpo de arriba a abajo. Anna permanecía impasible, pero yo sabía que se sentía herida. Ella estaba sufriendo; se sentía ridícula y atacada, se sentía expuesta y se sentía despreciada.
Me levanté despacio y con calma, respirando hondo. Me acerqué a Hans y retiré su mano de la barbilla de Anna. Después, le tomé la mano delicadamente a Anna, que seguía mis movimientos con los ojos casi desorbitados, y le hablé con toda la suavidad que pude encontrar entre la furia que corría por mis venas.
—¿Tienes un minuto para mí?
Sus ojos sólo se desclavaron un instante de los míos, pero no fue para mirar a Hans, fue para posarse en mis labios mientras esperaba inquieto su respuesta.
—Claro…
Su voz fue casi un susurro, pero no me importó. Le tomé la palabra, así ligeramente más fuerte su mano y la guié por toda la estancia hasta la escalera de subida a casa de mis padres dejando atrás a Hans sin molestarnos en comprobar su reacción.
Anna me siguió en silencio por los pasillos del piso de arriba hasta llegar a la puerta de mi habitación. Abrí la puerta y entré con ella todavía colgada de mi mano. Solté su mano con cuidado y cerré la puerta tras de mí.
Me giré de nuevo hacia ella, que me esperaba sonrojada y claramente desconcertada.
Quería borrarlo. Quería hacer desaparecer el tacto de aquel hombre en su piel. Quería cubrir de amor cada punto en el que él había dejado dolor. Busqué en sus ojos dejando que los míos hablasen por mí y, ante lo que me pareció interés y deseo, incliné mi cuerpo hasta que mis labios quedaron a la altura de los suyos.
—Si no quieres, sólo tienes que decirlo.
Mi voz salió como un murmullo, pero fue lo suficientemente clara como para que ella la oyese a la perfección y me permitiese asegurarme de no cruzar una línea que nadie nunca debería cruzar.
Su respuesta fue una respiración profunda y su aliento llegando lentamente a mis labios.
Cerré los ojos, cubrí sus mejillas con mis manos y alcé levemente su cara. Recorrí su nariz y sus labios con mi propia nariz y posé un discreto beso en su barbilla. Después agaché su cabeza con cuidado y besé su frente: no sólo quería borrar el tacto de Hans, quería borrar su rastro. Quería sacarle de su cabeza, quería que no hubiese recuerdo de él si siquiera en su alma. Me agaché más profundamente ante ella y besé intensa pero castamente el punto de su pecho que cubría su precioso corazón.
Pude sentir cómo su profunda respiración se entrecortaba en algo parecido a un ronroneo.
Estaba perdido.
