Quería. No había estado más segura de nada en mi vida.

No acababa de entender qué había pasado ni cómo habíamos acabado en aquella situación. ¿Acaso estaba celoso? No. No había posesión en sus actos, había respeto, cuidado y… ¿amor? ¿Por qué sentía que había amor? Y, ¿por qué sentía que era recíproco? ¿Por qué me hacía tan feliz el pensar que todo lo que estaba haciendo era asegurarse de demostrarme que lo que había dicho Hans no era cierto y que él me quería, que había alguien que me quería de verdad? ¿Por qué de pronto no me importaba si me quería alguien más o no si podía contar con su amor?

Tenía que ser él. Lo supe en aquel sueño, lo supe al despertar y lo supe nada más encontrarme con él en la realidad.

¿Qué era todo aquello? ¿El destino? ¿Magia? ¿Un milagro? Fuese lo que fuese, no lo iba a dejar escapar.

Sus ojos, bañados en pasión y vergüenza se posaron de nuevo en los míos. Nadé en ellos durante unos segundos más. En aquel confortable marrón rayado de ámbar como un suave día primaveral surcado por las cálidas haces de luz del astro rey.

Me lancé a sus brazos. Bebí de la calidez de sus labios y me entregué al tacto de la áspera piel de sus manos sobre mi cuello y mi cintura. Conocía aquella sensación; no había podido olvidarla.

En cuestión de segundos, no quedaba ni una prenda sobre nuestros cuerpos y los muelles de su cama chirriaban tanto que casi se oían más que mis propios gemidos. Casi… Llevaba esperando a aquel hombre toda mi vida; no iba a hacer que la clientela de un restaurante familiar me quitase de disfrutarle al máximo.

Hubo juego entre nosotros, risas, caricias, descubrimientos y mucho, mucho placer. Pude sentir cómo se derretía entre mis piernas, cómo se perdía entre mis pechos y cómo me sujetaba firmemente en cada embiste. Me estremecí entre sus brazos incapaz de detenerme mientras su voz profunda y ahogada me calaba hasta lo más hondo. Me abracé fuertemente a aquel hombre que me hacía feliz con cada mirada y con cada roce y juntos llegamos a un lugar tan elevado que ni en mis sueños había logrado alcanzar.

—Es bueno saber que las sábanas son limpias —dije, sintiendo todavía su peso sobre mí, para romper el hielo mientras ambos recuperábamos el aliento.

Kristoff rio sobre mi cuerpo y pude sentir su vibración y su energía. Pude sentir cómo se apaciguaba poco a poco y cómo aspiraba profundamente en mi cuello y mi cabello. Después, se incorporó sobre su codo y me dedicó la más hermosa de las sonrisas.

Deseé preguntar qué era todo aquello. Deseé saber si lo que acababa de pasar nos convertía en algo; si quería ser algo conmigo. Deseé que me dijese que siempre iba a estar a mi lado.

—Kristoff…

—¡Hmpf!

De pronto se tiró de espaldas a mi lado en el escaso hueco que quedaba en la cama con una terrible expresión de dolor.

—¡¿Kristoff?! ¿Qué…? ¡¿Estás bien?! ¡¿Qué te ocurre?! ¡¿Te he hecho daño?!
—¿Eso no debería preguntarlo yo? —dijo riendo entre quejidos— El hombro. Sólo es el hombro.
—¡El hombro!

Lo había olvidado por completo.

—Igual hoy no he guardado todo el reposo que debería…

Hizo una mueca de disculpa como si se sintiese mal por no haber seguido mis instrucciones y fue mi turno de reír.

—Está bien —dije haciéndole hueco para tumbarse debidamente—. Creo que puedo hacer algo al respecto.
—No, ni hablar. No vas a ponerte a trabajar ahora. Lo reposaré lo que pueda y esperaré a la cita de mañana.
—¿Tienes cita para mañana?
—Ahá… —dijo relajando poco a poco la expresión según su espalda iba descargando tensión.
—¿Conmigo?
—Pues claro.
—Gracias.
—Aunque… ¿es apropiado que vaya ahora? Es decir, ¿no hay algún tipo de política al respecto?
—No hay problema. Tampoco es que vayamos a continuar con esto en la camilla, ¿sabes?
—Lástima…

Le di una pequeña toba en el brazo bueno y me levanté de la cama. Kristoff me siguió con la mirada expectante y quizás algo preocupado por saber qué iba a hacer, pero sin perder la oportunidad de analizar cada detalle de mi cuerpo como asegurándose de guardarlo para siempre en su memoria. No pude evitar sentir cómo un calor súbito incendiaba mis mejillas y, por su sonrisa de satisfacción, supuse que a él tampoco le había pasado desapercibido.

—Me… me rugen las tripas. ¿Crees que aún nos esperará la cena?
—Es posible que lo hayan recogido, pero algo encontraremos —dijo incorporándose despacio.

—¿No te vas a quedar descansando?
—Yo también tengo hambre.

Estaba segura de que estaba más preocupado de que Hans siguiese ahí abajo que del hambre que pudiese tener, pero me gustó la idea de compartir por fin la cena con él, por lo que asentí y reí complacida.

Con algo de esfuerzo por su parte y lástima por la mía, logramos ponerle la camiseta y cubrir aquel cuerpazo que me volvía loca y por el que me acababa de revolver sin frenos. En un instante, y tras volver a hacer la cama como intentando ocultar las pruebas del delito, ambos salimos cautos de su habitación sin saber muy bien con qué tipo de recibimiento íbamos a encontrarnos en el restaurante. Pero no tuvimos mucho tiempo para preguntárnoslo, pues, nada más pisar el primer peldaño de la escalera, apareció Bulda por el otro extremo de la misma con una sonrisa discreta y entrañable. Apreté los labios y agaché la cabeza. Pude percibir cómo Kristoff se erguía un poco más de lo normal. Parecía ponerse firme ante su general como preparado para rendirle cuentas. Pero Bulda le pasó de largo sin perder la sonrisa y sólo ralentizó el paso cuando se encontró a mi altura. Puso suavemente su mano sobre mi hombro y después continuó escaleras arriba. Sólo cuando estaba a punto de desaparecer por el pasillo, pude escuchar su voz.

—Bienvenida a la familia, querida.

Sí, había gritado demasiado.