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El secreto de la alegría es el dominio del dolor.
- Anais Nin –
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CUANDO VOLVAMOS A VERNOS
CAPITULO 1.
Era electrizante la manera en la que él la besaba. Lento, despacio, con la boca entreabierta. Inhalando el propio aliento, entremezclándolo con el de ella. Y luego, él estiraba su lengua, para lamerle los labios, el borde de su sonrisa, y para repasar sus mejillas con su saliva.
Su cuerpo temblaba, sabiendo lo que sucedería a continuación. Las manos grandes y suaves de él la sujetarían de la cintura, apretándole las caderas para evitar su huida. Y luego él, manipularía su cabello para someterla, para ponerla en cuánta posición quisiera.
Y ella lo dejaría, lo aceptaría.
Iría gustosa a donde él la llevara, contenta, feliz.
Pero él sólo la trasportaría a la cama mullida que ambos usaban para dormir, en el piso que recientemente él había comprado.
Tumbada en ésa cama, Marinette otra vez volaría lejos, sumergida en placer y fervor. Terminaría minutos u horas después, con las piernas escoriadas y la entrepierna ardiendo humedecida.
Una noche más, una emoción más.
Luego llegaría la mañana, el sol saldría, su corazón latiría como siempre lo hacía. Y sólo le quedarían en la piel las marcas que Adrien dejaba cada noche, sumergidos en la pasión. Ella, Marinette Dupain-Cheng, le sonreiría amablemente, mientras le servía un poco de café mezclado con leche acompañado de algún trozo de pan untado en mantequilla y mermelada.
Él le sonreiría de vuelta, le desearía un buen día, y cogiendo sus cosas, Adrien Agreste saldría por la puerta, rumbo a algún estudio fotográfico o a la empresa de su familia y no volvería hasta horas después.
Por su parte, ella se quedaría de pie, observando cómo la puerta se cerraba, sujetando una taza llena de té negro. Una fina línea trazarían sus labios en su rostro, sabiendo que Adrien estaría bien, donde sea que estuviese. Después, Marinette bajaría la mirada hacia la taza de té que tan bien olía.
Y aunque no quisiera, una solitaria lágrima caería desde sus ojos hasta la taza, mezclándose con la bebida.
Y recordaría, desesperadamente enamorada, que aún seguía amándolo, que aún seguía rota, que aún su corazón no estaba curado.
- Félix. – diría por fin, luego de incontables segundos, mirando la negrura del té. – Félix, cuánto te amo. –
Cuando el té se enfriara, Marinette Dupain-Cheng se lo bebería de un solo trago, dejaría la porcelana bajo el grifo de la cocina, se arreglaría el pelo, se colgaría su bolso al hombro, y saldría a su atelier, a su boutique, a su centro de trabajo.
Y así, otro nuevo día más.
*.*.*.*
Cinco años antes:
Odiaba Londres con fiereza y desesperanza.
Odiaba su clima frío, húmedo, sus nubes grises cargadas de lluvia.
Odiaba el apetito inglés, nacido de tanto desayunar alubias por la mañana, desarrollado por la constante manía de freír pescado embadurnado en cerveza y harina, y rematado por la costumbre obscena de cenar antes de las 6pm.
Odiaba a Londres.
Lo odiaba a él.
- Dupain-Cheng, otra vez tú.-
- Piérdete, Graham.-
La primera vez que lo vió, se sorprendió de lo nítidamente rubio que era. Cabellos color miel, color oro. Exactamente peinado con raya al costado. Una gabardina perfectamente diseñada, de botones elegantes y cuello plisado, todo de color gris. Por debajo de ella, Félix Graham de Vanily, llevaba puesto, casi siempre, un jersey de punto fino, de color verde oscuro que cubría casi en su totalidad, una camisa blanca sencilla pero almidonada. Pantalón de lanilla negro, planchado con meticulosidad, sin imperfecciones. Sus zapatos brillaban, impolutos, y el nudo de sus cordones siempre estaba apretado.
Y él le sonreía.
Siempre.
Una sonrisa torcida y malévola.
Una sonrisa muy parecida a la que pone el ladrón justo antes de pedirte todo tu dinero.
- ¿No follaste bien esta noche, princesa? –
Marinette se recordaba entonces, que odiaba Londres, sí, que lo odiaba a él, también, pero que indefectiblemente, para comer y mantenerse, debía trabajar, de lo que pudiese, de lo que encontrase. Al menos hasta que algún diseñador se fijase en sus bocetos, al menos hasta que alguien decidiera encargarle ropa.
Ella bufaba, chasqueaba la lengua, fruncía el ceño y le alcanzaba desde el mostrador el maldito café que olía demasiado bien pero no tanto cómo él, como Félix.
- Ojalá te dé una clamidia, Graham, o un herpes.-
Y ella, forzando una sonrisa, cogía las monedas que él le dejaba, digitaba el precio del producto, sonaba el clic de la maquinita y le entregaba su cambio.
- Puedes quedártelo, cielo. Ya sabes, por tu amabilidad y tus buenos deseos. –
Y Félix seguía torciendo la sonrisa, mientras le clavaba su mirada preciosamente esmeralda, enmarcada por pestañas también doradas, también brillosas, también hermosas. Dejaba pasar unos segundos de intercambio visual para después darle la espalda, buscar una mesa y sentarse ahí por unos minutos.
La cafetería dónde trabajaba Marinette era una cafetería pequeña, pero delicada. Hacía esquina con dos calles y tenía cristales haciendo de paredes. Bastante luminoso y limpio. Se encontraba cerca de una de las principales universidades de Londres y por eso, había mucha clientela casi a todas horas.
Y mucho trabajo también.
La primera vez que lo vió, le sorprendió su grave voz, serena y clara, con la que le pedía, con educación y severidad, una taza de café descafeinado con un poco de leche. Él le pidió que se la llevara a la mesa y ella, todavía deslumbrada por él, asintió sin hablar, temblando ligeramente.
Pero al llegar a su mesa, y faltándole solo unos centímetros para depositar la taza y el platito sobre ésta, Marinette perdió el equilibrio, sus manos también lo hicieron, y el café aterrizó sobre él, sobre su rubio cabello, sobre su ordenador portátil y sobre su libreta de notas.
Azul francés y verde inglés se encontraron por unos segundos antes que la bomba explotara.
Y cuando explotó, Marinette entendió que su vida no volvería a ser igual, jamás.
- ¡Inútil! –
- ¡Lo siento! ¡Lo siento, en verdad!. -
La atracción física que sintió por él, sólo duró un segundo, para reemplazarse por la decepción y el asco. Porque Marinette sólo había encontrado a un inglés malhumorado y ácido, empapado de café, y víctima de una camarera parisina expatriada quien llevaba residiendo en Londres sólo unos meses.
Marinette había pensado que él debería haber sido un príncipe…
- ¡Torpe! –
…cuando en realidad, él era un sapo…o una rana, o un roedor vil y apestoso.
- ¡Torpe! -
Sí, ella era torpe.
Pero era una persona, un ser humano.
Y se merecía algo de respeto, inherentemente.
Marinette rogó no volver a verlo. Presurosa, le limpió como pudo la gabardina, el pantalón, los cabellos rubios, mientras que él, angustiado, cogía una servilleta para tratar de secar su ordenador. Afortunadamente, lo único que se perdió ese día, no fue la tesis que Félix estaba redactando, sino sólo su paciencia y su educación.
- ¡Tonta! –
Ella recordó sus modales, y su temperamento, recordó a sus padres y en lo mucho que la amaban. Tomó coraje y valor, furia y desazón.
- ¡Ya está bien, he pedido disculpas, me he equivocado y he asumido mi error! ¡Ahora, cállese!. -
Los demás clientes dejaron de hablar y un silencio sepulcral se instaló en el lugar.
Ella le había regañado públicamente.
Y él había perdido la cordura.
Félix resoplaba y se mordía los labios para no gritar. Ella en cambio, lo continúo mirando fijamente, mientras colocaba sus brazos en jarras. Félix no pudo evitar analizarla de un vistazo, observar sus piernas, su falda negra y corta, su blusa blanca entallada que se transparentaba mostrando el sujetador, y el pequeño delantal negro que llevaba en la cintura. Su cabello recogido en una coleta alta, sus ojos azules, sus labios fruncidos.
Para cuando terminó su inspección, Félix se descubrió tranquilo nuevamente. Y reaccionó, parpadeó varias veces tan solo para convencerse que aquella mujer torpe e inútil, era en realidad una chica guapa y con carácter y que tal vez, este accidente fuera sólo eso, un accidente.
- Lo siento. - murmuró él, casi en silencio. – Lo siento, eh, um, ¿Cómo dices que te llamas? –
Félix la miró, satisfecho, porque Marinette dejó la furia a un lado y, confesó su nombre completo con un sonrojo y un tartamudeo, completamente sorprendida.
- Yo soy Félix Graham de Vanily, pero me puedes llamar señor Graham, no tengo problemas con ello.-
Marinette pensó que era muy gracioso ser tan snob, y levemente sonrió. En realidad, parecía un británico común y corriente, estirado y estúpido, pero al ser tan encantador por fuera, ella no pudo sino darle tiempo al tiempo.
Quizá por dentro, él fuera diferente.
Quizá.
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Sé que debo rotular la historia. Sin embargo, no logro encasillarla con claridad. No sé si es un adrinette o un felinette. En serio, no lo sé. Si soy estricta, creo que esta historia tiene más de adrinette que de felinette.
Nuevamente advierto que la historia no es feliz.
Hace algún tiempo leí un libro genial " Gente Normal" de Sally Rooney. La han hecho serie de TV. Lo lei antes de que la serie fuese grabada. Ése libro debería tener un rótulo que dijera "no apto para gente sensible, advertencia, lease con precaucion".
Y creo que este fic, tambien debe tener este rótulo.
Si eres sensible, si estás pasando un mal momento emocional, déjalo, no lo leas, prometo que en noviembre me inventaré una historia más alegre.
Sólo en las cosas tristes, podemos apreciar la verdadera belleza.
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Un fuerte abrazo,
Lordthunder1000
PD la historia esta escrita en su totalidad y cada capitulo se publicará cada 48 o 72 horas. No será muy larga, no podría. No mas de 3000 palabras por capitulo, no mas de 13 caps.
