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El más difícil no es el primer beso, sino el último.

- Paul Géraldy -

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CUANDO VOLVAMOS A VERNOS


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CAPITULO 3

"La nueva colección de moda masculina, de la casa Agreste, estará a cargo de la afamada nueva estrella del glamour parisino, la gran promesa del diseño, la sucesora de Audrey Bourgeois y de la casa Agreste, la experimentada Marinette Dupain-Cheng.

Como sabemos, nuestra joven diseñadora vivió algunos años en Londres, donde coincidió con los grandes maestros del traje y pantalón.

Inglaterra, sinónimo de elegancia y caballerosidad.

Inglaterra, sinónimo de alcurnia y clasicismo.

Inglaterra, sinónimo de…"

- De amor. – murmuró Marinette, sin pensárselo dos veces.

Las noticias emitidas por la televisión, fueron interrumpidas cuando un suave timbre proveniente del horno impidió que pensase más sobre Inglaterra. Se puso los guantes acolchados y retiró una bandeja de croissants de mantequilla recién hechos, humeantes.

Adrien salió de la bañera, alcanzándola en la cocina, con la toalla sujeta en la cintura y el torso descubierto. Sus músculos perfectamente cincelados y su escaso vello le llamaron, como siempre, la atención.

- Ponte algo más encima, Adrien, así no se puede desayunar. – dijo ella al verlo.

Marinette le sonrió, quitándose los guantes.

Adrien la miró fijamente, luego miró la bandeja, todavía caliente.

De un tirón, se quitó la toalla y quedó desnudo.

Totalmente desnudo.

- Ven aquí, Marinette, y hazlo rápido, antes que se enfríe el desayuno.-

Marinette cerró los ojos, meneó la cabeza negando, sonrió intensamente y sus mejillas se sonrosaron. Dudó por unos segundos, pero casi de inmediato, Marinette corrió hacia su novio y se le abalanzó encima, empujándolo hacia atrás, montándolo como se monta a un caballo, a un semental.

Ella, perfecta amazona.

Él, perfecto animal.

"Inglaterra, sinónimo de amor"

Amor.

*.*.*.*

Cinco años antes.

- Dupain-Cheng, es tarde, el Metro es peligroso, déjame llevarte. –

Marinette negó con la cabeza, cómo hacía todos los días que él le pedía lo mismo. Ella se arrebujó aún más en su abrigo, aferró más su bufanda y rogó que el frío no le calara los dedos tanto como el día anterior.

Era invierno, ya, y Londres apestaba a nieve y viento, a hielo y a vino caliente.

- ¡Marinette! – insistió Félix. – Ríndete sólo por hoy. Mañana puedes volver a insultarme si quieres. Pero es que creo que esta nevada, no será poca cosa, y dudo que puedas llegar a tu casa con facilidad. –

Lo cierto es que lo habían avisado por la radio, y por la televisión. Se esperaban nevadas y acumulación de nieve más allá del medio metro. Marinette bajó la mirada y vio como sus botas viejas se hundían en la vereda. La nieve ya tendría diez centímetros como mínimo y era prácticamente imposible, caminar.

Desalentada, se volvió a hablar con su salvador.

- Espero que tu coche pueda moverse con esto en la carretera. - le dijo señalando el suelo.

Félix torció su sonrisa, ganador. Después de tantos meses, por fin la francesa suave e intensa le permitía acompañarla unos pocos metros. Agradeció a la borrasca que les caía encima y rogó que su coche no muriera en el camino. Una hora después, y ya casi sin poder rodar por el asfalto, Félix pudo aparcar, malamente, enfrente del edificio donde vivía Marinette.

No habían hablado mucho durante el trayecto. Sólo tuvieron la radio encendida por si oían algún otro anuncio meteorológico.

"Se ruega a la población quedarse en sus casas. Se les recuerda, además, que eviten en lo posible desplazarse en coche. Los servicios de Metro y bus, se encuentran parcialmente suspendidos…"

- Mademoiselle Dupain-Cheng - dijo Félix, muy educado. - Ya hemos llegado. Ni siquiera sé en qué parte de Londres estamos, pero hemos llegado bien y a salvo, así que ya puedo irme tranquilo…espero que mañana hayan limpiado todo esto porque si no, será imposible moverse. -

Marinette observó por la ventanilla cómo los gruesos copos de nieve infiltraban la vereda y la calzada, acumulándose como si alguien colocara nata sobre una tarta. Pronto, muy pronto, hasta moverse en coche sería imposible. El viento, que soplaba cada vez más intenso, ocasionaba que los copos cayeran con velocidad, como en espiral, impidiendo la vista más allá de la nariz.

- Estamos en el norte, Félix. ¿Dónde vives tú? –

Félix tragó suave. Y parpadeó, comprendiendo que, si bien ella había llegado a salvo, él, probablemente, no.

- Vivo en el sur, Marinette, casi en el límite de Epsom con Londres, en Surrey. -

Marinette se llevó ambas manos enguantadas hacia su boca, apagando un pequeño grito. De inmediato, empezó a golpearle el hombro con la misma fuerza que un bebé recién nacido.

- ¡Pero…cómo…se…te…ocurre!¡Cómo! –

De reojo, Félix contempló cómo ése pequeño cuerpo, menudo y liviano, combustionaba de ira y fastidio. Volvió a torcer su sonrisa, mientras aguantaba esos golpes tan blanditos. Quería reír, no sólo por ella, sino también por su situación.

Por su desesperada situación.

- ¿Puedo quedarme en tu casa, Dupain-Cheng? –

Y aunque Félix trató de reprimirse, la risa le salió sincera y ruidosa.

Minutos después, Marinette le sirvió una taza gigantesca de vino caliente mezclado con naranja y canela. Félix se bebió de un solo sorbo la mitad de ésta.

Marinette vivía en un minúsculo piso, de una sola habitacion. Un escueto salón, una cocina casi de juguete. Un sofá de segunda que lo encontró un día de verano al lado de un contenedor de basura. Era viejo, pero no estaba malo.

- Lo necesitaba. Gracias. - musitó Félix, cerrando los ojos y degustando el vino.

- Lo sé. – susurró ella, bebiendo también un poco del suyo, luego dejo su taza sobre la encimera de la cocina. – Te quedarás esta noche aquí, en el sofá. Mañana te irás apenas se abran las carreteras. -

Félix asintió, con las mejillas súbitamente calientes y con una alegría picante en el pecho. Tantos días de arduo trabajo por fin daban frutos. Volvió a probar el vino, esta vez terminándoselo todo.

En la oscuridad de la noche, y bajo la tenue luz de las lámparas del salón, Marinette descubrió que Félix sonreía, a pesar de saber que su coche de alta gama estaría enterrado totalmente bajo la nieve, en algunas horas, estropeado quizá para siempre.

La luz de las bombillas lo hacía resplandecer, iluminando su rostro, como si Félix hubiera descendido de los cielos, como si fuese un ser de otro mundo. Gélido, pero tibio. Gruñón, pero atento.

- ¿Tengo algo gracioso en la cara? – preguntó él, envalentonada por el vino, y al darse cuenta que ella lo miraba, absorta.

Luego de su desplante del segundo día, Félix volvió a la cafetería, cada tarde que pudo. Incansable. Pedía un café, algún bocadillo, ciertos días pedía té. Se quedaba por horas, contemplándola furtivamente, mientras simulaba trabajar en su tesis. Algunas veces, ella lo echaba, y él se iba sin rechistar. Otras tardes, ella se olvidaba que él estaba ahí. Bebía su café, trabajaba en el ordenador. Pasaban horas. Luego, él se acercaba, se despedía, ella no le contestaba el saludo. Otros días, por lo que fuese, él no se acercaba a la cafetería sino hasta la hora del cierre y esperaba afuera, tranquilamente, a que ella saliera, la saludaba con la palma de la mano, intentaba acercársele, pero Marinette lo remataba con su mirada furibunda y él, simplemente, la seguía como un manso cordero hasta el subterráneo, a unos buenos metros de distancia. Él la veía subir al tren, observaba que se cerrasen las puertas y antes de que partiera, volvía a levantar la mano para despedirse nuevamente.

Sólo en ese momento, Marinette cedía y le respondía la despedida.

Hasta ése día.

Hasta el día en el que los cielos se abrieron y dejaron caer toda la nieve del mundo.

- ¿Por qué haces esto? – ella preguntó, congelada en su sitio, mientras seguía contemplando esa sonrisa tan perfecta y sincera, con esos ojos verdes tan relucientes y brillosos.

Félix lo supo, entonces.

Era su oportunidad, la suerte estaba echada, su futuro abría una puerta.

- Pensé que era claro y directo, Marinette, pensé que lo sabías. –

Una moneda lanzada al aire.

Un corazón que quiere aprender a latir a un ritmo distinto.

Él se acercó a ella y cuando la tuvo a unos centímetros de distancia, estiró una mano, alcanzando un mechón de su cabello negro, recogiéndolo y colocándolo detrás de su oreja. Al retirarse, Félix acarició con delicadeza, el borde de su rostro, su mentón, sus labios humedecidos por la bebida.

Ella intentó decir algo, lo miró a los ojos y abrió la boca, para rogarle que se detuviera, para rogarle que no le hiciera esas caricias porque él la ponía nerviosa y…

No recordó nada más.

Lo siguiente que pensó fue en los dulces y calientes que eran los labios de Félix sobre los suyos, y lo placentero que era tenerlo en su boca. Félix soltó la taza, ya vacía, dejándola caer sobre la alfombra, cogió la cabeza de Marinette con ambas manos, y respirando con fuerza, separó sus labios, logrando abrir la boca de ella para introducirle la lengua. Cuando lo consiguió, una de sus manos bajó veloz y certera, y la tomó de la cintura para apretársela hacia su cuerpo.

Vino, naranja y canela.

Nieve y frío.

Paciencia y perseverancia.

Él la besó, de vuelta, de nuevo, con hambre y sed, obligándola a abrir aún más la boca, en tanto sus narices se golpeaban y sus dientes también. Ambos fieros, ambos famélicos y necesitados. Luego de incontables segundos, ella se separó de él. Marinette tenía el pelo desordenado, los labios hinchados y respiraba rápidamente tratando de sobrevivir a ése beso.

Se habían besado. Sí.

Inexplicablemente.

Él nunca le había dicho ninguna palabra de amor.

Ella jamás se le había insinuado.

Él sólo la miraba trabajar, se burlaba de ella, la esperaba fuera.

Ella pensaba que él era un tonto, un estirado inglés sin nada mejor que hacer que perder su tiempo en una cafetería, y desayunar alubias con tomate y bacon.

Pero en ese instante, en ése trocito de universo donde se encontraban, ella supo, irremediablemente, que había besado al hombre de su vida.

Un beso nacido desde la ignorancia.

Una calidez que brotaba en su pecho.

Y la sensación perenne que estaba haciendo lo correcto.

Él apoyó su frente en la de ella, y estiró sus labios enseñando los dientes. Ella buscó sus manos y entrelazó sus dedos con los de él. Félix los apretó por un largo rato, luego animado por el gesto, ladeó su cabeza y otra vez, empezó a buscarle la boca para seguir mordiéndola, para deslizarle la lengua, para robar sus gemidos.

Intentó llevarla a la habitación, pero ella lo detuvo poniéndole las manos sobre el pecho, negando con la cabeza.

- Al sofá. - susurró Marinette, en su último resquicio de autocontrol. – Por favor. –

El asintió en silencio, retrocedió unos pasos. Cogió la manta que ella le había preparado y suspirando, apretó los ojos, los labios, de un tirón desdobló la manta y casi sin verla, se tumbó sobre el mueble y se cubrió con ella.

Por la ventana, bajo la intensa borrasca, un Audi de última generación moría sepultado bajo una incesante capa gruesa de fría nieve helada.

- Paciencia, Félix, paciencia. Será pronto, ella caerá pronto. –

Y pronto sería el mañana.

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"And soon it would be tomorrow.", sería la traducción en inglés de la última línea.

Siempre he pensado que Adrien (cuando fuese mayor) tendría que ser un dios griego de la moda, todo fuertote y guapo...le regalaría mis bragas si lo viera. Compraría las revistas en las que él apareciera...por supuesto, cuando él creciera.

Recordarles que estoy narrando dos historias en paralelo, pasado y presente. El pasado va corriendo, así que en algún punto puedo poner "cuatro años antes", o "tres años antes", dando entender que la historia antigua esta avanzando. Tal vez en algún punto, la historia antigua llegará al presente. O quizá sigamos viendo destellos del pasado.

Recuerda que a todos nos gustan los comentarios, si quieres dejarme alguno, me sube la autoestima, si tienes cuenta en ff, puedo contestarte, si no, me costará mucho, pero trataré de hacerlo.

PD. el fic se actualiza cada 24-48 horas y no tendrá hiatus (lo juro y lo prometo por mis muñequitos de ladybug y cat noir que obtuve un día en el Burguer King).

un fuerte abrazo.

Lordthunder1000