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Las cosas que amamos, siempre acaban por destruirnos.
- George R. Martin-
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CUANDO VOLVAMOS A VERNOS
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CAPITULO 4
A pesar de su desnudez, Adrien la abrazó fuerte por la cintura, mientras trataba de peinarla con los dedos de su mano. Ahí por donde la peinaba, él le dejaba pequeños besitos, cortos y dulces, sobre su espesa cabellera negra azabache.
Ella reía ante su gesto.
Bajo su toque, Marinette se volvía a sentir amada y con esa percepción, su corazón se reconfortaba.
Minutos antes de ése gesto de cariño y amor, Marinette se había sumergido en un mar de sensaciones y de pasión, que hace mucho tiempo no sentía. Placer, redención. Como si Adrien le hubiese dado al botón de encendido de su motor, como si la calefacción hubiese vuelto a funcionar y su corazón se empezara a calentar, nuevamente.
Un nuevo inicio.
Un eterno recuerdo.
Porque, aunque lo que vivía con Adrien era casi celestial, ella, Marinette, si tenía los ojos cerrados y los abría, se encontraba con un rubio de ojos verdes que le traía bellos recuerdos.
Recuerdos de amor.
De fricciones y sudor.
Recuerdos de cuándo ella vivía en otro sitio, sumergida en una relación intensa, llena de emociones fuertes y de lealtad y de cariño. Inundada de amor.
Marinette soñaba muchas veces, que esos besos se los daba Félix, y aferrándose a su memoria, ella sonreía, feliz y contenta, rememorando una etapa tan hermosa vivida en Londres, hace algunos años.
- Te amo, Marinette. – le decía Adrien Agreste, efusivo y sincero. Justo después de haberse derramado entero dentro de ella, después de hacer el amor por horas. – No puedo creer que nos vayamos a casar, me parece todo tan mágico. Un sueño hecho realidad. –
Un sueño.
Un sueño dentro de su pesadilla.
Marinette tampoco creía que se fuera a casar.
Ella le miraba con una sonrisita trémula, con los ojos entreabiertos ya cansada de tanto placer.
Durante un tiempo, unas semanas o meses, cuando contemplaba su anillo de compromiso, se le revolvían las tripas de temor y miedo, sabiendo que Adrien era dar un paso hacia adelante, mientras que Félix era dar un paso hacia atrás. ¿Cómo pudo llegar a eso? A casarse, a casarse, sabiendo que aún amaba a alguien más.
A otro más.
- Yo también te amo, Adrien. - respondía, luego de unos segundos, para llenar el silencio.
No mentía.
No en todo.
Por las noches, ella soñaba que caminaba por los parques de Londres, llevada de la mano por un hombre rubio y alto, de ojos verdes vivaces, que la sujetaba con fuerza mientras la arrastraba hacia el lago, o hacia un árbol. Él vestía camisa blanca y pantalón de lino negro, con tirantes elásticos de goma. Ella llevaba un vestido de flores, una diadema en el pelo, zapatillas sin tacón.
Reían al andar.
Caminaban mientras se miraban a los ojos.
Cruzaban el parque, hasta que llegado al destino, Félix estiraba una manta de picnic y dejaba caer una cesta llena de agua y comida, luego sacaba un libro, y un cojín. Se tumbaba mirando al cielo, y con uno de sus brazos, invitaba a Marinette a tumbarse sobre él.
"¿Te comparo con un día de primavera?
Tú eres más radiante y mucho más templado.
La primavera es breve y su bonanza incierta:
ahora el sol abrasa en un cielo azul claro."
Él le declamaba sonetos de amor, y ella lo miraba, absolutamente enamorada. De vez en cuando, él terminaba su lectura, dejaba el libro y con ambas manos la tomaba del rostro para encajarle un beso desesperado. Después de unos minutos, insaciable, él la giraba de espaldas boca arriba, y la apretaba con su cuerpo sobre la manta. Los besos, entonces, cambiaban de temperatura. Y sus manos, antes inocentes, ahora accedían a lugares impropios, tocando, disfrutando.
Algunas veces se detenían a tiempo.
Otras tantas, si no había nadie alrededor, él lograba subirle la falda, separarle las piernas, bajarse la cremallera y besándola sin tregua, la poseía bajo la sombra de un árbol, escondidos tras matorrales, o a las orillas de un lago abandonado en un parque solitario en Londres.
Y ella declamaba sus propios poemas, en su propio idioma.
Félix, mi amor.
Tú eres lo que encontré cuando menos lo esperaba.
El vino caliente que derrite la nieve.
El agua fresca que anhelamos en verano.
Suspiros y caricias.
Un amor inesperado, y a la vez, inmortal.
Porque sí, oh Félix, yo te prometo que esto será eterno, que todo lo nuestro durará para siempre.
Para siempre.
*.*.*.*
Cinco años antes.
- Te amo, Félix. – murmuraba Marinette contra su boca, después de satisfacerse plenamente de él.
- Yo también te amo, Marinette. – contestaba él, mientras le besaba el cuello y le desordenaba el pelo.
Habían salido a uno de sus tantos paseos por Hyde Park, logrando esconderse detrás de unos árboles espesos, justo al lado del camino. Nadie los había visto, pero ellos habían oído cómo la gente pasaba, sin enterarse que ahí mismo, dos jóvenes amantes intercambiaban algo más que besos y abrazos.
De vuelta a la ciudad, él no soltaba su mano, sino que la columpiaba del brazo como hacían los niños pequeños. La hacía girar bailando ante una música inexistente. Le quitaba rastrojos de césped en su pelo, pegados a consecuencia del amor al natural. Él cogía una flor, se la dejaba detrás de la oreja.
Reían al andar.
Caminaban mientras se miraban a los ojos.
Le daba un beso en la boca.
Le daba un golpe suave en sus caderas.
Pensaban ambos, en ese entonces, que la vida era buena y tierna.
Que el amor sería eterno.
Él le hablaba de Londres, de las propiedades de su familia, de lo difícil que sería tener una vida normal. Que era huérfano, que lo habían criado en internados en Escocia, que una albacea había gestionado su patrimonio desde siempre. Que ahora, era él quien gobernaba su existencia, en solitario por supuesto. Ella lo escuchaba con oídos de mujer enamorada, y asentía, preocupada. En los planes de Félix, no se contemplaba que Marinette siguiera con su plan de ser una diseñadora reconocida. No es que no tuviera talento, sólo que no lo veía necesario.
Y no.
No la quería trabajando en la cafetería.
Él podía pagar sus cuentas, él quería pagar sus cuentas.
- Ya lo hemos hablado, Fé. – le decía Marinette cada vez que él sacaba el tema a colación. Y meneaba la cabeza, negando.
Insistente, y sabiendo que ella no daría su brazo a torcer, él decidió que cambiaría de estrategia.
- Renuncia a la cafetería y pon un atelier. - le propuso en un día de abril. – Puedo ser tu socio. Te daría dinero como capital, y tú dispondrás de todo. Personal, materiales, publicidad. Yo solo cobraría los beneficios, que podrían ser en forma de más dinero o…de una forma...más convencional... –
Coqueto y temerario, Félix le introducía un dedo en la boca, haciendo que Marinette se lo chupara lentamente. Luego, la miraba a los ojos, desafiante.
- ...Me lo cobraría todas las noches, Marinette. No te daría descanso, ni tregua. – Retiraba el dedo para, a continuación, besarla como siempre lo hacía, intenso y ardoroso. - ¿Qué opinas, princesa? -
Cada vez que él la besaba, ella perdía la razón. Quería quitarse la ropa y tumbarlo de inmediato para amarlo hasta el siguiente orgasmo. Le gustaba arañar su pecho y tironear de su pelo rubio, le gustaba patalear bajo su peso, le encantaba contornearse cada que vez que él blandía su miembro dentro de ella.
Algunas veces, por las noches, después de cenar y antes de irse a dormir. Marinette servía dos copas de vino blanco, encendía el altavoz y lo conectaba a su teléfono. Ponía la canción que a él le gustaba. Félix entonces, la cogía de las manos, la tiraba hacia sí, y en medio del salón, ya con una botella de vino metida en el cuerpo, y con el dulce sabor de Marinette en sus labios, él, un hombre completo, cantaba, casi susurrando:
Say I wouldn't care if you walked away.
But every time you're there, I'm begging you to stay.
When you come close, I just tremble.
And every time, every time you go...
It's like a knife that cuts right through my soul.
Y Félix la tomaba de las caderas, colocaba su cabeza en el cuello de Marinette, y la meneaba al son de la música. La hacía girar, mientras le respiraba en el oído. Por momentos, él se erguía y ahora le cantaba sobre los labios, robándole algún beso.
- Así me siento cada vez que te vas de mi lado, Marinette. Que me muero, que no respiro. ¿Es peligroso, no? ¿Obsesivo?...- Marinette negaba con la cabeza.
- Creo que es el amor, Félix. Porque yo también lo siento, siento que no existo si no estás conmigo. - le respondía ella, para luego enterrar su cabeza en su pecho, girando otra vez entre sus brazos, al son de la canción.
Él suspiraba, sabiendo que al día siguiente, ella tendría que levantarse temprano, calzarse sus botas viejas, ponerse varias capas de ropa para luego salir a trabajar, subirse al metro, aguantar a toda la gente en el tren y luego meterse una jornada laboral de 8 horas atendiendo a pardillos como él.
Y no.
No quería verla trabajando en la cafetería.
Él quería pagar sus cuentas, él debía pagar sus cuentas.
Pero él insistiría, al igual que todos esos meses que estuvo insistiéndole en tener una cita. Pronto, quizá, ella entendería.
Burning hot through my veins...
Love is torture, makes me more sure.
- Sí, sí. – Marinette cedió un día de aquellos, cuando él la tenía debajo suyo. Aplastada contra la cama. Boca abajo. Bien cogida del pelo. Mientras entraba y salía de ella, por detrás. Le daba tan fuerte que le dolía, pero el dolor era dulce y siniestro, sensual. – Sí, estoy de acuerdo. Renunciaré, renunciaré. -
Y él, de premio, le dio la vuelta, dejó de entrometer su miembro en su introito, para luego meter la cabeza entre las piernas de su novia. Y estiró su lengua, logrando lamer su carne viva, para luego apretar con sus labios, ése botón de carne que tanto le gustaba y que tanta satisfacción le daba a ella.
Ella gimió, ella lloró, ella imploró piedad, y él, escuchando sus gritos y sintiendo su temblor, cerró los ojos, disfrutando el momento, absolutamente agradecido por su respuesta.
Love is torture, makes me more sure.
El atelier de Marinette Dupain-Cheng se localizó en Bloomsbury, muy cerca del centro de Londres. Moda parisina. Moda hombre. Elegancia. Innovación. Ropa a medida. Diseños exclusivos.
Una tienda pequeña, pero bien surtida de diseños. Tenia maniquies en los cristales y perchas en el recibidor. Un escritorio, un diván, y una pantalla de tela estampada con motivos orientales para realizar los ajustes a los trajes.
El día de la inauguración, Marinette, dichosa, se colgó del cuello de su novio inglés, ricachón y estirado, y le dio un beso arrebatador frente a todos los presentes, amigos y conocidos. Ella lo miró a los ojos verdes y brillantes, y se dio cuenta, que indefectiblemente, estaba perdida en el amor.
Amor.
Félix podía hacer de ella lo que quisiera.
Ella lo complacería, siempre.
Amor.
"Inglaterra, sinónimo de amor".
Sinónimo de Félix.
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Félix le canta sonetos de Shakespeare, el 18 para ser exactos, y le canta una belleza de canción "Only love can hurts like this" de Paloma Faith.
Oh el amor, cómo nos hace sufrir, cómo nos hace gozar.
Más paciencia.
Más valor.
Recuerden que podemos conversar en IG.
Muchisimas gracias a los que comentan, son una agradable sorpresa. Os quiero infinitamente.
Un fuerte abrazo
Lordthunder1000.
