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El Otro Dean
Por Ladygon
Capítulo 2: "Por supuesto" significa "te amo".
Quizás debería vigilarlo antes de que lo encontrara el Dean original y quisiera matarlo por impostor o algo así. Por eso a la mañana siguiente, Castiel tenía una propuesta para el sujeto.
—Pensé toda la noche sobre tu situación y es mejor que te vigile —anunció Castiel.
—¿En serio harás eso?
—Por supuesto.
—Sería un honor entonces.
—¿Un honor?
—Un honor —repitió Dean con seriedad.
Había perdido el hilo de la historia con el otro Castiel del paralelo, porque eso del honor se le pasaba por alto. Es decir, que Dean dijera algo como eso, principalmente, a él, no lo recordaba. También podía argumentar mala memoria, pero eso era imposible.
—¿Vamos a desayunar? —preguntó Dean—. Tengo hambre.
—Por supuesto, hay un local cerca de aquí.
—Fabuloso. Estaré listo en un instante.
Partió al baño para darse una ducha rápida. Castiel esperó con paciencia, lo cual no fue mucho tiempo. Fueron a una cafetería y Dean pidió una hamburguesa doble con queso; Castiel solo una cerveza.
—Que sean dos hamburguesa doble con queso —rectificó Dean, devolviendo el menú a la mesera —. Hace tiempo que no como una de esas —murmuró.
—Estuve en un mundo apocalíptico donde no naciste tú, ni tu hermano Sam, pero había una versión mía —contó Castiel.
—¿Y cómo era esa versión? —preguntó Dean todo interesado.
—Mala. Se volvió un sicópata loco y torturaba a las personas.
—¡Oh! ¿Y qué pasó?
—Lo maté.
Dean miró al ángel y asintió con lentitud.
—No habían hamburguesas en ese apocalipsis —remató Castiel.
—No, en el mío tampoco las había. Ni pizzas, ni frituras, solo cosas en latas y cosechábamos. El agua era muy escasa y casi fue un alivio que no hubiera humanos, porque no alcanzaba lo poco que había.
—Los humanos de ese mundo apocalíptico, los trajimos hasta acá. Huyeron a este mundo con nuestra ayuda —informó Castiel.
—Ya veo. Yo también tenía la intención de traer a algunos para acá, pero el ataque me tomó por sorpresa y no pude.
—Nosotros tuvimos suerte.
—Dime cómo fue que salvaron este mundo —solicitó Dean.
Castiel tomó aire, dijo que era una larga historia, pero Dean quiso escucharla igualmente. Contó lo que no pasó en su mundo, es decir, Chuck les dijo donde sería el encuentro de Miguel con Lucifer. A Dean le sorprendió el hecho de que Chuck fuera Dios, porque nunca lo supo. Dios solía lanzar el apocalipsis e irse a otro mundo a fastidiar. Por lo que entendió, nunca se daba la tarea de ver su obra de destrucción.
—¿Cómo estamos aquí entonces? —preguntó Dean.
—Ya lanzó su último ataque y lo detuvimos. Se fue —dijo Castiel.
—Es un alivio.
—Sí, estaba pensando tomarme vacaciones.
—¡Qué buena idea! Siempre quise ir a pescar contigo a la montaña, pero con todo eso del apocalipsis no pudimos.
—Yo también estaba pensando ir de pesca.
Dean sonrió en complicidad. Castiel pensó que le gustaba mucho este Dean, pese a lo diferente que era del que conocía desde siempre. Esa diferencia no le molestaba para nada y le agradaba.
Viajaron en un nuevo vehículo que encontró Castiel. No era tan feo como el último que encontró, pero servía. Dean dejó que Castiel condujera para sorpresa del ángel, e hizo el alcance que debían deshacerse del vehículo porque debían estarlo buscando por robo. A Castiel le hizo sentido esto último, así que lo abandonaron cerca de la carretera y caminaron hasta el pueblo. Ahí debían conseguir otro vehículo.
—No quiero comprarlo con la tarjeta —dijo Castiel mientras caminaban uno al lado del otro.
—¿Por qué no?
—Porque… —Hizo una pausa—. Sam y Dean se enterarán.
Dean abrió los ojos con sorpresa y luego le coloca una mano en el hombro.
—¡Oh, man! ¿Quieres hablar de ello? —le pregunta Dean, suavemente.
—No hay mucho qué decir. Dean me culpa de la muerte de su madre.
—Pero si a ella la mató un demonio —dijo Dean asombrado.
—Después revivió y volvió a morir.
—¿Por qué no me cuentas la historia de camino al pueblo?
Ya le había contado la historia de Chuck y ahora tendría que contarle la de Mary. Así que iría por partes para darle el mejor cuadro, aunque no podría contarle todo, eso sería cuestión de días o meses. Esperaba tener el suficiente tiempo para poder explicar todo el asunto, desde que conoció a Dean, o desde que Miguel y Lucifer terminaron en la jaula.
Dean escuchó en silencio toda la historia y en verdad se sorprendió con las vueltas de cada historia hasta sus conclusiones. Ni en sueños pensó que este mundo sería tan complejo como el suyo.
—¿Y siguen luchando? —preguntó Dean.
—No, Chuck lanzó su último Apocalipsis y se fue. Creo que te lo dije.
—¿Pero, cómo estás tan seguro de que no volverá?
—Porque es su forma de hacer las cosas. En todos los mundos hace lo mismo, además él lo dijo.
—Entonces, es una realidad que ya no tienes que seguir luchando contra nada. Ahora eres libre como para hacer lo que quieras.
—Supongo que es correcto.
Llegaron al pueblo a tiempo para descansar con un buen almuerzo. Eso consistía por supuesto en hamburguesas y frituras de todos tipos. Dean por sobre todo, Castiel solo para aparentar el comer, aunque teniendo a Dean en su mesa, no llamaría la atención en absoluto.
—Después de esto, podemos ir por un vehículo —dijo Dean con la boca llena.
—Por supuesto.
—Me encantas cuando dices eso —confesó Dean.
—¿Decir qué? —preguntó curioso Castiel.
—"Por supuesto". Es como si me dijeras "Te amo".
Castiel lo miró sorprendido y luego bajó la vista como si estuviera pensando al respecto en profundidad. Tomó un trago de su cerveza.
—Puede ser.
—Lo es y me gusta —repitió Dean.
El ángel no supo la razón, solo sonrió con ligereza. Le agradaba este Dean, era un ser abierto, algo nuevo y desconocido en el Dean que conocía.
—¡Hey, maricas! ¿Por qué no se largan?
Dean miró de dónde venía la voz. Nunca cambió su rostro de seriedad y miró al sujeto desagradable, musculoso y grandote, el cual los estaba increpando en ese restaurante. También tenía una barba corta, pero descuidada. Castiel miró al hombre con la misma poca curiosidad que Dean.
—Cómo te decía —dijo Dean, ignorando al hombre y volviendo a la conversación—. Te amo, me gustaría seguir contigo, sino te importa.
—A mí me importa, marica ¡Ya vete de aquí! —alzó la voz el sujeto.
Castiel miró a los clientes del lugar, los cuales volvieron su interés en ellos. Dean hizo un movimiento, el cual leyó casi perfecto el ángel, sabía lo que venía, así que dio un suspiro. El cazador ni siquiera miró al sujeto antes de golpearlo. Él solo estiró el brazo y le dio medio a medio en la entrepierna con un golpe, seco, preciso que lo hizo doblarse. En ese momento aprovechó, agarró su cabeza y la plantó en la mesa, todo esto sin moverse de su lugar. El cuerpo cayó inerte en el pasillo.
—Deberíamos irnos —dijo Castiel.
—Es una lástima, quería probar el pay.
—Podríamos llevarlo.
—Buena idea.
Los hombres se levantaron de la silla frente a una multitud asombrada por lo que había pasado.
—No tengo dinero —dijo Dean—. Ya sabes, de donde vengo, no hay.
Castiel dejó el dinero en la barra.
—Y un pay para llevar —agregó Dean.
—Dean.
Dean miró atrás y vio a un grupo de hombres que los rodeaban. Eran cuatro, así que no tenían problemas en darles una paliza a todos ellos, Castiel esperó la señal para comenzar la pelea.
—Por favor, Bill, no comiencen, el arreglo anterior costó caro —dijo la dueña del local.
—¡Cállate Myriam! —respondió Bill.
Castiel vio a la mujer que tiró el paño al mesón, frustrada con la situación y le dio pena. Se notaba que era un negocio humilde, el cual sería destruido por ellos con el primer golpe.
—¿Saben qué? —dijo Dean con cuidado —. Creo que la señora tiene razón.
Sacó su pistola tan rápido, que todos quedaron sorprendidos. Apuntó el arma a la cabeza del que estaba más cerca, es decir, Bill.
—Creo que un poco de sangre en el suelo se puede limpiar con facilidad —argumentó Dean.
Los tipos estaban sorprendidos, porque no era solo el arma, sino quien apuntaba, ya que todo en él gritaba la palabra "asesino". Castiel estuvo seguro, después de conocer tanto tiempo al cazador, de que dispararía a los cuatro hombres a sangre fría. Esto estremeció su corazón, puesto que no era el mismo Dean, este estaba acostumbrado a una guerra cruel donde matabas o morías y tenía ese click con él, por eso debía hacer algo.
—Yo tengo una mejor idea —dijo Castiel—. No se muevan, sino quieren perder su vida.
Dean arrugó el ceño, pero cuando levantó su mano con dos dedos, supo qué haría su ángel y sonrió malévolamente. El sujeto le hizo el quite a los dedos de Castiel, pero Dean apuntó su arma con firmeza. Con un mohín en los labios y miedo se quedó en su puesto. Los dedos hicieron su trabajo. Bill cayó al suelo como saco de patatas frente a la mirada atónita de todos los demás.
—Bien, nosotros nos vamos y se quedan aquí tranquilitos. Que nadie nos siga o volveremos y los dormiremos a todos —dijo Dean como esos gánster del cine después del atraco a un banco.
A Castiel le recordó unas de esas películas que acostumbraba ver con Dean, pero no de gánster, sino de vaqueros, cuando asaltaban la diligencia. De una u otra forma, Dean dio el efecto que deseaba y asustó a todo el mundo. Si lo vieran de otra perspectiva, parecía que acababan de asaltar el local donde se subirían al vehículo y partirían a toda velocidad, salvo por el pequeño detalle de que no tenían vehículo.
—Creo que debemos comprar ruedas antes de cualquier cosa —dijo Dean.
Apuraron el paso y casi corrieron para alejarse del lugar pronto.
—Quizás debamos robarlo —murmuró Dean.
—Tenemos dinero —dijo Castiel—. No debí deshacerme del mío.
—¿Y por qué lo hiciste?
—Porque no quería que me encontraran Sam y Dean.
Dean guardó silencio, este se hizo eterno.
—¿En serio te dijo que estabas muerto para él? —preguntó Dean.
—Sí.
—Es un idiota.
Castiel no dijo nada, pero el silencio otorga. Se veía dolido, así que Dean no dijo nada más. Estaba dañando a su ángel, solo con el recuerdo y esperaba que ese maldito Dean no se le topara en su camino, porque lo haría puré de los muchos golpes que le daría. Nunca dejaría que nadie lastimara a su ángel, mucho menos una versión retorcida de sí mismo. Su pobre y hermoso angelito. Ese Dean no sabía nada debía estar verdaderamente perdido, si era capaz de decir tal burrada.
—Es mejor que nos apuremos —dijo Castiel.
Era cierto, entre más tiempo se quedaran en ese pueblo, podrían traer a la policía, así que pararon en la primera venta de vehículos usados y compraron uno que pudieran costear sin usar las tarjetas de crédito, las cuales podrían rastrear. Dean le hizo una revisión rápida al vehículo, era una chatarra, pero funcionaría por el momento. Así que llenaron los papeles con las identificaciones falsas de Castiel. A este le pasaron las llaves y fue a dárselas a Dean, quien estaba detrás de él, todo el tiempo como cuidando su espalda.
—Conduce tú —le dijo Dean.
Castiel pestañeó varias veces como no creyendo lo que había oído.
—Es que no tengo licencia de conducir —se disculpó.
—Ah, claro —razonó Castiel.
Subieron al vehículo y se fueron lo más rápido que pudieron. Eso fue muy efectivo, porque por el espejo retrovisor divisaron a los hombres de la cafetería.
—Tuvimos suerte —dijo Dean—. Toda suerte es buena, pero sospechosa.
Castiel iba manejando, sintiéndose extraño. Pocas veces pasaba esta situación y Castiel podría contar dos veces con esta, en todo el tiempo que conocía al cazador, donde Castiel estaba al volante y Dean en el asiento del copiloto. Se sentía tan familiar y exquisito. Le fascinaba de una manera generosa, como también muy pura.
Fin capítulo 2
