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Los verdaderos paraísos, son los perdidos.
- J.L. Borges-
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CUANDO VOLVAMOS A VERNOS
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CAPITULO 6
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Adrien exigió una explicación, días después de su primer (fatídico) encuentro. Solicitó una entrevista, primero con ella, a solas. Marinette se negó. Luego, desesperado por su despido irracional, pidió una intervención con su padre. Marinette continuó negando una entrevista.
Pero un buen día, justo cuando Gabriel Agreste iba a meter las manos en el asunto, Manon Chamack apareció en el vestuario de los hombres, ruborizada y presurosa, ella caminó sin mirar a ninguno de esos hombres esculpidos, y estiró una mano, alcanzándole a un semidesnudo Adrien Agreste un sobre pequeño y blanco.
- Mi ama… perdón, mi jefa, te manda esto. – Manon temblaba cuando Adrien sujetó el sobre. – Ahora me voy y por favor, hazle caso a ella. –
Prácticamente corriendo, la joven ayudante huyó sin mirar a ningún otro sitio que no fuera la puerta. Adrien abrió el sobre y encontró una tarjeta, con una dirección, tenía una fecha y hora indicada, por lo que asumió que era una cita. Una cita de negocios.
La dirección coincidía con una panadería en el distrito XVIII de París, cerca a Montmartre. De la panadería escapaba el humo y la fragancia, las luces y el calor de los hornos y de las hogazas. Había gente, bastante, atiborrando por completo el local. Esperó a que se fueran para poder entrar. Un hombre gigantesco con cabello entrecano atendía, presuroso y solícito, mientras una señora bajita y oriental se encargaba de ordenar y rellenar los escaparates.
Apenas tintineó la campanilla de la puerta, ambos panaderos giraron la vista, para recibirlo con amabilidad.
- Buenos días, señ…- dijeron los dos, marido y mujer, al unísono.
Y ambos, dejaron suspendidas sus palabras al verlo.
Asombrados.
- No es posible. – escuchó que susurró la pequeña señora.
- No, no puede ser. – dijo un poco más fuerte el panadero grandullón.
Casi de inmediato, por detrás del mostrador, Adrien Agreste vio a aparecer a su diseñadora favorita, la Medusa de su corazón, a Marinette Dupain-Cheng.
Preciosa.
Perfecta.
Ella llevaba el cabello suelto, ropa menos formal y unas gafas de miopía con poco cristal. Alguien totalmente diferente a la escueta y estricta diseñadora que veía a diario.
- Mamá, papá, él es Adrien Agreste, un modelo de la empresa donde trabajo. –
Adrien vio, cómo los padres de ella se voltearon a verla, bastantes atontados. Al parecer, no entendían nada. Ni el porqué Adrien estaba ahí, ni el porqué ella estaba ahí.
- Les comenté que iba a recibir visitas. - añadió Marinette, tratando de justificarse, a la vez que se acercaba a Adrien, colocándose a un lado de él.
Sabine Cheng fue la primera en acercarse, lo escudriñó con la mirada, lo miró de pies a cabeza.
- ¿Eres francés? – preguntó acuciosa.
- Sí, sí, nací en París hace veintiséis años. Mi padre es …-
- No tienes familia en Reino Unido, ¿verdad?- inquirió súbitamente el padre de Marinette.
Adrien les sonrió, sabiendo que era su mejor arma para derretir al enemigo.
- No, todos somos parisinos. –
Se sintió observado, como un animal en el zoológico. Habían conversado con él, pero no le habían ofrecido ni un vaso de agua, ni un trocito de ningún croissant. Ni siquiera le ofrecieron sentarse. No los imaginó tan toscos ni ariscos.
Marinette lo cogió del brazo y lo llevó hasta la puerta.
- Vamos a caminar. Creo que debemos conversar. -
Adrien, atento y servicial, volvió a sonreír, esta vez mucho más tierno que antes, puso su mejor mirada y agradeció conocerlos, sinceramente.
No, no habían sido amables.
Pero no entendía porqué.
- Verá, Monsieur Agreste, yo soy una persona con carácter y dejo que mi imaginación vuele, pero puedo ser intensa en mis ideas, persistente en mis actos. Considero que usted es lo que no necesito para mi línea de ropa. Si lo he citado aquí, ha sido en deferencia a su padre, que resulta que es mi mentor. Y para explicarle, el porqué no lo quiero ver con mis diseños... -
Habían caminado en silencio bastantes metros, hasta llegar a Place du Vosges, el día estaba soleado a pesar que el invierno empezaría pronto.
- ...además, no me importa lo que su padre sea. ¡Yo no tengo jefes, no tengo necesidad de someterme a nada, ni a nadie!. –
Marinette altiva, dirigió su mirada azul y triste, y furiosa, dispuesta a enseñarle a ese blando modelucho que ella era la que mandaba, la que despedía y contrataba. Pero Adrien no se amedrentó y curioso, y picado en su orgullo, exigió una oportunidad, una pasarela, o un anuncio en la TV. Algo, de alguna manera.
Sin verlo venir, Marinette sintió cómo las manos de Adrien aterrizaban en sus hombros, meneándola casi sin control.
- Por favor, por favor, por favor. – gimió Adrien, insistente.
Y por un instante, la mente de Marinette voló lejos, recordando dónde había escuchado esas mismas palabras, casi de la misma manera.
*.*.*.*
Cinco años antes.
Felix la tenía sujeta de los hombros, mientras un antifaz le cubría los ojos. Él la llevaba a rastras, hacia un lugar desconocido. Ella, alegre y amada, reía por debajo de la tela y sin oponer resistencia, se dejaba llevar.
- No tan rápido, Fé. Me voy a caer.-
Desesperado, él la cogió de las piernas y se la cargó al hombro, como si fuera un fardo de tela. Sus gritos se confundieron con sus risas y carcajadas y luego con sus gemidos, porque Félix empezó a pellizcarle las nalgas y la entrepierna, en tanto llegaban a su destino.
- Bájame, bájame ya, pervertido. – debatió Marinette, en tanto que su novio, la hacía descender con el mayor cuidado posible.
- Cielo, por favor, déjate llevar. Ahora te quitaré el antifaz y abrirás los ojos lentamente.-
Ella apenas le quitaron la prenda sobre los ojos, los abrió de manera abrupta e intempestiva, sin hacer caso de lo que Félix había dicho.
- ¡Félix!. – gritó exultante. – ¡Es precioso!-
Y de inmediato, se colgó de su cuello y procedió a comerle la boca con besos ardientes y desesperados.
- Gracias, gracias. – musitaba Marinette, con la lengua de él ya metida entre sus dientes.
Un Ducati, con el chasis hecho a mano y un motor que gruñía cada vez que lo encendías, le esperaba a las puertas de su atelier.
Era un monstruo negro y gris, de acero y gasolina.
Y era un regalo por su cumpleaños.
Cuando ella dejó de besarlo, Félix la abrazó elevándola del suelo.
- Y mira, mira lo que tengo.-
De un compartimento, debajo de la silla, Félix extrajo dos cascos, uno rosa y otro negro, con letra muy pequeña, cada casco llevaba inscrito el nombre de cada uno de ellos.
Félix se retiró la gabardina, y del mismo compartimento, sacó una chaqueta de cuero con apliques de acero en el hombro. Su chaqueta de motorista.
- Oh, Félix, te amo tanto, quiero comerte a besos.-
Marinette empezó a reír, mientras Félix intentaba colocarse el casco.
- ¿Cómo me veo, cariño? –
Delicioso.
Guapísimo.
Perfecto.
Sus ojos verdes destellaban desde el fondo de la visera. Con el casco puesto, era incluso más alto de lo que parecía. Marinette le tocó la chaqueta, ajustando la cremallera, como si fuera la porcelana más fina, la seda más costosa. Pasó sus dedos sobre las tachuelas de metal.
Se relamió los labios, también.
Se humedeció su entrepierna, por supuesto.
Ella cerró los ojos, para que él pudiera calzarle su casco rosa. Después, Félix la llevó en volandas hasta la moto y la hizo montar, con una pierna a cada lado. A continuación, él se montó delante suyo y la obligó a abrazarle por la cintura.
Apretó las manijas de ambos lados, el motor se encendió, un rugido se emitió.
- ¡Fé, Fé!. – gritó Marinette. – ¡Tengo miedo! ¡Por favor, por favor, por favor! -
Pero Félix seguía riendo, mientras juraba que no iba a pasarle nada, que jamás le pasaría nada. Le prometió seguridad y adrenalina, emoción y placer.
Marinette cerró los ojos, sabiendo que Félix ganaría esta partida, como siempre. Rindiéndose ante él, ella inhaló su perfume, su esencia.
Félix olía a piel y cuero.
A cavernícola inglés.
A roble con pizcas de cedro.
A gasoil y asfalto.
Félix olía a peligro.
Marinette apretó fuertemente sus manos, apenas sintió un vacío en el estómago. Las ruedas chirriaron sobre el asfalto. Gritó, nuevamente, pero el ruido del motor y la risa de Félix amortiguaron sus quejidos.
- Que no pase nada. - rogaba Marinette a su destino. – Por favor, por favor, por favor. -
Pero el destino no tiene oídos, ni tiene corazón.
Tal vez si ella lo hubiera sabido en ese momento.
Derrapó, por tercera o cuarta vez, sin salirse de la carretera pero tan inclinado, que rozaba el asfalto. Marinette, detrás suyo, ya había dejado de gritar para sólo respirar superficialmente, tratando de acallar aquel ataque de ansiedad que estaba sintiendo. Tenía los dedos agarrotados sobre su chaqueta negra de piel, le dolían los brazos de lo fuerte que lo apretaba.
- Félix- susurró con el último aliento que tenía. - Suficiente, por favor, detente, amor, por favor. -
Por favor, por favor, por favor.
Él se detuvo, en el primer terraplén que halló en el camino para descansar. Un vapor procedente del caucho quemado de los neumáticos, les inundó la nariz. Las gotas de aceite se mezclaban con el combustible, llenando su pecho de mareos y vértigos, y náuseas.
Marinette, temblando, soltó su torso, y se lanzó suicidamente hacia un lado, muriendo de desesperación.
Pero él, riendo divertido, la cogió en brazos antes que su cuerpo contactara con el suelo.
- Cielo, tampoco fue para tanto. -
Ella quiso matarlo, quiso arrancarle la piel. Malamente, Marinette se deshizo de su abrazo y se arrancó el casco de la cabeza, él hizo lo mismo. Félix estaba despeinado, pero con rapidez, se pasó los dedos sobre el pelo y lo alisó, casi a la perfección. Él la miró fijamente, dejo caer el casco y se acercó rápidamente hacia su novia.
Marinette retrocedió, respirando muy mal.
- Te odio. - masculló.
Justo en ese momento, Félix la volvió a coger entre sus brazos y la elevó para poder acceder a sus labios con facilidad.
- No, cariño, no lo haces - murmuró, masticando esas palabras.
Suavemente, como quien pide permiso, Félix le besó los labios, besos cortos para ir tanteando el camino, luego besos intensos, al ver que ella no se arrepentía.
En los siguientes minutos, él ya la había llevado de vuelta a la moto, la había montado en ella, la había tumbado a lo largo, y le había quitado una manga del pantalón, junto con la ropa interior.
Ella no se negó.
Ella lo dejó hacer.
Fláccida y aturdida por su emoción, Marinette separó más las rodillas, acomodó mejor la cadera sobre el asiento, aún estirada sobre la silla, y obnubilada, y perdida, y tremendamente excitada, Marinette estiró su espalda hacia atrás, entregando sus pechos, su aliento, su amor.
Él dio un gruñido.
A ella se le partió la voz.
Por favor, por favor, por favor.
Por favor.
Si tan sólo el destino...
Si tan sólo el amor...
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Félix montado en la moto, es para mí, un placer personal. Mi tóxico. Tu tóxico.
Más paciencia, más valor.
Un fuerte abrazo
lordthunder1000
