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Es una mujer buena y encantadora. ¿Qué culpa tiene de que todos se enamoren de ella y la sigan como sombras?
- Leon Tolstoi. Anna Karenina. -
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CUANDO VOLVAMOS A VERNOS
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CAPITULO 10
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La luz entraba potente, por el amplio ventanal de la habitación. Había amanecido. Marinette abrió los ojos, con pesadez. Un sabor agrio, como de alcohol macerado, apareció en su boca. Supo, de inmediato, que estaba amaneciendo post borrachera apocalíptica.
Se frotó los ojos y bostezó levemente.
Parpadeó tratando de enfocar la vista.
Un suave sonido proveniente al lado suyo la sorprendió.
Alguien estaba respirando.
¡Félix!, pensó de inmediato, con la mente confundida. No, no, corrigió y súbitamente, una profunda tristeza la embargó.
¿Quién entonces, quién...?
Pero cuando giró la cabeza, gritó sin sonido ni voz, aterrorizada, tapándose la boca con ambas manos. Había un hombre rubio en su cama sin ropa ni pijama, durmiendo, placenteramente.
Desesperada y fuera de sí, Marinette se levantó, y así como estaba, desnuda, se metió en el baño, abrió el grifo de la ducha, y volvió a gritar, metiendo la boca bajo el chorro de agua. Esta vez, sí que la voz salió, aunque trató de amortiguarlo. Y mientras lo hacía, todos los sucesos de horas antes, se le agolparon en la cabeza, sin clemencia.
Adrien Agreste despertó sobresaltado, al sentirla huir, corriendo despavorida, para luego oírla gritar, dentro del baño. Marinette se arrepentía, coligió sabiamente Adrien, se arrepentía de lo suyo, de esa noche. La alegría momentánea que había tenido al saberla suya, fue barrida por el descubrimiento de saberse un error.
Un rubio error.
- ¡Quiero que te vayas!- le gritó ella, cuando él tocó la puerta.
- Debemos hablar, Marinette, por favor. -
Adrien pensó que tal vez estaba enfadada porque ella había estado ebria, o en el mejor de los casos, resacosa. Tal vez estaba molesta a consecuencia del estrés. Él no podía imaginarse por qué Marinette había huido. No podía. Inseguro de todo, y especialmente de sí, Adrien se miró al espejo del tocador, y se descubrió perfecto, rubio y de ojos verdes, alto, con cuerpo de modelo bien trabajado, él se sabía guapo. No entendía por qué ésa mujer ofrecía tanta resistencia ni por qué tenía tanto terror.
Un desafío.
Un problema.
Un amor.
Para Adrien, tenerla entre sus brazos mientras la invadía de abajo a arriba, había sido, arrebatador. Nunca pensó que el sexo pudiera tener tanto color: azul de sus ojos, rosado de sus labios, negro de su pelo, multicolor en el orgasmo, ni tampoco que tuviera sonido: su nombre susurrado, sus gemidos pausados, sus letanías a un dios desconocido. Una mujer candente, ígnea. Intensa y quejumbrosa.
Oh, Marinette.
Su Marinette.
Cuando ella escapó del baño donde se había metido, un par de horas después, tenía el cabello mojado y estaba envuelta en una nube de vapor. Pasaba ya del mediodía. Sus ojos estaban rojos y congestivos y sus labios hinchados.
Adrien había tenido tiempo suficiente para poder ordenar sus ideas, planificar el asalto y programar la batalla. Cogió aire, reunió valor. Lanzó un dardo cargado de verdad y anhelo, de sueños y de amor:
- Te amo, Marinette. Tenía que habértelo dicho...pero yo no me arrepiento de nada. De nada de lo que hice anoche. De lo que hice contigo.–
Se lo dijo con decisión y sin tartamudear, con la cabeza en alto. Luego, al ver que la dejaba de piedra, Adrien se acercó y sin esperar más, la abrazó entera, rodeándola con su cuerpo. Apoyó su mentón en su hombro y musitó, sabiendo que entregaba su corazón.
- Prometo hacerte feliz. Yo, Adrien Agreste, te lo prometo. -
Hacía unos años, alguien le había prometido lo mismo y no había cumplido. Hacía unos años, ella había amado y había sido feliz, ¿por qué tenía que venir éste a prometerle lo mismo?
Marinette cerró sus ojos, melancólica.
No quería amarlo.
No quería sufrir.
Y principalmente, no quería olvidar.
Félix, te amo tanto.
Durante unos largos minutos, Adrien permaneció abrazando a Marinette. Ella no se movió, ni dijo nada. Sólo cerró los ojos, recordando a su Félix. También rubio, también de ojos verdes. La vida había sido injusta con él. Pero ella sería fiel y leal, ella se quedaría a su lado, aunque él ya no esté. Aunque él, se haya ido. Ésa había sido su promesa: amarlo para siempre.
Aunque nada es para siempre, sabía ahora ella, salvo el amor.
Y ella iba a demostrarlo.
La muerte nunca podría separarlos.
No.
Ella sería suya, hasta volver a verlo nuevamente. En el más allá, o en sus sueños, donde sea que estuviese.
Salvo el amor.
Porque cuando cerraba sus ojos, Marinette veía a un hombre alto, inglés, vestido elegantemente y con el cabello estrictamente peinado. Al abrirlos, ella se encontraba con otro hombre, un poco más esculpido, no tan alto, con el pelo rubio alborotado y que tenía la peculiaridad de hablar aunque nadie le estuviese hablando a él.
Adrien.
De repente, Marinette se dio cuenta que cada vez que Adrien Agreste la tocaba, no le generaba ni asco ni antipatía, ni dolor ni extrañeza. Cuando él la tocaba, ella notaba el tacto cálido de su piel, la tonalidad confortable de su voz, y la tibieza de su aliento.
Sorprendida, sorprendida de su lamentable olvido el día anterior, y de ése terrible descubrimiento sobre Adrien esa misma mañana, Marinette no tuvo más opción que aceptar el gesto tierno del dios carnal blondo y macizo, así que, temblando, y sin saber muy bien que hacía, Marinette estiró los brazos y le contestó el abrazo a ese rubio de infarto.
No se sentía mal.
Amaba a Félix, sí. Lo amaría hasta el final, hasta que las constelaciones se apagasen, y el sol se volviese un témpano. Para siempre. Eternamente.
Pero estaba Adrien, quien le estaba entregando calor y cariño, atenciones y placer. ¿Volver a amar? ¡Pero si nunca dejó de hacerlo! Sólo que ahora él estaba ahí, rodeándola con sus brazos. Y Marinette, por un instante, volvió a sentirse querida.
Quizá no sería mala idea permitirse algún destello de felicidad.
La vida sólo dura dos días, Marinette, escuchó que su cabeza le decía. ¡Y qué cierto era!
Ser feliz, un pequeño momento, sí, quizá sea una buena idea.
Quizá.
*.*.*.*
Tres años antes
Odiaba París.
Odiaba a la gente que caminaba por la calle y que reía, sin razón.
Odiaba a los clientes de la panadería.
Odiaba principalmente a la vida, o al destino, y también deseaba la muerte. Luego se arrepentía de sentir eso. Después se ponía a llorar. Para cuando terminaba un día, se daba cuenta que no había comido nada. Y cuando intentaba comer, por obligación y no por hambre, simplemente lo vomitaba.
Continuaba ese ciclo infinito de lástima, lágrimas, soledad y tristeza.
Melancolía.
Desazón.
Y el sabor amargo de una despedida que nunca pudo decir.
- Adiós, Félix, vuelve pronto, por favor...- pensaba casi todos los días, recreando un adiós mudo y ausente.
Una tarde, sus padres, preocupados por ella, la llevaron con engaños a una amplia oficina de suelo de parqué y paredes apaneladas de madera. Una gran alfombra blanca en el suelo, un escritorio y dos sillas, puestas una enfrente de la otra. Marinette intuyó qué sitio era ese, intuyó para qué la habían llevado.
De improviso, una mujer entró, vestida con traje formal y gafas de pasta, bastante mayor que ella. Se sentó detrás del escritorio, ocupando una de las sillas.
- ¿Dupain-Cheng, Marinette? - preguntó la mujer. Marinette sólo asintió con un leve movimiento de cabeza. - Tus padres me han dicho lo que ha sucedido. Hace ya un tiempo de eso, ¿verdad?-
Un tiempo.
Una eternidad.
A veces a Marinette le dolía el pecho tanto como el primer día, cuando la llamó la policía y le dijeron, sin muchos aspavientos, lo que había sucedido.
- Un tiempo, sí. - musitó, arrastrando las palabras.
La mujer con gafas se recostó en su asiento, y cruzó los dedos. La miró fijamente. Suspiró, impasible.
- ¿Quieres hablar de eso, Marinette? -
¿Hablar? ¿Decir? ¿Contar acaso que me duele el corazón como si estuviera partido, como si un latido se sintiera aquí en el pecho, y el siguiente, al otro lado?. O como si le faltara un sonido, como si el reloj sólo dijera tic, cuando debiera haber un tic-tac?. Partido y destrozado. Un junco doblegado, un nenúfar que se hunde en el pantano. Voy en caída libre hacia abajo.
- No. - respondió Marinette. - No quiero hablar. -
La mujer con gafas miró hacia la ventana más grande de la habitación, luego revisó su escritorio con la mirada, estiró una mano y cogió un folio y un bolígrafo.
- ¿Quisieras escribirlo, al menos? - insistió dulcemente.
Escribir qué, ¿Que le he perdido?. ¿Que despierto por las noches, con el cuerpo entumido, de frío y de hambre, de sed y vacío?. Y yo recuerdo nuevamente, por qué él no está aquí, por qué él no está conmigo.
- No, gracias. - contestó Marinette, murmurando.
- O al menos dibujar, Marinette, dibujar algo que estés pensando, algo que quieras trasmitir. - La mujer estiró su mano, alcanzándole el folio sujeto a una tablita y un bolígrafo de tinta azul. Marinette, más por costumbre que por deseo, no desdeñó esa mano sino que cogió lo que le estaba entregando.
Escribir qué, ¿Que eras mío? ¿Que grito tu nombre en mis pesadillas y despierto y veo que no estas vivo? Me ahogo al despertar, con la angustia atravesada en mi pecho, y las lágrimas no se secan, sino que emergen cada vez que respiro. Me asfixio y pienso, ¿dónde está? ¿adonde se ha ido? ¿por qué me ha dejado y no me ha llevado consigo?
- No...no quiero hacer nada de esto. Lo lamento, en serio. - Con dulzura y amabilidad, Marinette dejó la tabla y el bolígrafo sobre el escritorio. Luego se recolocó mejor en el asiento, y con absoluta entereza, levantó la vista y habló directamente con la mujer. - No quiero nada de esto, yo estoy...bien...O lo estaré...pronto...-
O nunca. No, no estaré nunca bien. No, no quiero estar bien.
- Lo entiendo, Marinette Dupain-Cheng, entiendo lo que me dices, pero...¿por qué no lo intentas en casa? ¿escribir? ¿dibujar? La próxima vez que nos veamos, podríamos hablar de eso, o simplemente me puedes mostrar lo que hayas hecho. ¿Sabes? No sé cómo era tu Félix, ¿podrías dibujármelo para yo conocerlo? Podría pedirte una foto, pero creo que nadie lo dibujará como tu. ¿No te parece buena idea, Marinette? Así, yo también sabré cómo era. -
Marinette parpadeó, confundida. Con temor y desesperación, se dio cuenta que había pasado mucho tiempo sin dibujar su silueta, ni su rostro. Por un momento, se olvidó del color de su mirada y de la tonalidad de dorado que tenía su cabello. Al siguiente segundo, lo recordó. Pero...por un momento, por un momento lo olvidó. No. Eso ella no quería, quería recordarlo, tenerlo presente siempre, en cada segundo del día. No. No podía olvidarlo, no podría.
Nada es eterno.
Salvo el amor.
Y así, para la próxima sesión, Marinette Dupain-Cheng, llevó un lienzo mediano, hecho con pasta al agua, le tomó tres noches hacerlo. Un día en secarlo, otro en darle los últimos toques. Era un retrato de él. Con la gabardina con la que lo conoció, y la bufanda que llevaba el día en que murió. En una esquina del lienzo, Marinette colocó su apellido como firma de autor. La mujer con gafas contempló el resultado y sonriendo, tomó de la mano a Marinette y le susurró tiernamente.
- Sí que era guapo, ¿no?. -
Marinette asintió con mucha fuerza y ánimo.
- Su cabello se volvía más rubio con el sol, y su piel en verano, adquiría un tono bronceado...pero le duraba muy poco. Era inglés...de Londres, aunque se crió en Escocia, ¿sabe?, ahí todo es nublado y húmedo, desayunan alubias y té, siempre té. Y tocaba el violín...oh, espere, creo que tengo algo aquí...- Con rapidez, Marinette abrió su portafolio y le mostró los bocetos que había hecho durante la semana. - Así, aquí, un violín. Era un experto en el violín, sus dedos volaban sobre las cuerdas, y yo, yo aplaudía cuando él terminaba de tocar, él me hacía una reverencia, hacía girar su arco como si fuera la vara de una gimnasta. Y luego, volvía a tocar...y...-
Durante horas, Marinette habló de él, de lo que era, de lo que había sido. Desde ese día, ella entendió que si lo mencionaba o lo recordaba continuamente, sus memorias no se borrarían, sino que perdurarían en el tiempo. Cambió las lágrimas por los recuerdos, por melancolía en vez de depresión.
Y sus sueños, los que compartía con él, los que dejó en Londres, los atesoró en un diario, junto con sus otros recuerdos. Con sus fotos y sus regalos, con las llaves de su departamento, con la orquídea amarilla que un día le regaló, con su estilográfica, con su cepillo de pelo, con sus gemelos.
Y escribía, para no olvidar, para no dejarlo partir:
¡Oh Felix! ¿Recuerdas nuestro amor? Tan intenso e infinito. ¿Recuerdas nuestros sueños? Los que tantas noches compartimos.
Ahora tengo nuevos sueños, porque ahora, cariño, me imagino el otro mundo, el más allá, y me recreo en su existencia. Me lo imagino como si fuera una larga planicie verde, llena de césped y árboles en flor, rodeada de pequeñas lagunas o charcos, donde los días serán soleados y el viento no soplará tan fuerte. Un edén, un paraíso. Yo...yo me imagino que he llegado, y en la lejanía, yo diviso tu figura, estás ahí a unos metros más adelante, con tu traje y tu chaleco, y tu corbata, con los cordones de los zapatos tan firmemente anudados y perfectos. Entonces, yo corro a tu encuentro, y tú extiendes los brazos, dispuesto a recibirme en ellos.
Yo acelero mis pasos, y digo tu nombre, desesperada.
- ¡Félix, Félix, aquí estoy!. ¡He vuelto contigo!-
Sé que he vuelto a casa, sé que estoy en paz apenas te miro. Sé qué te diré apenas estemos unidos.
- No debiste dejarme sola. El mundo era gris, sin otros colores ni sonidos.-
Y sueño también que me contestas: - Ya estás en mis brazos, ya todo ha pasado Marinette.- me susurras al oído, mientras me besas en los labios, tierno y comedido.
Y así, abrazados, somos uno. Por fin te he encontrado, a ti que te habías perdido.
También pienso que en esa planicie podríamos construir una casa, con jardín, con columpios y toboganes para esos niños que nunca tuvimos. Para cuidar de esas flores que jamás sembramos. No habría muerte ni distancia, seríamos tú y yo, unidos, hasta el infinito.
Y, si así fuera el más allá, querido Félix, ya quisiera estar contigo.
En cambio, debo quedarme en el camino de los vivos.
Despertar cada día, sabiéndote lejano y vacío.
¿Por qué hemos amado?
¿Para qué he sentido?
Ojalá el tiempo se hubiera detenido, cuando yo te amaba intensamente, y tú me amabas con brío.
Ojalá nuestra historia hubiera acabado contigo y conmigo, casándonos y criando niños.
Un final feliz, un beso en una iglesia.
Un recién nacido en nuestros brazos.
Nos hubiéramos casado, Félix. En Londres, lo hubiéramos hecho. Yo me hubiera confeccionado mi vestido de novia, y hubiera forrado de seda mis zapatos. Yo te hubiera hecho el traje, incluso un sombrero, y te lo habría probado. Saldríamos entonces, el día de nuestra boda, los dos cogidos de la mano, rumbo a nuestro destino.
Yo me montaría en tu moto, me sujetaría de tu cintura, y cuando arrancases el motor, mi velo revolotearía al viento, libre y travieso. Una foto recordando ese momento. Nuestros invitados aplaudirían al vernos, nos daríamos un beso. Ellos seguirían aplaudiendo, yo reiría feliz y tú acariciarías mi cabello. La gente diría: ¡qué pareja más perfecta! ¡qué suerte habéis tenido!
Sí, la pareja perfecta.
Tú, tan severo.
Yo, tan modesta.
Tú, tan intenso.
Yo, tan ligera.
Acaban mis sueños entonces, y apenas me doy cuenta que ya nada será, que la historia tuvo un final, aunque nadie lo haya previsto. No habrá boda, ni niños, ni besos, ni suspiros. Ni toboganes, ni casa, ni alianza, ni anillo.
En cambio, abro los ojos y descubro lo que soy, cómo vivo, un alma rota, un corazón remendado y a trocitos.
¡Oh Félix, si tú no te hubieras ido!
La mujer con gafas contemplaba, asombrada, las maravillosas creaciones de esa joven mujer. Le parecían increíbles. Lo ha estado viendo por meses. Debía decirlo, sabe que debe decirlo. Tal vez logre que esa mujer vuelva a la vida, aunque esté muerta por dentro.
- Tus diseños son perfectos, elegantes, innovadores y soberbios. Creo que deberías mandarlos a concurso, o presentarlos a alguna casa famosa de modas...¿Qué te parece si lo intentamos? - Le dijo un buen día, entusiasmada. - Mira, tengo unos folletos...¡Inténtalo, Marinette! -
Y Marinette metió sus diseños en un sobre inmenso, los envió en correo certificado. Y esperó pacientemente la respuesta. Mientras tanto, siguió zurciendo y bordando un nuevo traje que sería para Félix, el hombre de su vida, aunque él no se lo pondría jamás.
Jamás.
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El 21 de diciembre del año 2018, asistí, como todos los años, a la cena de Navidad que organizábamos en el trabajo. Fuimos casi todos. Compartí mesa con una compañera que me caía superbien, ella era amable y tranquila, era pelirroja y usaba gafas. Yo la estimaba. Aún lo hago. Terminamos la cena tarde, y ella se fue a su casa, riendo y haciendo bromas. Todos sabíamos que pronto se casaría, ya tenía la hipoteca firmada. Su novio estaba en casa, durmiendo, en teoría. Mi compañera, cansada de reir y comer, al llegar, se puso su pijama, no lo quiso despertar. Entró sigilosa, se tumbó a su lado...¿saben? Ésta es su historia, "Cuando volvamos a vernos" la escribí pensando en ella, en su dolor. Porque su novio, nunca despertó. Fue un aneurisma. Para consolarla, como a Marinette, le dijeron que no sufrió, que se fue dormido. Pasaron unos meses. Ella redactó un papel, firmó su renuncia y se fue. Nunca volvió. ¿Qué será de ella? ¿qué hará ahora sin él? Este fic es para tí, M.E., donde quiera que estés.
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Además quiero pedirles disculpas por el retraso, pero he estado con mis achaques de la mediana edad. Nos quedan tres capítulos y pido perdón, nuevamente, por todo esto. Ánimo y gracias por todo.
Un fuerte abrazo.
Randa1 por favor, no le hagas nada a mis muñequitos.
Otro abrazo.
Lordthunder1000.
