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Estoy contigo aunque estés lejos de mi vida: por tu felicidad, a costa de la mía. Pero si ahora tienes tan sólo la mitad del gran amor que aun te tengo, puedes jurar que al que te tiene lo bendigo, quiero que seas feliz aunque no sea conmigo.

- Enrique Bunbury. -

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CUANDO VOLVAMOS A VERNOS


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CAPITULO 11

Una vez que volvieron de Italia, Marinette lo siguió evitando, aunque ya no tan intensamente como antes. Él, emocionado y ya sabiendo a qué sabía su carne, insistía con aún más fuerza. Ahora llegaba hasta la panadería, tragaba croissants y quichés, sentado tranquilamente en una esquina hasta que aparecía Marinette. Sus padres sólo lo observaban, lo atendían en silencio, le daban la bollería caliente y humeante, y todo eso, lo hacían sin decir ni una palabra.

No había comentarios.

No podría haberlos.

Ambos coincidían en las cenas de cumpleaños o en el brindis de alguna firma de contrato. O salían en grupo: los modelos y los del área de diseño. Él le invitaba una copa, volvían a salir, volvían a besarse cuando ella ya estaba hasta arriba de ginebra. Volvían a amanecer juntos, desnudos.

Otro error, uno tras otro.

O tal vez, ya no lo fuera tanto.

Marinette, cada vez que despertaba a su lado, sentía sorpresa y malestar, porque siempre pensaba que era otra persona. Siempre pensaba que era él, que no había pasado nada malo, que todo era un mal sueño, una pesadilla, pero unos segundos después, cerraba otra vez los párpados, recordando que él no estaba vivo, que él no estaría nunca más ahí. Nuevamente, abría los ojos, sólo para encontrarse con una bella mirada esmeralda hambrienta y cariñosa, que la llenaba de besos y de abrazos, mientras la aprisionaba con su cuerpo potente.

No, no se estaba tan mal.

La verdad que no.

Con el tiempo, Adrien empezó a invitarla al cine, a pasear a lo largo del río. Ellos dos solos, sin ninguna compañía. Sin ningún motivo en especial. Marinette titubeaba, tartamudeaba alguna excusa más tonta que la otra. Adrien reía. Al final, simplemente, él la cogía del brazo y la sacaba del edificio. Se colgaba el bolso de Mari al hombro, mientras la aturdía con una conversación amena y divertida. Adrien había calculado bien su estrategia. Y había decidido eliminar el alcohol. Así, el ver una película, o dar una caminata, parecían ser buenas ideas. Porque allí, en esos sitios, ella no podía desviarse ni con la ginebra ni con el ron. De esta manera, Marinette fue consciente de los besos que se daban, de la atracción que compartían. Del tierno roce de sus labios contra los suyos. Del aliento cálido de su boca, de su cuerpo fibroso y joven, y sano y vivo.

Marinette Dupain-Cheng, increíblemente, una tarde a orillas del Sena, después de un lánguido beso, volvió a encenderse por dentro. Como si alguien hubiese tirado un tronco de madera a una pequeña hoguera casi a punto de extinguirse.

Ignición.

Chispazo.

Arranque.

Los besos consentidos se hacían cada vez más largos. Los abrazos eran más compactos. Los cuerpos, más calientes.

Ardor, fuego, pasión.

En un momento, Marinette se encontraba caminando de la mano de él, y al siguiente, ya estaba metida debajo de las sábanas de la cama de Adrien Agreste. Y no tenía frío, ya casi dormía de largo, sin interrupciones, sin tener que ponerse otra manta encima. Ella, quien en los últimos años, siempre tenía las manos frías y usaba el nórdico incluso en verano.

Un buen día de esos, el hijo de Gabriel Agreste la hizo despertar tarde a propósito, logrando que ella olvidara su neceser. Él, astutamente, cogió el cepillo de dientes de Marinette y lo colocó al lado del suyo en el baño.

Otras veces, la obligaba a traer dos mudas de ropa. Ella se iba con la muda limpia, mientras que él le decía que lavaría la sucia. Y así, al día siguiente, Marinette ya tenía parte de su ropa colgando en el armario de él.

Ahora las tardes, eran más intensas, ahora salían, se besaban, se seguían besando y nuevamente, sin darse cuenta, Marinette aparecía yaciendo desnuda en el departamento el cual Adrien recientemente se había comprado. Algunas veces, ella recordaba que debía hacer compras para su taller, y justo cuando le iba a dar al botón de "comprar", Adrien le dictaba su dirección para que ella lo recibiera ahí y luego él, ya trasladaría sus cosas a la panadería.

Eso, por supuesto, nunca lo hizo.

Y así, poco a poco, gota a gota, Adrien Agreste fue destruyendo una memoria y un sueño.

Un adiós y un tormento.

Y los cambió por caricias y susurros, por nuevas esperanzas.

Amor por amor.

Vida por muerte.

Pero no esperó que Félix Graham de Vanily fuera una montaña en el escarpado corazón de Marinette, ni que fuera un muro de roca que resiste el embate de las olas. Infinito, eterno, inmortal.

No lo esperaba, no.

Debería haberlo sabido.

Debería.

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Cinco años antes.

Félix estaba plenamente consciente que su hermosa, amable, cálida, tierna e intensa novia tenía un serio problema de confianza.

De autoconfianza.

Observaba, atónito, cómo Marinette desdeñaba una y otra vez, cuanto traje, vestido, o accesorio, dibujara ella en el papel. La veía diseñar con sus grafitos en su cuaderno de dibujo, justo antes de salir a tomar el Metro que la llevaría a la cafetería donde trabajaba. Al volver de trabajar, él ya había encendido la calefacción y había puesto el agua para el té. Marinette llegaba a casa, empapada de lluvia hasta las rodillas, tiraba el paraguas en una esquina del recibidor, y colocaba sus manos sobre el radiador que tenía más cerca. Ella se quedaba ahí, de pie, agotada después de tanto trabajar, filosofando sobre su vida, tratando de calentarse malamente en una apartamento viejo y pequeño, mal calefactado y con goteras en el marco de las ventanas.

Félix la observaba, apretaba los labios, fingía una sonrisa, le decía cuánto la había extrañado. A él no le gustaba verla así, perdida y agotada, viviendo entre sombras cuando ella era un haz de luz.

Luego, se le acercaba lentamente y le besaba la mejilla, arreglaba su pelo, le quitaba la chaqueta húmeda, la volvía a besar y otra vez, nuevamente, intentaba convencerla de que se mude con él.

- No importa lo nuestro, Marinette. No importa si somos novios hace un mes o hace una semana o hace un día. Pero no puedes vivir aquí, ya no. -

Marinette fruncía el ceño, apretaba los puños. Remilgaba y gruñía, ella alegaba que no era una mantenida, y que él, si no estaba de acuerdo, podía irse cuando quisiera. Félix reía, sujetándose del abdomen, se doblegaba y se volvía a estirar.

- Jamás, Mari, no te dejo ni de broma. Me ha costado muchísimo salir contigo, cielo. -

Y mágicamente, escuchando sus raras declaraciones de amor y ternura, a ella se le esfumaba la ira y la frustración. Escuchando su risa, volvía a calentarse. Viendo su sonrisa, ella también sonreía. Teniéndolo a su lado, ella se sentía completa.

Marinette pensaba que mientras él la quisiese así, todo estaría bien. Todo saldría bien.

Ya con las piernas un poco más secas, Marinette se descalzaba, se ponía sus botas de felpa y borreguito, y se sentaba en el viejo sofá, el que fue reciclado y hallado en la basura, para después mirar por la ventana, luego a él, y al final, a su cuaderno.

- Y esos diseños, cielo, ¿Cuándo los harás de verdad? ¿Cuándo los harás en tela o al menos en patrón, en fieltro? - preguntaba Félix, inocentemente.

Marinette detenía su trazo, elevaba la mirada, abría la boca, tartamudeaba algo ininteligible. Miraba nuevamente su cuaderno, arrancaba la hoja y la arrugaba. La tiraba a la papelera.

- Creo que la cena ya está lista. - decía ella, poniéndose de pie, cambiando de tema.

Félix la amaba, así que no dudaba en callar, girar sobre sí y empezar a poner la mesa. Su Audi carísimo seguía malviviendo afuera en la calle, al descubierto, pero no le importaba. Después, Félix comprendió que lo que más le importaba en ese momento era que Marinette, al igual que él, tuviera éxito en su trabajo. En su verdadero trabajo.

Decidido a todo, consiguió una máquina de coser. Y un maniquí. Telas y patrones. Tizas de colores. Tijeras e hilos, botones. Conforme iba comprando esas cosas, él las iba acomodando en su apartamento en el sur de Londres, donde tenía una plaza de garaje gigante para su Audi, donde la calefacción no se estropeaba y donde ni una gota de lluvia se colaba por la ventana.

Y él se lo mostró una tarde, cuando la recogió a la salida de la cafetería.

Ella, apenas al entrar por la puerta, se tapó la boca con ambas manos y luego se abalanzó sobre él, gritando como una posesa, completamente deslumbrada por lo que él había hecho. Al volver a ponerse sobre el suelo, Marinette empezó a dar saltitos y a palmotear rápidamente.

Sí.

Félix la amaba.

Siempre lo hizo.

Se acercó despacio a ella, por detrás. Detuvo sus saltos, sujetándola del hombro, le dio vuelta y tomó su rostro con ambas manos. Despacio, él se inclinó hacia ella, con la boca entreabierta y el corazón ardiendo de felicidad. La textura de sus labios, el olor de su piel, el calor de su alma, el brillo de sus ojos, el sol traspasando sus pestañas, Marinette atesoraría ese recuerdo una eternidad, lo guardaría dentro suyo, y no se lo diría a nadie jamás. No contaría nunca, cuán feliz era ella entre sus brazos, cuán perfecta se sentía ante su mirada, cuán eterno le parecía el amor en ese instante. No, compartir es ceder, y ella nunca quiso perder ni un poquito de ese recuerdo.

Félix la amaba.

Y ella lo amaba a él.

- Quiero que seas feliz, Marinette, quiero que saltes y grites y deseo que tus ojos brillen de alegría cada día que yo esté contigo. E incluso si yo no estoy. Da igual, tengo que verte feliz. Y también, quiero ver esos diseños que haces, quiero que los hagas para mí. Vestiré cualquier cosa que diseñes. Cocinaré cualquier cosa que te apetezca. Compraré todo lo que tú quieras. -

No podía haber sido más afortunada. De todas las personas del mundo, ella tuvo que ir a Londres para encontrarse con el cretino más romántico del mundo entero. Y ese cretino la amaba. ¡Qué suerte había tenido! ¡Que bueno había sido el destino! Había encontrado a su otra mitad, y no la soltaría nunca, jamás. Ella lo amaría a él, para siempre.

- Te amo, Félix. - susurró contra su boca, casi con las lágrimas escurriéndose por sus ojos.

Volvió a besarlo con pasión y esmero, con amor y entrega. Los besos nunca le supieron mejor que ése día. Casi sin darse cuenta, ella ya había desabotonado su camisa y su chaleco, y él ya le había levantado la falda y tenía sus manos bien metidas por debajo de su ropa interior.

- Te amo, Félix. - repetía incansable cada vez que cogía aire, después de un prolongado beso.

- Te amo, Félix. - gimió bajó su cuerpo, cuando él la penetraba de manera salvaje e inmisericorde.

- Te amo, Félix. - le volvió a decir minutos más tarde, bajo la ducha.

Sí, ella lo amaba.

Y no mentía.

Nunca lo hizo.

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*.*.*.*

La casa Agreste entró en revolución, una mañana de invierno, cuando el gran talento franco-inglés, Marinette Dupain-Cheng, cansada de no recibir el protagonismo que merecía, presentó una carta de renuncia escuetamente redactada.

La renuncia era tajante.

Agradecía la oportunidad que él le había dado, pero tenía la necesidad de seguir adelante ella sola. No podía estancarse, no de nuevo. Estaba harta de ser una actriz de reparto, cuando ya había demostrado que era una actriz principal. Estaba cansada de que su nombre apareciera en minúsculas, cuando era ella quien había hecho casi todo el trabajo. Lo peor, era que los demás pensaban que ella se quedaría en la empresa por estar teniendo alguna relación con el hijo del jefe.

Horror.

Desesperación.

- ¡Mari! - gritó Adrien, entrando sobresaltado por la puerta de su oficina. A pesar de su agitación, Adrien no azotó la puerta, sino que la cerró tranquilamente. Luego, se puso recto, y suavizó su tono. - ¿Por qué no me lo dijiste? ¡Podríamos haberlo conversado! Mi padre está furioso y los inversores están...-

Marinette estaba colocando sus objetos personales en una caja, pero se detuvo al escucharlo hablar. Ella levantó la mirada, clavándosela sin piedad.

- No.- siseó furibunda.

- Nunca.- continuó diciendo.

- Jamás. - Marinette hablaba masticando las palabras. - Jamás te atrevas a decirme lo que debo hacer. Le agradezco a tu padre la oportunidad que me ha dado, pero eso se acabó. Sé muy bien qué tiene él en mente...exclusividad, esclavitud, él cree que porque me ha "descubierto"...- Marinette hizo el signo de comillas con ambas manos. - ...él cree que le debo algo, que debo rendirle pleitesía y aceptar sus ondiciones -

Respiró lentamente, cruzó las manos por delante suyo, y volvió a coger aire, tal como su psicóloga le había enseñado, años antes.

- Yo ya era alguien antes de él. Yo ya diseñaba y hacía pasarelas, tenía éxito, lo sigo teniendo. Y sinceramente, hoy, ahora, no lo necesito, no necesito a Gabriel Agreste...- de repente, Marinette, dejó colgar sus brazos a ambos lados y parpadeó, sabiendo lo que iba a decirle. - Y tampoco te necesito a tí. -

No esperó a ver su reacción.

Ella se dio la vuelta y continuó llenando la caja con sus lápices, sus papelitos de notas, sus clips y su tablero de dibujo. No voltees, no voltees, no lo mires. No, no, ella no quería ver cómo le rompía el corazón.

Una cálida mano se posó sobre su muñeca, impidiendo realizar otro movimiento.

- Marinette. - susurró Adrien, con voz segura. - He renunciado yo también. Me voy contigo, adonde sea que vayas. -

Decisión.

Valor.

Fé.

Félix.

Ella entreabrió los labios, asombrada de su elección. A centímetros cerca suyo, el modelo rubio le sujetó el mentón y lo elevó hacia él, haciendo coincidir sus ojos azules con los suyos, de color verde brilloso y comedido. Sonreía, Adrien sonreía a pesar que ella le había echado de su vida, sin contemplación ninguna y sin preguntárselo.

- Le dije que me iría con mi prometida...porque me voy a casar contigo, Marinette Dupain-Cheng. ¿Aceptas, cariño? Dí que sí, Marinette. -

Ella no contestó.

Solo hubo silencio.

Su mirada añil se quedó estática y su corazón dejó de latir. Sus pulmones ya no cogían aire. Se sintió morir.

Nuevamente.

Como si dieran al botón de adelantar en un vídeo, Marinette volvió a recordar a más de sesentaicuatro imágenes por segundo, toda su vida con Félix. Su primer beso, la nieve, el café, el amor, la calefacción, su moto, sus sueños, la bufanda que ella le tejió, y por último, recordó las lucecitas infernales de la policía y de la ambulancia, afuera en la calle, el día en el que él murió.

Félix.

Una solitaria lágrima volvió a deslizársele por las mejillas.

Pasaron incontables segundos sin decir ni una palabra. Ella estaba muda y atónita, y Adrien, sencillamente, estaba esperanzado.

Después de una eternidad, aún sin una respuesta de ella, él le soltó el mentón, le sonrió otra vez. Tiernamente, cogió la caja colocándosela debajo del brazo, tomó a Marinette de una mano y juntos, salieron por la puerta principal de la Casa Agreste, sin mirar atrás.

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Agradecimientos:

MILLIEBUG_ART-usuario en IG...Aquí en fanfiction la tenemos como Isa5263! y escribe también!. Además en IG, tenemos imágenes relacionadas con este fic...quiero llorar! Seguidla ya!

DANI_SMILEK-la gran Dani, quiero llorar también, de la felicidad claro. Gracias por las menciones y sinceramente, no puedo creer que a alguien le guste lo que escribo. Es absolutamente en serio, yo, a día de hoy, me sorprendo mucho cuando me lo dicen. Gracias.

Este fic está basado en una historia de la vida real, sí. Y también, al final, se darán cuenta que la idea la terminó de rematar Randa1, quien en uno de sus introspectivos comentarios (en Blanco como la nieve, capitulo 8, me parece), me dijo algo muy bonito, algo sobre su abuelo, el alzheimer y lo que recordaremos al final de nuestras vidas. "Lo que llevamos en el corazón, perdurará para siempre" escribí por aquella vez.

Vuelvo a agradecer todas las menciones en las distintas plataformas. Gracias.

A las nuevas hermanas y hermanos (?) en la fe del felinette, os agradezco vuestra locura. Estamos a dos capitulos del final fic, pero los publicaré esta semana. Sí o sí.

Os quiero y no me mateis por favor.

Un fuerte abrazo, ánimo.

Lordthunder1000

P.D. también publicado en wattpad.