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"Dadme a mi Romeo, y cuando muera, lleváoslo y divididlo en pequeñas estrellas. El rostro del cielo se tornará tan bello que el mundo entero se enamorará de la noche y dejará de adorar al estridente sol".

- William Shakespeare. Romeo y Julieta. -

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PENULTIMO CAPITULO

- letras en cursiva, pensamientos.-

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CUANDO VOLVAMOS A VERNOS


CAPITULO 12

Marinette observaba la punta de sus zapatos blancos. No tenían tacón, eran sólo unas zapatillas elegantes pero cómodas. La falda de su vestido sólo llegaba hasta sus tobillos. Tenía la cintura ceñida, el escote apretado y sendas mangas largas en cada brazo.

Fue el vestido de novia más sencillo que consiguió.

No quería nada pomposo.

Ni un vestido vaporoso, ni tacones de aguja, ni peinados rimbombantes.

Ella se casaba, sí.

Para ella, casarse ese día, la llenaba de miedo y pavor, tenía dudas y desamor. Había dicho que sí, alegre, por supuesto, nadie la obligaba. Pero no era tan fácil, no podía serlo. Miró sus dedos, sus uñas barnizadas, el anillo de compromiso que tenía puesto, luego lo retorció compulsivamente. Suspiró.

Para él, sin embargo, el matrimonio era una cúspide, una cima. La cereza del pastel. Para Adrien casarse significaba empezar una nueva vida, junto a la mujer que amaba. Porque la amaba con devoción y anhelo, con admiración y cariño.

Lástima que ella no sintiese lo mismo.

Con lentitud, y resignación, Marinette Dupain-Cheng se acercó al espejo de su habitación, cogió el pequeño velo de encaje blanco y se lo colocó, sin muchos aspavientos, sobre su cabeza. Ella llevaba el pelo suelto, aunque se había hecho pequeños bucles en las puntas. Para sujetarse el velo, usó una diadema pequeñita pero delicada. Unos pendientes simples colgaban de sus orejas. Un ligero maquillaje, casi imperceptible, acababa de darle una imagen sencilla pero elegante.

Volvió a mirar la punta de sus zapatos.

Volvió a soñar despierta.

Tragó saliva.

Desde el reflejo del espejo, ella pudo ver que detrás suyo, aún estaba su baúl lleno de cosas de él, y al lado de éste, colgado de una percha en la pared, el traje bendito que Adrien Agreste se puso en aquel épico desfile.

Volvió a centrarse en ella. En su imagen.

Se vio de blanco y encaje, se vio vestida de novia.

Tuvo miedo, nuevamente, y supo que no estaba haciendo lo correcto.

Con esa certeza, Marinette retrocedió manteniendo su vista en su reflejo. No, no podía hacerlo. Habían pasado cinco años, pero el dolor le escocía el corazón cada vez que lo recordaba, y lamentablemente, cada vez que algo bueno le pasaba, cada vez que ella reía, cada vez que pensaba que realmente amaba a Adrien, una ráfaga de recuerdos felices y tristes la inundaba de nuevo.

No, no podía. No así.

No con mentiras y no con un amor imposible atravesado en el pecho.

Suavemente, se sentó en su diván, enfrente de su querido baúl repleto de amor y melancolía. Lleno de él.

No, no podía.

No... no lo iba a hacer.

- Mamá. - dijo Marinette, cuando Sabine abrió la trampilla para sacarla del ático y llevarla a la iglesia. - Dile a Adrien Agreste que no iré, que no lo puedo hacer. -

Sabine Cheng abrió la boca, asombrada de lo que escuchaba, dio un vistazo por toda la habitación de Marinette y se detuvo en el baúl, en el diván, en su hija.

En silencio, Sabine comprendió todo, se lo esperaba en cierta medida. Cerró la trampilla, bajó las escaleras. Cogió el teléfono.

- Adrien, soy Sabine Cheng, la madre de Marinette, hay...hay algo que te tengo que decir...-

.*.*.*

Tres meses antes

Marinette quiso contarle a Adrien Agreste, la verdad de su pasado.

Quiso decirle que todo esto lo había soñado con otro hombre. Tan distinto, y a la vez, similar.

Y hace tantos años.

Era un día especial. Luego de su renuncia, Marinette había preparado el lanzamiento de su propia línea de ropa. Le costó, por supuesto, tiempo y dinero, y paciencia. Adrien estuvo con ella. Juntos, alquilaron oficinas, y entrevistaron al personal, contrataron operarios y modistas. En sólo unos meses, ambos habían conseguido todo para debutar en la moda parisina, ahora, absolutamente en solitario.

Adrien.

Lo apreciaba.

Marinette lo apreciaba.

Él era tan dulce y comprensivo, paciente y amable como ella. Candente por las noches, contento por el día, tan lleno de vida. Adrien Agreste sonreía, porque ahora, había pasado de ser sólo el maniquí humano más guapo del mundo a ser el socio corporativo y mano derecha de la mujer más espectacular que él hubiese conocido.

Oh, y la comida.

Había croissants a todas horas.

Y tartas y galletas.

Adrien lo tenía todo, salvo una respuesta.

Porque Marinette, aún meses después de su renuncia voluntaria, no había respondido a ésa pregunta que él le hizo hace ya un tiempo.

- Di que sí, Marinette. - le decía por las tardes, pellizcándole las mejillas. - Vamos, dí que sí. -

Pero ella sonreía muy poco, y luego, lo besaba, sus besos eran cortos pero cálidos y húmedos. Lo abrazaba, cerraba los ojos. Temblaba nuevamente.

Ella no podía aceptar. No podía casarse.

No así por lo menos, él necesita saber qué había pasado, necesitaba entender que aunque él estuviera con ella, ella siempre pensaría en Félix, en su amor. Quiso decírselo todo, quiso confesar su desgracia.

Quiso contarle que ese hombre ya no estaba con ella, porque un buen día, una mañana lluviosa, un coche perdió los frenos y fue directo a embestir al Audi de su novio, cayendo justo por el lado del conductor. También quiso decirle, que aunque le dijeron que no sufrió al morir, ella pensaba qué eso no era cierto, que quizá había agonizado por unos segundos, o quizá no. Quiso decirle que el día en el que él murió, no solo murió él, sino ella también.

Que nunca más volvió a ser la misma.

Que si sobrevivió, fue a base de pastillas y de terapia, y porque su padre, ya malo del corazón, no aguantaría perder a su hija verdaderamente.

Félix no sólo se había ido, se había llevado su alma y su amor.

Cómo decirte, querido Adrien, que lo que soy, lo soy porque él estaba aquí. Mi éxito, mi carácter. Mi decisión. El sonido de los violines, la canción, la orquídea amarilla que cuelga de mi pecho. Esta pasarela, mis diseños, y el color. Todo eso le pertenece a él. Y el dolor que nunca caduca en mi corazón, también. Y el amor, el amor incombustible e incesante, marchito y a la vez, floreciente. Sentimientos revueltos y antónimos, pero también complementarios. ¡Oh Adrien! ¡Cómo decirte que los sueños que ambos tuvimos se rompieron en un segundo, desvaneciéndose en el aire, muriendo como los mosquitos persiguiendo el fuego!. Carbonizados. Volátiles.

¡Cómo decirte que he muerto!

¡Que mi corazón también está enterrado en Londres, bajo una cripta en un cementerio, donde florecen tulipanes en primavera, mientras alguien los siembra en invierno!

Pero los días pasaban y ella no conseguía el valor suficiente para abrir sus recuerdos y compartirlo con alguien más que no fuera su terapeuta, ni su familia. ¿Cómo decirle que amaba a otro? ¿y que ese otro no estaba vivo? ¿Cómo decirle que él se había enamorado de una mujer rota y remendada, sin alma ni brillo?

- Adrien, escucha. - susurró Marinette, justo el día de su lanzamiento, minutos antes de iniciar su primer desfile en París, unipersonal y exclusivo. Era un intento vano de confiarle su secreto, de sincerarse. - Adrien, yo...-

La interrumpió el suave sonido del piano aparcado en la zona de los músicos. El desfile iniciaba. La primera colección propia de la gran Marinette Dupain-Cheng, talento inequívoco de la moda, había dado comienzo.

Ella se mordió los labios, sabiendo que había perdido otra oportunidad.

Pero de inmediato, decidió concentrarse en su trabajo.

Su vocación.

Una estrecha pasarela larguísima. Luces cálidas emanando desde el suelo.

A un lado de la pasarela, una orquesta de cámara. Al otro, una cantante inglesa.

Y en medio de todo, una triste canción.

I'd tell myself you don't mean a thing
But what we got, got no hold on me?
But when you're not there I just crumble

Y esa melodía, la llevó atrás en el tiempo. Se imaginó a sí misma, en Londres, bailando lentamente entre los brazos de su Félix. Meneándose ligeramente junto a él. Rozándole los labios con su boca, mezclando sus alientos. Unas copas de vino sobre la mesilla, la luz apagada, la cena terminada.

Y su voz, lo que siempre le decía, martillando su cabeza, una vez más:

-Te amo, Marinette. Siempre te he querido.-

Un beso tierno sobre sus labios, sus manos sobre su cuerpo. La pasión que la arrasaba entera, destruyéndola y volviéndola a hacer, cada noche, cada día. El amor introducido y latiendo dentro de su corazón.

When you come close I just tremble
And every time, every time you go
It's like a knife that cuts right through my soul

Había sido tan feliz, tan amada.

El atardecer en Londres era precioso, y lo era aún más cuando lo miraba junto a él, viendo cómo atravesaba el último rayo de sol sus pestañas doradas, y sus ojos brillaban y una sonrisa aparecía en su boca. Félix torcía los labios, le guiñaba un ojo.

Y aunque no quisiera, Marinette volvía a recordar el último instante en el que fue feliz. Feliz, de verdad.

- Te amo, cariño, espérame para la hora de la comida. -

Pero Marinette lo esperaría para siempre, no cabía duda de ello. Porque su amor era así, inmutable, estable e inmortal. ¿Cómo sobrevivir a ello? ¿Avanzar, seguir, volver a amar? ¡Pero si nunca había dejado de hacerlo!

But if the sweetest pain
Burning hot through my veins
Love is torture makes me more sure

Un prado verde, los árboles meciéndose al viento, las flores radiantes y vistosas. El calor templado y el sol saliendo.

Ése era su sueño, su paraíso. Su final.

Construiría una casa, con toboganes y columpios, y flores, tendría un violín para que él lo tocase siempre, una mesa para diseñar y cortar patrones. Tendría amor, y placer, y cariño. Lo tendría a él.

Only love can hurt like this
Only love can hurt like this

Pero era un sueño. Ya nunca se haría realidad.

Él no la despertaría a besos ni a lengüetazos, ni le prepararía el café como a ella le gustaba. No vería más alubias en salsa, ni té Earl Gray recién hecho en su taza.

- Quiero que seas feliz, Marinette... -

Sus uñas arañando su carne, sus labios tocando su piel, sus dientes mordiendo su cuello, su lengua arrastrando sus lágrimas de felicidad y placer. Su éxtasis largo y poderoso, fluyendo dentro suyo, en un río interminable de amor y fuego.

- Te amo tanto, cielo. -

Your kisses burning to my skin
Only love can hurt like this
Only love can hurt like this
¡Save me, save me!

- Y yo a tí también, Félix. -

No, ya no volvería nunca a tenerlo. No lo tendría jamás.

No había nada peor que haber sido amada, y ahora, simplemente, no serlo.

Ella recordaba nuevamente, cómo su mano acariciaba el traje que él se había puesto para terminar de arreglar las costuras. Su chaleco de casimir con espalda de satín. Su camisa blanca, con botones negros y toques dorados. Su pantalón de lanilla verde oscuro. La corbata perfectamente anudada en su cuello, sus zapatos negros y relucientes, con un lazo apretado.

- Estoy muy seguro que eso que tienes cogido de tu mano, no forma parte de tus diseños, Dupain-Cheng. -

Su bufanda enrollada sobre sus hombros.

Su abrigo gris.

Su beso volando hacia él, llevándose su corazón y su amor.

Irse sin una despedida.

Sin un punto final.

Sin un "te quiero, cariño".

Sin un "hasta cuando volvamos a vernos".

Una historia suspendida entre sus dedos.

Lágrimas interminables que ahora se habían vuelto trasparentes.

Pero no menos dolorosas.

'Cause only love can hurt like this
And it must have been the deadly kiss

La taza de té que él dejó sobre la mesa. Las migas de pan sobre el plato vacío que antes tenía alubias. Su servilleta. La huella de su cuerpo sobre la sábana de su cama. El líquido espeso y amargo que le recorría la entrepierna como todas las mañanas a su lado.

La cadencia de la aguja de reloj que marcó los últimos segundos de su vida.

Su amor.

Su pasión.

Su eterna fé en ella, en su futuro, en lo que Marinette lograría si tan sólo se pusiera a ello, con devoción y sin distracciones.

Y ahora lo estaba consiguiendo.

Éxito, futuro, reconocimiento.

Félix.

- Te quiero tanto, cielo. -

- Y yo a tí también, Félix.-

Ella volvió a su presente, a la pasarela fastuosa que había montado para su estreno y debut.

Uno a uno, los modelos caminaban mostrando vestuarios y trajes, uno más espectacular que otro. Vestidos ligeros y largos, con cinturones anchos, mantos, bufandas. Gabardinas y abrigos. Trajes de oficina, pantalones, chalecos y chaquetas.

Only love...

Terminó la canción y empezó otra, distinta.

Siguieron saliendo más y más modelos. Iban y volvían, una y otra vez, recorriendo la pasarela de nuevo. Los invitados estiraban las cabezas, analizando y sorprendiéndose del buen gusto de la diseñadora, de su inigualable estilo propio, del clasicismo y la elegancia que emanaba.

Adrien contemplaba también, aquel desfile que él había organizado. Era todo tal cual lo había imaginado. Estaba satisfecho y contento, y tenía una sonrisa estampada en la cara.

- Deseo que tus ojos brillen de alegría cada día que yo esté contigo. E incluso si yo no estoy. Da igual, tengo que verte feliz. -

- Tengo que ser feliz.- se decía a sí misma, se lo decían sus padres también, su psicóloga. - Pero, yo...yo no puedo.

Otra nueva melodía, otro arranque incesante de violines y chelos, otro acompañamiento del piano. Adrien Agreste, ahora exultante, cogió a Marinette de la mano y la levantó con suavidad del asiento, la acercó al final de la pasarela por donde sus modelos iban desapareciendo.

- Prepárate, amor, éste es tu momento. -

Su antigua asistente, Manon Chamack, voló a su encuentro, desde el público. Llevaba un ramo de rosas rojas, tan hermosas como las que él le llevaba, algún tiempo antes. En silencio, la jovencita, sonriente, le asintió con la cabeza, brillándole los ojitos de la emoción.

- Quiero que seas feliz, Marinette, quiero que saltes y grites y deseo que tus ojos brillen de alegría cada día que yo esté contigo. E incluso si yo no estoy. -

E incluso si yo no estoy.

- ¡Marinette! ¡Sube y saluda! ¡Sólo tú, vé tú sola, cariño! - apremió Adrien, empujándola levemente para que subiera las escalerillas hacia la pasarela.

Y apenas ella también empezó a desfilar, todos los flashes de las cámaras destellaron, la gente se puso de pie a aplaudir, a chillar, lanzaban murmullos de satisfacción y reconocimiento. Marinette, al inicio dubitativa, caminó con más ímpetu y brío. Alzó una mano, saludó batiéndola al viento.

Sonrió.

Después de una eternidad.

Entre el bullicio, los aplausos, la adrenalina del momento.

Ella sonrió.

Avanzar, seguir, volver a amar.

Hasta cuando volvamos a vernos.

Hasta cuando el maldito destino lo quiera.

- Te amo tanto, cielo. -

Casi al borde de las lágrimas, llena de felicidad y de miedo, Marinette llegó al punto más alejado de la pasarela. Hizo una pequeña reverencia, volvió a saludar, lanzó un beso como años antes le había dado a Félix por última vez en su vida. Volvió a hacer otra reverencia, mientras le llovían más flores y pañuelos.

Sonrió aún más.

Dio la espalda y marchó de vuelta, pero justo cuando le tocaba bajar, Adrien estiró los brazos hacia ella. Sin pensárselo dos veces, Marinette olvidó los peldaños y dejó que él la cogiera al vuelo.

Él, sonriente e ignorante, la abrazó, le dio un beso en la frente. Abrió la boca para felicitarla pero antes de decir alguna palabra, Marinette se le adelantó.

- Sí, Adrien Agreste, sí acepto. -

Avanzar, seguir, volver a amar.

Para Adrien, el tiempo se paralizó en ese momento, los aplausos se apagaron, y entonces, el único sonido que se oyó, era el de un corazón ardiendo de alegría y gozo. Su mirada verde brillaba, sus labios se entreabrieron. Adrien Agreste ya lo tenía todo. Volvió a cerrar los ojos, mientras le estampaba un beso cálido y vibrante sobre su boca.

- Quiero que seas feliz, Marinette. -

- Y yo también quiero serlo, quiero volver a serlo.- se dijo a sí misma Marinette.

Lo intentaría, debía hacerlo.

Ella se lo merecía.

Él se lo había dicho, y él, nunca mentía.

Nunca lo hizo.

.*.*.*

.*.*.*

.*.*.*

Adrien Agreste, cuando llegó a su habitación, la vio aún sentada enfrente de su baúl, aún vestida y aún con el velo puesto. La vio melancólica y apática, sin lágrimas pero triste. Apenas habló con Sabine por teléfono, Adrien había ido a verla. Abajo, en el salón, el padre de Marinette hizo un débil amago de impedir su visita:

- Adrien, muchacho, quizá no...quizá debes darle más tiempo...quizá...- pero Tom calló, al notar cómo su mujer le ponía una mano sobre su regazo, sosegándolo.

Silencio.

Comprensión.

Sabine estiró una mano para enseñarle las escalerillas y la trampilla que debía abrir para entrar en el ático de Marinette. El novio reunió todo el valor que tenía, todo el miedo que arreaba, cogió aire, determinación y marchó hacia arriba, hacia su amor.

- Mari, cariño. - susurró despacio, temeroso de sus palabras.

Marinette giró a verlo. Un hombre alto, con un esmoquin negro y camisa blanca, con corbata de pajarita, la miraba a unos metros suyo. Era rubio y estaba bien peinado, todo hacia atrás y arriba, sin raya al costado. Unos ojos verdes enmarcados en pestañas doradas.

Ella abrió la boca. Iba a decir un nombre, pero justo antes de pronunciarlo, volvió a recordar que no era él. Se quedó callada, bajó la mirada, volvió a mirar sus zapatos.

- ¿Qué ha pasado, Marinette? ¿Ya no te quieres casar conmigo? -

Por toda respuesta, Marinette se puso de pie y se acercó a su baúl inmenso. Con delicadeza, destrabó el cerrojo y abrió la tapa. Ella también respiró hondo y profundo, tenía que decírselo, él tenía que comprender.

- Ven Adrien, tengo que mostrarte algo. - dijo Marinette, en voz bajita y muy sentida.

Adrien se sentía igual que cuando enterraron a su madre, cuando le obligaron a dar un paso al frente y contemplar el cuerpo pálido y seco de la mujer que más amaba. Se preguntaba si aún ella podía despertar, si aún ella iba a abrazarlo y a decirle que lo quería, que era el niño más bueno del mundo. Su padre, en vez de consolarlo, al ver que el pequeño se inundaba de lágrimas, decidió que eso era todo y bajó la tapa del ataúd de forma abrupta y de repente. Adrien abrió la boca, quiso gritar pero la voz no salió, el corazón, en ese instante, se le rompió.

Y ahora, mientras caminaba hacia el baúl, intuía que se le iba a romper de nuevo.

- Marinette. - volvió a susurrar, mirando con desesperación a su novia. Por inercia, siguió caminando aunque ella no contestó al llamado.

Vio a su novia estirar una mano, y sacar desde el fondo del baúl, una bufanda azul clarito, hecha de hilo fino. Luego, ella cogió un marco de fotos y con delicadeza, la vio repasar con su dedo la imagen que guardaba.

- No puedo casarme contigo, yo...yo aún amo a otro, Adrien, aún lo quiero. -

Adrien se puso a su lado, confundido. Marinette nunca había hablado de alguien más, nunca había visto ni salido con alguien más. Jamás. ¿De quién estaba hablando? ¿A quien se refería? ¿ Por qué decía que...? Su mente calló, al detenerse en la bendita foto.

Era él.

Él mismo.

No.

No.

Era otro.

¡Era otro!

Pero se parecían tanto.

En medio de su asombro, Adrien sujetó también la foto queriendo ver con más detenimiento. Marinette no la soltó, sino que lo miró de soslayo, reprochándole en silencio, ese intento de robo.

- ¿Quién...Mari...¿quién es él?. -

Ella volvió a mirar hacia el frente, volvió a recordar, sólo que esta vez, no lo guardó para sí, sino que dijo todo lo que pensaba en voz alta.

- Londres tiene un tráfico pesado, pero es bastante segura en realidad. Un clima húmedo, gris. Lluvia y viento. Pero junto a él, me parecía la ciudad más bella del mundo, aún lo sigue siendo. Aunque me traiga recuerdos de amor y muerte. - Marinette giró totalmente y se plantó de frente a Adrien, sosteniéndole la mirada, mientras sendas lágrimas inundaban sus mejillas. - Una mañana, él se despidió de mí, me dijo que lo esperara, que volvería para comer. Unos minutos después, mientras esperaba que el semáforo cambiara a verde, un coche se estampó contra el suyo y eso fue todo. Eso es todo. Fin. -

A pesar que lloraba, Marinette lanzó una pequeña risa sórdida y triste.

- Una vida resumida en menos de quinientas palabras. Un adiós sin despedida. Aún lo amo, Adrien, no puedo dejar de hacerlo. - Ahora sí, totalmente destrozada, Marinette le extendió la foto a su novio. Él la tomó, y la observó con detenimiento. - Yo lo amaba y él a mí. Solo … solo que el destino, o la vida, o la muerte, decidieron por nosotros. Y dijeron que no, que ya no más. -

Marinette retrocedió, súbitamente enfadada y furiosa, apretó las manos en puños. Cerró los dientes pero abrió los labios.

- ¡¿Por qué? ¿Por qué a mí? ¿Por qué a él?! - exclamó, profundamente airada.

- ¿Por qué a nosotros? - susurró casi en silencio, Adrien.

Adrien Agreste se enteró en ese instante, que el amor de Marinette no era exclusivo, ni era completo. Adrien comprendió que, todo este tiempo, ha estado compitiendo con un recuerdo, con un hombre muerto.

Y sabe que ha perdido desde el minuto cero.

Avanzar, seguir, volver a amar.

Adrien giró un poco, desviando la vista de la foto donde mostraba a una Marinette de vestido veraniego, abrazando a un hombre de pantalón de lino y camisa remangada, al borde del mar. Un hombre exactamente igual a él.

Sintió un vacío en el estómago. Un malestar.

Levantó los ojos, tratando de analizar todo lo que se le había venido encima.

Un novio. Inglés. Fallecido. Tanto tiempo. Amor. Eternidad. Lágrimas y dolor. Marinette.

- Félix - escuchó que Marinette le decía con voz ahogada. - su nombre era Félix. -

Adrien, sin quererlo, se quedó observando su reflejo frente al espejo de cuerpo entero que había en ese ático. Sus manos, ambas, temblaron muy ligeramente sin lograr soltar la fotografía. Su esmoquin perfecto, su camisa blanca. Su cabello rubio y sus ojos verdes. Y un nombre en sus labios.

- Félix. - repitió Adrien Agreste, mirándose fijamente al espejo. - Félix.

Marinette se puso de espaldas a él, meneó la cabeza de lado a lado.

- No puedo, Adrien. No te había dicho nada de esto. Porque soy cobarde y porque... no quiero dejarlo partir...no quiero que... no quiero perderlo... No puede ser que gane la muerte. No puede ser que se salga con la suya. No puede ser que me lo haya quitado y nadie lo recuerde. Que de él sólo quede mi baúl, y mis recuerdos, y una lápida en el cementerio. No voy a hacerlo, Adrien...no puedo. -

Ella se lanzó sobre una silla y se dobló sobre sí misma. Rompió a llorar.

Vestida de blanco y encaje.

Con un maquillaje ligero.

Avanzar, seguir, volver a amar.

Hasta cuando volvamos a vernos.

Hasta cuando la puñetera muerte nos lleve del lado de nuestros seres queridos, pero le plantaremos cara y le diremos "me han amado, he querido, llévame que iré, que me voy contigo.". Y la muerte sabrá que no ha ganado, que nosotros no hemos perdido.

Nada es eterno.

Nada dura para siempre.

Salvo el amor.

- Yo te amo, Marinette. Te amo demasiado...y tú ¿no me amas ni un poquito? si rebusco en tu corazón, ¿no hallaré nada para mí? - Adrien Agreste, aún mirando su silueta, hizo una pregunta que necesitaba una respuesta urgente.

Avanzar, seguir, volver a amar.

Continuar a pesar de tener el corazón roto.

Respirar, llorar, secarte las lágrimas, volver a reír. Y de vuelta a llorar.

Marinette se incorporó un poco, para mirar a ese gran hombre que tenía al lado suyo.

- Claro que te quiero, por favor, jamás pienses que no. Te amo también. Pero es todo tan distinto. Es como si me untaran una pomada sobre una quemadura, un suspiro de alivio. -

Torpemente, la novia se limpió las lágrimas con el reverso de su mano.

- Y también lo amo a él...¿no ves el problema que tengo? ¡No te mereces esto! - exclamó, insistente, Marinette. - No iré, Adrien. No. -

Adrien movió su cuerpo de tal manera que ahora estaba enfrente de ella, con ambas manos, tomó su rostro, secó sus lágrimas, acomodó el velo en su cabeza.

Y susurró, acercando sus labios a la boca de Marinette.

- Él no volverá, Marinette. Se ha ido. -

Marinette abrió los ojos, inmensamente, quiso lanzar un grito.

- Pero no significa que lo vayas a olvidar. Yo jamás olvidé a mi madre, Mari. La recuerdo feliz, y alegre, bailando al lado mío. Me hacía galletas y tartas. Le daba un beso en los labios al ogro de mi padre. Sus cabellos llevados por el viento, su risa latiendo en mi interior. No, él nunca la ha olvidado. Yo tampoco. Y sé que tú no podrás olvidar. -

Muy tiernamente, Adrien liberó su rostro y bajó sus manos, para entrelazarse con las manos de Marinette.

- Podré vivir con eso, podré vivir sabiendo que él existe, aún, en tu corazón...Pero no puedo vivir sin tí, no puedo, ya no. No, ahora, no mañana. Lo siento Mari, lo siento cariño, perdóname pero no puedo vivir sin ti. -

Avanzar, seguir, volver a amar.

- Adrien, yo...-

Un beso intempestivo cortó sus palabras y sus pensamientos, un nueva ráfaga la traspasó por completo. Cortocircuito. Estallido. Explosión. Adrien apretó sus labios contra su boca para abrírsela e introducirle la lengua. Ella lo dejó. Él volvió a sujetarla del cuello, dejando caer el velo y la diadema. Con la otra mano la apretó contra su pecho. Casi al terminar, le mordió el labio inferior, con presión pero a la vez, suavidad.

- Vamos ya, Marinette, se nos hace tarde. Deben estar preguntando por nosotros en la iglesia. - murmuró el novio, ligeramente despeinado.

Marinette espabiló, se liberó de su tenaz agarre, y fue a por su estuche de polvos, para reforzar el maquillaje. Recogió el velo, encontró la diadema. Ella se puso el encaje sobre el pelo y Adrien, solícito, ajustó la joya anclando el velo. Luego, con los dedos, volvió a ordenar su rubio cabello.

Adrien abrió la trampilla, vio la escalera, y antes de bajar por ella, miró a su novia, como si admirase una cosa preciosa. Rio un poco. Con el dorso de su mano, él se arrancó esa lágrima tímida que escapaba por su ojo. Volvió a reír bajito. Bajó casi corriendo los peldaños. Desde abajo, volvió a contemplar a Marinette, le estiró una mano, invitándola a bajar.

Marinette recogió con sus manos la falda de su vestido, para no tropezarse. Pero antes de bajar el primer escalón, miró detrás suyo y volvió a ver, como siempre, al baúl, al espejo, y a la percha.

Félix.

- ¡Marinette! - llamó Adrien.

Suspiró.

- Te amo, cielo. -

- Y yo a tí, Félix. -

Lo amaría para siempre.

Bajó veloz, no cerró, subió al coche y marchó hacia la iglesia.

Ya sólo miraba hacia el frente, hacia delante.

Avanzar, seguir, volver a amar.

Hasta cuando volvamos a vernos.

Hasta que...

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Podríamos habernos quedado aquí. Decir que vivieron felices para siempre, contarles que él nunca la engañó con otra, ni que jamás tuvo celos del anterior (y difunto novio) de su mujer. Decir que Marinette lo amó cada día de su vida, que olvidó a Félix y que sólo lo recordaba cuando leía alguna noticia sobre accidentes en la carretera. Podríamos decir que la vida fue buena y amable, que ya no tendrían más dolor ni pena.

Pero sabéis,... así no son las cosas.

"Blanco como la nieve", el epílogo de "Desde Londres con Amor", fue un fic que me encantó escribirlo. No sé si lo habeís leido. Pero en el capítulo 8, en el capitulo donde ocurre el desenlace, es bastante claro el mensaje: lo que tenemos en el corazón, perdurará para siempre. No importa que lo olvidemos, no importa el tiempo y no importa cuantas personas pasen por nuestras vida. Lo que llevamos dentro, nos los llevaremos para siempre.

Hay amores de los que nunca curamos.

Os he contado la historia de uno de ellos.

Un cuento triste y doloroso.

Ahora debo decir algo:

Voy a agradecer especialmente a Mrs Fitz: al recibir el preestreno tuvo el acierto de animarme a publicarlo, porque no quería hacerlo. es...doloroso. Si vosotros lloraís, yo he llorado el triple. ¡Así que gracias Mrs Fitzberry, tenías razón! También quiero agradecer a cada una de las menciones en el IG, porque cada vez que lo hacéis, más gente me escribe y de verdad que me alegra. Durante mucho tiempo, y nunca me cansaré de repetirlo, me creí sola.

Así que ahí van nuevamente los agradecimientos: Mrs. Fitz (leed su laberíntico marichat en emisión), Alemora, Manu (ya sabes cuánto te estimo, consíguete IG para conversar), Veros29, estefania020695 (es tu fecha de cumpleaños, verdad?), fanmerywrite, brenda edith, MARYBLANC (joss)...sí! en mayúsculas sí!, isa5293( MILLIEBUG_ART en IG, tiene fanart), Stella, Online punto Freckles punto quierosabercomoacabatufeligette, yazzydampire03 (una devotaaa!), dayer (no te veo pero sé que estás), tb moeyuruba, danie01. Pauso. Respiro.

Gracias a dani_smilek por mencionarme (¡qué artista! ¡que genial!), gracias a Nekochan, gracias a almita_pelayo y gracias a ladypuntonoir02, que en su historia en IG tb hizo una mega-mención.

Y con esto y un bizcocho, hasta el lunes a las ocho.

Vivid, jodíos, que la vida son dos días.

Un fuerte abrazo

Lordthunder1000.

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PD: falta un último capítulo y ya está.

PPD: la canción es obviamente, only love can hurt like this, de paloma faith, me remito al video titulado paloma faith, only love can hurt like this (live)...de la cuenta paloma faith vietnam...mirarlo y luego ya me decís.

Otro abrazo.