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No te detengas en mi tumba a llorar. No estoy ahí, no estoy dormida. Soy un millar de vientos que soplan, soy la suave nieve que cae, soy las gentiles gotas de lluvia, soy los campos de granos maduros. Estoy en el silencio de la mañana, en la prisa agraciada de hermosas aves que vuelan en círculo.
Soy la estrella de la noche, estoy en los pétalos que florecen, en un cuarto silencioso, en los pájaros que cantan, en cada pequeña cosa.
No te detengas en mi tumba a llorar.
No estoy ahí.
No estoy muerto.
- M. E. Frye.-
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CAPITULO FINAL
- N. d. A.: Muchas gracias por persistir a mi lado a pesar del dolor. -
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CUANDO VOLVAMOS A VERNOS
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CAPÍTULO 13
Ella parpadeó, despertando suavemente de un profundo letargo. Supo que había soñado algo, pero no sabía qué. No recordaba nada de ése sueño, aunque tenía un sentimiento de extrema tristeza y melancolía anclado en el corazón. Tampoco sabía dónde estaba, ni lo que hacía ahí.
Volvió a parpadear.
La luz del sol la enceguecía un poco, pero no le molestaba en lo absoluto. Un suave olor agradable aunque indistinguible de origen, le llenó la nariz por completo. Entornó un poco la mirada, luego estiró sus manos y las cerró en un puño. Movió un poco los pies, los tenía fríos. Se sorprendió de eso, porque tenía el presentimiento que a ella, el frío no le gustaba. Suspiró un poquito, confundida, y después de unos segundos, paseó su vista por su cuerpo, ahora sí reconociéndose.
Estaba tumbada sobre una cama, ésta era mullida y se sentía confortable. La almohada estaba bien colocada.
Elevó sus manos y se las puso cerca a su cara. Ahí, logró ver que estaban arrugadas y tenían pecas. Sus dedos tenían las uñas cortas y oscuras, algo azuladas. Tenía bultitos que le deformaban las articulaciones y que le limitaban el movimiento de éstos. Y sin quererlo, ante estos hallazgos, ella tembló.
Su boca se abrió, sobresaltada.
Se descubrió vieja y decrépita.
Tirada en una cama.
¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado?
Un súbito dolor ardiente en el pecho y una pesadez al respirar aparecieron de pronto. No podía coger aire, se sentía desfallecer. Se agobiaba y muy pronto, una ansiedad extrema la llenó por completo.
Angustiada, trató de llamar a alguien, pero ningún nombre se le vino a la mente. Ni siquiera el suyo propio.
Atónita, desesperada por comunicarse, cerró sus ojos en un intento de al menos, recordar su nombre.
Pasados unos segundos, no lo había conseguido. Su mente estaba en blanco, aunque estaba inundada de sentimientos desorganizados y apabullantes: miedo, dolor, desorientación. Y frialdad en las piernas, y calor en el pecho.
¿Pero quién soy?
No sabía ni siquiera cómo se llamaba, ni sabía lo que estaba haciendo ahí.
Trató de tranquilizarse.
Se quedó quieta.
Respira, piensa.
Volvió a parpadear, buscando explicaciones.
El sueño que había tenido instantes antes, apareció de pronto, como un rayo, resplandeciendo en su memoria. Como un haz de luz que atraviesa las tinieblas. Una calma intensa pero fugaz, la inundó por completo. Su sueño había vuelto, un sueño envuelto en tragedia y lágrimas, en amor y pasión, en resignación y melancolía. Y de ése sueño, de ése largo sueño, ella extrajo un nombre.
El único nombre.
El del hombre de su vida.
- ¡Félix! – exclamó con todo lo que le daba la voz. - ¡Félix! ¡¿Dónde estás?! –
De inmediato, un hombre alto, con el cabello blanco y unos ojos verdes brillantes y profundos, apareció en el marco de la puerta. Ése hombre también tenía arrugas en la cara, y pecas, y la piel algo seca. Estaba bien vestido, con una camisa verde oscura y un pantalón negro. Aún tenía cabello en su cabeza, aunque era plateado intenso.
Ella respiró, descansada por fin.
Visiblemente tranquila.
- ¡Oh Félix, ¿Qué me ha pasado? ¿Dónde estoy?! – La dulce ancianita, de cuerpo frágil y respiración rápida, lo acribilló a preguntas, apenas él se acercó. Ella necesitaba respuestas, ella lo necesitaba a él. Para insistir en su cercanía, ella estiró ambas manos, invitándolo a que él las tomara.
Con pasos amplios, el anciano de ojos verdes llegó hasta el borde de la cama, se sentó a su lado, entrelazó sus dedos con los de la antigua mujer.
- Marinette, cielo, estamos en una residencia, y estás muy enferma, cariño. -
La delicada ancianilla tumbada en su cama, volvió a abrir la boca, nuevamente sorprendida. Le temblaron los labios muy ligeramente, y los dedos también. De inmediato, una sonrisa comedida e ingenua apareció en su arrugado rostro. Apretó los labios y parpadeó, todavía confundida, tratando de encontrar lógica a esas palabras.
Movió de lado a lado la cabeza, tratando de observar toda la habitación.
El hombre anciano, la contempló, perdida en su olvido, abandonada a su suerte. Sabía que estaba desorientada y aturdida. Y él suspiró, lamentando esa despedida. La vida se acaba de distintas maneras. Abrupta o programada, tardía o prematura. En plena soledad, o en total acompañamiento. Y de todas las formas, a ella, a Marinette Dupain-Cheng, su mujer de toda la vida, le había tocado ésta.
Ella era una mujer pequeña y delgada, con un largo cabello cano y ojos azules que nunca perdieron su brillo, aunque sí perdieron su agudeza. Era una mujer tenaz y exigente, cálida con los niños, incesante en sus ideas, fuerte en su trabajo. Leal. Devota. Era hermosa, por dentro y por fuera.
Ella era su mujer. Su esposa.
La madre de sus hijos.
- Félix, tuve un sueño horrible. Soñé que te perdía cuando éramos jóvenes, soñé que yo seguía viviendo. Era todo terrible, yo lloraba y lloraba, pero seguía viva, quería morir, y sin embargo... no podía. Yo…-
Y siempre el mismo sueño, o la misma pesadilla.
Aún a las puertas de la muerte, ella recordaría una y otra vez, ése sueño.
- Marinette, mi amor, olvídalo, sólo ha sido una fantasía, una ilusión. Éso no ha pasado, cariño. – El anciano, delicadamente, palmoteó ambas manos para luego besarlas. Acarició el dorso de sus manos y su antebrazo, para luego delinear con sus dedos los pómulos y el mentón de su longeva esposa. Con ternura, y suavidad, le dio la última caricia que se permitirían en esta larga vida que tuvieron.
Él la miró, después de un rato, con gratitud y adoración, con fidelidad y amor.
Se estiró hacia adelante, y le dejó otro beso tierno y corto sobre la frente de la anciana. Lentamente, le arregló con los dedos, su flequillo y parte de la cabellera blanca.
- Pero no te preocupes. Hemos sido felices Marinette, hemos tenido niños y algunos nietos. Hemos tenido una casa amplia con jardín y piscina. Viajábamos dos o tres veces al año, donde tú quisieras, donde los niños quisieran. Eres una gran diseñadora de modas mundialmente reconocida. Y cocinas un quiché de maravilla. Ríes, y tu risa es fuerte e intensa, aunque tu cuerpo ya sea débil. ¡Oh, Marinette!. Has sido feliz. Claro que sí. Yo te lo prometí al casarnos, y he cumplido, estoy segurísimo que lo he hecho. –
Marinette, al escucharlo, le sonrió agradecida, su mirada azul se llenó de lágrimas de felicidad y algunas cayeron, incoercibles, sobre su arrugado rostro. Al verlo y escucharlo, ella relajó la angustia que tenía en el pecho. Felicidad y amor. Una familia. Una larga vida llena de aventuras. Y ahora, ahora esa vida que no recordaba, ahora ésa vida, se le iba del cuerpo de manera inexorable.
- Oh Félix, ¿me recordarás? ¿me amarás? ¿hasta el final? ¿hasta cuando volvamos a vernos?...¡Vamos! dilo, promételo por favor, promete que volveremos a encontrarnos. – susurró Marinette, suplicando para que su historia no tuviera final.
Suplicando eternidad en medio de sus últimos latidos.
Por favor, por favor, por favor.
Su marido asintió, prometiendo en silencio. Abrió la boca para agregar algo más, pero justo en ése momento, una enfermera apareció en la habitación. La enfermera saludó con la cabeza, colgó medicación en un soporte, y se la administró por una vía intravenosa que la anciana tenía oculta en el brazo. Le colocó algo de oxígeno. Luego, volvió a ponerle más medicinas en una jeringa.
Al terminar, la enfermera se quedó observando al marido de la señora y le dijo en un murmullo inaudible, que eso era todo, que no había nada más que hacer. Que lo sentía profundamente. Después, la mujer desapareció por la puerta, tan rápidamente como entró.
- Marinette, ¿tú me amas? - le preguntó el anciano, ya cuando la enfermera se había ido, y habían vuelto a estar solos.
- Oh Félix, claro que te amo. Lo sé desde aquí, desde lo profundo de mí. Es como una certeza, una verdad inherente. Oh Félix, creo que te amo como el primer día, o como el último, o como siempre. No lo recuerdo, pero sé, sólo que, que te amo...Sí, te amo desde siempre. –
Marinette le sonrió ampliamente, como siempre lo hacía.
Y desde la profundidad de su mente, otro recuerdo se le apareció, otro haz de luz dispersando la profunda oscuridad de su razón.
Sí, ella lo recordaba, recordaba al hombre del que se enamoró. Sus ojos verdes, su cabello rubio perfectamente peinado, su sonrisa torcida, su chaleco de satín, su pantalón de lanilla, la camisa blanca perfecta y la corbata bien atada. Su peculiar Félix, su hombre, el amor de su vida. Y lo mejor de todo, es que...¡Habían sido felices! ¡Se habían amado siempre!
Marinette estiró aún más la sonrisa.
Había tenido una buena vida, un buen amor.
Un gran final.
-Te amaré hasta que volvamos a vernos, Marinette. Ésa es mi última promesa. La promesa que hoy te regalo con todo mi corazón. –
El hombre apretó con fuerza la mano de ella que tenía más cerca. Y no la soltó.
Ella continuó sonriendo.
La ancianita no se dio cuenta, pero poco a poco, sus labios se pintaron de azul violáceo, y su piel, se tornó más pálida que antes, los párpados empezaron a caer lentamente.
De pronto, un cansancio intenso se apoderó de su anciano cuerpo, el aire le faltó aún más, y súbitamente, tuvo el deseo inmenso de dormir. Y desde la profundidad de su mente, otro recuerdo se le apareció, otro rayo de sol dispersando la profunda oscuridad de su razón.
Y ella, inesperadamente, recordó.
Recordó a Félix cogiéndola de la mano, columpiando sus brazos como dos infantes, mientras caminaban por un gran jardín, ambos riendo y repartiéndose besos. El día era soleado y los pajaritos cantaban alborotados. Atravesaban el césped, hacia un lago. Ella le abrazó por el cuello. Él le sonrió. De repente, Marinette rememoró un viaje semisuicida en moto, derrapando por las carreteras inglesas. Y en el siguiente segundo, ella volvió a verlo de pie en su salón, sujetando una taza vacía de vino. Por la ventana, gruesos copos de nieve caían. Era de noche, pero su rostro sonriente y pícaro a causa de la bebida, lo hacían resplandecer. Él se acercó, le sujetó el rostro y despacio, muy lento, le rozó la boca con sus carnosos labios, estremeciéndole el cuerpo entero.
- Te amo Marinette. - escuchó que le dijo el hombre anciano, al lado suyo. - Te amo, cielo.-
Oh, así era su Félix, su amor.
Sí, era cierto.
La vida había sido buena con ellos.
- Y yo a tí. - contestó la pequeña ancianita, con completa certeza.
Marinette entonces, absolutamente relajada y contenta, cerró finalmente los ojos y dejó que la muerte por fin le ganara la guerra. Por fin la parca se llevaría su cuerpo. Su alma. Y se llevaría, también con ella, sus sueños, sus últimos deseos, se llevaría dentro suyo la sensación perenne de calidez y fervor de sus labios sobre los suyos.
Y así, Marinette Dupain-Cheng se fue, alegre y feliz, en completa paz, sabiendo que había vivido con él, toda su vida.
Juntos.
Unidos.
Felicidad y amor.
Más amor.
Una familia e hijos.
Era una mañana de sábado, la luz del sol entraba alborotada por la ventana, haciendo relucir lo blanco de las sábanas, lo blanco de su pelo. El suave trino de los pájaros en el balcón se amortiguó por los sonidos de los aparatos médicos que hasta ahora habían pasado desapercibidos.
De repente, un suave pitido del monitor les indicó a todos que la paciente ya no estaba con ellos. Una línea recta, horizontal, donde antes había pulso y latidos.
El anciano soltó la mano de la vieja Marinette, con la mirada cargada de lágrimas y dolor, para ponerse de pie.
Rápidamente, se vio acompañado.
- Monsieur Agreste – le dijo la enfermera, volviendo a entrar, ahora junto a un médico. – Monsieur Agreste, lo sentimos tanto, su mujer enfermó rápidamente estos últimos días. Creemos que le ha fallado el corazón, y los pulmones. Le pusimos mucha medicación, lo necesario para que no sufriera. Y creemos que ella, que ella no sufrió. Lo lamentamos mucho. -
El hombre de cabello cano y ojos verdes, el gran Adrien Agreste, los miró taciturno y cansado.
Tristeza y soledad.
La muerte siempre impertinente, siempre inesperada, siempre sin consuelo. Asintió muy levemente, pero miró hacia la puerta como si quisiera huir en ese momento de ahí.
- Por supuesto- le contestó el ya anciano Adrien, manteniendo la cordialidad. – yo también lo lamento.
Adrien Agreste, agotado y viejo, giró hacia un costado, hacia la cama, y observó a su esposa, por última vez. Su cabello blanco, sus párpados violeta, su piel cetrina y gris. Ya no quedaba nada de su dulce Marinette, de su piel rosada y sus labios carmín, ya no vería más sus ojos azules ni su risa delicada. Ni sentiría sus dedos recorriéndole la piel.
En el final de sus días, su querida esposa había perdido no sólo la salud, sino también su cordura.
Tuvo ganas de llorar.
Él pensó que había estado preparado, pero en realidad, nunca lo estuvo.
Nadie puede estar listo para irse, aunque tenga las maletas hechas.
Y Adrien se preguntó cómo todos los días de su vida, si ése tal Félix, al que Marinette nombraba en su delirio, en su demencia, hubiese sido tan feliz como él lo había sido.
Salió de la habitación, con un dolor incesante pero leve dentro de su pecho.
Se sentó en una banca, esperando a que su familia apareciera.
Levantó la mirada al cielo, y volvió a pensar en Félix, en su muerte prematura, en su amor interrumpido. Con temor, metió una mano al bolsillo del pantalón, y de él, extrajo una vieja fotografía doblada cuatro veces. Era antigua y el color de la imagen se iba desvaneciendo, pero aún se veía quiénes estaban ahí.
Ella y él.
Ambos abrazados y riendo de quién sabe qué cosa. Ella colgada de su cuello, y él besándole una mejilla.
Ligeramente, Adrien pasó un dedo sobre ésa foto. Volvió a pensar en Marinette, en su eterna melancolía, en su dulce infierno. En la larga vida que, ahora estaba convencido, había sido para ella una condena sazonada de amor y libertad, de flores y de niños, y pintada malamente con un nuevo amor.
Con su amor.
Con su tardío amor.
El de él.
Y ahí, una vez más, Adrien Agreste pidió perdón.
A Félix.
Adrien Agreste le pidió perdón.
Le pidió perdón, por haberse quedado con su chica.
Le pidió perdón, por haber terminado la historia que empezó él, en Londres, hace tanto tiempo.
Le pidió perdón, por haber usurpado su amor.
Rogó, arrepentido, que ojalá Félix pudiese pasar la vida eterna al lado de Marinette. Ellos se lo merecían después de todo. Amarse eternamente, eso les correspondía. Un final feliz. Se merecían una boda, un "te quiero", un "hasta luego, cariño".
¡Y en cambio, habían tenido sólo lágrimas y depresión, un sepulcro y un eterno lamento!.
¡Y en cambio, su Marinette había vivido con un hoyo enorme en su corazón, imposible de llenar, ni con hijos ni con besos!.
¡Y en cambio, él había aparecido y se había quedado con ésa mujer fiel y leal!.
¡Si tan solo el destino hubiese sido bueno! ¡Si tan sólo...!
Pero el destino no tiene oídos ni tiene corazón.
Debieron haberlo sabido, ellos dos, debieron haberlo sabido.
Amarse para siempre, sí.
Suponiendo claro, que la vida eterna existiese, porque ése debía haber sido su final.
El amor.
Sí, ése debía haber sido su destino.
Si tan solo el destino tuviese oídos, o si tan sólo tuviese corazón.
Sin querer, el anciano Adrien Agreste se dobló sobre si mismo y se sujetó el rostro con ambas manos, llorando por fin, desconsoladamente. La vieja fotografía cayó al suelo, de manera imperceptible. El pecho del viudo, se contraía por los sollozos y los gemidos, sus dedos temblaban. De repente, notó un tacto leve en la espalda, una caricia, un abrazo ligero.
- Padre. - escuchó que le decían. - Abuelo. - le llamaba otra voz.
Ése día, Adrien Agreste despidió a su mujer luego de una vida a su lado. Habían pasado por muchas cosas, habían tenido crisis y reconciliaciones, casas y mansiones, niños y niñas. Habían sido una pareja como otras tantas, tranquilas, felices. Recogían a sus niños del colegio, los apuntaban a clubes y clases. Asistían a fiestas y conciertos. Trabajaban juntos. Ellos habían sido un equipo, y habían tenido éxito. Un binomio perfectamente acoplado.
Salvo que ella tenía un nombre atravesado en la garganta.
Un amor traspasando su pecho.
El sol aún resplandecía afuera, pero dentro, en una banca de una residencia de ancianos, Adrien Agreste agotaba hasta la última lágrima por el amor de su mujer, tan lejano, tan inalcanzable, tan imposible de olvidar.
Sus hijos y sus nietos lo cogieron en brazos, lo llevaron afuera, para que se calmase un poco.
Los pájaros trinaban en ése jardín.
El viento soplaba, sereno.
Y en el suelo del pasillo, una vieja fotografía quedó tirada en el suelo, esperando que alguien la recogiera.
Nadie lo hizo.
Ya no había quién.
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Cuando ella volvió a abrir los ojos, sintió que sus pies no tenían calzado y que tocaban, cómodamente, la superficie de un césped verde y bien cuidado. Ahora, no tenía arrugas ni pecas en las manos, y su cabello era negro azabache. Iba vestida con un vestido blanco, ligero y amplio. No le dolía nada, no le pesaba nada. Giró sobre sí misma, y descubrió que la brisa del aire era ligera, el clima era cálido y algo seco. Se sentía feliz. Miró hacia arriba y vio un cielo azul casi sin nubes, un sol que no quemaba, con pájaros que volaban, migrantes, a través de ése inmenso jardín.
A lo lejos, ella divisó una colina hermosa y cargada de flores.
En ésa colina, había un árbol, frondoso, de tronco grueso y hojas densas.
Debajo del árbol, un hombre.
Él.
Félix.
Vestido como siempre lo hacía.
Chaleco de satín, corbata bien atada, camisa blanca y pantalón de lanilla. Cabello rubio perfectamente peinado con raya al costado. Tenía las manos metidas en los bolsillos, y la punta de su pie repiqueteaba sobre el césped, probablemente esperando con desesperación.
El hombre se irguió al verla, sonrió intensamente. Sacó las manos y le saludó con una de ellas, batiendo la palma al viento. Luego, él echó a correr para darle encuentro, mientras gritaba con toda la fuerza que pudo reunir.
- ¡Marinette! ¡Marinette, cariño! -
Marinette Dupain-Cheng abrió los ojos, sorprendida y pletórica, estiró los brazos hacia él, y se lanzó hacia delante, corriendo, ansiosa.
Y enamorada.
Absolutamente enamorada.
- ¡Félix! ¡He vuelto, Félix!. -
Apenas la tuvo entre sus brazos, la sujetó fuertemente, para no soltarla nunca más. Reunidos, por fin, después de tanto, al fin.
- Te amo, Marinette. Te amo, cielo. - musitó él contra su boca.
- Y yo a tí, Félix. - respondió Marinette.
Otro beso, intenso, infinito. Anhelado. Sediento y esperado.
Y eso era todo, ése sería su final.
O su nuevo comienzo.
Un césped inmenso cubierto de verde, flores eternas en una colina.
Un columpio, un tobogán.
Y algún lago.
La eternidad.
Los pájaros trinaban en ése jardín.
El viento soplaba, sereno.
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F
I
N
El gusto agridulce del final.
Sí, cuando nos olvidemos de todo, cuando nuestra mente nos juegue mal, sólo nos quedará el corazón y los sentimientos. Las sensaciones y la alegría de ciertas cosas, el olor del café recién hecho, el tacto de la piel de un recién nacido, la alegría ante el brote de la primera flor en primavera. Puede ser que no sepamos el nombre, pero nos quedaremos con lo que produce dentro nuestro.
Así que espero que este cuento basado en la vida real, os haya entretenido, o les haya gustado.
Un beso, un abrazo, un hasta pronto.
Otro abrazo
Ánimo.
Lordthunder1000
Castilla y León, España. Octubre del 2021.
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PD: Antes de irme quiero seguir agradeciendo a las menciones y a las amistades hechas en este camino.
1) voy a agradecer a arroba The_rain_girl (usuario en wattpad), por el inesperado y bello regalo que es LA PORTADAAAAAA...síiii, la escritora de "Flames" y otras tantas historias! ver en wattpad! me derritooooo.
2) ¿Spotify? usuario en IG= ladypuntonoir2, ¡reemplazar el punto por un punto de verdad, jodíos!... nos comparte su LISTA en SPOTIFY para el felinettenovember que realicé, se llama "Felinette november 2020" usuario Mara, o sea, más lloración. La escucho en bucle, en serio...la flor y el cactus (inserte emoji de carita llorando).
3) A todos aquellos a los que os he conmovido o inspirado a lo que fuera, yo, en serio, os quiero. Todo me parece tan genial! Sois gente muy buena! y perdonad nuevamente, si os he hecho llorar demasiado, pero tengo cosas dentro, ¿sabéis? cosas que debo escribir.
4) a dani_smilek agradecerle nuevamente, simplemente por no cansarse del felinette. Eres una gran impulsora a la difusión. cuando salga mi rey, simplemente me pondré mi peluquita de payaso, xq de seguro mi felix fanon NO tiene parecido al que será canon...me muero.
5) oh Fanmerywrite o fanmery_o, tb nueva feligresa del felinette, se ha dedicado a esparcir la palabra! seguidla en wattpad y twitter.
6) Manu nos regalará otra historia, seguro que nos irá avisando por donde debemos leerlo! ya sabes que aquí estaré!
7) atención que Mrs Fitz, tb está publicando en wattpad! e isa5263 está publicando one-shots que están cañones!. Si me olvido de alguien perdonadme, pero leed, gracias.
Y por último.
Lordthunder se aclara la voz, y se pone seria:
Sujetad a la vida con las dos manos. No dejéis que se vaya sin antes haberla exprimido a tope. Porque esto que tenemos, esta posibilidad de tener un día más, es tan frágil como la luz de una bombilla a punto de fundirse. Así que haced lo que queráis. Vivid, volad, caed y levantaos. Moved los pies, avanzad, deteneos, respirad, volved a andar.
Hasta cuando volvamos a vernos.
Hasta que...
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Muchas gracias. Otro abrazo.
Lordthunder1000
