Disclaimer: No me pertenece ningún elemento de Hakuouki. Esta historia es escrita por placer y sin ánimo de lucro.


Un amigo como tú

Capítulo 2

"El incidente de la posada"

Por Lady Yomi


Verano, 1 de Agosto de 1863. Cinco años antes de que Tani Sanjuro abandonara el Shinsengumi.

Las mesas de la segunda posada "Mao" se encontraban abarrotadas por los siempre inquietos y desconfiados clientes de la ciudad de Kyoto. Iban de un lado a otro, nerviosos y a la caza de quien ofreciera el mejor servicio.

La economía sufría desde que iniciaron los problemas entre el Shogunato y los clanes que pretendían devolverle el poder al Emperador. Los estudiosos se preocupaban por la crisis política mientras que la gente común pagaba las consecuencias, como siempre ocurría.

Eran tiempos complicados y la familia Furukawa era afortunada de contar con un establecimiento próspero entre las manos. El restaurante Mao era un lugar muy famoso gracias a los numerosos platos que Furukawa Izanagi había traído de su tierra natal, Edo. Suaves, frescos y puros; eran sabores dignos de probarse.

El dueño del lugar se masajeó la frente con la mano libre mientras cocinaba cuatro porciones de Ramen a la vez. No dejaba de preocuparle que su hija mayor no encontrara marido. Chie cumpliría diecinueve años y empezaría a ser considerada una candidata pasada de edad o, por decirlo de forma menos elegante, una solterona hecha y derecha.

Su primogénita no era muy agraciada y eso complicaba las cosas todavía más. Su piel pecosa y curtida por el sol distaba de producir la fascinación que los rostros pálidos generaban en los hombres jóvenes y su cabello sólo se veía limpio cuando lo llevaba amarrado en la cocina, pero lo peor de todo era su incapacidad para portarse de forma refinada. Se sujetaba el kimono con un obi que parecía hecho de tela arpillera y caminaba por las calles como quien se abría paso entre un montón de vacas apestosas, refunfuñando y evitando por todos los medios que los transeúntes la saludasen.

«—¡Estoy demasiado ocupada como para detenerme a saludar! —solía exclamar para defenderse de los regaños de su padre—. ¡Las bolsas de rábanos pesan una tonelada y la señora Yuyume insiste en preguntarme acerca de nuestros postres cada vez que me ve con ellas encima!»

De ser un varón, Chie habría sido el orgullo indiscutible de Izanagi. Era diligente, trabajadora, apasionada y honesta, siempre interesándose por el negocio familiar y la reputación de su casa, pero su condición de mujer le impedía ejercer las tareas que tan bien se le daban. Si ella seguía soltera cuando su padre muriera, la ley reinante la desalojaría del local. Era disparatado pensar que una mujer joven se haría cargo de un restaurante sin un hermano mayor que "velara" por ella y se asegurara de que no cometiera "imprudencias femeninas" al lidiar con las vicisitudes del día a día.

Lamentablemente, casarse era la única forma de que su hija mayor continuara viviendo de la forma a la que estaba acostumbrada, en el hogar que conocía y haciendo lo que amaba; cocinar.

Izanagi era un hombre práctico y decidido. Cuando llegaron a Kyoto y se vio en la imposibilidad de proveer alimento para sus dos hijas, resistió los llantos de súplica de la más pequeña y la envió al Okiya más cercano para que fuera adoptada como Shikomi, una aprendiz de maiko. Fue un acto muy brusco, Mao acaba de morir y se hallaban en una ciudad extraña, pero no se arrepentía de sus decisiones. Kohana era una maiko magnífica, ¡de las más populares de Shimabara! Y aunque sus visitas eran mal recibidas por la jovencita (que todavía le guardaba visible rencor), él se alegraba de saberla segura bajo una profesión donde nadie podría abusar de ella.

Ojalá pudiera decir lo mismo de Chie.

—¡¿En dónde está mi hija, Takayama-san?! —gritó desde el interior de la cocina (que empezaba a parecer un sauna lleno de cacerolas por doquier)—. ¡Más vale que no haya salido a alimentar a los vagos y la estés cubriendo otra vez!

Takayama Ume se detuvo frente a su patrón, haciendo rápidas reverencias mientras hablaba en un tono agudo y nervioso:

—¡A, apuesto que Chie-chan está trabajando duramente como le pidió!

—No sabía que se hacía invisible a causa del trabajo duro.

—¡Ah! ¿Disculpe, señor? —La mujer elevó la cabeza sin abandonar su posición de sumisión y se apartó unos mechones sedosos de cabello que le caían sobre el rostro—. No lo entien-

—Si no la traes en menos de diez minutos voy a quitarte la mitad del sueldo.

Furukawa Izanagi no tuvo que decir ni una palabra más antes de que su empleada saliera despedida en dirección al exterior del local.


—¡Chie-chan! ¡Al fin te encuentro! —jadeó su compañera de trabajo al lograr divisarla. Chie le sonreía desde el otro lado de la calle con un enorme canasto repleto de algas entre los brazos.

—¡Ume-chan! ¿Papá ya te permitió salir a almorzar?

—¿Estás demente? —Ume apoyó las manos en las caderas, dirigiéndole una mirada de reproche—. Es lunes, no me dejará sentarme hasta que la luna esté en el medio del cielo. ¿Por qué tardaste tanto? Izanagi-san acaba de amenazarme con quitarme mi pago si no aparecías.

—Vaya... siempre se pone de malas cuando hace calor, ¿eh? —Sonrió e ingresó al local sin hacerle mucho caso a Ume. Las discusiones entre ella y su patrón eran cosa de todos los días—. ¡Eh, papá! ¿En dónde dejo las algas?

—¡¿Se puede saber en dónde te habías metido?! —Izanagi asomó su rostro enrojecido por el marco de la puerta que llevaba a la cocina—. ¿Acaso fuiste a buscarlas al fondo del mar?

Chie soltó una risita burlona mientras se colocaba el delantal para ocuparse de la limpieza del salón.

—¡Podría ser! Con el calor que hace no sería de extrañarse que se me secara la ropa en el camino.

Su padre no pudo evitar reír por lo bajo, restándole importancia al enojo que lo embargaba momentos atrás.

—Asegúrate de cambiar los almohadones de la mesa que está debajo de la ventana.

—Sí, papá. —Chie caminó a paso tranquilo para retirar los almohadones cuando Ume la interceptó con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Adivina lo que pasó mientras no estabas! —Bajó la voz mientras se aseguraba de que su jefe no estuviera observándola—. ¡Dos capitanes del Roshigumi estuvieron aquí, en el restorán!

—Ah. —Chie puso los ojos en blanco, molesta ante la mención del grupo de ronin—. ¿Por qué te emociona tanto la visita de esos tipos?

Ume dejó caer los hombros, desanimada por la falta de interés de su compañera.

—No puedo creer que tú no lo estés. ¡Han hecho muchas cosas buenas desde que llegaron a Kyoto! El crimen y las trifulcas del centro han caído a niveles-

—Tu padre te mataría de escucharte hablar así.

—Sí, sé que los odia, pero a mí me gusta tener la mente abierta, ¿sabes?

—Ellos no piensan como tú. —Tomó un almohadón y lo sacudió junto a la ventana, tapándose el rostro con una mano para evitar respirar el polvo que quedaba suspendido en el aire—. Guerreros... esa clase de gente sólo piensa en el prestigio y el poder. No les importan las personas como nosotros, Ume-chan.

—Pues los que vinieron aquí no parecían tan malos como los pintas. Deberías haberlos visto. —Sonrió con ilusión—. El que parecía mayor era muy educado y su voz tenía un timbre tranquilo y relajante.

—Apuesto a que rebuznaba como asno. —Chie rió con malicia—. Sabes lo que dicen de los ojos del amor.

—¡Ah! —Ume levantó las manos al cielo, torciendo los labios hacia un lado—. ¡Deja de ser tan cínica! De haberlo oído no te portarías tan terca como ahora. —Se puso una mano sobre el corazón e inspiró hondo antes de continuar con una sonrisa—: ¡Me dijo que le recordaba a alguien que conoció en su tierra natal y que ese recuerdo le traía de vuelta el aroma de los campos de su infancia!

—¿No te dijo también que había soñado contigo y los hijos que iban a tener en el futuro?

—¡Oh, Chie! —La interrumpió una tos repentina que la obligó a tomar un vaso de agua que Chie le alcanzó desde la mesa. Esto consiguió mejorar tanto su carraspera como su humor, por lo que canturreó al declarar—: Este es un momento especial. Quizá dentro de unos años lo recuerde como el día en el que conocí a quien se convertiría en mi esposo.

—Tú no necesitas un marido así. —Chie se recostó en la ventana, entrecerrando los ojos a causa de un ardor peculiar que parecía subirle por la garganta—. La mayoría de la clase guerrera es egoísta, petulante y oportunista. Te mereces algo mejor que estar atada a un tipejo presumido que se crea mejor que tú.

—Más bien dirás algo que tú creas mejor.

—¿Eh?

—¿No te das cuenta de lo prejuiciosa que eres con ellos?

—Bueno... —Chie se encogió de hombros, apretando los labios en una línea tensa mientras sus dedos se hundían en el cojín que sostenía—. Tampoco pretendo juzgar a nadie, sólo estoy dando mi opinión.

—Entonces quizá quieras saber que hoy-

Ambas escucharon un alboroto que venía de la cocina y la conversación quedó en segundo plano. Al girar sus rostros hacia el lugar pudieron comprobar la espesa humareda oscura que escapaba de la habitación a borbotones.

—¡PAPÁ! —Chie se precipitó hacia la escena pero fue detenida por dos manos enormes cubiertas por una sustancia negra, fina y grasienta que identificó como tizne tras unos segundos de confusión. Era su padre quien la sujetaba por los hombros sin apartar los ojos de los de su primogénita.

—¡Tienes que sacar a los clientes de aquí y quedarte afuera con ellos!

—¡Pero...! —Sus ojos fueron del rostro de su padre a la cocina, incapaz de obedecer a causa de la confusión que la embargaba—. ¡¿Qué está pasando?! ¡No entiendo nada!

Izanagi hizo una mueca, apretando el agarre sobre los hombros de su hija. La culpabilidad sometía sus ansias de controlar la situación.

—¡Yo... derramé el bidón de sake por error! ¡Cayó sobre la estufa y...! —Se mordió el labio inferior mientras meneaba la cabeza de forma brusca—. ¡Luego habrá tiempo para explicaciones, tienes que salir de inmediato!

Chie apretó los labios y asintió varias veces con la cabeza mientras aguantaba las ganas de largarse a llorar. Su padre le palmeó la mejilla de forma cariñosa y la apartó para salir en busca de los barriles de agua que guardaban en la parte trasera de la posada.

—¡Chie-chan! —Ume se acercó a ella en medio de los alaridos de los clientes, cubriéndose el rostro con un trozo de tela que arrancó de su delantal—. ¡Tienes que ir al piso de arriba a sacar los objetos de valor! ¡Si esto se sale de control será imposible entrar a la casa!

La joven balbuceó una respuesta incoherente. Estaba pálida como una hoja de papel y sólo conseguía señalar a los clientes que se empujaban entre sí para indicarle lo que le fue encomendado.

—¡¿Qué?! —Ume se encogió de hombros mientras entrecerraba los ojos a causa del humo—. ¡¿Me estás escuchando, Chie?!

La respuesta era no, Furukawa Chie sólo oía una cacofonía de sonidos apabullantes a su alrededor. Todo se movía demasiado rápido y la luz que se colaba a través de las ventanas parecía transformarse en lenguas de fuego que lo devoraban todo en cada parpadeo. Presentía que las llamas se meterían por sus labios y la secarían por dentro, como una pieza de leña que agoniza dentro de una estufa sin poder hacer nada al respecto.

Todo iba a consumirse, todos iban a morir. Lo sentía en cada uno de sus huesos.

Ume le dio un fuerte empujón que la arrojó a los pies de la escalera mientras hacía ademanes para que subiera al piso donde vivían ella y su padre:

—¡Ve! ¡Yo me haré cargo de sacar a todos los clientes del salón! —Tosió con violencia mientras luchaba para no ceder a su instinto de supervivencia y largarse del lugar sin mirar atrás—. ¡Mejor prevenir que... lamentar!


Sannan Keisuke y Toudou Heisuke se encontraban a tres cuadras de la posada Mao (donde habían almorzado aquella tarde), cuando el fuego cobró fuerza dentro del local. Pretendían regresar al punto de reunión que Serizawa Kamo (líder del Roshigumi) les ordenó patrullar cuando un ciudadano les salió al encuentro, sudando a chorros y con el rostro y los brazos cubiertos de tizne.

—¡Roshigumi, señores! —bramó el desgraciado entre bruscos accesos de tos—. ¡Mao... la posada! ¡Se... se está prendiendo fuego!

—¡No puede ser! —Sannan abrió los ojos en su máxima extensión mientras su compañero examinaba al civil en busca de heridas graves.

—¡Este vivirá! —exclamó, dándole una palmada de ánimo al peatón ansioso—. ¡Vamos a la posada para ver que podemos hacer!

—¡Adelante, Toudou-kun!

Ambos se lanzaron a la carrera y no les tomó ni cinco minutos enfrentarse a la escena desoladora que se desarrollaba frente a los ojos de los aterrados vecinos. La posada había cobrado fuego y la zona inferior del lugar ardía con la fuerza de una fogata de hojarasca. No faltaba mucho para que el sitio se derrumbara y la humilde casita que descansaba sobre el restorán fuera presa del mismo destino que el desafortunado comercio.

—Toudou. Observa a ese hombre. —Sannan se acomodó la bandana que le resbalaba sobre los ojos a causa del sudor antes de señalar a Izanagi—. Él estaba cocinando cuando estuvimos aquí más temprano, probablemente sea el dueño.

—Tus instintos de rastreo siguen siendo tan finos como siempre —bromeó Heisuke, desestimando el dolor de las víctimas. Veía incendios como ese tan a menudo que el procedimiento le parecía cosa de rutina. Eran sólo pérdidas materiales después de todo, mientras nadie estirara la pata el resto tenía remedio.

Izanagi dejaba la vida en pasar cada balde de agua al compañero que lo seguía en la larga cadena humana formada por clientes y vecinos que intentaban aplacar las llamas. Estaba tan distraído que sólo reaccionó al tercer llamado de los recién llegados, se irguió de inmediato y volteó hacia ellos mientras trataba de disimular sus emociones revueltas. No era propio de su familia perder el control frente a una calamidad, los Furukawa siempre elevaban el mentón ante la tragedia.

—Usted debe ser el dueño del lugar... —musitó Sannan con un tono lleno de compasión que Izanagi agradeció internamente—. Lamento incordiarlo con mis preguntas en un momento tan delicado, pero necesito saber si todos los involucrados salieron ilesos de esta desafortunada situación.

—Ah... —Izanagi giró sobre sí mismo, los nervios le jugaban en contra y tenía problemas para encontrar el rostro de su empleada Ume entre la multitud—. ¡Takayama-san, ven aquí!

Su joven empleada se acercó con cautela, temiendo ser culpada del desastre y encerrada de por vida en un calabozo oscuro del Roshigumi, pero reconocer la mirada amable de Sannan (a quien atendió aquella misma tarde) le brindó la seguridad suficiente para acercarse.

—Izanagi-san... —Se pasó una manga por el rostro para apartar el tizne de sus ojos—. ¿En qué puedo servirle?

—Chie está contigo, ¿verdad? No la veo por ningún lado.

—¿Chie...? —Ume parpadeó varias veces mientras sus ojos iban de la casa a la calle—. ¿Chie no salió?

—¡¿Salió de dónde?! —bramó Izanagi con la voz grave y gutural—. ¡Le dije... que se largara con los clientes!

—¡S, sí! ¡Sí lo sé, pero...! —Ume empezó a chillar de forma aguda mientras enterraba las manos dentro de su elaborado peinado—. ¡Yo me quedé con los clientes y la mandé a buscar unas cosas a la casa, para que las salvara y-

—¡GRANDÍSIMA ESTÚPIDA! —Izanagi se arrojó sobre ella y la sujetó con fuerza de los tiradores del delantal—. ¡Chie le tiene terror al fuego! ¡Se paraliza de miedo y pierde la razón al instante! ¡¿Qué has hecho?! ¡¿Qué diablos has hecho?! ¡Has... matado a mi hija!

La empleada empezó a lloriquear, presa de un ataque de nervios mientras era sacudida por su patrón. Sannan se acercó para separarlos de inmediato.

—¡Mantengan la calma! —declaró en el tono de mando que pocas veces usaba—. ¡¿Dicen que una chica está atrapada ahí adentro?!

—¡Mi Chie! ¡No voy a perder a mi Chie! —Izanagi trató de meterse a la posada con los ojos desorbitados.

—¡No! —Sannan lo sujetó con presteza, forcejeando para detener al hombre que se debatía para liberarse del agarre—. ¡Si entra a ese lugar morirá con seguridad!

—¡Prefiero morir que dejar a mi niña... mi niñita sola en ese lugar! ¡SOY SU PADRE! —gritó con toda la fuerza que sus pulmones desgarrados por el humo hirviendo le permitían—. ¡SU PADRE!

Toudou Heisuke observó la situación con una mueca de disgusto dibujada sobre sus labios apretados. La familiar punzada de los celos le apretó el corazón y lo hizo sentir otra vez como un huérfano solitario, sentado en las escaleras del templo donde se crió con su apatía como única compañía. Nunca dejaría de sorprenderse y fastidiarse por la dedicación de padres como ese, ejemplos vivientes de que su propia existencia era un incordio para quien lo trajo al mundo.

—Conque Chie... —murmuró, volteando mecánicamente hacia la casa escondida entre las sombras de la humareda.

—¡Toudou-kun! —Sannan reconoció sus intenciones de inmediato—. ¡Ni se te ocurra meterte ahí! —Sujetó a Izanagi y se lo arrojó a Heisuke para que lo detuviera—. ¡Como tu superior, es mi deber ocuparme de situaciones peligrosas!

—¡Tienes que estar bromeando, soy mucho más rápido que tú! —Quiso librarse del viejo pero sabía que, de soltarlo, el hombre se lanzaría directo a las llamas.

—No soy una persona de bromas, Toudou-kun, y tú mejor que nadie deberías saberlo.

—¡¿Qué diablos importa lo que yo sepa o no?! ¡El edificio se desplomará de un momento a otro, no lograrás salir a tiempo!

—Quizá no, pero abandoné mi querida Sendai para asistir a los indefensos y no renegaré de esa promesa. —Y sin decir más se echó el haori celeste del Roshigumi sobre la cabeza, atravesando las llamas como un fantasma hecho de cielo y cumbres montañosas.


Las lenguas de fuego parecían entrar y salir de su garganta, tocando sus pulmones y abandonando su cuerpo sólo para volver a colarse y repetir el dolor agonizante que la castigaba sin piedad. Chie se aferraba al libro de su madre, aquel que albergaba todos los cuentos de su infancia, mientras su cuerpo se arqueaba en el piso a causa de la violenta tos que la sacudía. El corazón le martillaba en los oídos y su cuerpo le suplicaba que se pusiera de pie y huyera en ese instante, pero el terror que le suponían las horribles llamas que la cercaban le impedía realizar el más mínimo movimiento.

Consiguió subir hasta la casa gracias a la desesperación de ver al terrible fuego escapar de la cocina y esparcirse por el comedor en cuestión de segundos, pero tras ingresar a la vivienda se vio presa de una pesadilla ineludible. Pensó en arrojarse por la ventana más próxima pero sus piernas y sus brazos se rehusaban a obedecerle, temblando de forma incontrolable ante el menor intento de ponerse de pie.

—Mamá... —lloriqueó con la voz ronca mientras clavaba las yemas de los dedos sobre la tapa del libro que se sentía cada vez más caliente—. ¡Lo siento!

Fue entonces que alguien le arrojó algo frío en el rostro. ¿Era su madre? ¿Mao había llegado para liberarla del dolor que la embargaba?

—¡Chie-san! —La voz de Sannan le sonó lejana y difusa—. ¡Sujétese de mi cuello, la voy a...! —Lo interrumpió un brote de tos que luchó por someter en vano— ¡Venga, suba!

La joven no cooperó y eso complicó el rescate de formas que Sannan no previó con antelación. Chie no hacía más que temblar, toser y retorcerse sobre sí misma, enajenada a causa del pánico. Le costó mucho destrabar el agarre que ejercía sobre su torso para trasladarlo a su cuello y cargarla sobre la espalda. La había cubierto con su haori (el cual empapó en agua antes de entrar) para bajarle la temperatura y protegerla del humo, pero eso lo puso en desventaja y provocó que sus fuerzas menguaran conforme se acercaba a la ventana.

—¡Tiene... que apreciar mucho a su padre! —gritó por encima del estruendo de las llamas, con la voz casi tan ronca como ella—. ¡Pocas personas enfrentarían un infierno como este... aún con la vida de su familia dependiendo de ello! —Chie no reaccionó, así que enfocó sus ojos en los suyos mientras señalaba a la multitud que se apiñaba bajo la ventana—. ¡Ahora tiene que saltar! ¡¿Me entiende, Chie-san? ¡Tiene que saltar ya!

Chie asintió de forma espontánea, con los ojos irritados por el humo llenos de lágrimas copiosas. No resbaló la primera de ellas por sus mejillas ardientes antes de que se arrojara al vacío y aterrizara en los brazos de Toudou Heisuke, un piso más abajo.

—¡Sannan-san! —Heisuke elevó la voz, tambaleándose bajo el peso de la chica—. ¡Tienes que salir de ah-

No pudo terminar la frase.

El techo de la casa se desplomó y Sannan desapareció junto con él, tragado vivo por la garganta de fuego que jamás temió enfrentar.


¡Nos vemos en el próximo episodio!