Disclaimer: No me pertenece ningún elemento de Hakuouki. Esta historia es escrita por placer y sin ánimo de lucro.
Un amigo como tú
Capítulo 3
"La primera impresión"
Por Lady Yomi
Verano, 3 de Setiembre de 1863. Un mes después del incendio de la posada Mao.
—No podré seguir atendiéndote, Sannan-san —musitó el anciano, girándose para darle la espalda y volver la atención a los numerosos textos que estudiaba—. Me estás pagando muy poco y mis servicios son muy estimados por otros pacientes que sí pueden costearlos.
—¡Pero... doctor Morita! —Sannan apretó los puños sobre sus muslos, inclinando el torso hacia adelante de forma brusca—. ¡Le pagué por cada una de las visitas!
—Que el pago sea a voluntad no quiere decir que no hayan personas dispuestas a superar tu oferta. —Lo miró de reojo—. La esposa de un mercader rico se esguinzó un tobillo y me habló acerca de su interés en empezar a tratarse conmigo. Mi agenda de pacientes está repleta y necesito hacer espacio para ella.
—La esposa de un mercader —repitió las palabras en medio de la incredulidad, masajeándose la sien mientras observaba el prolijo consultorio del doctor. Hasta el forro de seda que recubría los asientos le parecía un gasto tan frívolo como innecesario. Era evidente que al tipo le gustaba el lujo—. ¿Acaso ella tiene una tarea más importante que la mía? —Meneó la cabeza, decepcionado—. Soy miembro del Roshigumi, trabajo por mantener la paz en Kyoto y-
—Y a mí tanto la política como la seguridad me importan un pepino, señor Sannan. —Se encogió de hombros y se puso a revisar una libreta entre sus manos arrugadas—. Me llevó toda una vida estudiar y prepararme para dedicarme a esta profesión y espero ser retribuido como corresponde.
Sannan señaló su brazo derecho, el cual descansaba en un humilde cabestrillo de tela arpillera.
—Le pagué una fortuna y aún así mi brazo sigue inmóvil desde el accidente.
—Te dije que haría falta un buen tiempo para que recuperara su movilidad. —Entrecerró los ojos y meneó la cabeza en un gesto de reproche—. Harías bien en abandonar esos hábitos tan violentos y volver a tu tierra natal. Quizá podrías dedicarte a trabajar en la escuela de kendo de tu-
—Es imposible —lo interrumpió con el semblante duro como la piedra, poniéndose de pie con brusquedad—. Soy el tercer hijo de la familia, lo único que me espera es tener el privilegio de recoger las sandalias de los alumnos antes de la práctica. Soy un samurái, como uno viviré y también moriré.
—Sannan Keisuke... —El médico le clavó la mirada y encogió los ojos inquisitivamente—. Si fueras menos terco ya te habrías recuperado con mis cuidados.
—Sí, quizá... pero debo proteger a los ciudadanos adinerados de los ronin vagabundos que tratan de asaltarlos apenas pisan la calle. —Frunció el ceño hasta que sus ojos se perdieron bajo sus cejas espesas—. Hay trabajos donde uno no puede darse el lujo de elegir.
—Esta conversación no nos está llevando a ningún lado. —Soltó un suspiro y le extendió el haori celeste que su paciente había colgado en un perchero, levantándose lentamente al concluir—: Espero que encuentres a un mejor doctor.
—Usted sabe que no hay otro mejor —murmuró—. Me está dejando a mi suerte con esto.
—El dinero mueve el mundo, hijo. —El hombre deslizó la puerta corrediza y lo invitó a retirarse con un movimiento de su cabeza—. Si consigues una suma mayor quizá cambie de opinión y te mantenga en mi agenda.
Sannan lo miró desde el umbral y la luz del sol del mediodía iluminó el cristal de sus anteojos.
—¿Significa eso que... todavía puedo hacerlo cambiar de opinión?
—Hmm... —El viejo asintió con los ojos cerrados, cerrando la cortina tras de sí mientras se perdía nuevamente en el interior de su hogar—. Claro. Trae el doble antes de dos semanas y veré que puedo hacer por ti.
—¿El... doble? —Sannan se llevó una mano a la frente—. Esto parece cosa de broma. —Dejó caer los hombros, destruido por lo que acababa de escuchar.
—Sannan-san. —Hijikata Toshizo (quien esperaba a su camarada bajo la sombra de un níspero) se acercó con la duda estampada en el rostro—. ¿Por qué la cara larga? ¿Te dieron malas noticias? —Sus ojos se fueron directo al cabestrillo—. ¿Acaso extendieron el tiempo de tu convalecencia?
—No, no, Hijikata-kun. Ojalá fuera así. —Se acomodó la bandana de acero que cubría su frente con desgano—. Lo que me doblaron es la cuota. ¿De dónde sacaré más dinero?
—Espera. ¿Dices que no le alcanzó la cantidad enorme que le facilitó tu padre?
—No. —Echó los hombros hacia atrás, contemplando como el viento movía el follaje verdoso de los árboles de un lado al otro—. Apareció alguien con una oferta mejor y me dio dos semanas para pagarle. De lo contrario-
—Te borrará de su agenda.
—Exacto. —Se giró hacia él, torciendo los labios al murmurar—: No sé que más hacer Hijikata-kun, si no me recupero me forzarán a abandonar el Roshigumi.
Hijikata frunció el ceño, espantando la idea con un grácil movimiento de su mano derecha.
—No digas esas cosas. Kondou-san te estima y jamás te dejaría de lado por algo así. —Le pasó una mano por encima del hombro, intimándolo a alejarse del lugar junto a él—. Hay mucho papeleo que atender y también está la contaduría. Según tengo entendido, tu educación bajo la tutela de Chiba Shusaku-san fue muy provechosa.
—No puedes comparar el sendero del guerrero con la contaduría, Hijikata-kun —musitó, arrastrando los pasos por la callejuela de adoquines—. No quiero pasarme la vida contando el dinero de otras personas. —Dejó escapar un largo suspiro y meneó la cabeza—. Debo probar que merezco tener la licencia para llevar dos espadas y no podré conseguirlo sentado detrás de un escritorio.
—La herida que produjo esa estúpida viga al clavarse en tu hombro fue demasiado grave, tienes suerte de no haber perdido el brazo entero.
—¿Llamas a esto suerte? —Chasqueó la lengua—. Suerte habría sido que el incendio me llevara consigo.
—Sannan. —Le dirigió una mirada tan filosa como la hoja de su espada—. No quiero oírte hablar así.
—Es la verdad, Hijikata-kun. —Se enderezó y elevó el mentón para devolverle la mirada a su mejor amigo. No era mucho más alto que él y aún así le intimidaba la expresión de su rostro severo—. Al menos me habría ido como un héroe.
—Los héroes están sobrevaluados. —Una sonrisa imperceptible se apropió de los labios de Hijikata cuando le señaló una casa maltrecha en la acera contraria—. El dueño de la Posada Mao no estaría trabajando con tanto ahínco en la reconstrucción de su comercio si no tuviera a su hija consigo. Tú impediste que perdiera la razón de todos sus esfuerzos y si eso no es heroico, entonces no sé que lo será.
—Vaya. —Sannan arqueó las cejas, sorprendido al notar el ritmo con el que progresaron las reparaciones—. Seguro que trabajaron muy duro para lograr una mejora tan grande en tan poco tiempo.
—¿Ya ves? —Hijikata le dio una palmada alentadora en la espalda antes de echarse a andar rumbo al establecimiento—. Mi cuñado suele decir que cada decisión que tomamos impacta las vidas ajenas. Aún cuando nos parecen imperceptibles, el cambio generado es incalculable.
—¡Hi... Hijikata-kun! —Se detuvo, vacilante—. ¿Qué harás allí?
—Ver como les va, ¿qué más querría hacer?
—Es que... —Se rascó la mejilla, incómodo con la visita repentina—. Será un poco vergonzoso que todas esas personas me vean paseándome con el brazo en este estado.
—¿Qué tiene de vergonzoso herirse durante el cumplimiento del deber? —Apartó la cortina de la puerta principal y saludó a un empleado con un asentimiento breve de la cabeza—. A cualquiera le gustaría la atención.
—Pues a mí no. —Soltó un respingo cuando su compañero se perdió en el interior del restorán. Lo siguió de mala gana y apenas entró se topó con una de las meseras que trabajaban para Izanagi. Se apresuró a saludarla de forma cortés—: Buenas tardes, Ume-san.
La joven mesera se sonrojó con violencia al oír la voz de Sannan Keisuke.
—¡Oh! —Sonrió de oreja a oreja mientras hacía una reverencia exagerada—. ¡Qué placer volver a verlo, Sannan-san! ¡Chie, querida! ¡Mira quienes vinieron de visita!
Furukawa Chie se asomó desde la cocina con el rostro enrojecido por el calor y un pañuelo rojo que le cubría casi toda la cabeza. Se quedó boquiabierta al descubrir que tenía frente a sí al hombre que le salvó la vida un mes atrás.
—¡Enseguida estoy con usted! —Se limpió las manos en el delantal y se acercó con una sonrisa forzada. A decir verdad, todavía le avergonzaba enfrentarse a quien la vio llorando y temblando en medio de un ataque de nervios de origen irracional—. Sannan-san, que alegría verlo de vuelta.
—La alegría es mutua —respondió Sannan con amabilidad—. Vemos que su padre no escatimó esfuerzos en levantar este sitio de nuevo.
—Él no se rinde fácilmente. Mi padre es un hombre muy trabajador y hace amigos en todos lados, así que vinieron personas de muy lejos a dar una mano. La verdad es que no podríamos estar más agradecidos al respecto.
—Me hubiera gustado ayudar —suspiró Sannan—. Sé que sólo tengo un brazo disponible, pero eso no me impidió acompañar a las tropas del Roshigumi durante las patrullas. De haberme avisado, podría haber ayudado con las tareas menos exigentes.
—No seas tonto, Sannan-san. —Hijikata se cruzó de brazos, deteniéndose junto a ellos—. Lo último que necesitas es probarle algo a estas personas, ya hiciste suficiente por ellos.
—Ah... —Chie se quedó muda, sorprendida por la interrupción del compañero de Sannan. Su presencia se imponía en el lugar de forma abrumadora, recordándole a los grandes señores de las leyendas épicas que tanto gustaba de leer. La boca se le abrió un palmo sin que pudiera controlarlo y se apresuró a cerrarla de forma brusca, tratando de disimular su asombro.
Ume tuvo que codearla ligeramente en las costillas para que continuara con la conversación.
—Debería... preguntarle a mi padre, Sannan-san. —Se encogió de hombros mientras apretaba la bandeja que llevaba en las manos—. Apuesto a que todavía necesitamos que nos ayude con alguna cosa que haya quedado pendiente tras las repa... reparaciones.
—Oh sí, es cierto. —Sannan sonrió, tan curioso como divertido por la reacción de la jovencita—. Ojalá pueda serles de ayuda, no hay duda de que son comerciantes diligentes y honorables.
—Ya, Sannan. —Hijikata se aclaró la garganta, incómodo por la actitud servicial de su compañero. Sannan era una persona amable, sí, pero ahora eran hombres de armas y ese tipo de cortesías eran mal vistas dentro de la nueva clase social a la que pertenecían. La solidaridad era cosa de granjeros, no de guerreros—. ¿Nos van a dar de comer o qué?
—Oh. —Chie frunció el ceño—. Claro, pueden tomar asiento por aquí. —Los guió hasta la mesa, esforzándose por romper la tensión que la actitud de Hijikata precipitó sobre la conversación—. ¿Están de servicio? Veo que llevan sus uniformes.
Sannan disimuló la vergüenza que le causó el comportamiento de su compañero. Sabiendo que Hijikata era uno de los miembros más educados del grupo de ronin al que pertenecían, no quería ni imaginarse como se portarían los demás. Empezaba a entender porqué los ciudadanos de Kyoto los llamaban "Los lobos de Mibu".
Pero no podía culpar demasiado a su camarada, Hijikata no solía expresar sus sentimientos de forma elegante y mucho menos con los extraños. Supuso que la desconfianza lo abandonaría tarde o temprano, especialmente cuando los habitantes de la posada formaran parte de sus conocidos de todos los días.
—Así es, Hijikata-kun se tomó unas horas libres para acompañarme a visitar al doctor. Queda muy cerca de aquí por lo que decidimos pasar a saludar.
—¡Oh! —Chie parpadeó varias veces—. Es cierto, todavía no se recuperó de las heridas que le produjo el accidente. ¿Cómo va todo, Sannan-san?
—Pues... —Sannan suspiró y se encogió de hombros, señalando el cabestrillo con el brazo sano—. Parece que mi tratamiento terminó... antes de tiempo.
—¿Antes de tiempo?
—Camarera. —Hijikata interrumpió la conversación, dirigiéndose a Ume con el ceño fruncido—. Tráele un poco de sake a Sannan, esto va para largo y se le va a secar la garganta si sigue hablando con tanta disposición.
—¡Por supuesto, Hijikata-san! —Ume se arrojó al interior de la cocina para llevarle una medida del mejor sake que lograron salvar de las llamas. Haría lo que fuera por agasajar a Sannan-san.
—Bien... —Sannan infló el pecho de aire y lo soltó por la nariz de una sola vez—. ¿Por dónde empiezo?
—Quizá por la parte donde su tratamiento terminó repentinamente.
—Buena idea, Chie-san. —Apretó los labios en una línea—. La viga cortó unos cuantos tendones y... la curación es bastante enrevesada. Me está atendiendo uno de los mejores doctores de la ciudad, un tal Morita.
—Morita... sí, he oído de él.
—Entonces sabrá que ama el lujo más que hacer sangrías. —Chie asintió y Sannan agradeció que la muchacha estuviera al tanto de la naturaleza codiciosa del médico, por lo que siguió hablando con confianza renovada—: Mi familia me envió dinero para pagarle por sus servicios, pero hoy me dijo que le dará mi lugar a una mujer rica de Kyoto si no le entrego el doble de la cuota en menos de dos semanas.
—¿Y falta mucho tiempo para que su brazo vuelva a estar como antes?
Sannan apretó los dientes y sus cejas se aplastaron sobre sus párpados. Tiempo... eso era lo que más necesitaba.
—El pronóstico no es bueno a menos que... —Apoyó el mentón sobre sus manos cruzadas— ...descanse y siga esas reglas extremas que a los médicos les gusta recomendar. Supongo que si le pago lo suficiente soltará una cura milagrosa y podré volver a mi trabajo sin mayores problemas. De hecho, se rumorea que trató a varios pacientes con la famosa medicina de Ishida que Hijikata-kun solía repartir. Es difícil encontrarla hoy en día, pero guardo las esperanzas de que el doctor Morita tenga un par de dosis escondidas —dijo lo último con una sonrisa determinada, pero el rostro de Chie se había endurecido hasta hacerla parecer una estatua—. ¿Chie-san? ¿Acaso dije algo malo?
La joven negó suavemente con la cabeza, alisando la tela de su delantal con las yemas de los dedos.
—Me preguntaba lo que pasaría si nunca aparece esa cura en la que tanto confía.
—Pues... —Se acomodó los anteojos, ansioso por resolver la situación hipotética—. Supongo que entonces tendría que-
—No es necesario hablar de eso —Hijikata los interrumpió con la mirada fija en el sake que sostenía—. Se recuperará.
Se sumieron en un silencio incómodo que fue rápidamente interrumpido por Chie, quien se señaló la garganta al exclamar:
—¡A propósito! ¿Vio cómo mejoró mi voz?
—¡Oh, sí! —Sannan rió—. Es verdad, su voz suena mucho más clara que antes, Chie-san.
—El humo dañó mis cuerdas vocales, pero el doctor Mantaro-san vino desde el mismísimo Edo a verme y todo mejoró en cuestión de un pis-pás.
—¿En cuestión de un pis-pás? —Hijikata frunció el ceño, sin saber si sentirse curioso o inquieto por la revelación—. ¿Y quién es ese sujeto?
—¡El doctor de la familia! —Chie asintió con la cabeza—. Él se ocupa de la salud de papá y la mía desde que heredó el negocio familiar. Es un gran doctor que hizo mucho por nosotros y... —Se apretó un puño contra el mentón para contener su emoción. Le entusiasmaba la posibilidad de devolverle el favor a Sannan-san, pero no quería que su agradecimiento resultara evidente—. Creo que sería una buena idea que él se ocupara de ayudarlo con su recuperación.
—Oh, ya veo. —Sannan se movió para evitar a unos clientes maleducados que lo empujaron a propósito tras divisar su haori del Roshigumi. La gente de Kyoto sentía una enorme aversión contra ellos y no perdían la chance de demostrarlo siempre que podían—. Chie-san, me parece que abuso de su amabilidad. No querría que él se viera obligado a tratarme sólo porque me debe... pues... lo que pasó en el incendio.
—¡No! —Negó rápidamente con la cabeza—. ¡No se vería en la obligación! Lo conozco desde que era pequeña y puedo asegurarle que Mantaro-san es una persona amable y caritativa. —Se apartó un mechón del rostro, ansiosa por disimular la melancolía que la invadió cuando expuso la última razón—. Además tiene familia en el Roshigumi, él apoya mucho su causa.
—¿Familia? —El tono de voz desinteresado de Hijikata contrastaba con la urgencia de sus palabras—. ¿De quién es pariente? ¿Lo conocemos?
—Yo... no sabría decirle. Hace años que me fui de Edo y ya no recuerdo la constitución de su grupo familiar, pero oí rumores y... —Forzó una sonrisa—. ¡En fin! Debería preguntarle cuando lo vea. ¡Quizá se lleve una agradable sorpresa!
Hijikata no dijo nada, pero la intensidad de su mirada bastó para ponerle los pelos de punta. Era obvio que no lo engañaría con una excusa tan mala. ¿Cómo no recordaría cuál de los hermanos de Mantaro formaba parte de las filas del Roshigumi? Quiso darse un bofetón por hablar de más.
—Y eso haremos. —Sannan le dirigió una sonrisa amable, haciendo caso omiso a la desconfianza que le quitó el apetito a su camarada—. Si esto resulta bien estaré en deuda con usted, Chie-san.
—Para nada, para nada. —La chica apartó la idea con un movimiento leve de su mano—. Es mi deber pagarle por su asistencia.
—Está bien. —Asintió, cruzando el brazo sano sobre el cabestrillo—. Ojalá que todo esto sea para bien.
—Eso espero, odiaría que se viera perjudicado por mi culpa.
—¿Por su culpa?
—De no haber subido a la casa no me habría cercado el fuego y... usted no se habría herido de esa manera.
—Bah. —Hijikata dio un respingo tras beber otro trago de sake—. Si no le ocurría nada en esa ocasión seguro que más adelante iba a cortarlo algún ronin desquiciado.
—¿Estás poniendo en tela de juicio mis habilidades como espadachín, Hijikata-kun? —Lo codeó amigablemente y Hijikata respondió con una risa grave que se esforzó en ocultar. Sannan volteó hacia la mesera, empequeñeciendo los ojos en una de sus características sonrisas tranquilas—. Mi trabajo es complicado. No fue su culpa, Chie-san.
—Se lo agradezco, Sannan-san. —Hizo una reverencia, presa del agradecimiento. Le resultaba imposible no sentirse responsable de que su salvador estuviera incapacitado a causa de su imprudencia, pero su explicación aligeraba la carga.
—Volveremos mañana para que nos brinde la información de contacto de Mantaro-san. ¿Todavía está en la ciudad?
—Sí, se quedará por una temporada.
—Excelente. Estoy ansioso por saber más de él.
Chie quiso responder, pero la mirada de reproche que le clavó su mejor amiga desde el otro lado del salón la hizo cerrar la boca de golpe. Ume estaba prendada del galante samurái de anteojos desde el primer momento en que lo vio y era evidente que la falta de atención que recibía de su parte estaba afectándola gravemente.
Ume era demasiado enamoradiza, pero Chie decidió finalizar la conversación para liberarla de la ansiedad que le provocaba no ser parte de la charla. Se alejó del lugar tras hacer una breve reverencia cuando la voz de Hijikata Toshizo llegó a sus oídos:
—¿Ves, Sannan? Te dije que era una buena idea venir aquí.
No llegó a entender el significado de su aseveración pero imaginó que se debía a la futura visita médica de Sannan, lo que le llenó el pecho de alegría. Desde hacía años que la felicidad de Chie consistía en disfrutar lo que podía obsequiarle a los demás, aunque esa dicha solía teñirse de una amargura secreta durante las escasas ocasiones donde recordaba porqué dejó de perseguir la suya.
Verano, 12 de Setiembre de 1863. Una semana después.
—¡Buenas tardes! —Tani Mantaro salió al encuentro de su visitante. Le bastó saber que era el salvador de la pequeña Chie para aceptarlo como paciente, pero enterarse de que pertenecía a la misma tropa a la que se uniría su hermano lo colmaba de satisfacción. ¡Haría cualquier cosa por apoyar a los defensores de Kyoto!
—Buenas sean. —Sannan devolvió el saludo con la misma simpatía que su anfitrión. Mantaro parecía mucho más humilde que su antiguo doctor. Se alojaba en una pequeña casa que rentaba junto al río y su sonrisa era absolutamente genuina. Decidió que le caía bien de inmediato—. Soy Sannan Keisuke, del Roshigumi. Quedamos en vernos aquí el otro día.
—Claro, lo recuerdo. —Lo invitó a pasar con un gesto de la mano y ambos ingresaron a la cómoda salita que precedía al hogar—. Chie-san me dijo que vendría. Es todo un honor tener a uno de los nobles guardianes del orden bajo mi cuidado.
—¿Guardianes del orden? —Sintió que sus mejillas enrojecían ante el epíteto. Apretó los labios en una sonrisa insegura mientras se desprendía de sus sandalias—. No somos nada como eso, señor. Sólo tratamos de hacer las cosas bien, nada más.
—Pues hacer las cosas bien es precisamente algo que un guardián del orden haría, mi amigo. —Tomó sus instrumentos y se arremangó mientras Sannan se desprendía de la parte superior de su ropa—. ¿Hace cuánto tiempo ocurrió el accidente?
—Un mes y unos días. —Le enseñó la cicatriz que atravesaba su hombro—. Me dejó una marca peculiar.
—Bastante peculiar, la verdad. Eso pudo cicatrizar mejor. No me gusta hablar mal de mis colegas, pero ese tal doctor Morita es un poco descuidado.
—¿De verdad? —Sannan lo miró por encima del hombro y ahogó un siseo al sentir el acero helado del instrumento con el que Mantaro lo examinó—. Y pensar que le di todo lo que tenía a ese anciano.
—No es el único. Los doctores de Kyoto pecan de codiciosos.
—Chie-san me dijo que usted venía de Edo.
—Así es, mi hermano mayor también. —Le brindó una sonrisa orgullosa—. Se unirá al Roshigumi la semana que viene. Es un chico impetuoso, pero tremendamente dedicado a sus tareas.
—¿Cómo se llama?
Mantaro iba a responder cuando un hombre pelirrojo y con cara de pocos amigos irrumpió en la habitación. Los observó de arriba a abajo antes de soltar un respingo, disgustado con su hermano por efectuar una consulta médica en el comedor.
—Mantaro-san, ¿No es esto un poco insalubre para un doctor? —dijo tras fijarse en el brazo maltrecho de Sannan—. Sé que te pagan una miseria, pero estos mendigos se merecen cuanto menos un futón.
—¿Mendigos? —Sannan torció los labios en una mueca amarga—. Este debe ser su hermano.
—¡Sí! —Mantaro se puso de pie y jaló al recién llegado consigo, inflando el pecho con orgullo al exclamar—: ¡Le presento a mi hermano, Sannan-san! ¡Este es Tani Sanjuro, futuro capitán de la séptima división del Roshigumi!
—¿Sannan... Keisuke? —Sanjuro esbozó una sonrisa arrogante y le dedicó un asentimiento perezoso con la cabeza—. El Consejero del Roshi, ¿verdad?
—Eso es correcto. —Trató de olvidar la pésima primera impresión que le causó su futuro compañero—. Es un placer conocerte, Sanjuro-san.
—Prefiero Tani-san, gracias. —Sus ojos se empequeñecieron en un gesto felino que pretendía ser cordial, pero que generaba el efecto contrario—. Seré tu superior después de todo, secretario.
Se le cayeron los anteojos sobre la nariz al oír la petulancia con la que Tani se dirigió a él. Kondou-san lo calificaba como un hombre de paciencia que no reaccionaba sin provocación, pero este individuo parecía pedir a gritos que le estampara una sandalia en la cara.
—Sanjuro-kun. —Mantaro palmeó el hombro de su hermano mayor para que se comportara. No era la primera vez que ofendía a uno de sus pacientes en el poco tiempo que llevaba viviendo con él en Kyoto—. ¿Quieres contarle a Sannan-san cómo es que decidiste unirte a su causa?
—Hmm... —Sanjuro se dejó caer con desgana en un rincón mientras sus ojos revisaban cada rincón del cuerpo del paciente. El gesto afilado de sus labios se agudizó todavía más cuando se encontró con los ojos de Sannan, que lo enfrentaban en silencio mientras le exigían respetar su privacidad.
Esto no hizo más que aumentar la diversión que le generaba el inválido.
—Prefiero escuchar cómo se hizo esa fea cicatriz —declaró con un tono de voz fingidamente preocupado—. Dicen que las heridas en la espalda ocurren cuando un guerrero sale huyendo del combate. En otros tiempos te habrían obligado a cometer suicidio honorable por eso, ¿sabías... Sannan-kun?
Sannan se limitó a acomodarse los anteojos sobre el caballete como toda respuesta, ahorrándose una sarta de maldiciones que harían enrojecer el rostro del doctor Mantaro hasta que semejara un Yasha salido del mismísimo infierno.
Acababa de decidir que Tani Sanjuro no le caía nada bien.
¡Fin del episodio! ¡Nos leemos la próxima!
