Disclaimer: No me pertenece ningún elemento de Hakuouki. Esta historia es escrita por placer y sin ánimo de lucro.


Un amigo como tú

Capítulo 6

"La semilla del caos"

Por Lady Yomi


—¿Papá? —Chie subió las escaleras que llevaban a la segunda planta de la posada Mao, donde se encontraba la pequeña pieza en la que ambos vivían. Al ingresar descubrió que el sitio estaba en penumbras; parecía no haber nadie adentro.

Se sintió aliviada al notar que ni su padre ni Tani Sanjuro habían subido al apartamento por lo que se vería libre de refrescarse, cambiarse de ropa y echarse sobre su futón a pensar en todo lo que pasó aquella tarde. Si había algo que necesitaba, era descansar.

Cuando finalmente se dejó caer sobre el mullido colchón, las voces de aquellos a quienes menos quería oír se escucharon en el exterior de la vivienda. Chie apretó el rostro contra las sábanas, murmurando maldiciones al mismo tiempo que se abría la puerta principal.

—¿Quién encendió las luces? —exclamó Izanagi mientras se deshacía de sus sandalias—. ¿Chie-chan? ¿Estás en casa?

—Sí, papá... —murmuró sin salir de su habitación—. Estaba durmiendo.

—Pues bien dices que "estabas". ¡Ven al comedor, Tani-kun y yo preparamos la cena ahí abajo para sorprenderte cuándo llegaras!

—Acaba de arruinar la sorpresa, Izanagi-san —soltó el mencionado, observando la modesta salita con un gesto despectivo.

—En mi defensa —se excusó el cocinero al notar la incomodidad de su invitado—, pensé que estaba en casa de Ume-chan otra vez. Suele venir tarde porque le gusta pasar mucho tiempo con su mejor amiga.

—Así que ahora Chie-chan tiene amigas... —susurró Tani con cierta sorpresa que trató de disimular detrás de una expresión burlona—. Tenga cuidado, Izanagi-san, no querrá que las chicas de la capital se conviertan en una mala influencia para nuestra inocente chica de Edo.

—Oh, para nada, para nada. Ume-chan trabaja en el restaurante desde hace años y espero que le enseñe a Chie a portarse de forma más femenina. Ya sabes... con la muerte de Mao... —Soltó un suspiro por lo bajo— ...hay muchas cosas que no llegó a aprender.

—¿Ah sí?

—Sí, por ejemplo... —La aparición repentina de su hija lo hizo guardar silencio de forma brusca. Izanagi podía ser algo distraído, pero no ignoraba la tensión que recorría el semblante de Chie. Quizá no debería hablar de cosas tan personales, al menos no hasta que ella y Tani recuperaran esa cercanía que tanto deseaba volver a vislumbrar entre los dos.

—Qué cara tan seria llevas, Chie-chan —se burló Tani desde la mesa—. Apuesto a que no estabas tan amargada durante tu paseo de la tarde.

—¿De qué estás hablando?

—Si viniste temprano es porque no fuiste a lo de tu muy querida amiga.

—¿Y eso a ti qué te importa? —Odiaba ser grosera con quien antes fuera su amigo inseparable, pero no permitiría que la interrogara como a una criminal.

—¡Chie! —Su padre arrugó el entrecejo—. ¿Por qué le respondes así a Tani-kun?

—Tani-san no tiene porqué meterse en mis asuntos —respondió de forma insegura, perdiendo gradualmente la determinación de defender su privacidad.

—Esa no es forma de hablarle a un guerrero de la clase noble, muchacha. —Izanagi le hizo un gesto con la mano para que se retirara a la cocina—. ¡Mucho menos a uno que podemos considerar parte de la familia! Ve y prepárale una taza de té como disculpa.

—Izanagi-san. —Tani negó con un movimiento suave de la cabeza—. No sea tan exigente con ella, puedo perdonar que tenga reservas conmigo. La desconfianza es un detalle interesante en una mujer.

—¿Ah sí? —Los ojos del hombre se iluminaron—. ¿Eso crees, Tani-kun?

—Por supuesto. Chie-chan tiene no sólo el derecho, sino también la obligación de ser discreta con sus actividades diarias. —Se encogió de hombros, observando a la mujer que ponía a hervir el agua con más fastidio que disposición—. Ningún esposo quiere oír los cuentos interminables de la dueña de casa tras llegar de trabajar.

—Ya lo creo que no. —Izanagi soltó una risa grave—. ¡Si te casaras con Chie seguro que no tendrías ese problema!

—Papá. —Chie elevó la voz sin descuidar el fuego que calentaba la pequeña caldera de acero—. ¿Tani-san te dijo por qué dejamos de hablar?

Tanto el cocinero como el samurái se quedaron mudos por lo inesperado de la pregunta. Izanagi abrió la boca para responder, pero la voz de mando de Tani se impuso por encima de la suya al replicar:

—¿ES ESO REALMENTE IMPORTANTE?

—¿Tienes que gritar? —Chie lo miró de reojo, satisfecha de ver sus sospechas confirmadas. Tani se esforzaba por causarle una buena impresión a su padre y todo el esfuerzo resultaría en vano si este se enteraba de cómo despreció a su hija cinco años atrás. Izanagi estaba desesperado porque se comprometiera con un joven noble, pero ella recordaba que Tani le confesó que no podía casarse con una campesina, lo que haría añicos las esperanzas de matrimonio del anciano.

—No estoy gritando, Chie-chan —masculló Tani entre dientes, visiblemente alterado—, pero me parece tonto reflotar barcos hundidos hace tiempo.

—No entiendo nada. —Los ojos de Izanagi se movieron frenéticamente del uno al otro—. ¿Qué no los separó la distancia nada más?

—Hay mucho que no sabes, papá.

—Chie. —Tani se incorporó con premura y la observó desde lo imponente de su altura—. Hablemos afuera.

—¿Qué? —contestó Izanagi, inquieto por el silencio de su hija—. ¿P, para qué quieren ir afuera?

—Hay que resolver esto, Chie-chan —sentenció Tani sin prestarle atención al anciano—. Tú y yo... como antes, como siempre. Ahora.

El más puro disgusto asaltó a Chie cuando su corazón dio un salto dentro de su pecho. ¿Cuánto tardaría en desvanecerse esa estúpida esperanza que la carcomía por dentro? Ella tenía motivos de sobra para odiarlo, pero los recuerdos entretejidos en el tapiz de su pasado compartido susurraban promesas que la tentaban de forma enceguecedora.

¿Era seguro... estar sola con él? Se obligó a creer que sí, aún cuando el tiempo pareció paralizarse durante una décima de segundo y reemplazar el rostro de la persona con la que creció por el de un desconocido. Se restregó los párpados y acreditó la ilusión a los nervios, dejándose vencer por las ansias de conocer los verdaderos sentimientos de Tani Sanjuro.

—De acuerdo, vamos. —Chie siguió su rápido descenso por las escaleras de piedra que llevaban a la planta baja. La noche estaba tibia y serena, con nada más que los grillos rompiendo el silencio de una hora donde la ruidosa Kyoto semejaba un pueblo fantasma—. Dime por qué te esfuerzas tanto en adular a mi padre —soltó cuando pisaron el exterior del restaurante—. Nunca antes te portaste de esa manera.

—¿Y por eso quieres decirle qué te rompí el corazón? —La liviandad de la pregunta no coincidía con lo alarmado que se veía mientras escudriñaba cada rincón de la callejuela con la mirada. Un hilo de sudor resbaló de su frente y lo secó rápidamente con la manga al explicar—: El viejo está disfrutando la cena pero tú te empeñas en arruinársela.

—¿Qué dices? —Retrocedió un paso, superada por la sorpresa de oírlo hablar de "corazones rotos".

—Vamos, era evidente que sentías algo por mí. —Chasqueó la lengua sin dejar de mirar alrededor—. A las chiquillas les cuesta disimular sus sentimientos.

Chie luchó por desatar el nudo que le apretaba la garganta. Enterarse de que Tani jamás ignoró el cariño que le profesaba y que aún así no tuvo miramientos en rechazarlo y abandonarla en Edo hizo que sintiera ganas de gritar.

—Estás diciendo puras tonterías. ¿Bebiste sake con mi padre antes de subir a la casa?

Tani giró el rostro en su dirección y le dirigió una breve mirada de hastío antes de bajar la voz para murmurar:

—Escúchame bien, porque lo que voy a decirte es muy importante y no podré repetirlo aunque quiera. No tenemos mucho tiempo...

—¿Eh? —Chie arqueó una ceja y asintió sin entender porqué su acompañante se había puesto así de paranoico. ¿Acaso temía que algún enemigo del Roshigumi intentara atacarlo por la espalda?—. S, sí. Te escucho.

—Yo también era un chiquillo, aunque en ese entonces creía todo lo contrario. Suponía que un guerrero respetable debía pelear sin cuestionar de donde venían las órdenes, pero el tiempo, los años... me forzaron a repensar mis convicciones.

—¿Convicciones? —Chie meneó la cabeza con los puños cerrados junto al cuerpo y la mirada clavada en sus sandalias de cardo—. No sé a qué te refieres.

—Me equivoqué, Chie. —Apretó los dientes y echó un vistazo ansioso por sobre su hombro—. Quiero enmendar mis actos y corregir las penurias que te causé a ti y a tu familia.

Chie elevó el rostro de golpe, boquiabierta por la insólita revelación. ¿Tani Sanjuro... se estaba disculpando? ¡Tenía que estar soñando!

—De todas las cosas que pensé que querías hablar conmigo —musitó, desorientada—, esta es la última que esperaba oír.

—¡Pero no puedes decírselo a nadie! ¡¿Me oyes?! —susurró con desesperación—. ¡Nadie! —Le estrujó los brazos y le dio un par de sacudidas para enfatizar la seriedad del asunto—. ¡Todo terminará si alguien se lo deja saber! ¡Si está presente... debo actuar como antes, al principio, cuando nos conocimos! ¡No lo olvides, Chie! ¡Recuerda que lo hago porque-

—¡E, espera! —Chie se libró del agarre y retrocedió hasta que su espalda golpeó la pared exterior del restaurante—. ¿Alguien te está chantajeando?

—¡Ja! —Se pasó una mano por el rostro y rió con desgano tras recuperar la compostura—. Ojalá fuera chantaje. Las cosas son infinitamente más complicadas que eso. —Dio un respingo y a Chie le asombró notar que realmente parecía molesto con la situación—. Es por eso que no quiero que le digas a Izanagi-san lo que pasó entre nosotros. De cualquier modo sería imposible disculparme con él, el viejo es muy emocional en lo que respecta a ti.

—Puede ser... —Chie torció los labios y desvió la mirada, demasiado confundida como para atreverse a preguntar algo más.

—Estoy seguro de que me apuñalaría con uno de sus cuchillos de cortar pescado y prefiero ahorrarme la riña familiar.

—¿Familiar? Mi padre y yo no somos parte de tu familia, Tani-san.

—Ya. —Se encogió de hombros—. Sé que perdí ese privilegio cuando me fui, pero al menos podemos ser amigos otra vez.

—¿Amigos? —Frunció el entrecejo y meneó la cabeza repetidamente—. No puedo prometerte eso, Tani-san. Yo... no sé que hacer con esto que dices, con toda esta información. —Le dirigió una mirada suplicante—. Tienes que dejarme pensar un poco más.

—Pensar... —Disimuló el disgusto que lo invadía y se apresuró a esbozar una sonrisa encantadora, una de las que tan fácil le salían—. ¿Y puedo saber cuánto te llevará pensarlo?

—No lo sé.

Chie seguía dura como una estatua y a Tani se le hizo obvio que no conseguiría que aceptara sus disculpas esa noche. Quiso insistir en que no convenía dejar para mañana lo que podía hacerse hoy, pero lo asaltó un escalofrío sobrecogedor cuando las sombras del callejón lindero anunciaron el regreso de su perseguidor.

—Suficiente. Esta discusión es una pérdida de tiempo. —Su rostro se contrajo en una mueca de arrogancia cuando giró sobre los talones para alejarse a grandes pasos del lugar.

—¿Tani-san? —Chie parpadeó varias veces, desconcertada por su brusco cambio de actitud—. ¿Ya te vas?

El guerrero volteó para mirarla sobre el hombro mientras se alejaba calle abajo.

—Espera verme más seguido Chie-chan, te prometo que pronto seremos amigos otra vez.

—¿Qué pasará con papá? —Chie se mordió el labio inferior al recordar la cena—. ¡Está esperando que comas los platos que preparó!

—Se me quitó el apetito —murmuró con la voz apagada por la distancia—. Quizá una visita a Shimabara lo solucione.

Shimabara. A Chie se le encogió el corazón al oír las últimas palabras de Tani. ¿Acaso insinuaba que siempre habría una mujer en el distrito de las luces rojas que lo aceptaría cuando ella lo rechazara? Se quedó inmóvil en la oscuridad de la noche, analizando la enigmática conversación mientras las lágrimas que aguantó durante todo el día le pintaban el rostro de estrellas y sal.


Otoño, 1 de octubre de 1863.

—¿Toudou-san? —Era otro día soleado de otoño cuando Furukawa Chie se topó con la tropa de Heisuke tras ingresar al mercado en busca de raíces de Jengibre. Los soldados de la octava división registraban unas cajas mientras su capitán les dictaba las ordenes de la misión. Era evidente que no la escuchaba a causa del alboroto que reinaba en el lugar, por lo que elevó la voz para saludarlo por segunda vez:

—¡Eh! ¡Buenos días, Toudou-san!

—¿Hmm? —Heisuke giró sobre los talones, buscando el origen de la voz que no lograba identificar—. ¿Quién es? ¿Dónde estás...?

—¡A, aquí! —Chie se puso de puntitas, avergonzada al notar que la pila de cajones que los separaba era mucho más alta que ella—. ¡S, Soy yo... Chie!

—¿Chie-san? —Heisuke tomó un par de cajas y las hizo a un lado, sonriendo divertido al descubrir el rostro enrojecido de la jovencita—. ¡Ahí estás! ¿Qué haces aquí?

—Jengibre —respondió torpemente al enseñarle la canasta que traía consigo—. Parece que te ocupan asuntos más importantes que los míos. ¿Ocurrió algo malo en el mercado?

—Ah, sí. —Se encogió de hombros con un suspiro—. Un informante anónimo nos dijo que un grupo de ronin guardaba sus armas entre las verduras de Satoshi-san y por eso le estamos revolviendo toda la mercadería. Espero que sea verdad porque las legumbres van a terminar estropeándose después de tanto manoseo.

—Ya lo creo... —Los ojos curiosos de Chie se pasearon por encima de las verduras—. Ojalá no se trate de un competidor celoso que planeaba machacarlas para que no se vendieran.

—Sí, aunque no sería la primera vez que- —Se fue de bruces contra el suelo tras resbalar con unos duraznos aplastados que yacían a sus pies.

—¡Oh, no! —Chie se asomó sobre las cajas con los ojos desorbitados por la sorpresa—. ¡¿Estás bien, Toudou-san?!

—¡¿Qué demonios les pasa?! ¡¿No les dije que no arrojaran la fruta al suelo?! —gruñó mientras luchaba por incorporarse en vano.

—¡Pero, señor! —se excusó uno de sus subalternos—. ¡Ninguno de nosotros revisó esa sección todavía! ¡Usted dijo que tenía un mal presentimiento sobre los duraznos y que se encargaría de examinarlos personalmente!

—Ya, ya, ya. —Heisuke meneó la cabeza y suspiró tras extender el brazo hacia el soldado—. Ahora entiendo de donde venía ese presentimiento. Ayúdame a salvar lo que me queda de dignidad, Miura-san.

—¡Enseguida, señor! —El hombre se acercó con cautela (esquivando los restos que rodeaban a Heisuke para evitar verse preso de su suerte) y le sujetó la mano entre las suyas antes de jalarlo con todas sus fuerzas.

Chie tuvo que apretar los labios para ahogar la carcajada que acudió a su garganta cuando ambos perdieron el equilibrio y acabaron nuevamente en el suelo.

—¡Esto tiene que ser una broma! —Heisuke se arrastró la palma de la mano por el rostro, abrumado por la serie de estornudos frenéticos que sacudía el cuerpo de Miura—. ¿Y a ti qué rayos te ocurre?

—¡Es que soy... alérgico a los duraznos, señor! —contestó, intentando alejarse a gatas del lugar.

—¡Idiota! ¡¿Porqué no lo dijiste antes de acercarte?! —Volteó hacia el resto de la tropa y un trozo de durazno se desprendió de su cabeza a causa del movimiento—. ¡Sáquenlo de aquí antes de que termine en la clínica!

Los soldados avanzaron sólo para detenerse, desconcertados, ante la llegada de una ola de agua limpia que barrió los problemáticos restos de su paso. Heisuke arqueó las cejas cuando descubrió que Chie sostenía un balde vacío con una sonrisa triunfal que parecía resaltar las pecas de su rostro.

—¡Listo! —La joven señaló el mostrador donde el dueño del puesto les dirigía una dura mirada de desaprobación—. Satoshi-san me permitió usarlo para limpiar el desastre.

—Ah... eso es un alivio. —Heisuke se puso de pie mientras sus soldados asistían la crisis alérgica de Miura, maldiciéndose por arruinar la (ya muy mala) reputación del Roshigumi. ¿Cómo respetarían los ciudadanos de Kyoto a unos zopencos que no podían contra media decena de duraznos marchitos? Sabía que el odioso de Tani Sanjuro utilizaría este incidente para justificar el estúpido elitismo que tanto gustaba de profesar.

Y para peor, Chie disfrutó el espectáculo en primera fila. ¡Primero perdía el agarre sobre la caña de pescar y ahora esto! ¿Por qué siempre tenía que hacer el ridículo frente a ella? Bah, ¿qué no la conoció durante el incendio de la posada de su padre? Chie probablemente atraía la mala suerte.

—Oye... Heisuke.

La miró con los ojos brillantes al oírla usar su nombre de pila, olvidando sus conjeturas supersticiosas a causa de la impresión. Chie se acomodó el cabello detrás de la oreja izquierda, vacilando antes de formular una pregunta que resultaba un poco indiscreta.

—¿Acaso el Roshigumi...?

—¿Qué pasa con el Roshi?

—¿Ustedes suelen visitar Shimabara en las noches?

—Demonios, Chie... —Heisuke se cubrió la boca con los dedos índice y pulgar en un gesto de reflexión, atónito ante la insólita inquietud de la mesera—. ¿Para qué quieres saber eso?

—Tani-san... —Bajó la voz al mismo tiempo que la mirada—. Él habló sobre Shimabara y yo... quería saber si fue con el resto del grupo o... —se obligó a callar cuando un poderoso rubor se apoderó de sus mejillas.

—Hmm... pues parece que sabes algunas cosas sobre Shimabara —soltó Heisuke a modo de broma, tratando de restarle seriedad a la conversación.

—Ah, sí. Es que mi hermana menor trabaja allí... ¡P, pero como maiko! ¡No vayas a hacerte una mala impresión de ella! —Se apresuró a agregar lo último, avergonzada al recordar que en ese distrito trabajaban tanto artistas de la danza (maikos y geikos) como mujeres que vivían de vender "sus favores" a los hombres que pagaban por ellos; acto que podía deshonrar a la familia de la involucrada y arruinar las posibilidades de matrimonio de sus hermanas.

—¿Una maiko? —Heisuke se cruzó de brazos—. Eso es duro para una chica menor que tú. ¿Es que el avaro de tu padre no puede alimentarla con toda la comida que produce el restaurante?

—No pretendo entender las razones de mi padre. —Chie se encogió de hombros y suspiró—. Pero las cosas no estaban bien cuando llegamos a Kyoto, así que supongo que pensó que ser una maiko era mejor que pasar hambre con nosotros.

—Ya, pero las cosas mejoraron, ¿verdad? ¿Por qué sigue metida en ese barrio de mala muerte?

—Kohana-chan y papá no están en el mejor de los términos. —Hizo un mohín y escondió las manos dentro de las mangas de su kimono, ansiando concluir el tema—. Perdona que vuelva a mi pregunta, pero escuché que los grupos de ronin prefieren ir a beber a Shimabara en lugar de... a otras cosas y me inquieta saber si Tani-san... pues si fue solo a ese lugar.

Heisuke frunció el ceño, atando los cabos que conectaban el misterioso interés de la joven con su compañero . Parecía que existía algo más que una amistad entre los dos, al menos de parte de Chie. No pudo evitar preguntarse qué diablos veía una chica tan amable como ella en un patán de la calaña de Tani.

—Ese necio estaba tomándote el pelo —declaró con una sonrisa que no le llegaba a los ojos—. Estuvo vigilando la entrada del cuartel toda la noche. Te aseguro que no se acercó ni a cien metros de Shimabara. —Ahogó las ganas de decirle la verdad. Si Chie se había atrevido a preguntarle algo tan privado era porque confiaba en él y mentirle en la cara era una traición espantosa. ¿Pero no era esa precisamente su misión? Callar y dejar que el corazón de Chie creyera lo que quisiera.

—¿Estás seguro?

—Estoy seguro. —Le dio la espalda y se llevó las manos a la cintura para ponerse a observar los cajones de verduras con aire pensativo.

—¿De verdad? —El rostro de Chie se iluminó al escucharlo y Heisuke se odió por mentirle de esa manera. Lo último que quería era darle esperanzas infundadas, pero una intuición misteriosa le sugería que era mejor evitarle las emociones negativas que le generarían las visitas solitarias de Tani Sanjuro a Shimabara.

—¿Crees que te mentiría? —Quiso darse una patada por preguntar algo así de hipócrita.

—Bueno... no lo has hecho hasta ahora, creo. —Chie le sonrió de forma genuina antes de señalar a los soldados que se agrupaban en la entrada del mercado—. Parece que están esperando por ti.

—Ah... es cierto. —Avanzó unos pasos para descubrir que los cajones habían sido revisados en su totalidad y (para fastidio suyo y del pobre dueño) ningún tipo de arma fue encontrada entre lo que quedaba de las verduras destrozadas—. ¡¿Más mala suerte?! ¡Agh, no puede ser!

—Te dejo trabajar, Heisuke-san —musitó Chie, retirándose con una expresión mucho más feliz de la que traía al llegar.

—¡O, Oye! ¡Espera un segundo! —Heisuke se movió torpemente entre la mercadería desparramada, resbalándose varias veces con la pulpa de los vegetales que sus tropas arrojaron por doquier—. ¡Quiero preguntarte algo también!

Chie disimuló la risa que asomó a sus labios al verlo acercarse patinando sobre el jugo que escurría de las verduras aplastadas.

—¿Ah, sí? ¿Quieres que friegue el suelo para que puedas caminar mejor? Dame un minuto y llenaré el balde otra vez.

—Muy graciosa. —Se detuvo a medio metro de ella, sujetándose de una caja mientras hacía una mueca de angustia—. De cualquier manera el dueño nos va a tener limpiando esto toda la tarde.

—Mi padre perdería la cabeza si le arruinaran semejante cantidad de dinero en mercancía.

—Ni me lo digas. —Se esforzó para enderezarse y dirigirle una mirada decidida—. Oye, Chie-san. ¿Tienes algo que hacer mañana?

—¿Mañana?

—Sí. Es el día que viene después de hoy. —Le sonrió con picardía, orgulloso de su propia broma.

Chie hizo un mohín y cruzó los brazos de forma caprichosa.

—¡No pregunté porque no lo supiera!

—Todos los días se aprende algo nuevo, Chie-san. —Soltó una risita por lo bajo y agitó la mano en señal de tregua—. Oye, va en serio. Mantaro-san le quitará ese estúpido cabestrillo a Sannan-san mañana y, ya que fuiste quien lo puso en contacto con el doctor, creo que sería importante que estuvieras ahí para presenciar su regreso al camino del guerrero.

Chie se quedó muda durante un instante pero se apresuró a responder para no incomodarlo con el suspenso:

—Por supuesto, iré encantada. Me halaga que quieran involucrarme en un momento tan especial, Heisuke-san.

—Bah, no es para tanto... —Se rascó la nuca, avergonzado—. ¿Te paso a buscar a... las cuatro?

—A las cuatro está bien. —Empequeñeció los ojos sin dejar de sonreír, notando por primera vez que su humilde salvador solía actuar de una manera adorable que no coincidía con su reputación de ronin—. Hace mucho tiempo que no veo a Mantaro-san y ansío charlar con él.

Heisuke quiso decir algo más cuando alguien lo llamó de forma urgente:

—¡Heisuke! ¿Por qué estás charlando con jovencitas mientras tus soldados destrozan el lugar?

El mencionado volteó como si le hubieran arrojado una olla de agua hirviendo en la espalda.

—¡L, lo siento mucho, Hi...! —Dejó caer los hombros y soltó un suspiro de alivio tras reconocer al recién llegado—. Ah, eres tú, Hajime-kun. ¡Casi me matas del susto! Pensé que era Hijikata-san.

Saito arqueó las cejas sin que su expresión resultara menos severa.

—Que sea yo no significa que no estés descuidando tus deberes.

—Ya sé, ya sé. —Señaló a Chie con la palma de la mano—. Ella es Furukawa Chie, la chica que Sannan-san y yo salvamos del incendio.

—Estoy consciente de eso.

—¿De veras?

—Es mi trabajo saberlo.

—Ya. —Heisuke hizo un mohín, fastidiado por el poco interés que Chie le generaba a su compañero. No debería extrañarle, la única persona que impresionaría a Hajime-kun sería un fabricante de espadas experto con un talento innato para preparar tofu—. ¿Qué es eso de que los chicos están destrozando el lugar? Que yo sepa hace rato que terminaron de revisar los cajones.

Saito le explicó en voz baja que el miembro más joven de la tropa había resbalado e ido a dar encima de los jarrones de sake más caros del lugar, destrozándolos al instante. El capitán se masajeó las sienes al oírlo, arrastrando los pasos hasta el lugar mientras le soltaba mil disculpas por minuto al dueño del puesto (quien estaba a un instante de echarlos a patadas del local).

Chie se alejó presurosa, deseando retirarse antes de que la cosa pasara a mayores, cuando Heisuke gritó desde la distancia:

—¡No lo olvides, Chie-san! ¡Mañana, a las cuatro!


Otoño, 2 de octubre de 1863.

—¿A dónde vas, Chie-chan? —Takayama Ume, su mejor amiga, sonrió al verla echarse el feo haori de tela arpillera sobre los hombros.

—Ah. —Se ajustó los lazos de las sandalias, devolviéndole la sonrisa—. Tengo una cita.

—¡¿EH?!

—Con el médico —continuó, muerta de risa cuando la expresión de júbilo se borró del rostro de Ume; dando paso a una de hastío severo.

—Por poco y haces que se me pare el corazón —gruñó Ume—, pensé que al fin ibas a darle el gusto a tu padre.

—Nah, voy a la clínica de Mantaro-san.

—¿Al menos es soltero el doctor?

—Ume... —Chie puso los ojos en blanco—. Le va a quitar el cabestrillo a Sannan-san.

—¿Y tú para qué vas? —Ume hizo un mohín a causa de los celos—. ¿Él te invitó?

—No, Toudou-san lo hizo. Dijo que era importante que estuviera allí ya que fui quien le presentó al doctor. —Se encogió de hombros al murmurar—: Teniendo en cuenta que Sannan-san se desgarró el hombro gracias a la tontería que hice el día del incendio, debería ser la primera en felicitarlo cuando recupere la movilidad.

—En ese caso —sugirió Ume con una sonrisita maliciosa—, debería ser yo la que vaya ya que fui quien te dijo que subieras a buscar tus cosas.

—¿Qué? ¿Ahora te gusta Toudou-san? —soltó Chie con un suspiro, recordando los numerosos intereses románticos que su mejor amiga acaparaba por doquier.

—¡Oh, para nada! —Ume hizo una mueca con los labios—. Es demasiado bajito para mí.

—Entonces no me demores más. —Chie le sacó la lengua de forma amistosa, dispuesta a salir de la posada Mao, pero su compañera la sujetó de forma inesperada mientras miraba hacia todos lados para asegurarse de que nadie la escuchara.

—Pregúntale al chico Toudou cómo le va a Sannan-san en el Roshigumi. ¿Quieres? —Entrecerró los ojos al susurrar—: ¡Y que le diga que rezo por su recuperación!

Chie soltó una risita burlona mientras se liberaba lentamente del agarre.

—Así que ese es el que te gusta este mes.

—¡Ah! ¡N, no seas... tan exagerada! —Ume hizo un mohín—. ¡Sólo fueron tres el último año!

—Y me hablas a mí de sentar cabeza.

—¡Oh, vamos! ¿Se lo dirás?

—Claro que sí. —Le brindó una sonrisa sincera antes de apartarse de ella—. Cuenta conmigo, Ume-chan.

Llovió de forma copiosa la noche anterior y, aunque el cielo empezaba a despejarse, la temperatura había descendido mucho. Chie se aferró a su humilde haori para protegerse del frío, pues le costaba soportarlo aún siendo tan leve como en ese día ventoso de otoño.

Estaba sumida en sus triviales reflexiones climáticas cuando divisó a Heisuke. El joven caminaba en su dirección por el camino de tierra, con el rostro bronceado por las largas horas de patrulla que realizaba bajo el sol del otoño, que todavía era tan fuerte como lo fue durante el verano.

—¡Saliste antes de que llegara al restorán! —soltó Heisuke, simulando estar decepcionado—. Pensé que podría pedirle permiso a tu padre para llevarte conmigo.

—No lo digas ni de broma. —Chie suspiró tan fuerte como para elevar los mechones que le cercaban la frente—. Está tan obsesionado con todo el asunto de Tani-san que difícilmente me deja hablar con nadie que sea soltero.

—¿Hmm? —Heisuke cambió de rumbo para darle alcance, pues (en sus ansias de no ser descubierta por su padre) Chie ni siquiera se detuvo a saludarlo—. Así que por eso fue tan grosero conmigo el otro día...

—Creo que está empecinado en que me case con él.

Heisuke arqueó una ceja, sorprendido por el mal humor de Chie. Lo que le preguntó en el mercado sugería que estaba interesada en Tani Sanjuro, pero ahora parecía fastidiarle la sola idea de casarse con él.

—Quizá sea conveniente... —musitó Heisuke, tratando de encontrar una manera de expresar sus dudas sin ofenderla— ...casarte con alguien a quien conoces desde la infancia.

Chie lo miró de arriba a abajo mientras consideraba su consejo.

—No creo que sea eso. Papá está desesperado porque me case pronto, poco importa si es con Tani o el verdulero de la esquina.

Heisuke ahogó una risa, asintiendo con la cabeza al oírla.

—Ya veo... —Se encogió de hombros con la vista fija en el camino polvoriento que recorrían—. Apuesto a que se está apresurando demasiado.

—Ni te imaginas. —Chie volvió a dar un respingo—. ¡Sólo tengo dieciocho, pero se porta como si tuviera treinta y dos!

—No seas dura con él. —Apretó los labios, molesto al notar lo piadoso que era cuando se trataba de padres ajenos. ¿Pero quién podía culparlo? Después de todo, cualquiera era mejor que el suyo.

—¿Por qué no lo sería? —Chie frunció el ceño y dejó caer los hombros con desgana—. A veces siento que está deseando deshacerse de mí.

—Los padres no viven para siempre. —Se rascó la nuca, apretando los dientes al hablar—. Quizá le preocupa que te quedes sola. Eres mujer y todo eso, las cosas no serían fáciles para ti.

—No es como si el matrimonio las hiciera más simples. —Chie sujetó su haori para evitar que la fuerte brisa que acababa de levantar olas de tierra a su alrededor se lo llevara consigo—. Ojalá fuera como tú.

—¿Qué dices? —Heisuke se puso serio de repente, entrecerrando los ojos para protegerlos del polvo.

—Es que... —Negó bruscamente con la cabeza, frenando sus palabras al notar lo ridículas que sonaban—. Hay mucha tierra flotando ahora, luego te explico.

—Como tú quieras.

No hablaron más hasta que llegaron al consultorio del doctor, quien los recibió con una sonrisa de oreja a oreja (tan sorprendido como deleitado por la visita añadida de Chie) y la amable oferta de permitirles limpiarse un poco en el recibidor antes de entrar a la consulta.

—¿De dónde salió este viento? —se quejó el médico mientras aseguraba uno de los paneles que se había desprendido de su precaria vivienda.

—Ni idea, pero con el estado que traemos pareciera que venimos de las planicies de Manchuria —rió Heisuke, ocupado en sacudir la arena atrapada en la funda de su espada wakisashi.

—Lo importante es que lograron llegar antes de que se pusiera peor, este es sólo el comienzo de la temporada de lluvias otoñales —declaró Sannan al atravesar la puerta que conectaba la clínica con el recibidor—. Toudou-kun, Chie-san, me complace que decidieran acompañarme durante esta consulta.

—¡No nos perderíamos este día por nada del mundo! —Heisuke se acercó para darle una fuerte palmada en la espalda que lo hizo perder el equilibrio.

—¡Sé más cuidadoso o saldrá de la clínica peor de lo que entró! —lo regañó Chie.

—No debes preocuparte, Chie-san. —Sannan se enderezó y acomodó sus anteojos con una sonrisa bondadosa—. Estoy seguro de que mi brazo está en perfectas condiciones bajo este cabestrillo.

—¡Ojalá tenga razón! Estuvimos a punto de volvernos cuando empezó el vendaval. —Chie ayudó a Mantaro a cerrar las persianas de la sala, cosa que el joven médico agradeció; pues su casa, aunque pequeña, tenía demasiadas ventanas para su gusto.

—Mira si hacíamos todo este viaje para nada. —Heisuke se despojó de sus sandalias—. Hoy es un día importante y ninguna tormenta iba a evitar que llegáramos.

—¿Importante? —El doctor se los quedó viendo con curiosidad y su mirada se paseó entre los presentes antes de hablar—. ¿Van a... alguna clase de evento?

—¿Evento? —Heisuke arrugó la nariz—. ¡N, no...! ¡Hoy es el gran día!

Sannan frunció el ceño cuando el rostro del médico empalideció.

—¿Ocurre algo malo, doctor?

—Sannan-san... —Mantaro entrelazó las manos frente a la barriga—. ¿Podría explicar... a qué se refieren con "gran día"?

—Por supuesto. —Sannan dejó caer los hombros levemente, esforzándose por mantener una compostura que amenazaba con desvanecerse de un momento a otro—. Hoy es el día en el que me quitará este problemático cabestrillo, ¿verdad?

Se hizo un silencio de tumba en la sala que sólo fue interrumpido por las tremendas rachas de viento y el murmullo de los truenos en la distancia.

—Sannan-san, yo... —El médico se pasó una mano por la sien, mordiéndose el labio inferior al continuar—: Dije que se lo quitaríamos si había progreso, pero-

—¿Pero qué? —lo interrumpió Sannan con la voz ahogada y las pupilas temblando tras el cristal de sus anteojos.

—Me temo que no ha habido ninguno.


Nota de autor:

¡Qué ganas tenía de publicar este episodio! Espero que les haya entretenido el rumbo que tomaron los acontecimientos que rodean a Heisuke y Chie. La verdad es que amo la dinámica de su relación y me encanta escribir las escenas donde aparecen juntos, ja ja. ¿Qué pasará con el pobre Sannan y sus ilusiones destrozadas? Pareciera que, sin importar quien lo atienda, está destinado al fracaso. ¡Quédense cerca para descubrirlo! ¡Gracias infinitas por leer! ;)