Disclaimer: No me pertenece ningún elemento de Hakuouki. Esta historia es escrita por placer y sin ánimo de lucro.
Un amigo como tú
Capítulo 7
"Amorío"
Por Lady Yomi
—Mantaro-san. —Sannan tragó saliva, sintiendo que se le erizaba la piel al hablar. El viento aciago que sacudía el exterior de la choza reflejaba la potencia de sus emociones en aquel momento desolador—. ¿A qué... se refiere con que no voy a poder... recuperarme?
—Sannan-san... —Un trueno poderoso silenció su respuesta y el médico aprovechó para limpiarse el sudor de la frente con un pañuelo limpísimo—. Creí que el tendón estaba desgarrado.
—¿Pero...?
—Está cortado. Se cortó en dos cuando la viga lo atravesó.
—¡Imposible! —Sannan se mordió el labio inferior con tanta fuerza como para hacerlo sangrar—. ¡Si fuera así usted lo habría notado desde el principio!
—L, lo siento... es verdad. Tuve que verlo antes, pero el ligamento se escondió bajo uno de los músculos pectorales y... no conseguí identificarlo sino hasta muy recientemente.
—¡¿Escondido?! ¡¿Qué clase de definición médica es "escondido"?! —Sannan soltó una risa temblorosa que trató de aplacar al pasarse la mano sobre su melena alborotada—. ¡¿Q, qué... qué voy a hacer si este brazo no sana, Mantaro-san?!
—Yo... —El médico apretó los labios en una línea, concentrándose en el sonido que la incesante cortina de lluvia provocaba en el exterior—. Me temo que no lo sé, Sannan-san.
Todo brillo se desvaneció de las pupilas del paciente al oírlo.
—Nunca imaginé que un médico pudiera quedarse sin respuestas.
—Podría llevar una vida normal si opero el tendón.
—¿De qué habla?
—Si uno los dos extremos, recuperará la movilidad.
—Su rostro no me dice que eso vaya a solucionar algo.
—¿Tan obvio soy? —Mantaro suspiró y se dejó caer en el tatami donde Sannan estaba sentado. Se acomodó minuciosamente el pañuelo que llevaba sobre la cabeza antes de explicar—: La operación permitiría que utilizara su brazo como cualquiera de nosotros, pero no puedo prometer que los tendones resistan los movimientos necesarios para manejar una katana. Quedarán más cortos y deberá acostumbrarse a blandirla con un rango de movilidad limitada. Quizá pueda empuñar una espada algún día... pero jamás con la misma habilidad.
—Ya veo. —Sannan se pasó una mano por el rostro, poniéndose de pie de forma súbita—. Creo que tengo toda la información que necesitaba.
—No le conviene saltarse la operación, necesita que ese tendón vuelva a sujetarse si no quiere que la situación empeore. Podría venir de nuevo el-
—¡DIJE QUE YA LO SÉ! —Su grito sobresaltó a los presentes—. ¡No voy a saltar al río, ¿de acuerdo?!
—N, no dije... nada como eso, Sannan-san. —El doctor enrojeció de vergüenza. Solía cohibirse ante los arranques de furia ajenos, probablemente debido a las numerosas rabietas de su hermano mayor.
Los hombros de Sannan subieron y bajaron al ritmo de su respiración agitada cuando su mirada se detuvo en los rostros apenados de Heisuke y Chie. Lo veían con lástima... como al gato callejero que agoniza junto al camino; como al inválido que no puede pararse sobre sus propias piernas. ¿En eso se había convertido el respetable espadachín que inspiró a Heisuke a unirse al dojo de Kondou? ¿Así veía Chie al héroe que la rescató de las fauces del infierno?
No.
¡No!
¡Su vida no acabaría así!
¡Su vida no acabaría jamás!
—Yo... creo que sólo necesito pensar. —Esbozó una sonrisa titubeante que se tornó en una mueca de congoja insoportable—. ¡G, gracias por su servicio, Mantaro-san! —Y abrió la puerta con su mano libre para precipitarse a los tumbos bajo el feroz temporal.
—¡¿Qué estás haciendo, Sannan-san?! —Heisuke se incorporó al verlo abandonar la clínica—. ¡No puedes salir afuera con semejante tormenta! —Se giró hacia Chie con las pupilas empequeñecidas por la preocupación—. ¡Quédate aquí! ¡Trataré de hacerlo entrar en razón!
—¡Yo también iré! ¡Sannan-san está así por mi culpa! —Chie trató de darle alcance, pero Heisuke la sujetó del obi para detenerla.
—¡Dije que te quedes aquí! —La apartó con toda la delicadeza que le era posible en medio de las rachas de viento que se colaban dentro de la precaria sala de estar—. ¡Esta tempestad es demasiado severa para una chica como tú!
—¡Lo dices como si fueras mucho más grande que yo! ¡¿Qué tal si te ocurre algo a ti también?!
—¡Por todos los cielos, Chie! ¡Estoy acostumbrado a este tipo de clima! —Giró el rostro hacia el exterior y la adrenalina de no divisar la figura de Sannan bajo la lluvia le produjo un escalofrío que lo sacudió de pies a cabeza—. ¡El Roshigumi trabaja bajo sol y lluvia! ¡Esto no es nuevo para mí!
—¡Sé que puedo decir algo que lo haga sentir mejor! —suplicó bajo los mechones de cabello que le cubrían el rostro de forma antojadiza—. ¡Por favor, déjame solucionarlo! ¡Se lo debo a Sannan-san!
Heisuke la observó largamente, esforzándose por ocultar la sonrisa que le inspiró su determinación de ayudar a Sannan. Nunca imaginó que estuviera tan agradecida por su accionar durante el incendio de la posada. Sin embargo, el autocontrol prevaleció y su rostro se endureció al sentenciar:
—Lamento negarte el placer, Chie-san. —Señaló al doctor con un breve movimiento de la cabeza—. Ese pobre hombre no podrá lidiar solo con este asco de puerta y sería muy cruel que sus pertenencias se arruinaran por el agua y el viento. Ayúdalo a cerrarla cuando me vaya, ¿quieres?
Chie frunció el ceño ante la negativa, pero cedió con un suspiró al asentir:
—De acuerdo, lo haré. Ten cuidado allí afuera.
—¡Ja! ¡Claro que sí!
Chie lo siguió con la mirada hasta que desapareció detrás de los callejones que rodeaban la clínica. Acto seguido se ató las mangas del kimono con el lazo que guardaba en su obi y se apresuró a colocarse junto a Mantaro para empujar la puerta al mismo tiempo que él y lograr que coincidiera con el marco que se agitaba sin parar.
—¡Busque algo para asegurarla! —le gritó mientras apretaba la espalda contra la madera—. ¡La tranca no servirá para mantenerla cerrada con este temporal!
—¡Sí! —Mantaro se hizo con una escoba de madera gruesa que su madre le obsequió antes de mudarse a la clínica. Era un artefacto viejo, de esos que no se quebraban con facilidad, ideal para hacer de barricada frente a las ráfagas que amenazaban con arrojar a su invitada al suelo—. ¡Aquí está! —Le pasó la escoba y ella la colocó de forma diagonal en un parpadear.
—¡Justo a tiempo! —soltó Chie con el rostro empapado, sonriendo entre jadeos al comprobar que habían conseguido salvaguardar el lugar—. ¡Un poco más y esto habría volado por los aires!
—Sí... —Mantaro se restregó los ojos con expresión cansada—. Supongo que este es el precio por comprar una casa de segunda mano.
—¿Es la primera vez que enfrenta una tormenta de Kyoto?
—Así es... y ojalá fuera la última.
—Lo mismo digo, pero el otoño es cruel con aquellos que tienen menos. Las tormentas son casi tan malas como las de invierno. —Chie se dejó caer sobre el tatami, luchando por recuperar el aire—. Sannan-san ha sido muy imprudente.
—No es culpa suya, la noticia le sentó fatal.
—Lo sé. —Suspiró cuando el médico se sentó frente a ella. La sala estaba a oscuras y varios objetos se sacudían ante la tempestad—. No creo que sea una noticia fácil de digerir, pero no debería exponerse al clima en su estado de salud.
—Las personas angustiadas no suelen pensar con claridad. —Le sonrió con picardía—. ¿O acaso fuiste razonable cuando decidiste subir al segundo piso durante el incendio de la posada Mao, Chie-chan?
—Oh. —Chie sonrió, feliz de que el médico le hablara como hacía mientras crecían juntos en Edo, atrevimiento que ahora sólo se tomaba en privado o en compañía de Izanagi—. Gracias por cuidarme después de eso.
Mantaro chasqueó la lengua y encendió el pequeño fogón que los separaba para hervir agua en su tetera oxidada.
—No lo agradezcas. Quise ser médico para eso mismo, para ayudar a las personas. —La miró con sus ojos grandes, negros y bondadosos, tan distintos a los de su hermano mayor—. A propósito, ¿cómo están tus vías respiratorias?
—¿Mi... garganta?
—Y tu pecho, sí. —Sonrió al recordar que las personas comunes no entendían su terminología avanzada—. ¿Tomaste la infusión que te enseñé?
—¿La de miel y jengibre? —Le devolvió la sonrisa y colocó las manos sobre el regazo—. Sí y también la de leche caliente con pimienta.
—Con razón se te oye tan bien. Debes continuar con el tratamiento durante seis meses más, no queremos que vaya a convertirse en un asunto crónico.
—C, claro que no. —La sonrisa se borró del rostro de Chie. Si algo le atemorizaba más que el fuego eran las enfermedades, su salud nunca fue la mejor y la posibilidad de morir tan joven como su madre le ponía los pelos de punta.
—¿Qué ocurre? —Mantaro notó su malestar, pero no la causa—. ¿Tienes frío? Por favor, toma aquel haori que está colgado junto a la ventana. Está limpio, lo lavé ayer.
—¡No, no! —Chie soltó una risita, avergonzada por haberse mostrado afligida frente a su anfitrión—. Es que... —Se apresuró a cambiar de tema—. Estaba pensando en Toudou-san, espero que haya encontrado y tranquilizado a Sannan-san.
—La tormenta está amainando, probablemente hayan regresado al cuartel juntos.
—Ojalá tengas razón, Sannan-san estaba tan alterado cuando se fue que temo que haga alguna locura.
—Parece que ellos son personas importantes para ti.
—Importantes... —Chie repitió la palabra con tono reflexivo—. Bueno, ambos salvaron mi vida y... han sido extremadamente agradables desde entonces.
—Muy distintos a Sanjuro-san, ¿eh?
—¿Qué tiene que ver él con esto?
—Vamos, Chie. —Mantaro frunció el ceño y se dispuso a llenar las tazas con el agua que calentó en la tetera. El aroma a té verde inundó la sala—. Creí que podíamos ser honestos.
—Podemos, es que... es un tema complicado. —Tomó la taza que le ofreció su acompañante.
—Él nunca te trató muy bien y ya me enteré de que se apareció en el restaurante.
—¿Eh? —Chie abrió los ojos de par en par—. ¿Te lo dijo?
—Tu padre lo hizo. —Puso los ojos en blanco mientras le daba un sorbo al té—. Vino específicamente para preguntarme si Sanjuro-san no estaba comprometido con nadie.
—Oh, no. —El rostro de Chie se puso rojo como un tomate—. Lo siento, Mantaro, eso debió ser incómodo.
El doctor negó sin apartar la taza de su rostro:
—Me lo esperaba. Siendo el heredero del clan Bicchu Matsuyama y conociendo lo ambicioso que es el señor Izanagi, era obvio que querría que te casaras con él.
—Pero mi padre no sabe lo que ocurrió cinco años atrás. —La tristeza apagó su mirada hasta hacerla coincidir con la noche que caía sobre la ciudad.
—Imagino que aún te duele.
—Fue difícil... hasta que se disculpó por sus acciones pasadas.
—¡¿Qué?! —Mantaro hizo una mueca que le desfiguró el rostro—. ¡¿Lo dijo en serio?!
—Eso me pareció.
—Hmm... —Se rascó la nuca con la mano libre—. Ten cuidado, ambos sabemos que él no hace ese tipo de cosas. Pudo tener buenas intenciones, pero también al revés.
—¿Y cómo harían daño unas disculpas?
—No lo sé, pero Sanjuro-san puede convertir cualquier cosa en un arma. No te fíes de más, Chie-chan. Si pones todas tus esperanzas en él... quizá acabes con las manos vacías.
Aunque doliera aceptarlo, el lado racional de Chie le dijo que no era mala idea tener precaución, por lo que asintió en silencio mientras digería la advertencia del joven doctor.
—No quiero afligirte sin motivos, Chie-chan —continuó Mantaro, temeroso de que se hundiera en la vieja depresión de siempre—. Nada me haría más feliz que tenerte en la familia. Dios sabe que serías una maravillosa cuñada y primera esposa del heredero del clan, pero no quiero que vuelvas a pasar por lo que ocurrió antes de que vinieras a Kyoto.
—Lo sé —soltó Chie con un hilo de voz—. Pero, ¿no crees que él se merece una oportunidad?
Mantaro se encogió de hombros al depositar la taza vacía junto a la tetera.
—Quizá, pero tú te la mereces más. Así que date la chance de ser feliz. Aquí, en la realidad... y no en tu cabeza.
—Está bien. —Le dedicó una mirada llena de gratitud—. Procuraré seguir tu consejo, Mantaro-san.
Mantaro quiso decir algo más cuando la puerta de la clínica se abrió de golpe, mandando a volar la pesada escoba de roble al medio del comedor.
—¡FURUKAWA CHIE! —exclamó Izanagi con tanta furia como preocupación, empapado de pies a cabeza—. ¡Oí tu voz desde afuera! ¡¿Estás bien?!
—¿P, papá? —Lo miró con los ojos abiertos de par en par, atónita por la abrupta llegada de su padre—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué saliste de casa con semejante temporal?
Izanagi hizo una pausa para recuperar el aire, apoyando las palmas sobre sus rodillas. Al parecer había venido todo el camino a trote desde la posada.
—¡Ume-chan me dijo que... que te fuiste a la clínica con ese... ronin apestoso!
—Oh. —Chie arrugó la nariz. Olvidó pedirle a Ume que le ocultara a su padre el lugar al que iría y con quien—. Te refieres a Toudou-san.
—Me importa poco el nombre de ese vagabundo. ¡Salvarte el pellejo era parte de su trabajo, no tiene que portarse como si eso lo atara de por vida a tus sandalias!
—Por favor, papá. ¿Tienes que seguir siendo tan-
Chie fue interrumpida por Mantaro, quien se adelantó para extenderle una toalla seca al recién llegado.
—Izanagi-san, yo llamé a su hija para verificar la mejoría de sus vías respiratorias.
—¿Sus... qué?
—Su... garganta y su pecho. —El doctor sonrió al pensar que Chie se parecía más a su padre de lo que creía—. Los horarios de las visitas médicas de Sannan-san y ella coincidían, así que le pedí a Toudou-san que los escoltara a la clínica por seguridad.
—Seguridad... —repitió el cocinero, un poco enfurruñado todavía—. Eso... no es del todo malo.
—Claro que no. El Roshigumi hace bien en ocuparse de defender a las mujeres y a los niños, que tan indefensos están ante la violencia de los clanes traidores que nos asedian.
—Como siempre, tengo que darte la razón, Mantaro-kun —soltó Izanagi al aceptar la taza de té que su hija colocó sobre sus manos frías—. ¿Cómo está la garganta de Chie?
—Mejor. Siguió mis instrucciones a la perfección y eso se refleja en la mejoría de su condición.
—Bien, bien. —Izanagi le dirigió una mirada afectuosa a su hija—. Salir en plena tormenta tuvo su recompensa, fui el primero en saber que estás recuperándote de esa noche horrible.
—Gracias, papá, sabes que te habrías enterado antes que nadie.
—Gracias a ti, Chie-chan. —Volvió la mirada al médico con un repentino ceño fruncido—. ¡Y ya que estamos aquí! Dime, Mantaro-kun, ¿te dijo tu hermano por qué nos dejó a media cena el otro día? ¡Espero que mi hija no haya hecho nada para avergonzarlo!
—¿Avergonzarlo?
—¡Se nos fue a media cena!
—Eh... —Mantaro se rascó la nuca, incómodo tanto por la insistencia de Izanagi como por la expresión atribulada de su hija. Era obvio que le humillaba que su progenitor la responsabilizara de las faltas de Sanjuro, sea lo que sea que hubiese hecho en esa ocasión.
—¿Y por qué no dices nada?
—Bueno, Izanagi-san. Quisiera complacerlo, pero mi hermano mayor no mencionó el asunto.
—¡Ah! —Los hombros del viejo se desplomaron al oír la negativa—. Y yo que creí que podríamos saber más de él...
—Lamento decepcionarlo, pero el trabajo de Sanjuro-san es muy demandante. ¿A lo mejor tuvo que retirarse por eso? El Roshi atiende decenas de emergencias por día.
—Hmm... quizá. —Izanagi no estaba convencido, pero dejó el tema para otro momento. Había perdido todo interés por interrogar al joven médico—. Mejor dejemos de darle vueltas al asunto y bebamos este rico té que preparaste para nosotros. Si el clima no mejora cocinaré algo para que comamos los tres.
—Será un honor que un cocinero de sus habilidades utilice mi humilde cocina, Izanagi-san.
Chie sonrió cuando su mirada se paseó sobre los rostros de su padre y el doctor con el que se crió. Mantaro siempre fue un niño tímido y solitario, lo que ocasionó que no fueran tan unidos como Tani y ella. Aún así, era evidente que su crianza compartida lo hizo parte de una familia que no dejaba de atesorar.
¿Formaba Tani Sanjuro parte de esa familia todavía?
Otoño, 12 de octubre de 1863.
Chie no volvió a escuchar del Roshigumi hasta que pasaron diez días y la forma en la que el grupo de ronin volvió a hacer aparición en su vida fue tan inesperada como dolorosa.
Se encontraba en su día libre, sentada en un banco de madera que se apoyaba precariamente sobre el tronco del frondoso duraznero que crecía en el patio trasero de la posada. Era un jueves soleado (el primero tras una semana entera de lluvias) donde releía las páginas de su libro favorito, aquel escrito por su madre y que rebosaba de leyendas sobre las criaturas místicas que se movían fuera del mundo humano.
Chie acababa de notar que jamás cuestionó la razón por la que Mao tuvo acceso a tanto conocimiento durante sus años de juventud. Se casó con su padre siendo poco más que una niña, dedicándose a cocinar en la posada, atender a sus hijas y ocuparse de las tareas del hogar desde entonces. Nunca tuvo una educación formal ni mucho menos tiempo para escribir un tomo tan grande como el que Chie sostenía entre sus manos.
¿Quizá tenía mucha imaginación? ¿Sería otra artista no reconocida, ahogada por la rutina de la vida común? Era una teoría de peso, pues Kohana tenía dotes innegables para las artes, las que probablemente heredó de su madre. Estaba tan sumida en sus deducciones que no avistó la sombra que le tapaba el sol hasta que esta la cubrió por completo. Elevó los ojos hacia el recién llegado al mismo tiempo que un par de chicharras llenaba el aire con su canto hipnótico y agónico.
—¿Furukawa Chie? —preguntó el hombre sin siquiera darle tiempo a hablar. Su voz era monótona, pero agradable.
—¿Eh? —La joven se restregó los ojos, tratando de enfocar la mirada que se había encandilado tras moverse de las páginas de su libro al rostro iluminado por la luz del sol que se colaba entre el follaje—. ¿Quién es usted? ¿Qué quiere?
—Saito Hajime —respondió, apartándose de la luz con un paso firme y seguro—. Nos vimos en el mercado, ¿recuerda?
—Oh, sí. Sí, sí —asintió con la boca entreabierta de la sorpresa. ¿Qué hacía el capitán de la tercera división del Roshigumi en el patio de su casa?—. Usted es el compañero de Toudou-san, ¿verdad? El que lo regañó por resbalar con los duraznos.
—Exactamente.
—¿Puedo ayudarlo en algo?
—Supongo que no está atendiendo a la clientela.
—No, es mi día libre. —Señaló el interior de la posada—. Mi compañera, Takayama-san, se ocupa de ellos ahora.
—Hmm... —Saito entrecerró los ojos al posarlos sobre la puerta que llevaba a la cocina—. ¿Hay alguna manera de enterarse de lo que pasa dentro sin que los clientes se aperciban de ello?
—S, sí... claro. —Chie torció los labios, presa de la confusión. ¿Qué rayos planeaba hacer el Roshi en el local de su padre? ¿Acaso Hijikata-san seguía sospechando que los Choshu se reunían para planear sus crímenes en las mesas del restaurante?—. Esa puerta lleva a la cocina, sí es discreto y tiene buen oído podrá oír cualquier conversación del salón.
Saito se introdujo en la cocina sin mediar palabra y Chie lo siguió de cerca, más preocupada por salvaguardar la recaudación del día que por curiosidad. Caminaron con las espaldas arqueadas bajo el mostrador hasta que Saito se detuvo en seco. Chie lo imitó, guardando silencio al notar el alboroto que reinaba en el lugar. Los gritos y las carcajadas agudas se mezclaban con el choque irresponsable de espadas, mientras que un hedor insoportable a sake se infiltraba en cada rincón. Parecía que una pandilla de borrachos ocupaba la mesa central.
—¡Eh, tú! —comandó la voz grave y rasposa de un hombre—. ¿Eres la hija del posadero?
—¿D, disculpe, Serizawa-sama? —preguntó Ume, audiblemente nerviosa.
—La hija del posadero —repitió el sujeto con hastío—. ¿Eres tú?
—¡Oh... n, no! ¡No soy yo! Furukawa-san no trabaja hoy.
—¿Serizawa? —le preguntó Chie a Saito en un susurro—. ¿No es ese el nombre del segundo comandante del Roshigumi? —Pero no obtuvo respuesta.
—¿Te pregunté si trabajaba aquí? ¿Crees que la buscaría de no saberlo? —Serizawa se mofó de la mesera por encima de las risas de sus subalternos—. Deja, no tendría que sorprenderme que una prostituta como tú carezca de sentido común. —El insulto de Serizawa fue seguido de un nuevo coro de burlas que se apresuró a callar con un fuerte golpe de puño contra la mesa—: ¡CIERREN LA BOCA, ADULADORES!
Chie abrió los ojos de par en par ante el silencio que cayó sobre la sala, pero su expresión se tornó en una de perplejidad cuando Saito le indicó que se acercara con un breve movimiento de la mano.
—¿Por qué la busca Serizawa Kamo? —le preguntó sin dejar de espiar lo que sucedía en el comedor a través de la rendija de la puerta.
—¡No lo sé! —susurró Chie. ¡¿Qué hizo para merecer una visita de semejante naturaleza?! ¿Acaso alguien la acusó con el temible comandante del shogunato que destruyó un restaurante en Shimabara sólo porque le sirvieron la bebida equivocada? ¿Y qué tal el reciente incidente de la tienda de ropa "Yamatoya", que Serizawa hizo volar por los aires con un cañón de artillería por no pagar los impuestos? ¡¿Cómo se enfrentarían Ume o ella a semejante demonio?! ¡Y Dios no permitiera que su padre y su mal genio se aparecieran ahí... o todo estaría perdido!
—Furukawa-san.
—¡¿Qué?!
—Escuche, están hablando de nuevo.
Chie se pasó una mano por el rostro, luchando por concentrarse en la voz de Serizawa del otro lado del mostrador:
—En vistas de que no creo en las casualidades y de que sé que las mujerzuelas como tú gustan de compartir chismes entre ustedes, te otorgaré el honor de responder a mis preguntas.
—¡Interrogarme! —chilló Ume—. ¡¿P, por qué sería necesario, Serizawa-sama?!
—¡Tú no haces las preguntas aquí, campesina, así que guarda silencio y responde cuando debas! —Ume obedeció, al borde de las lágrimas, por lo que Serizawa continuó—: Conduzco una investigación acerca del peculiar comportamiento de uno de nuestros miembros y sospecho que la hija del posadero sabe bastante del asunto.
—¿E, está seguro de eso, Serizawa-sama? —Ume se aferró a la bandeja que sostenía con dedos temblorosos. Serizawa Kamo se había convertido en una estatua de piedra inamovible que sólo los dioses podrían apartar de su camino—. ¡Chie-chan es una muchacha buena y honesta! ¡Ella... no le ocultaría información de semejante importancia al s, shogunato!
—¿Crees que mis sospechas son infundadas?
—¡N, no! ¡Es decir, sí! ¡P, pero no por falta de habilidad o perspicacia! Es que... creo que no comprenderé la relación entre Chie-chan y su investigación sí no me explica quien es el sospechoso primero.
—¿Te relacionas con muchos miembros de nuestro grupo, Camarera-san? —Arqueó las cejas, más interesado que molesto.
—¡Ah! ¡No, claro que no! —El rostro de la mujer enrojeció a causa de lo que implicaba la pregunta—. ¡S, sólo conozco... a los que vienen aquí a comer!
—¿Y no es eso relacionarse con ellos? —Una media sonrisa maliciosa se dibujó sobre sus labios—. No entiendo el porqué de tu nerviosismo.
—¡Oh, no! ¡No hay ninguna razón! Sólo... me intimida estar en la presencia de un guerrero noble como usted. —Se apartó el cabello del rostro con la mirada fija en sus propios pies, deseosa de que el gesto de sumisión aplacara la impaciencia de su inquisidor.
Serizawa pareció complacido con su lastimosa docilidad, pues se mostró más sosegado al continuar:
—Tengo razones para sospechar que Tani Sanjuro está traicionando al Roshigumi.
—¿Tani-san...? —Ume elevó la mirada y Serizawa notó la palidez de su rostro.
—El mismo.
—No entiendo. ¿Cómo? ¿Qué ha hecho?
—Eso es lo que quiero saber.
—Yo no sé nada de eso, Serizawa-sama. Él apenas empezó a visitar la posada hace unos días atrás.
—¿Y para qué lo hizo?
—Lo ignoro, supongo... que para visitar a Izanagi-san y su hija.
—¿Qué son ellos para él? —Le dio un brusco sorbo a su pote de sake—. ¿Familia?
—Algo así. Tani-san se crió con las hijas de Izanagi-san, él vivía a media calle del restaurante que regenteaban en Edo.
—Entiendo. ¿Lo oíste hablar de Shimabara? —Serizawa la observaba sin parpadear, con la mirada severa hundiéndose en su tímida figura como si quisiera atravesarla. Ume se desató las mangas del kimono, tratando de esconder la forma en la que los vellos de su piel se erizaron al escuchar el nombre del distrito.
—¿Por qué no respondes?
—¡Oh! —Movió la cabeza violentamente a los lados—. ¡Es que la hija menor de Izanagi-san vive allí! Pensaba... en que quizá me habló de ella, ¡pero no lo hicimos! ¡Tani-san no habló de Shimabara ni nada que se le parezca jamás! ¡Nunca me atrevería a mantener ese tipo de conversaciones con los clientes!
—No pareces muy segura de lo que afirmas.
—Es que... usted me pone nerviosa.
—¡Patrañas! Escupe la verdad de una vez, camarera. ¿Estás al tanto de que Tani tiene un amorío con mi mujer o no?
El silencio cayó como una nevada de verano sobre los presentes. Chie se vio cautiva del repiqueteo hipnótico de los dedos de Serizawa sobre la mesa como si fuera la cosa más importante del mundo. ¿Era posible que Sanjuro hubiera cometido una traición semejante? Se ocupó de revisar cada uno de los eventos relevantes de su infancia compartida, ansiando dar con el detalle que contradijera la terrible afirmación que perforó su corazón.
—Mantenga la calma, Furukawa-san —le advirtió Saito en un susurro—. Serizawa tiene un oído fino y usted respira con demasiada velocidad.
—Oh, no... no lo noté. —Chie se cubrió el rostro con una mano, esforzándose por disimular el peso de la revelación. ¿Quién fue la mujer capaz de despertar el interés de Tani Sanjuro? Sabía que era injusto odiar a una desconocida, pero sentía que había hurtado sus sueños más tiernos sin darle oportunidad de defenderse. ¿Era muy bella? ¿O inteligente quizá? ¿Qué hizo para lograr que Tani traicionara la confianza de uno de los hombres más temidos de Kyoto? ¿Por qué... no pudo conformarse con su primer amante? ¿Por qué tuvo que reemplazarlo con él? ¿Por qué? ¿Por qué? ¡¿Por qué?!
—Veo que no lo sabías —bufó Serizawa. Se dirigió a Ume, pero el desconsuelo de Chie la hizo creerse destinataria de sus palabras—. Hay innumerables pruebas en su contra, pero soy un hombre precavido que prefiere agotar los medios antes de tomar soluciones drásticas. En fin... —Apoyó las palmas en la mesa para conseguir ponerse de pie. Hacía tiempo que lidiaba con una enfermedad insidiosa que le quitaba las fuerzas como si llevara una sanguijuela gigante colgada del cuello—. No sé si vuelva por aquí para escuchar los testimonios de Furukawa y sus hijas, empiezo a cansarme de ser paciente con el cerdo de Tani.
—¡Por favor! —rogó Ume con una reverencia que la enfrentó con sus propios pies—. ¡No le haga daño a Tani-san! ¡Él es muy importante para mi patrón y su familia!
Serizawa puso los ojos en blanco, importunado por lo ridículo de la petición. Sin embargo, su voz se llenó de melancolía al suspirar:
—No eres la mujer más brillante de Kyoto, pero compartes nombre con la dueña de mi corazón y eso me produce sentimientos encontrados.
Ume parpadeó lentamente, vacilando entre si sentirse halagada de que supiera su nombre u ofendida por ser tildada de tonta.
—¿A qué se refiere... con sentimientos encontrados?
—No lo sé. —Se sujetó el mentón mientras se concentraba en un punto invisible del salón—. Quizá a que no podría decirme amante de las flores si respetara uno de los pétalos y machacara el resto sin piedad. —Cruzó los brazos sobre el pecho y sus soldados comenzaron a retirarse, decepcionados al entender que su jefe no tomaría represalias contra la mesera—. Una campesina como tú debe saber un rábano de política, por lo que te sorprenderá enterarte de mi encarcelamiento.
—¡S, sea tan amable de no subestimarme tanto, Serizawa-sama! —se quejó Ume con el rostro enrojecido por la humillación—. ¡Estoy al tanto de que el shogunato lo arrestó por... d, decapitar a tres... personas!
—Esas no eran personas —se burló—, sino delincuentes que decidieron rebelarse contra su oficial superior. El gobierno tardó en reconocer la validez de mis acciones, sí, pero volvieron de rodillas para rogarme que dirigiera el Roshigumi y restaurara el orden en Kyoto. —Ume no se atrevió a contradecirlo, por lo que continuó—: En fin, la soledad de la prisión Mito Akanuma inspiró mi veta creativa y acabé por herirme un dedo para escribir un poema con la sangre que brotó de él. —Sonrió, complacido, al vislumbrar el horror que emblanqueció las mejillas de Ume—. Tu nombre te otorgará el privilegio de escucharlo.
—¡Oh, no! ¡Y, yo... no soy digna de semejante ho, honor!
—Calla y escucha. —Se aclaró la garganta y declamó (para gran confusión de Chie y Saito, quienes observaban la escena con desconcierto)—: En la nieve y la escarcha el color permanece, y aún emite su aroma tras la dispersión de los pétalos; tal ume es el perfume.
—Es... un hermoso poema, Serizawa-sama —murmuró Ume, tambaleándose débilmente a causa de la confusión.
—Lo sé. —Le dedicó una media sonrisa orgullosa antes de despedirse con un leve movimiento del abanico de hierro que cargaba consigo—. Reza porque todos tus días sean tan afortunados como este, Ume-san. —Apartó la cortina de entrada y abandonó el restaurante sin decir más.
Ume estaba pronta para dejarse caer de rodillas, sobrepasada por el estrés, cuando la voz aguda de Izanagi estalló en el lugar:
—¡¿UN AMORÍO?! —El anciano salió del armario donde se refugió durante la conversación—. ¡¿CÓMO QUÉ TIENE UN AMORÍO?! —jadeó ante la gravedad de la situación. ¡Que Tani estuviera interesado en otra mujer eliminaba toda posibilidad de que se fijara en su hija; la mujer más fea de todo Kyoto!—. ¡Por la bendita Amaterasu! —chilló, llevándose las manos a la cabeza al exclamar—: ¡¿Con quién diablos la casaré ahora?!
—¡Ume-chan! —Chie se abrió paso a través de los numerosos bidones de sake que yacían en el suelo, ignorando los berrinches indiscretos de su padre—. ¿Estás bien?
—¡No! —Se pasó una mano por la frente y gimoteó lastimosamente—: ¡No puedo creer que nadie viniera a salvarme! —Le dirigió una mirada acusadora a Saito, quien permanecía inmóvil en la puerta de la cocina como si fuera parte del mobiliario—. ¡Especialmente tú! ¡¿Qué no eres un capitán del Roshigumi?! ¡¿Por qué no hiciste nada para impedir que ese demonio acosara a una chica tan indefensa como yo?! ¡Todos ustedes... son unos inútiles!
—Tienes que calmarte, Ume-chan —sugirió Chie mientras le daba unas palmadas de ánimo en el hombro—. Sólo fueron unas preguntas, ¿no? Serizawa-san no se propasó contigo más allá de dedicarte algunas palabras groseras. Habría sido peligroso que uno de nosotros interrumpiera la conversación que parecía tenerlo de tan buen humor. —Forzó una sonrisa al agregar—: ¡Mira! ¡Si hasta te dedicó un poema!
—Ya... pero hubiera preferido uno de Sannan-san y no de ese borracho belicoso.
Saito atravesó la puerta que daba a la calle, desentendiéndose del drama colateral, pero Chie tropezó con los bidones desparramados para alcanzarlo.
—¡Saito-san! —El capitán se detuvo sin voltear a verla, por lo que continuó—: ¿Lo que dijo Serizawa-san es cierto? ¿Tani-san se ve... con esa mujer?
—Probablemente, aunque le recomiendo que no indague más en el asunto.
—¿Él estará bien, verdad? Apuesto a que podrían convencerlo de disculparse con Serizawa-san.
—¿De veras cree eso, Furukawa-san? —Se echó la bufanda al hombro al murmurar—: Que no le engañe la simpatía de Heisuke, el Roshigumi no es un club de Mahjong.
Chie se mordió la lengua, avergonzada de su ingenuidad, y Saito retomó la marcha tras el breve intercambio, perdiéndose calle arriba. ¿Era este el inicio del fin de los días de su amigo de la infancia? Deseó equivocarse con todo su corazón, pero sus esperanzas parecían tan absurdas como la idea de que Tani cortejara a la mujer de su feroz comandante.
Nota de autor:
¡Eso es todo por hoy! Saito no se anda con vueltas a la hora de aplastar los anhelos ajenos, ¿eh? No lo culpo, después de todo hablamos del bienestar del desgraciado que traicionó a Serizawa, ja ja. ¿Y qué tal el quiebre de Sannan tras descubrir que la herida de su brazo es más seria de lo que aparentaba? ¡Los conflictos y la tensión crecen en el Roshigumi! ¡Quédense cerca para verlos hacer ebullición! ;)
