Disclaimer: No me pertenece ningún elemento de Hakuouki. Esta historia es escrita por placer y sin ánimo de lucro.
Un amigo como tú
Capítulo 8
"El distrito de la luz roja"
Por Lady Yomi
Otoño, 27 de Octubre de 1863.
Shimabara era una de las tres secciones conocidas como yukaku (cuarteles de placer) que fueron establecidas por el shogunato en las mayores ciudades de Japón a fin de limitar la prostitución. Estos sitios eran Shinmachi en Osaka, Yoshiwara en Edo y Shimabara en Kyoto.
Las restricciones lograron que los negocios de actividades nocturnas estuvieran concentrados en un sólo lugar, lejos de los barrios residenciales y las miradas desaprobatorias de las familias de clase alta. Sin embargo, esto no significaba que los hombres de alta estirpe no pasaran tanto tiempo en los yukaku como los de clase trabajadora. Lo que los nobles hacían de noche contradecía la moralidad de la que tanto alardeaban durante el día, algo sabido por todos... mas dicho por nadie.
Las geiko, artistas que se dedicaban a entretener en lugar de a otorgar placeres carnales, florecieron a mediados del año 1700. La mayoría se estableció en Shimabara y el lugar fue bautizado hanamachi o sea, un distrito de geikos. Esto le otorgó un valor añadido a Shimabara en comparación con las zonas rojas de Edo y Osaka, ya que no sólo se podía pasar la noche con una buena mujer, sino también disfrutar de danzas tradicionales, conciertos, exhibiciones de arreglos florales ikebana y noches de fiesta donde los chistes que proferían las carismáticas artistas eran de tan buen gusto como el sake que le servían a sus clientes.
Furukawa Kohana, hermana menor de Chie, vivía en ese lugar desde que tenía sólo nueve años y aunque le fue arduo acostumbrarse a la vida agitada de Kyoto (tan distinta a la de su querido Edo, donde sólo debía ocuparse de juegos y canciones), cualquiera que la conociera hoy en día la consideraría parte del lugar.
Le sonrió a una de sus vecinas mientras volvía al Okiya con una canasta repleta de rollos de papel. Los clubes cerraban a mediodía para que los habitantes pudieran pegar un ojo, así que aprovechó su inoportuno insomnio para comprar los materiales que necesitaba para los arreglos florales que presentaría esa noche.
—¡Kohana-chan! —Yumiko la recibió con el ceño fruncido que siempre le dedicaba—. ¡¿Cómo vas a salir sin una sombrilla?! ¡¿No viste lo fuerte que está el sol?!
—Perdone, madre, es que estaba nublado cuando salí. —Tanto maikos como geikos llamaban "madre" a la más vieja de ellas, tanto por deferencia a su experiencia como para agradecer que les diera albergue y enseñara las menudencias de la profesión.
—¿Cuántas veces te he dicho que las nubes no evitan que los rayos del sol te estropeen la piel? —La anciana se recargó en la escoba con la que barría el local—. Que seas popular no significa que los hombres vayan a volverse ciegos al paso del tiempo.
—Nuestros talentos nos definen, la belleza no tendría que importar tanto.
—Te lo digo por experiencia propia. —La mujer chasqueó la lengua con rencor, retomando la limpieza del salón principal—. ¿Crees que esos cabezas huecas elegirían verme tocar el shamisen en lugar de a ti? No, no... aprovecha la belleza que tienes, Kohana-chan y trata de que dure el mayor tiempo posible porque cuando se termine te sentirás tan invisible para los hombres como lo eras antes de ponerte el obi por primera vez.
—Oh, madre. —La maiko abrazó a Yumiko por detrás, sonriendo cuando la mayor trató de librarse del agarre—. ¡Usted todavía sigue siendo hermosa!
—¡No me mientas en la cara, Kohana! —Le dio un pequeño empujón con la escoba, esforzándose por ocultar lo mucho que le enternecía el cariño de su aprendiz—. ¡Algún día tendrás mi edad y te pondrás todavía más fea que yo por burlarte de mí!
—Habrá valido la pena si eso me hace tan talentosa como usted, madre —afirmó Kohana al retroceder para darle espacio.
—No seas lambiscona. —Le señaló las escaleras que llevaban a la planta superior con un sonoro respingo—. Ba-san quiere hablar contigo así que guarda tus halagos para alguien que los merece más.
—¿Ba-san? ¡Oh, iré ya mismo! —Se movió con toda la premura que le permitía su ajustado kimono. Si la dueña del local requería su presencia seguro se trataba de algo importante.
Mokoto Ba era una mujer que se acercaba a la mitad de la treintena. Había dedicado su vida a la profesión de cortesana y los largos años de esfuerzo la premiaron con el altísimo rango de tayu.
Una tayu no era parte del mundo que rodeaba a las demás prostitutas de Kyoto, las mujeres que alcanzaban su nivel tenían suficiente prestigio como para rehusarse a atender a los clientes que pretendían pagar por sus servicios. De todas maneras, no era como si los solicitaran muy a menudo ya que la cantidad de dinero necesaria para pasar la noche con una cortesana era elevadísima. Demasiado alta como para que un trabajador común pudiera reunir el dinero necesario.
Comparado con las yujo (prostitutas comunes cuya atracción principal eran sus favores sexuales), las cortesanas eran, primeramente, artistas. Para convertirse en una de ellas una mujer debía ser entrenada en un sinfín de habilidades diferentes, yendo desde las artes tradicionales como la ceremonia del té, el ikebana y la caligrafía, hasta cosas que normalmente eran reservadas para las jóvenes de clase alta; como aprender a tocar instrumentos complejos y redactar poesía.
Los clientes esperaban que sus anfitrionas fueran excelentes conocedoras de la literatura nacional y que se desempeñaran en la escritura con tanta soltura como lo hacían los autores de renombre. No sólo debían ser ilustradas y talentosas con sus artes, sino también con sus charlas. Era exigido que las palabras que pronunciaban sus labios fueran siempre ingeniosas, siempre elegantes.
Conociendo esto, tenía sentido que la tayu le alquilara la hermosa casa de té (que le obsequió uno de sus clientes) a Yumiko y sus hijas postizas. A pesar de que Ba perteneciera a un escalafón social más alto, las mujeres entretenían a los cientos de visitantes que acudían a Shimabara de forma similar.
Era cierto que Ba mantenía relaciones sexuales con algunos de sus clientes favoritos, pero eso era puramente por decisión suya y con pleno consentimiento del acto. Ese era un beneficio del que ni siquiera las mujeres casadas podían alardear. La tayu jamás se enfrentaría a un matrimonio abusivo o sin amor, ni se vería obligada a entregar su cuerpo a quien lo pidiera bajo ninguna circunstancia y eso le otorgaba una satisfacción indecible.
Ba, una mujer que vivía con las mismas libertades que un hombre soltero adinerado, acababa de llamar a Furukawa Kohana a su despacho para hacerle un ofrecimiento que (llegado el momento) le permitiría gozar de una libertad muy parecida a la suya.
—Ba-san —la saludó Kohana al sentarse frente a ella, haciendo una graciosa reverencia con las manos en el regazo—. Yumiko-san me dijo que solicitaba mi presencia.
—¿Cuántos años tienes, querida Kohana? —le preguntó con la serenidad que la caracterizaba.
—Catorce, señora.
—Pero pronto cumplirás quince.
—Así es. —Hizo una nueva reverencia—. Pronto serán seis años desde que vine a vivir aquí por primera vez.
—Y de eso mismo quería hablarte. —Ladeó la cabeza a un lado y los enormes adornos de piedras preciosas que decoraban su cabello se movieron con ella—. Ya aprobaste el entrenamiento para convertirte en geiko y si estás de acuerdo comenzaremos los preparativos para tu erikae, la celebración donde se te otorgará la maestría de tu profesión.
—¿Lo dice de veras, señora Ba? —Le aterró la sola mención del asunto, pero se esforzó por disimular el malestar con una sonrisa temblorosa que no llegó a la superficie de sus ojos dorados.
—No mentiría sobre algo en lo que tienes puestas todas tus ilusiones, querida.
—Lo sé... —Le sonrió con fingida emoción—. Es que no lo esperaba.
—¿Por qué no? Ha pasado un lustro desde tu misedashi y es hora de que des el próximo paso en tu carrera.
—Le estoy tan agradecida, Ba-san... a Yumiko y a usted, por adoptarme y darme esta oportunidad. —Kohana tocó el suelo con la frente al inclinarse, encontrando que el gesto no hacía más que trivializar la angustia que sentía.
—Deberás procurarte un oficial, un kenban, para que te acompañe a anunciarle tu futuro cambio de rango a los clientes que te frecuentan. Elige a alguien del cuartel del Roshi que te simpatice y vuelve con él a nuestra tienda. Quizá sea mucho pedir, pero intenta que el sujeto tenga una higiene y modales decentes.
—Un oficial, entendido —asintió con energía y se apresuró a suavizar sus movimientos al notarlo. No podía dejarse llevar por la ansiedad y perder la compostura frente a su patrona—. Todo esto me pone un poco nerviosa.
—¿Por qué estás nerviosa?
—Es algo tan repentino y... temo estropearlo; no lograr satisfacer las expectativas que usted pone en mí.
—¿Y cómo no estarías al nivel necesario, Kohana-chan? Eres una de las maikos más avanzadas de tu generación, dominaste todas las artes que te enseñamos. Te mereces el ascenso.
—No es eso... —Tamborileó los dedos disimuladamente sobre la falda de su elegante kimono—. Me siento... poco preparada para trabajar por mi cuenta en este rubro. —Le dirigió una mirada suplicante—. Cuando me gradúe como geiko tendré que abandonar el Okiya y mudarme a una casa para mí sola. Yumiko-san ya no me asignará los clientes que debo atender sino que tendré que buscarlos por mi cuenta y también-
—Kohana-chan —la interrumpió Ba, casi susurrando a través de sus labios pintados de rojo—. No puedes asustarte de algo que ni siquiera has experimentado.
—Es verdad, pero el miedo es una cosa bastante irracional y no consigo aplacarlo con esos consejos tan sabios que me ofrece.
—Muy entendible, pero ahora el único camino es hacia adelante.
—Si, señora. —Kohana se mordió el labio, sintiéndose demasiado pequeña como para llevar la enorme carga que acababan de depositar sobre sus hombros. Pronto se convertiría en una mujer independiente y eso la maravillaba y aterraba en igual proporción. Vivir por su cuenta era su sueño más preciado, sí, pero ella quería llevarlo a cabo de otra manera; una que no involucraba seguir bailándole a tipejos mediocres hasta el final de sus días.
—Empezaremos a peinarte con el sakko; el último estilo que usa una maiko y lo llevarás hasta que te gradúes. Deberás fabricar un kanzashi artesanal y utilizarlo durante este tiempo de transición. Vi que volviste al local con un montón de rollos de papel, así que úsalos para crear ese nuevo broche de cabello.
—¿Se refiere al daikin? —Kohana se atrevió a hablar con cierta timidez, tomando notas mentales para no olvidar la información suministrada—. Siempre quise armar mi propio adorno festivo, apuesto a que será divertido.
—No será lo único que tendrás que hacer por ti misma. Cuando consigas al oficial que te pedí, visitarás a tus futuros clientes y-
—Y les anunciaré que seré una geiko, sí.
—No interrumpas, Kohana. Iba a decir otra cosa.
—¿Oh... s, sí? —El rostro de la jovencita enrojeció y se regañó mentalmente por hablar sin permiso. Era un hábito que encontraba difícil de erradicar.
—Le entregarás obsequios a los clientes en el momento del anuncio, compralos con el dinero que ganes durante los días previos al evento.
—Oh... ya veo. —Hizo una mueca al escuchar lo último. Ella planeaba dar una pequeña fiesta con el resto de sus compañeras para celebrar el pasaje de grado, pero tener que gastar sus ahorros en otras personas tiraba por el suelo sus planes festivos.
—Así que recuerda todas tus tareas: conseguir el kenban, fabricar tu kanzashi y comprar los obsequios.
—Lo haré, señora.
—Puedes retirarte.
—Gracias, Ba-san. —Kohana cerró la puerta tras de sí y dejo escapar un largo suspiro, la libertad que tanto añoraba terminaría destrozándole los nervios.
Caía la noche cuando la maiko se dirigió a una de las tiendas de la capital en compañía de su mejor amiga, Kosuzu, para comprar los obsequios en el moderno bazar del puerto, pero la visión que las recibió al llegar les quitó las ganas de acercarse al local: Serizawa Kamo, segundo al mando del Roshigumi, armaba un alboroto en compañía de su tropa. El pobre dueño del bazar había desaparecido de la zona hacía rato y sus secuaces saqueaban la mercancía en medio del voraz incendio que iniciaron en la entrada.
No eran las únicas abrumadas por el oscuro espectáculo; decenas de vecinos y viajeros le dirigían miradas de miedo, rencor y desprecio a quienes consideraban los salvajes e irredimibles "Lobos de Mibu". Sin embargo, Serizawa no fue merecedor de tal calificativo hasta que abandonó la provincia de Edo. Durante su primer año en Kyoto se lo conoció como un hombre ilustrado y valeroso. La misma Kohana lo atendió en varias ocasiones y él siempre se portó con serenidad y respeto, pero su conducta empezó a decaer rápidamente tras esos breves encuentros.
El segundo Comandante del Roshigumi comenzó a beber y a cometer acciones violentas aún cuando no tenía una sola gota de alcohol en el cuerpo. Se rumoreaba que estaba enfermo de gravedad, pero era imposible de comprobar ya que se ponía extremadamente agresivo cuando cuestionaban su estado de salud. Fue declarado persona no grata en el Okiya de Kohana el día que le arrojó un pote de sake en la frente a Kosuzu por negarse a desvestirse para él. Serizawa Kamo no volvió a pisar el centro de entretención desde entonces.
—Ese hombre me pone los pelos de punta —susurró Kosuzu mientras se llevaba la mano a su tersa frente, la que todavía lucía una pequeña cicatriz que se esforzaba por ocultar con varias capas de maquillaje—. Imagina si hubiera pasado algo tan horrible en nuestro hogar.
—El shogunato debería tomar medidas con Serizawa —asintió Kohana, dejando que su amiga se sujetara de la manga de su kimono para brindarle seguridad—. Ese hombre está fuera de sus cabales.
—¡No lo entiendo! ¡Se están llevando todo con ellos! ¡¿Qué clase de guardianes hurtan las pertenencias de sus protegidos?!
—Baja la voz, Kosu-chan. No queremos llamar la atención.
—¡L, lo siento! ¡Es que... me parece muy injusto!
—A mi también. —Kohana miró a su alrededor para asegurarse de que nadie se fijara en ellas, pero la muchedumbre estaba demasiado atónita con el saqueo como para inmiscuirse en la charla de un par de maikos. Fue entonces que divisó a Ryunosuke Ibuki (el paje de Serizawa), sentado sobre unas cajas con una expresión amarga en el rostro. Estaba casi oculto en la oscuridad y ni siquiera sus compañeros parecían notar su presencia.
—Ibuki-san. —Kohana caminó hasta él, seguida por una indignada Kosuzu—. ¿Qué está pasando?
—Kohana-san, Kosuzu-chan. —El saludo sonó amigable, pero su sonrisa era afectada—. ¿Qué hacen aquí?
—Vinimos de compras, Ryunosuke-kun. —Kosuzu le sonrió con honestidad.
—Pues vuelvan de donde vinieron, nadie va a comprar nada esta noche.
—¿A qué se debe este atropello? —preguntó Kohana con el ceño fruncido—. El Roshigumi debería protegernos.
—Por favor, Kohana-chan. —Kosuzu le sujetó un hombro—. No te molestes con Ryunosuke-kun, él no es parte de todo esto.
—¿Crees que soy inocente, Kosuzu-chan? —Ibuki parpadeó lentamente.
—No te veo llevarte la tienda al hombro, Ryunosuke-kun. Así que diría que sí.
—No creas sólo en lo que ven tus ojos. —Se incorporó de forma perezosa, con el resplandor de las flamas iluminando levemente el perfil de su rostro—. Las personas que no actúan contra el mal son igual de culpables que los malvados a los que ignoran.
Kosuzu frunció el ceño, confundida.
—¿A qué te refieres con no actuar en la presencia del mal? No es tu culpa que ellos estén causando ese desmadre.
—No soy más inocente que Serizawa-san. Eso tenlo por seguro. Al fin y al cabo soy su siervo.
—No tiene sentido.
—¿Qué dices?
—¡Lo que oíste! No eres igual que Serizawa, ni lo serás jamás. De lo contrario no estarías aquí, apartado de esa situación espantosa.
—Una niña como tú no puede saber nada de alguien como yo. —Ibuki se encogió de hombros, muy acostumbrado a la fe sin sentido que la maiko siempre ponía en su persona—. Pero si eso te hace feliz... cree en lo que se te dé la gana.
Kosuzu sonrió disimuladamente, decidiendo que no provocaría el mal genio de su acompañante. Una victoria era más que suficiente.
—El dueño del bazar es un hombre de influencia. ¿Es posible que el shogunato castigue a Serizawa tras semejante agravio? —preguntó Kohana.
—Quizá lo hagan... —Ryunosuke frunció el ceño, volviendo la mirada hacia el fogón que devoraba el comercio—. Pero no tengo línea directa con el Shogun y sus vasallos, así que no puedo confirmarles nada.
—¡Ojalá lo envíen a prisión! —Kosuzu clavó sus ojos claros en las llamas que enmarcaban la silueta del hombre al que detestaba.
—Las acompañaré a casa —soltó Ryunosuke de improvisto, adoptando una actitud despreocupada mientras las empujaba lejos de la multitud—. Con semejante alboroto temo que alguien intente asaltarlas en el camino de regreso.
—Ryunosuke-kun es muy amable —exclamó Kosuzu con las mejillas encendidas por el rubor.
—No te creas sus mentiras, Kosu-chan. —Kohana frunció los labios con malicia—. Ibuki-san debe querer beber un trago en Shimabara.
—¿Yo? Nah, no tengo un céntimo encima.
—¿Será que te estás volviendo un buen samaritano? Primero le salvas la vida a Kosuzu-chan y ahora la acompañas al Okiya, cualquiera diría que ella despierta tus sentimientos más nobles. —Enseñó los dientes al agregar—: Yo que tú empezaría a ahorrar dinero para comprar su libertad.
—¡D, deja de darle vueltas al asunto! ¡N, no es nada como eso! —Le sacó la lengua sin caer en lo inmaduro de su reacción. "Tengo que pensar en otra cosa" se dijo mientras se adelantaba para ocultar su rostro enrojecido. Reflexionar acerca de las recientes acciones de Serizawa consiguió calmar los latidos de su corazón avergonzado.
El sujeto le agradaba bastante (cuando no estaba cortando el cabello de mujeres inocentes o pateando las tiendas hasta derrumbarlas), y enterarse de que el shogunato lo declaró una amenaza para la seguridad pública le cayó como un balde de agua fría en la espalda. El magistrado de Aizu le pidió a Kondou-san que se "ocupara" del tema antes de que finalizara el mes de octubre y él sabía de sobra a que se refería el burocrático con la palabra "ocuparse".
Serizawa Kamo estaba a punto de morir y probablemente él se vería involucrado en la parte más sucia del asunto. Era evidente que intentaría evitar que su señor saliera lastimado, pero tampoco podía arriesgar su vida por él, ¿verdad? Sus ojos se posaron en los alegres rostros de las jovencitas que lo acompañaban y sintió la aguda punzada de los celos pincharle el estómago. Habría dado lo que sea por llevar una existencia tan afortunada como (suponía que era) la de una artista, pero debía soportar las consecuencias que le acarreó renegar de su estirpe.
Logró rechazar las obligaciones de la nobleza al escapar de casa, pero sólo fue libre por unos meses antes de ser convertido en un humilde paje; un pobretón condenado a sobrevivir con las migajas que le arrojaba su amo hasta que los dioses señalaran la llegada de su día final. Aunque, si Serizawa-san moría... podría recuperar su libertad. Se sintió incómodo con el rumbo que tomaron sus pensamientos por lo que volvió a enfocarse en las maikos que custodiaba.
—Ryunosuke-kun. —Kosuzu arrugó los labios al verlo cabizbajo—. ¿Está todo en orden?
—Claro, no hay problema. —Chasqueó la lengua al murmurar—: No hay ningún maldito problema.
Nota de autor:
¡Fin del capítulo ocho! Hoy le dedicamos un momento a Kohana, la hermana menor de Chie, y los nuevos giros que está dando su vida profesional, además de plantear el asesinato de Serizawa y la cadena de eventos desafortunados que le seguirán. ¡Nos leemos muy pronto, gracias por seguir apoyando la historia! ;)
