La miseria ama la compañía
Por Nochedeinvierno13
Disclaimer: Todo el universo de Shingeki no kyojin es propiedad de Hajime Isayama.
Esta historia participa en "Casa de Blanco y Negro 2.0" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras".
Condición: Enfermedad.
Capítulo I
No quiero tu lástima
1.
El doctor Carsten fue a verlo cuando Hange aún permanecía en la habitación.
Levi Ackerman supuso que ya había amanecido porque escuchó las pisadas de los soldados al otro lado de la puerta. Las voces se replicaron en su cabeza cual eco; se colocó la almohada en la cabeza para disiparlas. Sintió una ráfaga de viento en su brazo desnudo; la mano callosa de Hange se posó en él.
Ella había pasado toda la noche a su lado, sentado en una silla que crujía con el menor cambio de posición, atenta a sus necesidades. De a momentos, su respiración se volvía más lenta y pesada —con algún que otro ronquido de por medio—, dando la señal de que se había dormido. Levi, en cambio, no fue capaz de conciliar el sueño. Los pensamientos y las especulaciones pesaban más que el cansancio y dolor.
Hange se puso de pie, rodeó la cama y corrió las cortinas que cubrían la ventana. Él sintió los rayos de sol deslizándose por su piel. «Ya no hay oscuridad —pensó. Hange no dejó que la vela se apagara en ningún momento, si así se sentía seguro—. Al menos, más allá de mis ojos ciegos.»
Lo que más le molestaba no era la pierna inmovilizada por el cabestrillo o las costillas rotas sino las vendas que le hacían palpitar la cabeza. Si fuera por él, se habría arrancado todo cuando el dolor lo golpeó por primera vez, pero Hange no se lo permitiría. Cada vez que hacía el amague de incorporarse, ella insistía con el reposo.
—El doctor vendrá pronto —dijo Hange—. Te dará todas las indicaciones para tu recuperación.
—No soy un niño, Hange. No me trates como tal —contestó—. Háblame de la guerra. ¿Qué pasará con Paradis?
Ella evadió el tema.
—No tienes que preocuparte por eso ahora.
—Necesito saber la verdad. ¿Dónde estoy? ¿Qué sucederá?
—Estás a salvo dentro de la muralla Sina, en la principal sede de la policía militar. Tendrás toda la atención médica que necesites. Y vendré a verte todas las veces que pueda.
—¡Pero es un mes, Hange! ¡Es un mes que voy a estar encerrado, sin poder hacer nada más que respirar!
La discusión murió cuando llamaron a la puerta. Escuchó un carraspeo, seguido de un «soy el doctor Carsten» y el pestillo girándose.
Levi Ackerman tenía un ligero recuerdo del doctor: pelo castaño, nariz afilada y barriga prominente. Él lo había atendido luego de su enfrentamiento con la Titán Hembra. Había cuidado de su pierna hasta que volvió a estar sana y lista para usar el equipo de maniobras.
—Capitán Levi —saludó con cortesía—. ¿Cómo se siente?
—Como la mierda.
—Es entendible. Usted permaneció mucho tiempo en el rango de la explosión y su caída fue bestial. Que haya despertado tan pronto es un buen indicio. En los años que llevo tratando a los soldados, he visto heridas y golpeas más lees que conllevan más tiempo de inconciencia.
»Lo primero que sanarán serán las costillas rotas. No obstante, deberá permanecer en absoluto reposo por la siguiente semana para que los pulmones no sufran perforaciones. El hueso de la pierna se quebró en tres partes, se soldará con el tiempo y con quietud. Cuando le retire el cabestrillo, mediremos la intensidad de su dolor. En caso de que sane, tendrá que usar una silla de ruedas por unas semanas más, ya que la pierna estará débil y no soportará su peso.
—¿Qué hay de mis ojos? —interrumpió—. ¿Qué pasará con ellos?
—Aún es prematuro para dar un diagnóstico. Creo que se trata de una ceguera temporal que puede haber sido producida por la caída o por la exposición sostenida al fuego. En el primer caso, se debe a que nuestros ojos están conectados a una serie de nervios que terminan en la parte posterior del cerebro, el lugar que se lesionó en la caída; en la segunda hipótesis, puede haberse quemado la superficie ocular.
—Pero, ¿no está seguro de cuál fue la causa?
—Como dije, la causa no está determinada, pero sí su efecto. Confío que, con los debidos cuidados, sea algo temporal y no permanente. Por eso le he colocado las vendas en los ojos. Si se trata de la segunda hipótesis, la superficie ocular necesita tiempo para recuperarse. Si la exponemos al sol o a cualquier otro tipo de luz y no es capaz de filtrarla…
—Entonces quedaría ciego para el resto de mis días…
Hange interrumpió:
—No debemos pensar que será permanente. ¿Verdad, doctor Carsten?
El doctor siempre le había hablado de forma sincera. Era un profesional competente. La salvación de los soldados heridos era depositada en sus manos cada vez que volvían de una expedición más allá de las murallas. Pero Levi temía que la presencia de Hange lo hiciera mantener un optimismo infundado.
—Hange, ¿podrías traerme un poco de té? —pidió de forma amable.
—Por supuesto —se apresuró ella a decir.
Él volvió a hablar después de que la puerta se cerró y sus pasos se volvieron un eco lejano a través del pasillo.
Cuando el doctor y él se encontraron a solas, Levi le preguntó:
—Quiero que sea sincero, ¿volveré a ver?
El aire se volvió más denso a su alrededor. Los segundos cayeron sobre sus hombros y se clavaron en su piel. Prefería que le hablaran con franqueza y de forma directa, antes de alimentar falsas esperanzas.
—No puedo asegurarlo —dijo el hombre—. En un mes retiraremos las vendas y lo averiguaremos. Hasta entonces esa es la única verdad que puedo decirle, capitán Levi.
2.
Estaba terminando de tomar el té cuando la puerta se abrió.
Levi Ackerman era consciente que sus músculos jamás recuperarían su fuerza si seguía con una dieta a base de hierbas y agua caliente, pero no tenía nada de apetito. Su estómago era un nudo que apenas dejaba pasar el líquido.
Hange lo había persuadido en dos ocasiones para tragar una rebanada de pan; en ambas había obtenido información del exterior.
«Marley está reconstruyendo su flota, según nuestros infiltrados» y «las demás naciones no ven con buenos ojos que hayamos atacado civiles». A nadie le agradaba que los niños y ancianos se hubieran convertido en víctimas colaterales del ataque. Los que sobrevivieron a la lucha entre los titanes, murieron en la avalancha de personas o en las explosiones.
Pero Levi también pensaba que, a lo largo de los últimos cien años, muchos eldianos inocentes habían perdido la vida por culpa de los titanes de Marley.
Pero a las demás naciones del mundo, no les importaba lo que tenían que hacer para sobrevivir. El padre de Erwin había muerto por especular sobre la vida más allá de las murallas y el comandante lo había seguido a la tumba sin saber que tenía razón, que siempre la había tenido.
No podía pensar en Erwin Smith sin que se le cerrara la garganta. Lo único que le quedaba era el recuerdo de su pelo dorado, sus ojos azules y su férrea determinación.
Se sentía igual que después de su muerte: desorientado y frágil. Y estaba comportándose como en aquel tiempo: más arisco de lo habitual y bebiendo té en lugar de comer. «Todo sería más si estuvieras aquí», pensaba a menudo, pero no estaba. Una palabra suya fue suficiente para que Erwin abandonara su sueño y cabalgara hacia su final.
Se removió incómodo cuando la escena se reprodujo en su memoria. Ahora que estaba ciego no tenía forma de escapar, de distraerse. Los fantasmas dormían a su lado y le acariciaban el rostro para que despertara.
—¿Quién está ahí? —preguntó cuando escuchó que la puerta se abría.
Hange no era. Sabía reconocerla por su andar apresurado, casi nervioso, como si continuamente estuviera llegando tarde.
—Soy yo —respondió la voz. No le tomó trabajo reconocerla—. El cadete Jaeger.
De sólo escucharlo, la tristeza y la nostalgia se transformó en rabia. La ira hizo que la sangre le hirviera y las manos se cerraran en puños.
Por culpa de Eren habían atacado Marley antes de tiempo. Ni la Legión de Reconocimiento, ni Paradis podía permitirse perderlo —era el Titán de Ataque y también poseía el poder del Fundador— y por eso habían intervenido.
Siguiendo el plan de Eren —y de su medio hermano, quien aseguraba estar a favor de los eldianos de la isla—, Levi se había enfrentado al Titán Bestia, clavándole las lanzas relámpago en la espalda para que el cuerpo explotara y así los marleyanos lo dieran por muerto.
Pero con lo que Levi no contaba —y nadie en la Legión de Reconocimiento— era que Zeke Jaeger tirara de los cables del equipo de maniobras y lo obligara a volar junto a él.
—¿A qué has venido, maldito imbécil? —bramó—. Si pudiera, te golpearía.
«Estoy aquí por tu culpa.»
Escuchó que arrastraba los pies por el suelo, un andar seguro pero lento, y s respiración se volvió más cercana. Lo tenía a su izquierda. Si movía la mano derecha, podría asestarle un buen golpe. No le causaría el daño del juicio —aquella había sido una violenta golpiza, pero necesaria a ojos de Erwin para convencer a los magistrados—, pero le regocijaría momentáneamente.
—Adelante. No me moveré y tampoco lo impediré.
—Si insistes… —Estrelló su puño contra lo que parecía ser su nariz. El hueso chasqueó y Eren lanzó un quejido. Algo cálido le mojó las vendas de la mano—. Mucho mejor. Ahora dime por qué estás aquí.
—¿Hange no te lo dijo?
—¿Decirme qué? —inquirió. Detestaba estar al margen, ser el último en enterarse de lo que sucedía—. ¡Habla!
Una vez más, el aire se volvió más pesado y el tiempo fue más lento, como si Levi no tuviera prisas.
—Yo seré quien cuide de ti las próximas semanas.
Las palabras retumbaron en las paredes y en sus oídos. Lo único que hizo fue reír, una risa gutural que brotó desde sus entrañas. Aquella situación era tan hilarante. El culpable de su condición cuidando de él. ¿A quién se le habría ocurrido?
—No quiero tu lástima, mocoso. Y eres la última persona a la que quiero tener cerca.
—No se trata de lástima, Levi. —No se preocupó en mantener las formalidades. En decirle «capitán, Levi», lo llamo por su nombre como si tuvieran toda la confianza del mundo—. De todos los hombres que duermen en esta fortaleza, soy quien mejor te conoce. Sé tus manías con la limpieza, tus hábitos…
—¡No! —gritó con todas sus fuerzas—. Acabaste con todo eso cuando atacaste Marley por tu cuenta.
—Está decidido. No hay nada que puedas hacer al respecto —contestó. Su voz sonaba tan calmada, los errores no pesaban en ella—. Tú necesitas ayuda y yo puedo dártela.
—¡Vete a la mierda!
Intentó golpearlo, pero Eren Jaeger detuvo su puño antes que impactara en su rostro.
3.
Estaba de pie junto a la ventana cuando Hange regresó.
Después de que Eren se marchara con un simple «hablaremos después», Levi sostuvo su pierna izquierda —la cual estaba sujeta a una pieza de madera para que el hueso volviera a unirse— y contuvo la respiración mientras la apoyaba en el suelo. El dolor se le clavó en la piel como el aguijón de una abeja. Lo ignoró y siguió adelante con su cometido. Colocar la pierna derecha fue una tarea más sencilla.
Buscó algo que le diera apoyo, pero lo que Hange llamaba «cama» carecía de respaldar y no había otro mueble cerca, exceptuando por una pequeña mesa. Dejó que todo su peso cayera sobre la pierna sana y avanzó arrastrando el cabestrillo. Con las manos al frente fue tanteando cada pared que lo rodeaba. Hasta que llegó al cristal de la ventana y allí se detuvo.
El vidrio estaba tibio gracias al sol que pasaba a través de él; a Levi le hubiera gustado verlo, pero sólo podía sentirlo.
Apartó la mano bruscamente cuando escuchó el grito de Hange.
—¿Qué estás haciendo levantado?
Depositó la bandeja sobre la mesa. Las tazas chocaron entre sí y el té la salpicó.
—¿Por qué no me dijiste que Eren se convertiría en mi niñera?
—¿Cómo lo supiste? —titubeó ella.
—Él vino a decírmelo en persona. Dijo: «está decidido». ¿Qué mierda significa eso, Hange? Y quiero la verdad —exigió—. Estoy cansado de que me ocultes información.
Ella no abrió la boca hasta que volvió a la cama. Le hizo colocar la pierna quebrada en alto y acomodó un almohadón de plumas en su espalda para una mejor postura. «Sigue siendo inútil si no tengo un colchón decente», pensó.
—No quería que te enteraras de esta forma —aseguró Hange. Se quitó los lentes y se masajeó el puente de la nariz. Una costumbre que tenía cuando el nerviosismo se apoderaba de ella—. Iba a decírtelo pronto.
—¿Cuándo? ¿Cuándo tuvieras que marcharte? —Su silencio le dio la razón—. Entonces ibas a tirar la bomba, pero la verías explotar.
—Tengo que dirigirme a las costas para planear un ataque marítimo sobre Marley. Están recibiendo suministros de todas partes del mundo; debemos interceptar esos barcos antes que puedan llegar al puerto.
Armin Arlet había destruido todos los navíos con la habilidad del Titán Colosal. Eso les daba tiempo para ganar terreno sobre los marleyanos, pero ellos contaban con una gran ventaja: el mundo entero los conocía y los apoyaba. No los iban a dejar desamparados mientras que la sombra del antiguo imperio eldiano se preparaba para arrasar la tierra.
Y mientras todo eso sucedía, Levi Ackerman no estaba apto para volver al campo de batalla.
»Y tú necesitas a alguien que esté a tu lado, que cuide de ti como yo lo he hecho estos días. Necesitas alimentarte, hacer reposo y guía para ir al baño. Eres fuerte y valiente, vas a recuperarte como siempre, pero esta vez debes tener más recaudos.
—Cómo olvidarlo si me lo recuerdan a cada rato. Tú y el doctor Carsten es de lo único que hablan —dijo con enfado—. Ya puedo ponerme de pie y caminar dentro de la habitación. Necesito que alguien me traiga las comidas o me den las indicaciones para ir a buscarla. Nada más.
—No es tan sencillo, Levi, y lo sabes.
—Estoy ciego, Hange. No soy un incapaz. —Las palabras pesaron una tonelada sobre sus párpados vendados—. ¿Por qué tiene que ser él? Cualquier podría hacerlo.
—Después del ataque a Marley, Eren Jaeger fue arrestado por insubordinación. No sólo desobedeció una orden directa sino que actúo por su cuenta. Cuando los altos mandos se reunieron con la reina Historia para decidir su sentencia, él apareció en la reunión y dijo: «tengo entendido que el capitán Levi está herido, yo cuidaré de él. A cambio, prometo seguir bajo la justicia de Paradis».
»Intenté convencerlos de que no podíamos dejar tu recuperación en sus manos, pero Historia habló a su favor y nadie fue capaz de contradecirla. No confío en Eren y tú tampoco debes hacerlo. Sin embargo, entiendo la lógica para mantenerlo cerca y vigilado.
»Ahora no solamente posee al Titán de Ataque y el poder del Fundador sino que ha devorado al Titán Martillo de Guerra, cuya habilidad es invocar objetos desde las entrañas del suelo. El calabozo ya no es suficiente para contener su poder y no tenemos una prisión apta para él. Si Eren Jaeger promete mantenerse del lado de los eldianos a cambio de cuidarte, algo que es necesario mientras tu cuerpo sana, es un precio muy bajo a pagar por su buena conducta.
—Pero tú misma dijiste que no podemos confiar en él. ¡Se puso en peligro solamente para que lo salváramos y entráramos en guerra directa con Marley!
—Lo sé, Levi —respondió ella—. Si fuera por mí se quedaría en el calabozo hasta que encontráramos un sitio más adecuado para él y yo me quedaría cuidando de ti. —Le rozó la mano suavemente y luego el antebrazo—. A veces me preguntó cómo hizo Erwin para soportar este peso durante tantos años sin quebrarse.
Por supuesto que lo hacía.
Cuando llegaba la noche, los bordes se quebraban y dejaban aflorar toda la tristeza, la impotencia y la frustración que lo colmaban. Le pesaban las muertes de los compañeros en las expediciones, los rostros ilusionados de los familiares por el regreso y ver como esa ilusión iba muriendo poco a poco al chocarse con la realidad, los cuerpos que tenían que dejar atrás y luego ponerlos como «desaparecidos».
Pero Erwin no lo mostraba. Era una cara que solamente le mostraba a Levi porque con él se sentía seguro en su vulnerabilidad. El comandante pensaba que sí flaqueaba ante los soldados, éstos dudarían del propósito por el cuál luchaban. «Si me mantengo fuerte, los inspiraré a dar lo mejor de sí por el bien de la humanidad», eran sus palabras.
—¿Cuándo regresarás? —preguntó, sabiendo la respuesta de antemano.
—Pronto —prometió ella. Una vez más, sus manos se encontraron. Levi sintió que estaba temblando—. Volveré tan pronto como pueda. —Las últimas palabras se repitieron como un eco en sus oídos.
La guerra seguía su curso mientras ellos se despedían.
