La miseria ama la compañía

Por Nochedeinvierno13


Disclaimer: Todo el universo de Shingeki no kyojin es propiedad de Hajime Isayama.

Esta historia participa en "Casa de Blanco y Negro 2.0" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras".

Condición: Enfermedad.


Capítulo II

Frágil como el cristal

1.

Con el pasar de los días se hizo un mapa mental de la habitación.

La cama estaba en ángulo perpendicular a la puerta, de modo que sentía cada vez que alguien entraba. A su derecha había una mesa con una jarra de agua y un candelero donde las velas morían; más allá estaba la ventana, un cuadrado pequeño que dejaba pasar el sol y el viento.

A la izquierda de la cama había un sillón forrado con cuero que era más incómodo aún que la superficie donde dormía todas las noches. Y la puerta del baño estaba al frente, por lo que era cuestión de arrastrar las piernas hasta allí.

Habiendo memorizado cada rincón, le era mucho más fácil moverse por su cuenta y sentirse menos frágil. Podía ir al baño solo, lavarse los dientes y darse una ducha militar. Y también podía permanecer junto a la ventana, bebiendo aire freso y escuchando el canto de los pájaros.

El doctor Carsten había accedido a retirarle las vendas de la cabeza —no así las que le cubrían los ojos— y las pulsaciones habían desaparecido desde entonces. Tenía que aplicar hielo en el hematoma cada cierto tiempo para que la hinchazón fuera disminuyendo. Le revisaba el cabestrillo cada día y medio, lo ajustaba y evaluaba el hueso. «Si sigue así, pronto podremos quitarlo», era su promesa a futuro.

Eren Jaeger, por su parte, iba a verlo tres veces al día: en la mañana para llevarle el desayuno, al mediodía para el almuerzo y por la noche para la cena, siempre con un «¿necesitas algo más?» de por medio. Cuando Levi gruñía un «no» entre dientes, él se retiraba y entraba en la habitación contigua.

Le llevaba mudas de ropa para que pudiera cambiarse. Todo le iba grande y largo. Era como caerse en un pozo de tela. Tenía que hacer múltiples dobladillos para que no le incomodaran.

Supuso que ya se acostumbraría. Cuando era niño le sucedía lo mismo. Su madre le tejía túnicas con hilo y amor, y le aseguraba que algún día crecería y llenaría la prenda. El hambre se interpuso en el camino. No creció y tampoco engordó. Eso le permitió, posteriormente, ser tan ágil con el equipo de maniobras.

Añoraba balancearse entre los árboles bajo la luz pálida de la mañana, ver el mundo acelerarse a su paso mientras la adrenalina le colmaba el corazón. Lo único que no le gustaba de matar titanes era el baño de sangre y entrañas, pero estar en batalla le hacía sentirse libre y útil. La humanidad necesitaba a los soldados para resguardar las murallas y seguir sobreviviendo.

«Todo era más sencillo cuando creíamos ser los últimos humanos del mundo —pensó. Se removió en la cama para que los músculos no se le agarrotaran—. Ahora sabemos que no lo somos, pero todos nos consideran demonios.»

La noche caía sobre la muralla Sina y sobre su conciencia. Los pasillos estaban inundados de silencio. Supuso que los habitantes de la fortaleza estarían reunidos en el comedor —pues Eren le había llevado una bandeja de comida que descansaba intacta al final de la cama—, en torno a una mesa o una chimenea.

Hubo un tiempo en el que también se emocionaba por esa sencilla costumbre: reunirse frente al fuego mientras sus ojos se perdían en las llamas danzantes y sus oídos eran inundados por el coro de risas de sus compañeros.

Pero ahora estaba rodeado de desconocidos cuyas intenciones eran ajenas a él y el viejo conocido era un traidor que poseía un poder inmenso en su interior.

Le pareció escuchar que la ventana se abría, una suave ráfaga de viento que le acarició la piel. Levi Ackerman se puso de pie, sin arrastrar el cabestrillo —le había llevado un par de días acostumbrarse al movimiento, pero por fin lo había conseguido—, y caminó hasta allí. Apoyó las manos sobre el cristal y comprobó que estaba cerrado, tal cual lo había dejado horas atrás.

Entonces, ¿qué había sido la ráfaga de viento que había sentido?

Examinó la puerta del baño, pero ésta también estaba cerrada. Deslizó la mano por el contorno, comprobando que estaba firmemente unido al marco. Caminó hasta la puerta de la habitación sabiendo que, si alguien había entrado, se encontrarían de frente.

¿Quién querría importunarlo? ¿Quién entraría sin anunciarse? Solamente se le ocurría un nombre: Eren Jaeger. Él era la única persona que se atrevería a jugarle una mala broma porque se sentía impune con sus actos y con la vida.

—¿Eren, eres tú?

Nadie respondió.

Luego de asegurarse que la puerta estaba cerrada por completo y nadie había entrado por ella, volvió junto a la cama, sintiéndose estúpido y paranoico. La vela seguía encendida, ardiendo e iluminando la estancia. Buscó la jarra de agua para mojarse la garganta.

Al tomarla, la soltó enseguida.

El vidrio de la jarra estaba hirviendo y el agua en su interior, aún más. La jarra no cayó sobre la mesa nuevamente sino que lo hizo en su pie derecho. El cristal se resquebrajó al impactar contra su piel. Los pedazos saltaron en todas las direcciones. Levi movió el pie desnudo y se arrepintió al instante.

Los vidrios se le clavaron en la planta cuando intentó caminar. El dolor lo atravesó desde el pie hasta el estómago. Sintió la sangre cálida entre los dedos como recordatorio de su fragilidad.

«Mierda. ¿No puedo hacer nada bien?»

Gritó cuando perdió el control del cabestrillo y terminó sobre los cristales esparcidos.


2.

Eren Jaeger arrastró su cuerpo desmadejado hasta el sillón.

Lo sujetó por el brazo y lo colocó alrededor de su cuello para que se incorporara con mayor facilidad. A cada paso, la sangre goteaba sobre el suelo. El trozo de vidrio que tenía enterrado en la planta del pie era un beso frío y cortante sobre su piel.

—¿Qué sucedió? —preguntó. Giró la cabeza, escrutando la habitación—. Parece que hubo una pelea aquí.

—No seas ridículo, mocoso. ¿Piensas que voy a ponerme a pelear con una mesa y una jarra de agua? —dijo con ironía—. Alguien estaba en mi habitación, estoy seguro.

—Ya veo —respondió con un tono de voz suave—. ¿Y por qué piensas que había alguien aquí?

—Sentí un viento extraño. Como si la ventana o la puerta se hubieran abierto.

—Es una noche ventosa. Los postigos de mi ventana no dejan de vibrar —comentó—. Iré a buscar vendas para las heridas. No te muevas hasta que regrese.

«Como si pudiera hacerlo.» Su pie herido era la prueba de sus limitaciones.

Echó la cabeza hacia atrás y mantuvo la pierna estática mientras aguardaba al muchacho. El olor metálico de la sangre flotó hasta su nariz. Le recordó a las expediciones más allá de las murallas, al campo de batalla y a los cuarteles de la Legión de Reconocimiento cuando volvían.

La puerta se movió ligeramente cuando Eren Jaeger pasó por el umbral a toda velocidad. Su respiración agitada lo golpeteo en la mejilla. Se arrodilló frente a él, elevó el pie herido y, con sumo cuidado, retiró cada uno de los cristales. Deslizó su dedo índice a lo largo de todo el pie para comprobar que no quedara ningún resto de vidrio; luego le puso una venda.

—¿Y el doctor Carsten?

—Él no está aquí —respondió el otro—. Tuvo que atender el jefe Zackly.

«¿Cómo es posible que este mocoso tenga más información que yo? —se preguntó. Chirrió los dientes—. ¿Qué le habrá sucedido a Zackly?»

Eren juntó los restos de la jarra, limpió la mesa y secó el suelo para evitar futuros accidentes.

—Si fue solo el viento, ¿cómo explicas lo de la jarra?

—El candelero estaba demasiado cerca. El fuego debe haber calentado el vidrio lentamente. Cuando recogí los pedazos estaban tibios todavía. —Se acercó a Levi—. ¿Por qué…?

—¿Por qué tengo una vela prendida si no puedo verla?

—No era eso lo que iba a decir. ¿Por qué no me dijiste que yo encendiera la vela cuando traje la cena? La hubiera dejado más lejos de la jarra.

Levi no contestó. No iba a hablarle de lo que la vela —y el fuego en general significaban para él—: una forma de mantener a raya a los miedos, incluso cuando estaba sumergido en ellos.

Eren levantó la bandeja llena de comida —y seguro se preguntaba por qué no había comido— y la colocó encima de la mesa; después sacudió las sábanas de la ama, golpeó la almohada para darle forma y lo ayudó a llegar hasta ella. Colocó su pierna fracturada en alto. Levi protestó por lo bajo, pero se dejó mover.

—¿Por qué te cuesta tanto pedir ayuda? —El capitán no siguió el curso de la voz—. Es porque se trata de mí, ¿verdad?

—¿Y todavía tienes el descaro de preguntarlo? —habló a los gritos—. Puede que esté ciego y no pueda ver tus ojos mentirosos y desleales, pero a mí no me engañas, Eren Jaeger. La única razón por la cual estás aquí, tan dispuesto a ayudarme, es porque te sientes culpable. Tú fuiste quien ideó el plan que me condenó a esto —escupió las palabras con rabia. «A la oscuridad y a la dependencia», completó en su mente—. Todo lo que está pasando es tu culpa. Si no hubieras masacrado a los civiles en Marley, el mundo no buscaría destruirnos.

—El mundo nos odiaba antes de nuestro ataque a Marley. Nos han odiado a lo largo de los siglos por lo que significó el antiguo Imperio Eldiano. Marley manda a sus titanes a devorarnos desde que el Rey Fritz decidió construir estas murallas. ¿Y dónde estaban las naciones cuando eso sucedía? Nunca miraron hacia nuestra isla.

»Pero no es de la guerra que estábamos hablando. Estás equivocado, Levi. Mi razón para estar aquí nada tiene que ver con la culpa. Es cierto que fue mi plan que atacaras a Zeke para que Marley lo diera por muerto, pero no contaba con que él no cumpliera su parte.

—Entonces lo sabes —interrumpió—. Ese mono mugroso me retuvo en el rango de la explosión.

—Lo sé —asintió—. Y eso nunca fue parte de nuestro acuerdo. No puedo confiar en Zeke, aunque sea mi propio hermano, y el ataque a Marley me lo dejó claro.

—¿Por eso decidiste entregarte a la justicia de Paradis?

—No puedo ganar solo contra Marley. Y mis planes no funcionan —admitió—. Pelearé cuando me lo digan, en base a la estrategia que me digan.

Levi se mordió el interior de la mejilla y se cruzó de brazos.

—Vaya, mocoso. Cuánta madurez de un día para el otro —murmuró entre dientes. «Si tan sólo fueras digno de confianza»—. Tendrás que ensayarlo mejor para que el resto te crea.

—El comandante Erwin me hubiera creído.

Le dolió que lo mencionara. Bajo las vendas, los ojos se le humedecieron. Sintió que el corazón se le encogía en el pecho.

Erwin había confiado en él desde el primer momento. Decía que la esperanza de la humanidad recaía sobre sus hombros. «Si hay personas que pueden transformarse en titán, debemos tener uno de nuestro lado para poder llegar a la verdad.» Con esa convicción, había conseguido que la custodia del chico titán —como lo llamaban en aquella época— fuera entregada a la Legión de Reconocimiento.

Pero Hange no era Erwin y, aunque siempre estaba dispuesta a ver lo mejor de las personas, estaban en una guerra y cualquier movimiento en falso podría aniquilarlos para siempre.

Eren se puso de pie, caminó hasta la puerta y se detuvo antes de cruzarla. Tenía los ojos fijos en él, podía sentirlos escarbando su alma.

¿También le habría dolido el recuerdo de Erwin?

Después de todo, él había tenido que morir para que Armin Arlet, su mejor amigo, pudiera regresar del mundo de los muertos.

—Ya te lo dije, mocoso. No quiero tu lástima.

—No te estoy dando mi lástima, Levi. Sólo quiero darte mi ayuda, aunque tú no estés dispuesto a recibirla —sus palabras eran ondas lejanas—. Sé que te sientes vulnerable, abandonado, desamparado. Y no quieres que nadie te vea así, pero yo puedo guardarte el secreto.

—¿Y qué sabes tú de sentirte así?

—Toda mi vida me he sentido de esa forma. ¿Recuerdas qué fue lo primero que dije cuando nos conocimos?

—«Exterminaré a todos los titanes» —citó. Recordaba el instante con claridad: un niño asustado, inestable, que no entendía por qué podía transformarse en titán cuando el resto de humanos no podían hacerlo, perseguido por la trágica muerte de su madre—. No confío en ti, Eren.

—Te probaré que puedes hacerlo.

Cerró la puerta y el sonido vibró en la habitación.


3.

Eren Jaeger no apareció cuando el sol clareó por el este.

En su lugar, se presentó una chica que golpeó la puerta cinco veces antes que Levi murmurara un «adelante», ya fastidiado por su actitud. Ella se tropezó con sus propios pies. Lo primero en caer fue la bandeja; lo segundo fue la taza de té y las manzanas. Una rodó por el suelo hasta que el cabestrillo de Levi la detuvo.

—¿Quién eres tú? —preguntó.

—Louise, cadete de la Legión de Reconocimiento, capitán Levi —contestó y golpeó su puño contra su pecho, consagrando su corazón—. ¡Limpiaré esto de inmediato y traeré más té!

Levi apoyó el pie derecho en el suelo. Ése era el que se había lastimado con la jarra de vidrio; sin embargo, con las vendas cubriendo los cortes era como caminar sobre algodón. Ya no sangraba ni le ardía.

Escuchó que la chica se movía por la habitación, arreglando el desastre que ella misma había provocado. Levi tomó la manzana que estaba junto a él, la restregó contra la manga de su camisa y le dio un mordisco. El sabor explotó en su paladar y el jugo le corrió por la conmensura de los labios.

—Entonces… es cierto —comentó ella.

—¿Qué es cierto? —inquirió. Sabía que los demás hablarían y que, los más osados, se lo dirían de frente, pero Levi no esperaba que fuera tan pronto y que lo hiciera una chica cuyo nombre no le decía nada—. ¿Qué estoy ciego y quebrado?

—Yo no quise… —titubeó.

—Quisiste —insistió Levi—, pero no me importa. ¿Por qué estás aquí? ¿Dónde está Eren?

—El cadete Jaeger tuvo que ausentarse —respondió. Habló demasiado rápido para su gusto—. Yo le ayudaré con lo que necesite. ¿Quiere otra manzana, un baño de esponja o un masaje?

Si sus ojos hubieran estado al descubierto, Levi los hubiera rodado.

—Ni se te ocurra acercarte a mí.

¿Por qué Eren se había marchado sin decirle nada? ¿Y por qué habían colocado a otra persona en su lugar? ¡Y cómo se relacionaba con «te probaré que puedes hacerlo»?

Mientras que Eren tenía una rutina y era metódico —no cambiaba las sábanas hasta que Levi desayunaba o abría la ventana luego de que se pusiera la nueva muda de ropa—, Louise saltaba de un lado al otro buscando qué hacer en lugar de preguntarle. Le ponía nervioso su andar torpe y que boqueara sin hacer ninguna pregunta.

—Di lo que tengas que decir de una maldita vez. Me molesta que no te atrevas a decirlo.

—Disculpe, capitán Levi. Había oído de sus heridas, pero nunca pensé que fueran de esta… magnitud. —«Quedé atrapado en el rango de explosión de una lanza relámpago, ¿qué esperaba?»—. Pero se recuperará, ¿verdad? Esto no tiene que ser definitivo.

—¿Seguirás interrogándome sobre mi estado de salud o buscarás algo para hacer?

Louise se disculpó y se puso manos a la obra.

Quitó los restos de cera adheridos al candelero, puso velas nuevas y llenó la nueva jarra con agua fresca. Se ofreció a desempolvar el sillón, pero Levi no quedó conforme con el resultado. Aunque le costara admitirlo, estaba acostumbrado a Eren y a su forma de limpiar, y aquella chica no lo hacía como él.

Eren Jaeger había aprendido a limpiar luego de los extensos días compartiendo los cuarteles de la Legión de Reconocimiento. Cada vez que ocupaban uno nuevo, Levi obligaba a toda la división a poner en condiciones el lugar: arrancaban las malezas, barrían la tierra y sacudían el polvo de todas las superficies. Cuando terminaban, él deslizaba la mano por cada superficie para corroborar que estuvieran impecables. Todos sabían el castigo que les aguardaba en caso de que hubieran olvidado algún rincón. Y Eren lo había aprendido con sudor y lágrimas, por eso no cometía errores.

Pero Eren no estaba allí y no parecía que fuera a aparecer en el correr del día. ¿Dónde estaría? ¿Habría asimilado sin más que en verdad no quería su ayuda? No. Levi conocía muy bien la personalidad del chico y no estaba en él rendirse. Volvería tarde o temprano.

Se dijo que la visita de la chica no tenía por qué ser en vano y puso en práctica la educación que Erwin tantas veces había mostrado.

—Ve a buscar más té —ordenó—. Que sean dos tazas.

—¡Enseguida, Capitán Levi!

Cuando Louise volvió a la habitación, traía consigo dos tazas humeantes de té. El vapor se le enroscó en la nariz y le disipó el enfado inicial.

—Tengo entendido que esta es la sede de la policía militar dentro de la muralla Sina, ¿qué hace una cadete de la Legión de Reconocimiento aquí?

—Un cuarto de la policía militar se encuentra cuidando de la reina Historia, otro cuarto sigue a Zackly durante día y noche y el resto está sofocando los disturbios en las afueras de la muralla.

—¿Disturbio? —preguntó Levi—. ¿Qué disturbio?

—Algunos ciudadanos se reunieron para exigir un nuevo ataque de parte del gobierno. Marley nos ha atacado con sus titanes durante un siglo, no podemos quedarnos de brazos cruzados. La reina está en estado de gravidez, no puede reunirse con los altos mandos y los altos mandos no darán la orden hasta que ella lo indique. Es un círculo vicioso.

—Historia Reiss es la última descendiente con sangre real. Los ciudadanos de las tres murallas estuvieron de acuerdo con su nombramiento. Y los altos mandos no la desobedecerán.

—Y son esos mismos ciudadanos los que exigen un actuar de inmediato —replicó Louise. En ese instante, Levi notó que toda la torpeza del principio se había convertido en coraje—. ¿No cree que Marley debería pagar por todo el daño que nos ha hecho?

«Cuando escucho hablar a esta chica es como si estuviera escuchando a Eren», pensó. Su forma de expresarse era tan similar.

—Marley será atacado cuando las autoridades lo consideren competente, como siempre hemos hecho. Y gracias a ello es que hemos sobrevivido durante tantas décadas —contestó Levi.

—Quizás es hora de cambiar el sistema.

—¿Qué estás insinuando, mocosa?

—Nada, Capitán Levi. Compartí un pensamiento en voz alta. Disculpe —se rectificó—. Gracias por permitirme compartir el té con usted.

Ella se marchó.

Levi Ackerman se quedó intranquilo; sus presentimientos le decían que habría problemas en el futuro.