La miseria ama la compañía
Por Nochedeinvierno13
Disclaimer: Todo el universo de Shingeki no kyojin es propiedad de Hajime Isayama.
Esta historia participa en "Casa de Blanco y Negro 2.0" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras".
Condición: Enfermedad.
Capítulo III
Este miedo que palpita
1.
No esperaba la visita del doctor Carsten ese día, pero le alegro verlo porque significaba novedades sobre su estado de salud. No creía que existiera la posibilidad de una involución, pues se sentía menos agónico. Ya no le costaba arrastrar el cabestrillo sino que lo manipulaba con maestría y las costillas rotas no le martilleaban el pecho.
Seguía sin poder ver, la oscuridad era absoluta allí a donde fuera, y eso eclipsaba todo lo demás.
—Eren me informó del accidente con la jarra de agua —dijo examinándole el pie derecho. Retiró las vendas que el cadete había colocado—. Los cortes ya han cicatrizado, así que podemos retirarlas. En cuanto a la otra pierna, retiraré el cabestrillo y haré algunas pruebas. Si los resultados son positivos, entonces podremos quitarlo definitivamente.
Le hizo tenderse sobre la cama, con la espalda completamente recta, y le quitó la estructura de madera que mantenía su pierna izquierda rígida. Los músculos y tendones tardaron en acostumbrarse a la nueva libertad. El doctor Carsten le pinchó varias veces con una aguja para asegurarse que la sensibilidad seguía intacta; cuando Levi se quejó, comprobó que era así.
Luego le hizo mover los cinco dedos del pie, uno por uno, mientras él lo observaba detenidamente. Tuvo que flexionar la planta del pie tanto como pudiera y el máximo tiempo que el cuerpo le resistiera. Levi así lo hizo. Hasta que el doctor le dijo que volviera a la posición original.
—El hueso ya se soldó, ¿verdad?
—Aún queda una última prueba —comentó el doctor—. Voy a sujetarle la pierna y voy a moverla de diferentes formas. Si en algún momento siente cualquier tipo de dolor, me dice y detengo el procedimiento. ¿Entendido? —Levi asintió. Puso a prueba su tobillo, su rodilla y su flexibilidad—. ¿Duele? —Él negó—. Es una buena señal. Voy a flexionarla del todo y veremos qué sucede.
Lo sujetó desde el tobillo y llevó la pierna hacia atrás, haciendo que el talón le rozara suavemente el glúteo. Levi pensó que su cuerpo aullaría de dolor, que la agonía sería tan insoportable que no quedaría lugar a dudas que aún seguía fracturado, pero nada de eso sucedió. Apenas sintió una leve incomodidad.
—No me duele —aseguró.
—¡Estupendo! Ya no le volveré a colocar el cabestrillo. —El doctor se movió hacia el otro lado de la cama y colocó un objeto en su mano. Era ligero, olía a cedro y tenía el mismo largo que su pierna—. Es un bastón para que se adapte nuevamente a caminar.
—¿Cree que será necesario? —interrogó—. Si ya no tengo el hueso quebrado, puedo volver a caminar con normalidad.
—Mi recomendación es que lo use tanto como pueda. No piense en este objeto como un bastón sino como una extensión más de su brazo. Si lo usa, no solamente podrá ayudar a que su pierna recupere la fuerza pérdida estas semanas, sino que tendrá una herramienta más para reconocer los alrededores.
Levi Ackerman se puso de pie con el bastón en la mano izquierda. Dejó que todo el peso de su cuerpo recayera sobre ese lado y dio algunos pasos. Con el bastón podía encontrar con más facilidad los límites de la cama, del sillón y de la puerta de la habitación.
—¿Qué hay de mis ojos?
El doctor Carsten respiró profundamente antes de contestarle:
—He pensado que sería propicio retirar las capas superficiales de las vendas y hacer una prueba.
—Hagámoslo.
Las manos callosas cortaron la unión de las vendas que se encontraba encima de su oreja y fueron quitándolas lentamente. Poco a poco, Levi se fue sintiendo más libre, más ligero. Entendía que era una forma de sanarlo, pero no dejaba de sentirse agobiado.
El doctor se movió de un lado hacia el otro, abrió y cerró la mano frente a él; Levi pudo percibirlo por el aire que se movía a su alrededor y por los ligeros sonidos que provocaba el roce de su ropa, no porque pudiera verlo.
—¿Ve algo?
—Nada. No veo nada en absoluto. Siento la luz del sol sobre mi piel porque la ventana está abierta, sé que usted está enfrente de mí porque escucho su voz y percibo los movimientos de su cuerpo. ¡Pero mis ojos siguen sin funcionar! —gritó, lleno de frustración e impotencia—. ¿Por qué mierda no funcionan? —Golpeó su mano una y otra vez contra su frente.
—Lo importante es que no se estrese. O eso podría agravar su condición.
—¿Más grave de lo que es? —dijo Levi. De repente, un rayo de luz blandió su mente, haciéndole descubrir la verdad—. Usted ya lo sabe, ¿verdad? Sabe que no volveré a ver, por eso es que me ha traído este bastón. ¿No es así? —Agitó el objeto en el aire—. ¡Dígame la verdad!
El doctor Carsten mantuvo la calma en todo momento y usó las mismas palabras que en su primer encuentro:
—La única verdad que puedo decirle es que debemos ver la evolución de…
—¡Márchese! No quiero escuchar más lo que dice su boca mentirosa.
Escuchó un suave resoplido, seguido de un «como usted prefiera» y el sonido de la puerta abriéndose.
Levi se quedó de pie con la mano apoyada en el bastón y las lágrimas brotando de sus ojos. «¿Y si jamás vuelves a ver? —le susurraron sus temores. Las palabras se replicaron dentro de su cabeza una y otra vez—. ¿Qué será del soldado más fuerte de la humanidad sin poder ver?» No quería pensar en eso, no debía pensar en eso, pero se sentía tan roto, tan vulnerable. El miedo palpitaba y ese miedo era real.
—No deberías tratar así al doctor Carsten —susurró una voz a sus espaldas.
2.
—¿Hace cuánto estás ahí?
—Desde que llegó el doctor Carsten.
—¿Ahora eres un fantasma? —No lo había escuchado llegar.
—¿Habría algo de malo en ello? —«Otra vez una pregunta por otra», pensó. Eren añadió—: ¿Cómo te sientes?
—Tengo que acostumbrarme a estar sin el cabestrillo, pero el hueso está… —se detuvo. Se sintió estúpido dándole explicaciones que él ya tenía—. Ya lo has escuchado todo, ¿qué más quieres saber¡? Me duele, mocoso. Es una mierda estar así. Y tenerte haciendo preguntas todo el tiempo no lo hace más llevadero.
—Entonces hablemos de algo que tú quieras —ofreció.
Recordó lo que Louise le había mencionado. Era su momento de recabar información.
—¿Por qué no me hablaste de los disturbios?
Le sorprendió la serenidad con la que él se excusó:
—No quería preocuparte. La policía militar tiene la situación controlada. No creo que se vuelva a repetir.
—Una revuelta ciudadana se formó en las afueras de la muralla Sina y…
—Los disturbios fueron sofocados, no cobraron mayor importancia.
Se quedaron un rato en silencio.
Levi movió el bastón, acostumbrándose a tenerlo en su mano y a manejarlo. Aunque tenerlo le hacía sentir débil e inseguro con su ceguera que, hasta el momento, era temporal, el doctor Carsten tenía razón. Si aprendía a dominarlo, significaría una ampliación de su campo espacial.
—Hablemos del ataque a Marley entonces —dijo Levi—. ¿Por qué nos obligaste a actuar?
—Hemos pasado años conociendo los avances tecnológicos de las naciones aliadas. Hemos sembrado progreso en Paradis y hemos cosechado mejoras económicas y sociales. Pero mientras nosotros lo hacíamos, Marley también se estaba preparando. Al infiltrarme en sus filas, descubrí que estaba reclutando otro ejército que apoyara el poder de los titanes.
»Cuanto más demoráramos en atacar, ellos mejor se prepararían para nuestra llegada porque Marley sabía que, tarde o temprano, iríamos. El poder del Fundador no puede ser usado para la guerra cuando lo posee un descendiente del Rey Fritz, pero en mí…
—Se vuelve mortal —completó Levi.
—¿Y cuál es ese potencial?
—No lo sé. —Su voz no sonaba tan segura—. Zeke me lo enseñaría cuando nos volviéramos a encontrar.
La imagen de Zeke Jaeger acudió a su mente. No pensó en el hombre de pelo rubio, gafas redondas y barba espesa, sino en el gran titán, cuyo cuerpo cubierto de pelo, lo había atrapado en el rango de la explosión.
Por su culpa estaba en esa encrucijada.
—Le prometí a Erwin que lo mataría y estoy tan cerca de cumplirlo como de recuperar la visión.
—Antes, también lo odiaba y no entendía los motivos de su comportamiento. ¿Por qué un eldiano nacido en Liberio querría contribuir a la liberación de los eldianos de las murallas? Cuando participas en un doble juego, corres más peligro y estás destinado a perder.
»Sin embargo, en Marley pude verlo y hablé con él. No tuvo una infancia fácil, ¿sabes? Educan a los niños para odiar la sangre eldiana y «a los demonios de la isla», como nos llaman, y les hacen creer que convertirse en guerreros es una forma de salvación. Los adornan con uniformes, medallas y títulos, y los mandan a pelear sus batallas.
»Mi padre quería que Zeke fuera portador de un titán para que pudiera ganar más poder dentro de su revolución. No le bastaba con estar casado con una Fritz sino que quería robarse un titán por medio de hijo. Pero Zeke no era bueno en los entrenamientos y consiguió convertirse en el Titán Bestia gracias a su anterior portador.
»Creció sintiéndose frustrado y culpable por no cumplir con los planes que mi padre tenía para él. Por un lado, le enseñaban a condenar su herencia; por otro, lo empujaban a hacerlo. Y, de repente, tienes un pie en cada lado, pero no perteneces a ninguno, y al final ideas un plan para que el círculo vicioso termine, pero…
—¿Pero?
—No importa —respondió Eren—. Zeke está muerto. Él murió en la explosión.
Levi Ackerman sintió que la gravedad que lo ataba a la tierra, desaparecía y su cuerpo se volvía más ligero. Flotaba lejos de aquella habitación, de aquel cuartel, y surcaba los cielos con su equipo de maniobras.
La muerte de Zeke Jaeger era una victoria. Una victoria amarga, pero una victoria al fin y al cabo. El sentido de su vida giraba en torno a derrotarlo, a cumplir la promesa que le había hecho a Erwin. Quería derrotarlo como lo había hecho con tantos titanes antes que él, pero ahora era definitivo. Jamás volvería a verlo cara a cara, a sentir el odio corriendo por sus venas y el instinto asesino palpitando en su interior.
—¿Cómo es posible que haya muerto en la explosión?
Eren ya debía tener preparada la respuesta a esa pregunta porque no demoró en decirle:
—Cuando Zeke tiró de tus cables y te obligó a permanecer en el rango de la explosión, no protegió su punto débil y terminó volando junto a la lanza relámpago.
»Al principio, pensé que podía tratarse de un truco, ya que fue su idea fingir su muerte. Pero ya no queda duda de que no es una farsa. Marley ha enviado a un nuevo Titán Bestia a atacar las costas de Paradis.
—Quizás Marley descubrió que era un traidor y eligieron un nuevo portador para que lo devorara.
—Nuestros infiltrados en Marley confirmaron que Zeke no volvió a regenerarse después de la explosión. Él está muerto.
Muerto, muerto, muerto.
La palabra se propagó cual eco dentro de la habitación y de su conciencia, siendo un alivio para su existencia.
3.
Su siesta terminó cuando la ventana se abrió de par en par.
Levi Ackerman se despertó sobresaltado porque, si bien no estaba profundamente dormido, no había escuchado al intruso. Sus pasos eran ligeros como una pluma. Levantó la cabeza para detectar sus movimientos.
—¿Quién está ahí?
—¿Cuántos mocosos tienen permiso para colarse en tu habitación? —preguntó con sorna.
—Tú no tienes permiso para hacerlo.
Según Hange, los altos mandos habían aceptado a Eren como su cuidador y no podía hacer nada al respecto porque contaba con el apoyo de Historia Reiss. Se preguntó cómo lo habría conseguido. «¿Endulzó sus oídos o la reina lo hizo por propia voluntad al recordar los momentos donde pelearon codo a codo?» No lo sabía y tampoco estaba cerca de averiguarlo.
—Vamos a dar un paseo —propuso.
—¿Es una broma de mal gusto? Sabes que tengo que hacer reposo.
Lo escuchó más desanimado. Se sentó a los pies de la cabeza, junto a su pierna izquierda.
—Podríamos romper las reglas. —Dejó la propuesta flotando entre sus cuerpos, esperando convencerlo—. Ahora que el doctor Carsten te quitó el cabestrillo y tienes el bastón, podrías estrenarlo.
Levi no contestó inmediatamente.
—¿Por qué actúas así? Como si buscaras mi aprobación.
—¿Y por qué no? —No le gustaba que le respondiera una pregunta por otra—. Antes de Marley, no me odiabas. Ni te molestaba que estuviera cerca, ¿lo recuerdas?
Hasta ese momento, lo tenía guardado en su memoria, en un cajón cuya llave estaba perdida. O eso quería creer. La sola mención del hecho, hizo que lo reviviera sin problema alguno.
Había sido después de la muerte de Erwin. Mientras ellos entregaban a Bertolt Hoover al titán puro que era Armin para que volviera a su forma humana, Levi estaba arrodillado junto al cuerpo inmóvil del comandante, preguntándose sí había tomado la decisión correcta. Aquellos ojos de cielo ya no iluminarían el mundo con su valentía y liderazgo. Sabía que Erwin lucharía hasta el final de sus días por la verdad y la libertad, pero, después de haber consagrado su corazón por tantos años, merecía descansar en paz. ¿Y si la humanidad lo seguía necesitando? ¿Y si él lo necesitaba de una forma cruel y egoísta?
Esas preguntas lo agobiaban por el día y por la noche, vivía encerrado en su pena y ni siquiera era capaz de alimentarse correctamente. Bebía agua y té, nada más, como si el ayuno fuera su propia penitencia. Eren comenzó a llevarle frutas, hogazas de pan y cereales para que recuperara las fuerzas. Y así encontró la forma de meterse en su habitación, en su cabeza y en su dolor. Tal y como lo estaba haciendo en ese momento.
—Fue un error, Eren. Te lo dije en ese momento y te lo vuelvo a decir —contestó Levi. Estaba seguro que los ojos verdes estaban fijos en él, escarbando entre las vendas que los separaban—. Además, ya pasaron años desde eso. —Años, guerra y una masacre. Demasiado para dos almas que no se terminaban de entender—. ¿A qué viniste?
—Sé que te da miedo no volver a ver y que el bastón signifique que debes acostumbrarte a la lesión, a la enfermedad, pero quería decirte que los ojos no son el único medio para relacionarnos con nuestro entorno —dijo Eren—. Cuando estuve infiltrado en Marley, fingía tener un ojo vendado, por lo que mi capacidad visual se vio reducida. Aprendí a escuchar, a distinguir los tonos de voz y las intenciones con las cuales se dicen las palabras.
»Cuando eres un herido de guerra, tienden a ignorarte. Piensan que eres débil, que no escuchas sus conversaciones. Estar ahí es la mejor forma de pasar desapercibido.
—Te has vuelto un maestro del disfraz, mocoso.
—Ya no tengo quince años —le recordó—. ¿Por qué me sigues llamando así?
—Para mí siempre serás un mocoso, no importa la edad que tengas. —No importaba que le sacara una cabeza de altura o que sus hombros fueran más gruesos—. Y dime, ¿qué más aprendiste en Marley?
—Aprendí a usar las manos —susurró más cerca de su rostro. Su respiración y su aliento se deslizaron por su mejilla—. Puedes reconocer formas y texturas con sólo tocarlas. Es cuestión de usarlas. —Tomó su mano izquierda y la elevó. Le obligó a tocar su barbilla áspera—. ¿Qué sientes?
—Tu barba —respondió Levi. No recordaba ninguna ocasión donde Eren la hubiera dejado crecer—. ¿Hace cuánto no te afeitas?
—Desde que volvimos a Paradis —contestó. Movió su mano por el puente de su nariz, sus párpados y su frente. Levi atrapó un mechón de pelo y lo enrolló suavemente—. ¿Y ahora qué sientes?
—Tienes el pelo largo. —Estaba seguro que le llegaba hasta los hombros. Quizás un poco más—. Necesitas un corte.
—¿Te ofreces voluntario?
Levi esbozó una media sonrisa.
—A menos que quieras terminar como tu hermano.
Enseguida se reprendió por el comentario. Más allá del odio que sentía por Zeke Jaeger —incluso después de saber que estaba muerto, de forma indirecta por su ataque—, él seguía siendo su hermano, y Levi no era quién para echar sal en la herida, para hurgar en su dolor. Eren, ¿habría llorado su muerte? No quería preguntárselo.
—¿Eso quiere decir que aceptarás mi ayuda, que podré estar a tu lado? —insistió Eren.
—No celebres, mocoso. Todavía no he dicho que acepte tu ayuda.
Poco después, se hizo la hora de la cena. Mientras los policías se reunían en los comedores, Eren permaneció en su habitación, compartiendo los alimentos con él. Le ayudó a tomar un tazón de sopa sin derramarlo sobre su regazo y le dio fruta fresca. Su presencia no fue incómoda, ya que no forzó ningún tema de conversación y tampoco pretendió fingir que volvían a ser los del pasado.
Su respiración, suave y rítmica, hacía que Levi estuviera flotando en una nube de paz y tranquilidad. Sus manos ocasionalmente se rozaban, en una caricia efímera, pero Eren no se atrevía a ir más allá, a traspasar los límites previamente establecidos.
En un instante determinado, sus labios se encontraron a muy poca distancia. Levi sabía que, en caso de inclinarse un poco más, podrían rozarse sin dificultad.
—Ya está anocheciendo —carraspeó Eren—. Será mejor que me vaya.
De repente, Levi se sintió estúpido y una vez más se reprendió por su forma de actuar.
—Sí, mocoso. Será mejor que te vayas.
Escuchó que se puso de pie y caminó hasta la puerta. No obstante, le preguntó antes de marcharse:
—¿Jamás piensa en eso? En nosotros, en esa habitación, en ese momento...
—No —respondió Levi, tajante.
—Mentiroso —susurró Eren.
Y su corazón lo confirmó.
