La miseria ama la compañía
Por Nochedeinvierno13
Disclaimer: Todo el universo de Shingeki no kyojin es propiedad de Hajime Isayama.
Esta historia participa en "Casa de Blanco y Negro 2.0" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras".
Condición: Enfermedad.
Capítulo IV
Las pesadillas han regresado
1.
Las pesadillas regresaron con cadáveres de vidas pasadas para recordarle cuán miserable era.
En su sueño se encontraba en la Ciudad Subterránea, entre muros de piedra gris y penumbras. Cuando miraba al cielo no encontraba un manto de estrellas sino un techo cavernoso que ahogaba cualquier esperanza de luz.
La túnica grisácea pendía de sus brazos delgados y sus pies iban descalzos por la calle enlodada.
Supo que era de noche porque los habitantes se apresuraban a llegar a sus hogares. Los que tenían agua limpia y una rebanada de pan se daban un festín; el resto miraba a través de las ventanas, inventando excusas para esquivar el hambre.
Levi había deambulado por la ciudad durante toda la tarde, buscando comida y compasión. Las ratas se habían apoderado de todo cuanto pudiera servirle.
Rendido y agotado, volvió a su casa. Tenía las manos vacías; la barriga aún más. Su estómago rugía como una bestia salvaje, pero no tenía nada con que apaciguarlo.
Su madre lo miró con ojos cansados cuando llegó. Se arreglaba el pelo deslucido, otrora negro como el carbón, en el único objeto de valor que poseía: un espejo plateado de mano. Ella quería venderlo pero, al mismo tiempo, era un recuerdo de su familia.
Si no hubiera tenido tanta hambre, quizás se hubiera preguntado quiénes eran y dónde estaban mientras ellos pasaban tantas carencias.
—Hoy vendrá un viejo amigo —dijo su madre. Ella llamaba así a los hombres que veía una vez cada tanto—. Tendremos para comer.
Los amigos de su madre eran monstruos llenos de alcohol y maldad, que llegaban por la noche y se marchaban al amanecer, y emitían sonidos animales. Su madre siempre los recibía en la única habitación de la casa —un cuartucho donde apenas cabía una cama y una silla— mientras Levi permanecía encerado en el armario de la cocina. Nunca cerraba la puerta del todo, pues le daba miedo que la oscuridad y la humedad lo asfixiaran.
—¿No puede venir otro día? —preguntó. No le gustaban las ojeras y las marcas que le quedaban en la piel una vez que se marchaban—. No quiero dormir en el armario —se excusó.
Ella sonrió.
En la hilera superior de dientes tenía un hueco. Uno de sus «viejos amigos» la había golpeado con el puño cerrado cuando escuchó que había un niño en la casa. «¡Me dijiste que estábamos solos, puta mentirosa!» gritó antes de hacerle saltar el diente.
En los días posteriores, Levi se preguntaría qué significaba la palabra puta.
—Ya hemos hablado de esto, cariño. —Caminó hasta él y lo abrazó. Contra su pelo, susurró—: Esto no tiene que ser para siempre.
Su madre decía eso, pero desde que Levi tenía memoria su vida era así y no había el mínimo indicio de que fuera a cambiar.
Cuando era aún más pequeño, ella tenía más tiempo para él. Le lavaba el pelo, deslizando los dedos largos por los mechones sucios, y se lo peinaba hasta que se quedaba dormido. A veces, acompañaba la caricia con una suave melodía. Su voz era un arrullo para su alma carente de esperanza. Y siempre lo abrazaba para mitigar el aire nocturno que se colaba por las paredes de piedra, por el marco de la ventana sin vidrios.
Pero, a medida que iba creciendo, los amigos se volvieron más frecuentes. Al igual que los gritos y las marcas. El armario de madera podrida se convirtió en su mejor amigo.
—Entonces, ¿cuándo será diferente? —se aventuró a preguntar.
Su madre abrió la boca para responder, pero la mueca de dolor llegó antes que las palabras. Levi la ayudó a tumbarse en el suelo y le sostuvo la mano mientras ella respiraba con dificultad. La vio arrastrarse hasta la cama y caer sobre ella. Su cuerpo no produjo el menor sonido. Ella era un saco de huesos y piel enfundado en un mar de tela.
Atinó a buscar un vaso de agua para refrescarla. No tenía nada para alimentarla y tampoco una manta para abrigarla. En realidad, no sabía lo que estaba sucediendo y eso lo asustó.
—Estoy bien, cariño —dijo ella para tranquilizarlo.
Levi sabía que estaba mintiendo; su cara macilenta la delataba.
Se preguntó si sería el hambre o una enfermedad. Esperó que fuera la primera opción porque la medicina era aún más difícil de conseguir que la comida. No había casi doctores en la Ciudad Subterránea y al rey no le importaba si tenían problemas de salud.
Algunos niños jamás aprendían a caminar, pues sus piernas atrofiadas solamente podían tratarse en la superficie y las familias no tenían dinero para pagar a los guardias que custodiaban las puertas.
No quería que ese fuera el destino de su madre.
—¿Puedo hacer algo por ti?
Le acarició la frente, imitando su gesto cuando él se sentía mal; ella le besó el dorso de la mano con dulzura.
—Quédate a mi lado —pidió.
Y así lo hizo.
Se quedó junto a ella cuando cerró los ojos y se durmió profundamente. Parecía una muñeca de porcelana, tan pálida y fría.
Su madre no despertó al día siguiente. Tampoco al siguiente. Ni al siguiente.
Pero Levi en ningún momento la abandonó. Permaneció al lado de la cama, con la cabeza apoyada en las rodillas, esperando el instante en que ella abriera los ojos. El tiempo desapareció y también el espacio. Lo único que le sujetaba a la realidad era ese anhelo de volver a escuchar la voz de su madre.
¿Qué se lo llevaría primero: el hambre o la tristeza?
2.
Levi Ackerman estaba sudando copiosamente cuando despertó.
Su pecho subía y bajaba de forma irregular, y le dolía entre las costillas. Se pasó la mano por los mechones adheridos a la frente y comprobó que las vendas estaban empapadas. Ladeó el cuerpo hacia la izquierda. Buscó el calor de la vela, pero no lo encontró. Sin la débil llama custodiando su frágil sueño, se sentía desamparado.
—Mierda —masculló.
Estrelló el puño contra la mesa cuando tocó la caja vacía de fósforos.
Con la vela ahogada en un charco de cera, volvía a ser el niño encerrado en el armario, deseando que llegara el amanecer y el monstruo se marchara.
Ahora, treinta años después, sabía la verdad: aquellos hombres no eran monstruos ni viejos amigos. Los desconocidos que desfilaban por la casa cuando la noche caía eran clientes de su madre. Ella vendía lo único que podía a cambio de dinero o cualquier cosa que pudiera llenar el estómago. Ésa era su forma de sobrevivir y mantenerlo con vida.
Y, si bien entendía su razón para hacerlo, no dejaba de ser traumático. Sus pesadillas eran sobre esos instantes en los que su madre era usada y él se sentía aterrado. Eso le había llevado a sentir un gran rechazo por los armarios, los borrachos y el sexo comprado.
Erwin Smith se había enterado de la verdad de la peor manera posible.
Una noche de verano donde el tórrido aire volvía la ropa más pesada, lo había encontrado con una joven pelirroja sentada en las rodillas. Ella se movía lentamente sobre su regazo mientras que Erwin le pasaba la mano por el cuello.
No reconoció que era una prostituta por su ropa o por su manera de comportarse, seductora y confiada, sino por sus ojos apagados. Tenía esa mirada cansada de quien salta de lado a lado buscando algo interminable. ¿Erwin sería el primer cliente de esa noche, el segundo o ni siquiera llevaría la cuenta? ¿Se entregaría por dinero o por lo que el hombre llevara en los bolsillos?
—¿Qué mierda estás haciendo?
El rubio tenía la mirada encendida, turbada por el alcohol. Sus ojos azules demoraron en enfocarlo. Le extrañó que hubiera bebido. Erwin no era un hombre dado a ese vicio. En las elegantes reuniones donde se peleaba con los políticos por el presupuesto para las expediciones, esquivaba las copas durante la velada y apenas se mojaba los labios en el brindis final.
—Esta hermosa chica me propuso pasar un rato juntos —respondió—. Y en eso estamos.
—Esta hermosa chica —dijo usando las mismas palabras que él— te llevará a la cama y luego te cobrará por ello. —Se fijó en ella. El pelo de fuego le caía sobre el hombro descubierto. Su figura estaba cubierta por un fino vestido verde que contrataba con su piel pálida—. Estás perdiendo el tiempo. No tiene dinero.
La pelirroja le agradeció por el momento compartido, pero se levantó rápidamente y se fue en busca de otro incauto que sí pudiera pagar por su compañía.
Erwin tardó en darse cuenta que sus piernas habían sido liberadas; Levi lo golpeó en la mandíbula para borrarle la sonrisa bobalicona. Lo dejó allí, adolorido y confundido, con más preguntas que certezas.
No hablaron de lo ocurrido hasta el día siguiente, cuando Erwin amaneció solo en su cama, entre sábanas frías, y con el labio magullado. Golpeó los nudillos nerviosamente contra la puerta y se disculpó por lo ocurrido antes que Levi hubiera pronunciado un reproche.
—No me molestó verte con una chica —aseguró Levi. No era una escena de celos porque entre ellos no había reglas establecidas—. Me molestó que se tratara de una prostituta.
—Yo no sabía que ella… era una puta.
—¡No le digas así! —gritó. ¿Cuántos hombres habrían llamado de esa forma a su madre? ¿Cuántos le habrían dicho puta en la cara?—. Eres un imbécil.
—No te entiendo, Levi —murmuró Erwin—. ¿Por qué actúas así? —preguntó. El aludido esquivó su mirada cristalina, pero el comandante insistió—: Comparte tu dolor conmigo.
No se lo dijo enseguida porque nunca lo había compartido en voz alta. El trabajo de su madre era una verdad con la que seguía lidiando. Y sus pesadillas eran una prueba contundente. Lo asaltaban cuando más indefenso se sentía: en la noche. Se colaban entre sus buenos pensamientos y lo corrompían todo.
—Mi madre era prostituta —confesó—. Y no quiero ver en ti a esos hombres que pagaban por su cuerpo…
El recuerdo era tan vívido en su memoria que le dio la sensación de estar allí, abriendo su corazón por completo.
Movió las manos en la oscuridad, buscando su bastón guía. Cuando lo encontró, se puso de pie y se encaminó hacia la puerta. El doctor Carsten tenía razón. Aquel objeto era una extensión de su brazo y con él podía moverse mejor por el espacio.
Se dirigió a la habitación de Eren, cuya puerta se encontraba al lado de la suya, dispuesto a pedirle más fósforos. Se encontró con la puerta entreabierta; la empujó suavemente con la punta de los dedos.
—Oye, mocoso —llamó como si no fuera de madrugada y Eren no pretendiera dormir.
Pensó en avanzar hacia adelante hasta toparse con la cama, pero desistió de la idea porque a él no le gustaba que invadieran su privacidad de esa forma —algo que Eren hacía, pero no en plena noche— y no iba a hacérselo a otro.
—¿Levi? —respondió su voz entrecortada—. ¿Qué sucede? —Su voz sonaba demasiado fresca para haber sido despertado de improviso.
—No hay más fósforos y… —se quedó a mitad de la frase. El aire olía a una vela recién apagada. Un halo sutil, pero detectable. ¿Por qué Eren tenía una vela encendida cuando no tenía problemas para conciliar el sueño? ¿Y por qué quería ocultarlo?—. Eren, ¿estabas dormido?
—Profundamente —contestó automáticamente—. Hasta que me despertaste.
Levi Ackerman escuchó más allá de sus palabras. Estaba mintiendo. Lo notaba en su voz, en su manera de expresarse, en el aire que entraba y salía rápidamente de su boca.
—Estoy escuchando otra respiración. ¿Quién está aquí?
3.
Eren le aseguró que estaba solo, pero Levi no le creyó. Había una nota disonante en su voz que le llevaba a sospechar.
«No es mi problema», se dijo.
Regresó sobre sus pasos; la habitación lo recibió con sus brazos largos y fríos. Las sábanas de la cama estaban húmedas de transpiración, pero lo ignoró. Luego las cambiaría. Si las pesadillas habían regresado era inútil mantener el sudor a raya.
La puerta se abrió.
—Te mentí. Si estaba con alguien, pero no es lo que crees.
—No me importa. Solamente fui a buscarte porque la vela se apagó —contestó. Se encogió de hombros—. Y no había más fósforos. —Se mordió el interior de la mejilla. ¿Era enojo lo que sentía? ¿Por qué?—. No quería interrumpir lo que sea que estabas haciendo…
Eren se sentó a su lado. Sus pies desnudos se tocaron; sus brazos igual. Él tenía la piel erizada por el aire nocturno.
—No estaba teniendo sexo con nadie.
Levi enrojeció con la mención del acto.
No quería imaginarse a Eren tendido en la cama, con el cuerpo brillante por el sudor y los labios separados por los gemidos constantes… Y, sin embargo, lo hizo. «No debo pensar en eso —se reprendió mentalmente. Esperó que no notara el leve temblor de su mano derecha—. ¿Por qué mierda estoy pensando en eso?»
—Yo no dije eso. Y tampoco me importa.
—Entonces, ¿por qué suenas enojado y estás tenso? —Le tocó el cuello. Su piel estaba tirante como la cuerda de un arco. Levi se apartó como si le quemara—. ¿No quieres saber con quién estaba?
—Me lo dirás de todas formas —esquivó—, en vista de que no puedo deshacerme de ti.
Eren fue a buscar más fósforos para encender la vela y así no hablar en la oscuridad; en su fuero interno, Levi se lo agradeció.
—Floch Forster. ¿Lo recuerdas? Él participó en el ataque a Marley. Antes pertenecía a las Tropas de Guarnición, pero luego lo transfirieron a la Legión de Reconocimiento. —Levi lo recordaba por haber cargado el cuerpo del comandante Erwin y para que le inyectara el suero de titán. Su proclama de «viva el nuevo Imperio Eldiano», le hacía ver como un chico demasiado emocionado por la guerra—. Vino a verme esta noche. Anteriormente, nos habíamos reunido al pie de la muralla Sina.
—¿El día que te ausentaste?
—El día que me ausenté —corroboró Eren—. Quería hablarte de ello, pero quería esperar a que mis sospechas fueran confirmadas.
»Cuando dije que sólo quería ayudarte, no estaba siendo sincero del todo. —«Lo sabía», pensó Levi—. Ayudarte era la razón principal; la secundaria era infiltrarme en el círculo de Darius Zackly.
»Hay un grupo de soldados y ciudadanos de a pie que se hacen llamar Jaegeristas y quieren acabar con Marley para que Eldia recupere su vieja gloria. Y, tal como su nombre lo dice, esperan que yo sea su líder.
»No estaba seguro de cuán grande era este movimiento hasta que Floch consiguió hacerme llegar una carta donde Onyankopon se comunicaba con Yelena y colarse en esta fortaleza sin que los guardias se lo impidieran. Louise, la chica que me reemplazó el día que me ausenté, es uno de ellos.
—Por eso me dijiste que no podía confiar en ella —reflexionó Levi; Eren asintió—. ¿Qué es lo que buscan?
—Ellos están dispuestos a hacer a un lado a Zackly para conseguir su objetivo, pero no lo harán hasta que yo les des la orden.
Levi se ayudó del bastón para golpearlo a la altura de las costillas.
—¡Entonces sí eres un traidor! —exclamó.
Eren le arrancó el bastón de la mano, apoyó sus palmas sobre sus hombros y lo obligó a sentarse en la cama, volviendo a la posición original. El cuerpo de Levi se subyugó a su fuerza.
—Nunca dije que los estuviera apoyando —rectificó—. Ellos no actuarán hasta que yo les diga que deben hacerlo, por lo tanto estoy ganando tiempo para una segunda estrategia.
—¿A qué te refieres? Hay que avisarle a Zackly ahora mismo —insistió Levi.
—Darius Zackly es el jefe de las tres divisiones del ejército, pero es un hombre cruel y retorcido. No quiero imaginar lo que sería capaz de hacer a Floch y sus compañeros si cayeran en sus manos —explicó. Levi no sabía a qué se refería con exactitud, pero podía suponerlo. Zackly siempre le pareció un hombre duro con muchos secretos—. Por eso hablé con el comandante Pixis.
»A medida que Floch me va transmitiendo información, yo se la comunico a él para que planee una emboscada y pueda arrestarlos antes que Zackly los descubra.
—¿Y por qué no los apoyas? Si se llaman Jaegeristas es por algo, ¿no?
—Te lo dije el primer día que volvimos a vernos: estoy bajo la justicia de Paradis. Pelearé cuando me lo indique la comandante Hange. Hasta entonces, cuidaré de ti. ¿Ahora me crees?
Levi no respondió enseguida.
¿Podría ser posible que Eren realmente hubiera cambiado, que no le importaran sus motivaciones personales sino el bien de la humanidad? ¿El muchacho que se preocupaba por sus antiguos compañeros era el mismo que el que había atacado Marley sin piedad? ¿Había tenido que hundirse en la miseria y desesperación para poder recapacitar?
Si Erwin hubiera estado vivo, habría dicho algo como: «todos podemos tomar el camino correcto a tiempo» y Levi le habría dado la razón.
—Te creo, mocoso.
Otro minuto de silencio.
—La vela está encendida. Arderá hasta que amanezca. Dejé más fósforos, de todas formas —comentó Eren. Sus pasos retumbaron en el suelo—. Si necesitas algo más, estoy a una puerta de distancia.
El capitán se siguió haciendo preguntas.
¿Por qué Eren no había confiado en él desde un principio? ¿Por qué no le había hablado de los Jaegeristas y sus planes? La respuesta llegó rápido como una lanza relámpago: «acabaste con nuestra confianza cuando atacaste Marley». Él había plantado la primera semilla de la discordia, por lo que era de esperarse que Eren le pagara con la misma moneda.
«Mierda», pensó. Había cometido un gran error al juzgarlo de forma precipitada.
—Las pesadillas han regresado —dijo Levi. Eren era la única persona que sabía de ellas. Las había descubierto en el tiempo que lo había cuidado, pero no conocía su contenido. Levi no estaba preparado para confesarle toda la verdad—. Y me asusta. ¡Maldición! Me asusta demasiado.
—¿Quieres hablar sobre eso?
—No.
—¿Entonces…?
—Quédate —pidió—. Quédate a mi lado.
